La tesis de Darwin, lanzada a mediados del siglo XIX y que propone que los seres humanos y los monos evolucionaron a partir de un antecesor común, no pudo ser respaldada con pruebas científicas desde entonces hasta ahora. Todos los esfuerzos en tal sentido, realizados en aproximadamente 150 años, resultaron nulos.
La verdad es que el conjunto de fósiles reunidos han probado que los monos siempre fueron monos y que los seres humanos siempre fueron seres humanos. Es decir, lo que se comprueba es que los monos no se transformaron en seres humanos y que unos y otros tampoco compartieron un antecesor común.
Muchos científicos se animaron a decir esto que expresamos, a pesar de la intimidación a la que se vieron sometidos por parte de los círculos académicos y a pesar de la intensa propaganda darwinista en la materia. Uno de esos estudiosos es el paleontólogo de la Universidad de Harvard David Pilbeam, quien dijo que la llamada “evolución humana” es una aseveración desprovista de argumentos científicos:
Si usted hubiese traído un talentoso científico de otra disciplina y le mostraba la escasa evidencia (recogida), seguramente hubiese dicho: “Olvídelo, con esto no vamos a ningún lado”1.
William Fix, autor del libro de paleontología El Mercachifle de Huesos, manifiesta la falta de evidencia científica para la llamada evolución del ser humano:
Como podemos ver, hoy día existen numerosos científicos y divulgadores que se atreven a decirnos que no hay “ninguna duda” en cuanto al origen del ser humano. Si sólo ellos tenían la evidencia….2
Frente al desengaño sufrido con los registros fósiles y la falta de pruebas, lo único que les quedaba a los evolucionistas era reacomodar los cráneos comprobadamente falsificados y especular sobre los mismos. De todas maneras, las investigaciones hechas sobre cráneos de monos, de otros animales y de distintas razas humanas que vivieron en el pasado, revelaron que esas criaturas tuvieron que haber existido con todas sus características intactas, sin modificaciones a la largo de la historia.
Ello significa que los seres vivos no han sufrido ningún proceso evolutivo y que fueron creados por Dios Todopoderoso. Como lo revelan los ejemplos de las páginas siguientes, los cráneos, al igual que otros órganos y miembros de muchas de esas formas de vida –ranas, lagartos, libélulas, moscas y cucarachas–, tampoco cambiaron. Tampoco se modificaron las cabezas de los peces y de los pájaros. Los leones, los lobos, los zorros, los leopardos y las hienas, asimismo, poseen hasta la actualidad esa estructura con la que fueron creados.
Las respectivas anatomías inmodificables refutan la supuesta evolución de los seres vivientes.
Mientras los materialistas hablan de la llamada evolución humana y arreglan el árbol genealógico como más les gusta, presentan la saliente de las cejas, las características del rostro y los volúmenes de los cráneos desenterrados, como evidencias de su tesis. Pero esas diferencias estructurales no son, de ninguna manera, argumentos valederos a favor de la evolución, porque algunos de esos cráneos son de distintas razas humanas en tanto que otros pertenecen a especies de monos extintas. Es totalmente natural que distintos grupos de nuestros congéneres posean algún tipo de diferencias. Lo mismo pasa con la forma de la cabeza de distintos tipos de peces. Por ejemplo, la cabeza del salmón-trucha es muy distinta a la de la anguila, aunque ambos son peces.
Es así, que entre pigmeos y británicos, entre rusos y chinos, entre esquimales y nativos de otras partes del mundo o entre negros y japoneses, encontramos diferencias en la estructura del rostro, la proyección de las cejas, las cavidades oculares y los volúmenes craneales.
Pero esas disparidades no significan que una raza ha evolucionado a partir de otra o que alguna de ellas es “más primitiva” o “más avanzada” que otras.
Cuando un determinado grupo humano no se mezcla o cruza con otros, sus rasgos permanecen los mismos. Independientemente del tiempo que pase, estas personas no evolucionarán ni adquirirán características nuevas, como cráneos con volúmenes mayores o estructuras anatómicas distintas.
Por ejemplo, algunos nativos actuales de Malasia tienen un arco superciliar con una marcada proyección hacia afuera y la frente inclinada hacia atrás. Esos son rasgos propios del cráneo del Homo erectus, al que los evolucionistas llaman “primitivo”. Si esto fuese así, esos malayos serían subdesarrollados que evolucionaron hace poco a partir de los monos. Pero por supuesto, para nada esto es así. Por el contrario, lo que sucede es que el Homo erectus no era una especie humana primitiva y que el “árbol genealógico” de los darwinistas es, simplemente, una mentira.
En resumen, las diferencias anatómicas de los seres humanos que vivieron en el pasado no representan ninguna evidencia de la evolución, pues siempre estuvieron presentes en toda época. Si dentro de miles de años un científico compara los cráneos de un americano de 1,90 metros de altura y de un japonés de 1,60 metros de altura, que se murieron en estos tiempos, observará muchas diferencias, empezando por sus dimensiones.
Y si en base a esas observaciones afirma que los americanos eran “más avanzados evolutivamente” y que los japoneses eran homínidos primitivos, estaría expresando algo totalmente alejado de la verdad.
Además, la medida del cráneo no determina la inteligencia o habilidad del ser humano. Mucha gente tiene un pronunciado desarrollo de distintas partes del cuerpo pero poseen capacidades mentales limitadas o, por el contrario, se encuentra una inteligencia muy aguda en un cuerpo o cráneo pequeño. A esto se debe que el “arreglo del árbol evolucionista” carece de valor científico y no refleja la realidad. Asimismo, los distintos volúmenes craneales tampoco corresponden a diferencias en la inteligencia y otras capacidades.
El cráneo de quien desarrolla una intensa actividad mental no se expande o crece en el curso del tiempo sino que, simplemente, la persona aumenta su capacidad de discernimiento. La inteligencia no se modifica según el volumen del cerebro sino que aumenta o disminuye según la organización de las neuronas y la sinapsis entre las mismas3.
Que los Monos Imiten Algunos Comportamientos no Significa que Puedan Evolucionar y Convertirse en Seres Humanos
Los darwinistas afirman que la capacidad de imitación de los monos aporta a la idea de que algunos evolucionaron y se transformaron en seres humanos. Pero su aptitud de imitación de gestos y comportamientos o para diferenciar formas y colores enseñados, no es más que la reacción a un estímulo y no significa talento para evolucionar y convertirse en humanos con el paso del tiempo. Si fuese así, sería de esperar que especies animales consideradas inteligentes –perros, gatos, caballos– evolucionen y gradualmente se conviertan en iguales a nosotros.
Por ejemplo, los loros entrenados discriminan las formas redondas y cuadradas, el rojo y el azul y pueden reemplazar objetos de una manera correcta. También poseen la capacidad de imitar la voz humana, cosa que los monos no pueden hacer. Entonces, según los supuestos irrazonables de los darwinistas, los loros tendrían una posibilidad muy grande de evolucionar y convertirse en humanos inteligentes.
Otro animal conocido por su inteligencia es el zorro. Según la “lógica darwinista”, los cráneos de los zorros debieron haber crecido gradualmente en proporción a su calidad de discernimiento y en algún momento tuvieron que haber emprendido el camino de la evolución y pasar a ser una especie tan conciente e inteligente como los humanos. Sin embargo, eso no sucedió nunca y los zorros siempre fueron zorros.
Llama la atención ver a académicos que intentan explicar seriamente los absurdos supuestos mencionados, valiéndose para ello de términos científicos y denominaciones en latín. Independientemente del desarrollo que alcancen los monos en sus capacidades, habilidades o imitación de lo que ven, eso nunca los transformará algún día en seres humanos. Los monos siempre fueron monos y siempre permanecerán así. Por más que los evolucionistas se esfuercen por defender sus argumentos, la verdad es evidente: el ser humano no pasó a existir a través de un proceso evolutivo sino que ha sido creado por Dios con la inteligencia y conciencia que El le dio. Siempre tuvimos y tendremos las cualidades que manifestamos, cosa que nos lo evidencia la ciencia y el sentido común.
La Fábula de la Evolución Humana Está Llena de Engaños
A lo largo de la historia geológica, en el planeta han vivido más de 6000 especies de monos, la mayoría extintos. Hoy día sólo quedan 120 especies. Pero las que desaparecieron constituyen un buen recurso para los evolucionistas. Es decir, con los cráneos de las especies de monos extintas y con otros de humanos, formaron una secuencia desde pequeños a grandes y los rodearon de comentarios interesados. Mediante éste y otros métodos, durante años buscaron adherentes al evolucionismo y engañar a la gente. Pero hoy día, seguramente, están comprobando que artilugios de este tipo ya no les sirven más.
A continuación enunciamos algunas de las “evidencias” que fabricaron y usaron los materialistas para convencer al desprevenido que el escenario de la evolución humana es algo cierto.
1. El Hombre de Piltdown, descubierto por Charles Dawson en 1912 y que supuestamente tenía 500.000 años, fue presentado como una prueba contundente de la llamada evolución humana. Sin embargo, unos 40 años después del “descubrimiento del fósil”, los científicos lo reexaminaron y pusieron de manifiesto un fraude sorprendente. El cráneo pertenecía a una persona que había vivido hacía 500 años y el hueso de la mandíbula a un mono que había muerto hacía poco. Los dientes fueron implantados en el maxilar con un cierto orden. Los puntos de unión se habían rellenado dándole la apariencia de una boca humana. Y todas las piezas fueron teñidas con dicromato de potasio para darle la apariencia de algo muy antiguo.
2. Henry Fairfield Osborn, director del Museo de Historia Natural de Norteamérica, declaró en 1922 que había encontrado un molar fosilizado del Plioceno en el oeste de Nebraska, cerca de Snake Brook. Supuso que esa pieza dental tenía características comunes al ser humano y al mono y que provenía de una especie hasta el momento desconocida, a la que denominó “Hombre de Nebraska”. Distintas personas, basadas en ese solo diente, realizaron bosquejos de la cabeza y el cuerpo de su presumible dueño. ¡Pero después fue retratado incluso con su familia!
De todos modos, en 1927 se encontraron otras partes de los restos del cuerpo al que pertenecía ese diente. Entonces se supo que éste no pertenecía a un ser humano ni a un mono sino a una especie extinta de cerdo salvaje llamado Prosthennops.
3. En la India se encontró en 1932 un fósil que se supuso era testimonio del momento en que divergieron los monos de los seres humanos, cosa que habría ocurrido hace 14 millones de años. Se lo llamó Ramapitecus y se lo conoce como la falacia más grande y duradera de la teoría de la evolución. Los darwinistas lo usaron como sólida evidencia de sus puntos de vista durante 50 años. Sin embargo, un análisis pormenorizado reveló que las características dentarias del Ramapitecus eran totalmente similares a las de algunos chimpancés de la actualidad, como, por ejemplo, el Theropitecus galada, mandril que vive en Etiopía y posee incisivos y caninos pequeños en comparación con los de otros monos actuales y un rostro pequeño. Science publicó en abril de 1982 un artículo titulado “Los Humanos Pierden un Antecesor Primitivo”, en el que anuncia que el Ramapitecus se trata solamente de un orangután extinto.
4. En julio de 1984 se descubrió en Lake Turkana (Kenya) un esqueleto casi completo que obviamente era de ser humano. Se lo denominó Muchacho de Turkana, se calculó que al morir tendría 12 años y que en la adultez habría medido 1,83 metros de altura. Su estructura erecta no se diferenciaba en nada de la de los humanos de hoy día. Resultaba igual en todas sus características a los esqueletos de las personas que viven en las regiones tropicales. Richard Leakey dijo que este muchacho pasaría inadvertido en medio de una multitud de personas en la actualidad4. Debido a que fue encontrado en un estrato con una antigüedad de 1,6 millones de años, fue clasificado como otro representante de Homo Erectus. Se trata de un ejemplo típico de la interpretación tendenciosa y prejuiciosa de los fósiles por parte de los evolucionistas.
5. El antropólogo Donald Johanson descubrió en 1974 un fósil al que denominó “Lucy”. Muchos evolucionistas afirmaron que se trataba de una forma intermedia entre los humanos y los denominados antecesores homínidos. Sin embargo, otros análisis de esos restos revelaron que Lucy era solamente miembro de un grupo extinto de monos, conocido como Australopiteco. La medida del cerebro de éste es similar a la del chimpancé. Muchas otras particularidades –detalles en el cráneo, la proximidad de las cejas, los molares agudos, la estructura de la mandíbula, los brazos largos, las piernas cortas– evidencian que estas criaturas no se diferenciaban en nada de los chimpancés de hoy día. Incluso las pelvis son semejantes5.
6. Richard Leakey presentó el cráneo al que dio una antigüedad de 2,8 millones de años y que denominó KNM-ER 1470, como el mayor descubrimiento en la historia de la antropología.
Según dicho investigador, ese cráneo tenía un volumen similar al de los Australopitecos, a la vez que su rostro sería parecido al de los humanos actuales. En consecuencia, consideró que era el eslabón perdido entre los Australopitecos y los seres humanos. No obstante, poco después se comprobó que KNM-ER 1470, con su rostro humano y que apareció con frecuencia en las tapas de las revistas y periódicos científicos y de divulgación de esos temas, era el resultado de un ensamblaje incorrecto de fragmentos craneales. No se descarta que ese “error” haya sido deliberado.
Como podemos ver, no hay ningún descubrimiento que respalde, y mucho menos que confirme, la teoría de la evolución. Sólo la sostienen algunos investigadores que, aunque carecen de fundamentos científicos, creen en ella ciegamente. Es gente así la que recurre a construcciones engañosas e interpretaciones prejuiciosas y que también quiere que otros las acepten. Todas las noticias e ilustraciones acerca de los llamados “antecesores de los humanos” son simples inventos. Las evidencias sólidas han demolido la fábula de la evolución humana.
En las páginas que siguen daremos ejemplos de cráneos fosilizados que invalidan la teoría de la evolución. Se trata de las pruebas de que las criaturas vivientes nunca han cambiado a lo largo de la historia, que ninguna existencia se transformó en otra distinta y que cada especie siempre fue la misma, con las mismas características desde que aparecieron en el planeta.
También pondremos de manifiesto el atolladero en el que se encuentra el pensamiento evolucionista y lo ilógico del mismo. Por ejemplo, los darwinistas afirman que las especies mejoraron a través de cambios continuos. Pero, ¿cómo explican la regularidad permanente que se ve en las criaturas vivientes? La teoría de la evolución, que afirma que los humanos descienden de los monos, debería explicar porqué otras especies no pasaron por un proceso de transformación similar al que, ellos imaginan, experimentaron los monos.
Los darwinistas no pueden decirnos porqué los osos no decidieron convertirse en bípedos o porqué un zorro no se convirtió en un profesor experimentado por medio del desarrollo de su inteligencia o porqué un panda no se convirtió en un pintor creador de grandiosas obras de arte. La idea de la evolución ha sido expresada con una “lógica” y ejemplos que lo único que hacen es exponer la inconcebible irracionalidad del darwinismo, que hasta los niños pueden rechazar con facilidad. El evolucionismo se presenta como una teoría científica pero en realidad es una ideología disparatada e increíble.
Como verán, el darwinismo es el mayor escándalo en la historia de las ideas, pues se fundamenta totalmente en mentiras, en fraudes y en afirmaciones ilógicas y absurdas.
1. Richard E. Leakey, La Formación de la Humanidad , Londres: Joseph Limited, 1981, p. 43.
2. William R. Fix, El Mercachifle de Huesos, New York: Mcmillan Pub. Com., 1984, pp 150-153.
3. Marvin Lubenow, Bones of Contention, Grands Rapids, Ml:Baker, 1922, p. 136.
4. Idem, p. 83.
5. Richard Allan y Tracey Greenwood, “Los Primates y la Evolución Humana” en el libro de texto de biología de primer año de la universidad, 1999, Cuaderno de investigaciones y de actividades estudiantiles. (“Biozone Internacional”, impreso en Nueva Zelanda), p. 260.