DEl darwinismo es el peligroso denominador común de muchas ideologías, corrientes intelectuales y sistemas sociales, que de alguna manera se han mantenido vigentes hasta hoy día. Lo notable es que resulta un fundamento compartido por formas de pensar supuestamente opuestas. Ha jugado un papel importante en la constitución y expansión del nazismo, del fascismo y del comunismo; en la justificación de diversas masacres; en el supuesto “basamento científico” del capitalismo desenfrenado. Además, fue aclamado majestuosamente y favorecido enormemente en la Inglaterra y Norteamérica Victorianas en particular, por el sustento que brindó a los amos de entonces, conocidos como “los barones ladrones”.
Según la cruel moral socialdarwinista, al pobre y necesitado no hay que brindarle ningún tipo de ayuda.
En coherencia con los criterios del socialdarwinismo, sojuzgaron, explotaron e incluso eliminaron a los más débiles de las maneras más salvajes. Esa forma de proceder llevó a que en el mundo de los negocios, las empresas de mayor desarrollo se devoren a las demás, lo que se resume hoy día en la expresión “el pez grande se come al chico”.
En el siglo XX tuvimos dos modelos económicos principales.
Por un lado el socialista, asentado en la propiedad estatal y en la economía planificada, el cual ha fracasado en donde fue aplicado.
Por otro lado el liberal, basado en la propiedad privada y la operatoria comercial sin trabas, que no produce buenos resultados para todos: el pobre permanece siempre pobre y se incrementan las situaciones de injusticia social. Para evitar ésto se necesitan dos cosas: 1) La ayuda del estado a los desamparados y desempleados; 2) que la sociedad en su conjunto haga suyos los valores de la moral religiosa, los que incluyen la solidaridad y la cooperación.
Este segundo requisito es particularmente importante porque, de hacerse efectivo, asegura el cumplimiento del primero. En otras palabras, si las comunidades dan la suficiente importancia a las virtudes morales religiosas, en el plano de lo económico no se puede desconocer la justicia social y la necesidad de que la bonanza material alcance a todos. En consecuencia, parte del capital circulante debería ser destinado a distintos tipos de programas de bienestar social. (Este es, justamente, el modelo revelado por Dios en el Corán. En el Islam se admite la propiedad privada y se establece que los propietarios deben invertir parte de su ganancia en la asistencia social).
Las personas maltratadas que enfrentan la pobreza y el hambre debido a las guerras, merecen la ayuda de los pudientes. Sin embargo, la moral socialdarwinista no alienta a nadie que ayude o socorra al necesitado.
Pero si eso no ocurre, la economía liberal degenera en capitalismo salvaje y entonces los desamparados son oprimidos, carecen de todo tipo de ayuda y la injusticia social deja de ser un problema a resolver para transformarse en “el estado natural de los asuntos”.
¿Qué es lo que lleva a esa degeneración? Como veremos más adelante, esa transformación se produce al abrevar el capitalismo en el socialdarwinismo.
Los primeros en elevar a la práctica socioeconómica los postulados darwinistas fueron los norteamericanos conocidos como “los barones ladrones”, quienes entendieron que la supuesta “supervivencia del más apto” les daba luz verde para el comportamiento brutal en el campo laboral y social 18. La resultante de ello fue la competencia comercial cruenta, que podía terminar tranquilamente en el asesinato. El único objetivo que pasaba a existir era acumular cada vez más dinero y poder. Al entrar el darwinismo a la economía, se arruinaron millones de vidas, los salarios se deprimieron a niveles increíbles, empeoraron las condiciones laborales y se prolongaron las jornadas de trabajo. La carencia de todo tipo de seguridad llevó al incremento de operarios enfermos, accidentados y muertos.
A la luz de los conceptos socialdarwinistas, las condiciones de trabajo penosas, los bajos salarios, las jornadas de labor extendidas y la falta de todo tipo de seguridad en los lugares de empleo, son cosas correctas, a pesar de que conducen a enfermedades, accidentes o la muerte.
La revolución industrial, que se inició en Gran Bretaña, llevó a que se expandiese rápidamente por el mundo el montaje de fábricas y maquinarias para beneficio principalmente de los ingleses. Los accidentes laborales ―pérdida de dedos, pérdida de miembros, ceguera, sordera, intoxicación, envenenamiento, pérdida de la vida― eran frecuentes debido a la desidia de los dueños. Se ha determinado que en el primer decenio de 1900 un millón de trabajadores sufrieron serias incapacidades, enfermedades o la muerte, debido al tipo de instalaciones fabriles19.
Resultaba algo normal que alguien que pasase toda su vida en una fábrica sufriera algún tipo de accidente físico importante. Por ejemplo, trabajadores que fabricaban sombreros de alas rígidas sufrieron envenenamiento con mercurio y casi todos los obreros que operaban con pintura radioactiva (llamada pintura fluorescente) terminaron con cáncer20.
Aunque los empleadores eran totalmente concientes de las malas condiciones laborales y a lo que conducían, no tomaron ninguna medida para evitar los accidentes y mejorar la situación. Muchas acerías tenían jornadas de trabajo de 12 horas corridas en ambientes con temperaturas entre 40ºC y 50ºC (117ºF), con salarios muy bajos21. El presidente norteamericano Benjamín Harrison resumió esas condiciones inhumanas al decir que el operario medio norteamericano enfrentaba los mismos riesgos que un soldado en la guerra22.
Algunos empresarios capitalistas no le daban ninguna importancia a la vida del prójimo y la consideraban desechable, luego, por supuesto, de sacarle el beneficio correspondiente. Muestra de ello es la cantidad de empleados que murieron sólo en el tendido de las vías férreas debido a ese criterio23. Uno de los ejemplos más conspicuos de esa absoluta falta de consideración por el destino de los demás, lo suministra el capitalista J. P. Morgan, quien compró cinco mil rifles defectuosos a $ 3,50 cada uno y los vendió al ejército estadounidense a $ 22.- cada uno. Es decir, lo único que le importó fue el negocio que hacía, despreciando totalmente la vida de los soldados de su propio país que los empuñarían. Estos terminaron con el dedo desecho y demandaron a Morgan pero no tuvieron suerte porque en aquella época los tribunales favorecían normalmente a los “barones ladrones”25.
En las fábricas y otros centros de trabajo del siglo XIX, se impusieron las prácticas socialdarwinistas y capitalistas en sus variantes más salvajes. Los empleadores consideraban que la vida de los operarios carecía de valor y sólo pensaban en acumular riquezas.
Otro ejemplo de trato inmisericorde lo dio un patrón al que se le pidió que construyese un cobertor protector para sus obreros y respondió “la mano de obra cuesta menos que esas estructuras”26.
Se puede discernir claramente la influencia del darwinismo en el origen de todas esas crueldades. Una visión que considera a los seres humanos una especie de animal, a algunos más desarrollados que otros y a la vida un campo de batalla en el que prevalece el poderoso, necesariamente conduce a la bestialidad, a la impiedad, a la falta de compasión y a la opresión.
En el siglo XIX no se tenía lástima ni a los chicos, quienes eran forzados a trabajar muchas horas por día, hasta quedar extenuados.
La mayoría de los empresarios que apoyaron el capitalismo desenfrenado, fueron educados como creyentes en Dios. Después, debido a la influencia del darwinismo y sus falsedades, abandonaron sus creencias, justificaron y promovieron la competencia inmisericorde en función de acumular dinero y repudiaron todo tipo de altruismo. Por ejemplo, el ya mencionado Carnegie, prominente figura de la industria del acero del siglo XIX, había sido un devoto cristiano. Pero luego, como describe en su autobiografía, él y muchos de sus amigos adhirieron a las falsedades evolucionistas.
Creía que la lucha despiadada era una ley de la vida y desarrolló una filosofía en función de la misma. Llegó a sostener que aunque la rivalidad sin contemplaciones perjudicaba a algunos, era lo mejor para la “raza”, en general, porque aseguraba la superioridad del más apto en cada sector27.
En un momento dado Carnegie se reunió en la casa de un profesor de la Universidad de New York28 con una serie de personas “elegidas” ―entre las que se contaban Herbert Spencer, seguidor de Darwin, e importantísimas figuras del socialdarwinismo―, denominadas “libre- pensadores” y que decían buscar una “religión humana original”. Los presentes adoptaron los pensamientos retorcidos de Spencer y Darwin, posiblemente sin percatarse del atolladero en el que metían a la sociedad.
Richard Milner, antropólogo del Museo de Historia Natural de los EE. UU. y autor de La Enciclopedia del Evolucionismo, describe el proceso que los llevó a esa situación:
Carnegie, a poco de emerger en el mundo de los negocios, se convirtió en un magnate industrial desalmado, poderoso, destructor de cualquiera que considerase competencia y explotador del prójimo y del planeta. El socialdarwinismo le valía de justificación filosófica de todo lo que hacía. Sostenía que la lucha entre empresarios, incluida la espuria, brindaba un servicio a la humanidad pues eliminaba a los más débiles y quienes sobrevivían, que eran los aptos, merecían la posición obtenida29.
Pero se equivocaba. Lo natural y correcto es que la gente trabaje para conseguir los medios que le permitan llevar una vida digna. Resulta completamente inaceptable que para acrecentar los beneficios se dañe o haga padecer a otros, que se oprima al débil. Dios ha ordenado la honestidad en las relaciones comerciales y otras esferas de la vida, así como proteger los derechos del desposeído. Es una mentira enorme hacer creer que la opresión y/o eliminación del necesitado conduce a la formación de una sociedad más pujante.
Carnegie se valió siempre en sus conversaciones, conferencias y escritos, en los últimos años de vida, de expresiones darwinistas. Dice Joseph F. Wall en su libro Andrew Carnegie:
Andrew Carnegie
Carnegie aludía permanentemente al credo socialdarwinista no sólo en sus artículos y libros sino también en su correspondencia particular con otros empresarios. Tanto cuando escribía como cuando hablaba, recurría con gran facilidad a expresiones del tipo “supervivencia del más apto”, “mejora racial” y “lucha por la existencia”. Entendía que el ámbito de los negocios era la arena de una lucha inmisericorde…30.
Otro de los que aceptaron las sugerencias darwinistas fue el conocido industrial norteamericano John D. Rockefeller, quien dijo: “el gran desarrollo de una empresa se basa, simplemente, en la supervivencia del más apto… es la forma en que opera una ley natural…”31.
Uno de los más claros ejemplos del efecto del darwinismo en el mundo empresarial lo brinda Spencer al hacer un viaje a los EE. UU., que Richard Hofstadter describe en El Socialdarwinismo en el Pensamiento Norteamericano:
Independientemente de la apreciación imperfecta por parte de los invitados, de las sutilezas de las ideas de Spencer, el banquete mostraba cuán popular se había vuelto en los EE. UU. Ya en el muelle y esperando embarcarse para retornar a Inglaterra, tomó las manos de Carnegie y Youmans y exclamó a los reporteros: “Estos son mis dos mejores amigos norteamericanos”. Se trataba de una actitud cordial poco común en él. Lo que sucedía era que simbolizaba la armonía de la nueva ciencia (el socialdarwinismo) con la perspectiva propia de las ideas, manejos y costumbres de los hombres de negocios32.
John D. Rockefeller
Una de las razones por las que ese tipo de capitalistas adopta el socialdarwinismo, es que los absuelve de cualquier responsabilidad por el destino del pobre, cosa que no sucede en las sociedades donde prevalecen, por uno u otro motivo, criterios propios de la moral religiosa. El escritor de temas científicos Isaac Asimov comenta en La Puerta de Oro: Los Estados Unidos de 1876 a 1918, las realidades brutales del socialdarwinismo:
Spencer acuñó la expresión “supervivencia del más apto” y en 1884 sostuvo, por ejemplo, que había que dejar que los desempleados o quienes resultaban una carga para la sociedad, se mueran en vez de ayudarlos. Es decir, aparentemente habría que extirpar (de la comunidad) los individuos ineptos y consolidar la raza (con los mejores). Se trata de una filosofía horrible que puede ser usada para justificar los peores impulsos de nuestra especie33.
Quienes implementaron el capitalismo salvaje se apoyaron mutuamente. Por ejemplo, William Graham Sumner sublimó el papel de los millonarios al decir que eran “los mejores individuos de la sociedad”. Asimismo, sostuvo, sin ningún fundamento valedero, que merecían privilegios especiales y que eran “naturalmente seleccionados en la severa prueba de la competencia”34. En un artículo aparecido en el periódico The Humanist sobre el socialdarwinismo, el profesor de filosofía Stephen Asma describe el apoyo de Spencer a los capitalistas:
Spencer echó a rodar el criterio de supervivencia del más apto y Darwin lo hizo suyo en las últimas ediciones de El Origen de las Especies… Según Spencer y sus discípulos norteamericanos, entre los que se cuentan personajes como John D. Rockefeller y Andrew Carnegie, la cuestión es así: la jerarquía social refleja con contundencia las leyes universales de la naturaleza; éstas hacen que el fuerte sobreviva y el débil perezca; las estructuras socioeconómicas que perduran son, entonces, “las más eficaces” y superiores…35.
Como ya hemos remarcado, los valores morales y su preservación representan el elemento principal del progreso social. En las comunidades en donde el sentimiento de cooperación y solidaridad es intenso, en donde las personas se tratan con compasión y respeto, las dificultades económicas pueden ser rápidamente superadas con un espíritu de cuerpo. Pero cuando lo que reina es el antagonismo disgregador, los individuos se ven imbuidos de una rivalidad mortal y dan rienda suelta a efectos muy destructivos aunque se presente la bonanza económica. En consecuencia, para lograr un ambiente en el que se pueda gozar de seguridad psicológica antes que económica, es necesario implementar soluciones que eleven la calidad de vida y el bienestar. Obviamente, esto sólo puede ocurrir mediante la implementación práctica de los valores morales religiosos: todas las ideologías o sistemas incompatibles con ello, nunca pueden proveer una paz y seguridad duraderas al conjunto de la sociedad.
Quienes de vosotros gocen del favor (divino) y de una vida acomodada, que no juren que no darán más a los parientes, a los pobres y a los que han emigrado por Dios. Que perdonen y se muestren indulgentes. ¿Es que no queréis que Dios os perdone?... (Corán, 24:22).
Los recursos del planeta alcanzan para todos si los usamos de manera racional y con cautela. En muchas partes del mundo se tira el alimento, mientras que en otras la gente se muere de hambre. Para que la justicia social alcance a todos, es necesario erradicar completamente la mentalidad socialdarwinista.
Desde el siglo XIX en adelante, los capitalistas darwinistas sostienen que el derecho a una vida plena sólo lo tienen los ricos y poderosos, en tanto que muchos de los demás (pobres, débiles, inválidos, enfermos, etc.) resultan “cargas inútiles”. Quienes piensan así, ven como absolutamente normal oprimir, explotar, intimidar, aterrorizar, dañar e incluso asesinar a otros en pos de sus objetivos, pues no reconocen ningún tipo de límites a la inhumanidad o actividades ilícitas al entender que tales acciones son “compatibles con las leyes de la naturaleza”.
En donde esos criterios se enraízan, la brecha entre ricos y pobres, con la injusticia que lleva aparejada, aumenta en progresión geométrica. Esta situación también se da entre países: en tanto los de occidente gozan de un nivel de vida relativamente creciente, en los llamados del Tercer Mundo, muchos mueren por inanición y abandono. Por supuesto, si los recursos del planeta fuesen usados de manera solidaria, hay suficientes para proveer a las necesidades de todos los hambrientos y desamparados.
EL SIGLO XIX
Imagen de Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo XIX. Mientras parte de la ciudadanía gozaba de riquezas y bienestar, otra vivía en la pobreza.
Para que ello suceda, es imprescindible reemplazar la influencia intelectual global del darwinismo por los valores morales coránicos. Entonces, las situaciones de menoscabo a las personas se superarán naturalmente.
La ética religiosa promueve el amparo, la compasión, la cooperación mutua, la solidaridad y el compartir, frente a la competencia despiadada y la opresión del pobre, propias del materialismo. Por ejemplo, nuestro Profeta (quiera Dios bendecirle y concederle paz) dice en una tradición: “No es creyente, en todo el sentido del término, quien come hasta hartarse cuando su vecino pasa hambre”36. Estas sabias palabras son una de las tantas manifestaciones para señalar la compasión y el afecto de los que deben estar compenetrados los musulmanes.
EL SIGLO XX
Nada cambió, a pesar de que han transcurrido cien años, aunque hay recursos suficientes para que todos vivan confortablemente. Para lograr esto es necesario que el altruismo, la cooperación y la solidaridad, pregonados por los valores morales religiosos, sean aceptados por la mayoría de las personas.
Dios ordena la clemencia, el cariño y el altruismo en muchos de sus versículos coránicos, a la vez que da ejemplos del comportamiento moral apropiado. El socialdarwinismo alienta a que el rico use a los pobres como peldaños de una escalera para trepar, en tanto que el Islam ordena protegerlos:
Te preguntan qué deben gastar (en limosnas). Di: “Los bienes que gastéis, que sean para los padres, los parientes más cercanos, los huérfanos, los necesitados y el viajero (es decir, el seguidor de la causa de Dios)” (Corán, 2:215)
…“¡Comed de ellas y alimentad al desgraciado, al pobre!” (Corán, 22:28)
parte de cuyos bienes es de derecho para el mendigo y el indigente, (Corán, 70:25-25)
Por mucho amor que tuvieran al alimento, se lo daban al pobre, al huérfano y al cautivo: “Os damos de comer sólo por agradar a Dios. No queremos de vosotros retribución ni gratitud. Tememos, de nuestro Señor, un día terrible, calamitoso (es decir, el Día del Juicio)”
(Corán, 76:8-10)
Dios advierte también que los que no ayudan al pobre y al débil recibirán como recompensa el Infierno:
“… ¡Sujetadle, luego, a una cadena de setenta codos!”. No creía en Dios, el Grandioso, ni animaba a dar de comer al pobre. Hoy no tiene aquí amigo ferviente, (Corán, 69:32-35)
No debe olvidarse que es Dios Todopoderoso, Señor del Universo, Quien da a cada uno lo que El quiere. La persona que cree que se enriquece por sí misma a través de la brutalidad, no sabe que es Dios Quien le permite obtener lo que desea, como una manera de probarla:
Por lo tanto, depende de nosotros el usar o no, de la mejor manera, Sus bendiciones, con el objeto de ganar Su aprobación. El verdadero creyente debe saber que todo lo que Dios le da o permite que le suceda, en un grado que El determina, es una bendición Suya en función de Su prueba, por la que pasamos todos.
18. Matthew Josephson, The Robber Barons, New York, Harcourt and Brace, 1934
19. Robert Hunter, Poverty, New York: Torchbooks, 1965
20. Jeanne Stellman, Susan Daum, Work is Dangerous to Your Health, New York, Random House Vintage Books, 1973
21. Otto Bettmann, The Good Old Days! They Were Terrible!, New York, Random House, 1974, s. 68
22. Otto Bettmann, The Good Old Days! They Were Terrible!, s. 70
23. Howard Zinn, A People’s History of the United States, New York, Harper Collins, 1999, s. 255
24. Howard Zinn, A People’s History of the United States, s. 255
25. Otto Bettmann, The Good Old Days! They Were Terrible!, s. 71
26. Otto Bettmann, The Good Old Days! They Were Terrible!, s.71
27. Kenneth Hsu, The Great Dying; Cosmic Catastrophe, Dinosaurs and the Theory of Evolution., New Yokr, Harcourt, Brace, Jovanovich, 1986, s. 10
28. Joseph F Wall, Andrew Carnegie, New York, Oxford University Press, 1970, s. 364
29. Richard Milner, Encyclopedia of Evolution: Humanity's Search for Its Origin, New York, Facts on File, 1990, s. 72
30. Joseph F Wall, Andrew Carnegie, s.389
31. William Ghent, Our Benevolent Feudalism, New York, Macmillan, 1902, s. 29
32. Richard Hofstadtler, Social Darwinism in American Thought, s. 49
33. Isaac Asimov, The Golden Door: The United States from 1876 to 1918, Boston, Houston Mifflin Company, 1977, s.94
34. Richard Milner, Encyclopedia of Evolution, 1990, s.412
35. Stephen T. Asma, “The New Social Darwinism: Deserving Your Destitution.”, The Humanist, 1993, 53(5), s. 11
36. Ibn Ebi Şeybe, Kitabü'l-İman (neşr:el-bani) s.33; El-Bânî, Silsiletü’l-ehâdisis’sahîha, I, 69-71; Hakim ve Beyhaki, 250, H.no:190.