NInmediatamente después de la publicación de El Origen de las Especies y de La Descendencia del Hombre, muchos evolucionistas comenzaron a especular que si la apariencia y funcionamiento de nuestros cuerpos son el producto de un proceso evolutivo, también lo eran los atributos del espíritu humano, como ser las emociones, los juicios y las ideas. Aunque incapaces de explicar cómo pasaron a existir las estructuras biológicas, empezaron a inventar escenarios de una supuesta “evolución del alma humana”.
E. O. Wilson y su libro Sociobiología: Una Nueva Síntesis.
Darwin presume en La Descendencia del Hombre que en el futuro el evolucionismo constituirá el fundamento de la psicología:
Creo que en un futuro distante se abrirán campos para investigaciones más importantes. La psicología tendrá un fundamento nuevo, es decir, se basará en la adquisición gradual de cada capacidad y facultad mental. Se arrojará luz sobre el origen del hombre y su historia181.
La primera iniciativa abarcadora que considera el origen de los comportamientos humano y animal en términos evolutivos, proviene del entomólogo Edward O. Wilson de la Universidad de Harvard. A pesar de que su propuesta resultó un fiasco total, pasó a ser conocida como “sociobiología”.
En su libro Sociobiología: la Nueva Síntesis, publicado en 1975, sostiene que el comportamiento animal posee un fundamento estrictamente biológico. Al apoyarse erróneamente en el evolucionismo biológico, pensó que había genes específicos que lo controlaban. Su campo de experiencia efectivo fue el de los insectos, de los cuales se ocupa en los primeros veintiséis capítulos. En el capítulo veintisiete intenta adaptar todas sus suposiciones al ser humano. En la publicación que hace en 1978, Naturaleza Humana, repite sus especulaciones y considera que los responsables del odio, de la agresividad, de la xenofobia, de la homosexualidad, de la amistad y de otras características, distintas en hombres y mujeres, son genes específicos. Por supuesto, nada de lo barruntado pasó más allá de la presunción, al carecer de un respaldo científico. En cambio, lo que sí ponía en evidencia la ciencia, era que dichas ideas carecían de toda veracidad.
Otra suposición de Wilson fue que los seres vivientes no son más que portadores de genes y que su responsabilidad más importante es transmitirlos a la generación siguiente. Es decir, consideraba que el evolucionismo, en realidad, es la evolución de los genes:
En un sentido darwinista, el organismo no vive por sí mismo. Su función primaria no es, ni siquiera, la reproducción (de una especie) sino la de genes y ser su transportador temporal. Cada organismo generado a través de la relación sexual es un subconjunto único de todos los genes que constituyen la especie. La selección natural es el proceso por medio del cual ciertos genes aumentan su representación en las generaciones siguientes, respecto a las de otros ubicados en la misma posición en el cromosoma… Pero el organismo individual sólo es su vehículo, parte de un ingenio elaborado para preservarlos y diseminarlos con la mínima perturbación bioquímica posible. El conocido aforismo de Samuel Butler de que la gallina es sólo la manera en que un huevo puede hacer otro huevo, se ha modernizado: el organismo es solamente la manera en que el ADN produce más ADN182.
Las creencias de este entomólogo son sólo el resultado de preconceptos, al punto que hasta entre los participantes de la corriente de pensamiento evolucionista hay gente que lo critica. Uno de ellos fue Stephen Jay Gould:
Pero Wilson hace conjeturas más contundentes. El capítulo veintisiete... es, antes que nada, una especulación proyectada sobre la existencia de genes (que determinarían) rasgos específicos y variables de los diferentes comportamientos de hombres y mujeres en la sociedad occidental, entre los que se incluyen la agresividad, la xenofobia, el rencor, la conformidad, la homosexualidad y otros183.
La especulación evolucionista respecto al comportamiento humano que comenzó con Wilson, alcanzó la cumbre de lo ilógico en el zoólogo Richard Dawkins.
Como resultado de todos los disparates acerca de los genes, inventados por la sociobiología y su proyección, la psicología evolutiva, Richard Dawkins presentó y popularizó la mentira del “gen egoísta”.
Sostuvo que el objetivo más importante de lo viviente es la supervivencia y reproducción, es decir, proteger sus genes y pasarlos a la generación siguiente.
Los genes son estructuras inanimadas constituidas por átomos y desprovistos de inteligencia. Es absurdo referirse a ellos como entidades concientes que toman decisiones y producen algún tipo de selección. De todos modos, la psicología evolutiva se cimienta en tales criterios ilógicos.
La violencia y la agresión no son un legado heredado de los supuestos ancestros del ser humano ―es decir, de los animales― y codificado en nuestros genes. Sí pueden ser el resultado de una moral defectuosa que surge de la irreligiosidad y de la falta de conciencia.
Para la conjetura evolucionista, substancias químicas inanimadas se autoorganizaron y establecieron, en un momento determinado, un sistema en función del ADN capaz de autorreproducirse. El primer organismo que habría emergido de este imaginario caldo químico, fue un gen, con el único propósito de multiplicarse. De alguna manera, “decidió” hacerlo y así aparecieron otros nuevos. Debido a errores durante ese proceso de réplica, en algunos se presentaron características distintas. Más tarde, ese material genético “aprendió”, de alguna manera, cómo constituir cuerpos distintos, con lo que la réplica se tornó más efectiva. En consecuencia, los genes que codificaron mejores estructuras u organismos se reprodujeron más convenientemente que otros. Los evolucionistas sostienen que la resultante de ello ―aunque no pueden explicar “cómo” ni “porqué”― fueron cuerpos que se desarrollaron gradualmente, en términos de formas y funciones. Este relato increíble constituye una de las suposiciones elementales del darwinismo moderno. Los evolucionistas saben perfectamente que es imposible que el cuerpo humano, los órganos del mismo, las células que les dan forma o el más insignificante componente de la célula, se hayan autocreado.
Sin embargo, Dawkins toma este mito como su punto de partida y asevera que los genes “compiten” entre ellos. De eso se ocupa en su libro El Gen Egoísta:
Nosotros somos máquinas de supervivencia, artificios robóticos, programados de una manera difícil de entender, para preservar las moléculas egoístas conocidas como genes. Esta es una realidad que aún me llena de asombro. Aunque ésto lo sé desde hace años, nunca lo empleé plenamente. Una de mis esperanzas es tener éxito en conseguir que otros se asombren… 184.
En función de la ilógica imaginación de Dawkins, no somos más que robots portadores de genes. La única razón por la que existiríamos es para multiplicarlos, respaldarlos en su competencia con otros y pasarlos a la generación siguiente. Es evidente que este criterio, que desconoce la existencia del alma humana y considera que sólo somos un ingenio mecánico, carece de fundamentos valederos.
De cualquier manera, la mayoría de los evolucionistas han apoyado esta teoría anticientífica en su intento de inventar una explicación materialista de la vida. Wilson sostiene en su libro Naturaleza Humana que hemos adquirido importancia y un propósito sólo a través de los genes:
…ninguna especie, incluida la nuestra, posee un propósito más allá del imperativo creado por su propia historia genética (es decir, la evolutiva)… Las especies carecen de un objetivo exterior a su propia naturaleza biológica185.
En concordancia con la creencia materialista antedicha, carente de fundamento científico, si la continuación de la existencia de los genes es el único objetivo, entonces cada ser humano debería ser, en interés de los suyos, lo más egoísta y despiadado posible para protegerlos de la mejor manera, porque Dawkins y sus seguidores sostienen que “el más egoísta” triunfará en la competencia por una reproducción más amplia. El antes nombrado resume así este absurdo punto de vista darwinista:
La naturaleza no consiste solamente en una lucha a muerte de todos contra todos. Muchos seres vivientes exhiben comportamientos altruistas tanto hacia su descendencia como hacia otros.
Nosotros y todos los otros animales, somos máquinas creadas por nuestros genes. Al igual que los gangsters exitosos de Chicago, han sobrevivido, en algunos casos, durante millones de años, en un mundo altamente competitivo. Esto nos da derecho a expresar que poseen ciertas cualidades. Sostengo que el gen, para triunfar, tiene que poseer la aptitud del egoísmo y una rudeza suficiente. Aunque por lo general producirá un ser humano egoísta, existen circunstancias especiales, como veremos, en las que puede lograr sus más elevados objetivos mezquinos alentando una forma de altruismo limitado a nivel animal individual. “Especial” y limitado” son dos términos importantes en la oración anterior. Por más que quisiésemos creer otra cosa, el amor universal y la buenaventura de la especie, como parte de toda su existencia, son conceptos que, simplemente, carecen de sentido evolutivo186.
En el hilo de lo que sostiene Dawkins, como dijimos, si los genes humanos son egoístas, así lo serán sus portadores. En consecuencia, se puede esperar que los “robots egoístas” recurran a cualquier tipo de medida para proteger y preservar sus genes. Ya no hay ninguna razón que impida el asesinato, el robo o la violación. No es dable esperar que “máquinas egoístas” obedezcan una ley moral o se comporten de manera ética. Bajo estas circunstancias, asesinar a una persona no es un crimen ni algo inmoral, sino una compulsión genética en defensa de los intereses propios. A genes egoístas corresponderían, entonces, comportamientos egoístas. Los puntos de vista de Dawkins respecto a los seres humanos son especialmente peligrosos e implican la dispersión (o anulación) de la moral en la sociedad.
Insistimos, una vez más, que la idea de gen egoísta es ilógica y desatinada, puesto que Dawkins y otros lo describen como entidad con conciencia y voluntad. Pero los genes son cadenas de ADN, las cuales toman la forma de escaleras helicoidales, constituidas por ácidos nucleicos que se mantienen unidos por medio de cordones de azúcar y fosfato. El ADN, al igual que el H2O (agua) o el H2SO4 (ácido sulfúrico), son moléculas. De la misma manera que no podemos hablar de “agua egoísta” o “ácido sulfúrico celoso”, tampoco es posible hablar de “genes egoístas”.
Los evolucionistas dicen que los seres humanos somos una conjunto de materia y le quieren adscribir, de alguna forma, acopio de intelecto. Este intento exhibe el grado de incoherencia de la teoría de la evolución. El darwinismo sostiene, hoy día, que las moléculas poseen razón y conciencia, al igual que los átomos inanimados que las formaron: se trata de un nuevo paganismo que reemplaza al de atribuirle razón y conciencia a los ídolos de piedra y madera.
Según la teoría de la evolución, en la naturaleza hay una lucha a muerte y sólo sobrevive el fuerte. Sin embargo, es de observar que los seres vivientes, por lo general, se ayudan mutuamente, se sacrifican unos por otros e incluso arriesgan sus vidas para beneficio de terceros. Con el objeto de explicar esto, que contradice totalmente los presupuestos básicos de la teoría mencionada, Wilson propuso una serie de hipótesis sin fundamento que pasaron a constituir los cimientos de la sociobiología. En sus argumentaciones tomó como premisa otro engaño, pues recurrió a la “selección de linaje” de W. D. Hamilton, la cual dice que lo viviente protege al joven u otro miembro de su grupo a través de un comportamiento altruista, porque de esa manera protege sus propios “genes egoístas”. Puesto que el objetivo es pasarlos a las generaciones siguientes, la defensa que hace la madre de su cría, aún a costa de su vida, es en realidad la defensa de sus propios genes. En otras palabras, ¡el egoísmo se sustenta en el autosacrificio!
Las madres se sacrifican por sus hijos pero no para proteger sus genes, como nos quieren hacer creer los evolucionistas, sino debido a los sentimientos de amor, cariño y amparo.
¡La sinrazón es evidente! Primero y antes que nada, ningún animal posee conciencia de sus propios genes y por lo tanto no puede sentirse motivado a ampararlos. Tampoco puede saber que están presentes en su descendencia o parientes para arriesgar su vida por ellos. Es imposible que los genes ―una cadena de moléculas inconscientes― dirijan a un ser vivo de esta manera.
Además, en la naturaleza hay muchos ejemplos de animales que asisten a otros que, precisamente, no tienen sus mismos genes. Los evolucionistas no pueden explicar esto por todo lo antedicho.
Tampoco pueden salir del aprieto en el que se colocan al suponer que el impulso que lleva a la protección de la cría está codificado en la estructura genética de lo viviente, porque entonces se plantea de qué manera se produjo esa codificación por primera vez. La teoría de la evolución no puede explicar siquiera cómo habría pasado a existir un solo gen a través de las casualidades, por lo que le resulta imposible explicar de qué manera, también por casualidad, pudo codificar una información. Cada elemento de información codificado en el gen es creación de Dios, el Señor del conocimiento y sabiduría infinitos.
Los sociobiólogos pretenden aplicar la misma suposición del comportamiento altruista de los animales a los seres humanos. En otras palabras, según ellos, cuando una madre, sin vacilar, protege a su hijo de un peligro, sólo estaría protegiendo sus propios genes. Los darwinistas, al desconocer que cualidades como la del sacrificio pertenecen al alma humana, intentan explicarlas en términos de evolución, sin basarse en evidencia científica alguna. Al apoyarse en su presunción ilógica, hacen caso omiso de la conciencia, de los escrúpulos humanos, del alma, de nuestras capacidades para juzgar y razonar, para distinguir lo correcto de lo erróneo. La madre se sacrifica por el hijo porque lo ama, porque está imbuida de afecto y compasión por él, porque lo ve débil y asume la responsabilidad de protegerlo. Cuando su pequeño sufre algún dolor está dispuesta a hacer lo que haga falta para que no padezca más. Se trata de atributos que un robot o una “máquina portadora de genes” ―tan querida por los evolucionistas― no pueden poseer nunca.
Ciertamente, los darwinistas son conscientes que lo que sostienen nunca puede dar razón de las peculiaridades del alma humana. El evolucionista Robert Wallace dice en su libro El Factor Génesis:
No creo que el ser humano sea, meramente, un egoísta inteligente conducido genéticamente para atender su reproducción. Es eso… (pero) obviamente es mucho más. La evidencia al respecto es simple y abundante. Sólo hace falta escuchar Canon en Re mayor de Johann Pachelbel para saber que el alma humana posee una profundidad insondable187.
Wallace subraya un punto especialmente importante. De acuerdo a los evolucionistas, no somos más que una máquina portadora de genes. Por lo tanto, es imposible que le guste la música, ver o producir una película, leer o escribir libros, aprender de lo leído o intercambiar ideas. Somos, claramente, distintos de como nos retratan los evolucionistas: cada uno de nosotros lo puede constatar. Las conjeturas anticientíficas de esta gente, nunca pueden explicar de qué manera pasaron a existir los seres humanos y cuál es el origen de características específicas, como la meditación profunda o los sentimientos de emoción y goce.
LA MATANZA DE BEBES: UNA BARBARIDAD QUE TIENE
EL APOYO DE LA PSICOLOGIA EVOLUTIVA
Los periódicos informaron en 1996-1997 dos casos espantosos de matanza de bebés. En el primero, dos estudiantes de 18 años llevaron a un chico de la calle a la habitación de un hotel, lo mataron y arrojaron su cuerpo en un gran contenedor de basura. En el segundo, una joven de 18 años, en una escuela de danzas, se retiró del aula, dio a luz una criatura en el baño, puso al bebé muerto en un basurero y volvió a la sala de baile. Ambos casos finalizaron con la acusación de asesinato.
Si bien la mayoría de la gente consideró que esos hechos se vinculaban al colapso moral o a la perturbación mental, el profesor de psicología del Instituto de Tecnología de Massachussets, Steven Pinker, ofreció una explicación espeluznante: la compulsión genética. En un artículo publicado en el New York Times sostuvo que matar a un bebé recién nacido no es índice de enfermedad mental porque se trata de una práctica aceptada por muchas culturas a lo largo de la historia:
Matar un bebé es un acto inmoral y a menudo expresamos nuestra profunda indignación diciendo que esa inmoralidad es un enfermedad. Pero las acciones humanas normales no siempre son morales y el neonaticidio no tiene que ser producto de un funcionamiento neural defectuoso o de una crianza equivocada(1).
La parte más llamativa de lo citado es “Pero las acciones humanas normales no siempre son morales”. Esto revela la anormalidad del autor en su visión de las cosas. En otras palabras y según él, aunque algún comportamiento sea inmoral puede ser considerado legítimo porque es parte de cuestiones “normales” propias del ser humano. Para Pinker, el asesinato de un recién nacido, cuando las circunstancias “lo hacen necesario”, es un comportamiento “normal”. De acuerdo a los supuestos ficticios de los evolucionistas, en condiciones precarias la madre necesita hacer una elección difícil entre cuidar a los chicos que ya tiene o alimentar al recién llegado. Por lo tanto, si un bebé nace enfermo o es improbable que sobreviva, la madre puede eliminarlo y tener otro más adelante. Asumir ésto como “natural”, por supuesto, no es correcto ni científico. De cualquier manera, un conjunto de posturas darwinistas impulsan al psicólogo en cuestión a respaldar este salvajismo.
Sus propuestas y las de otros que piensan como él, obviamente, dañarán a la sociedad. Si lo que se impone o se considera aceptable es el concepto de compulsión genética, entonces quien asesina puede decir que fueron sus genes los que ordenaron ese acto. En ese caso, como no se puede condenar a los genes, no hay crimen ni criminal al que juzgar. Pinker dice que todo puede ser explicado en términos de genes, desestimando o dando poca importancia a la razón y conciencia humanas. Este hombre, debido a cierta reacción que encontró en la sociedad, cambió una poco la terminología sólo para caer en contradicciones.
Uno de los críticos de Pinker fue Andrew Ferguson, quien escribió en The Weekly Standard:
Nos lo hicieron ver no como un horror moral sino como una adaptación evolutiva codificada genéticamente…(2).
Pinker defiende su posición a pesar de que no se apoya en ninguna evidencia científica. Justamente, una de las cosas que se le critica es que no manifiesta más que conjeturas centradas en la ilusoria visión del mundo de los evolucionistas. Ferguson cuestionó su lógica y advirtió que no ofrecía pruebas de lo que barruntaba. La realidad es que toda la psicología evolutiva se basa en presunciones y en el vuelo imaginativo. Philip Johnson expresa en su libro El Prisma de la Verdad:
Básicamente, la psicología evolutiva erige una montaña de especulaciones basándose en evidencias fragmentarias de culturas primitivas(3).
Ferguson hace el siguiente diagnóstico crítico sobre el tema:
La conjetura se solidifica en hechos, éstos se vuelven la base para nuevas conjeturas, que a su vez se convierten en afirmaciones cabales, y así de seguido(4).
1. Steven Pinker, "Why They Kill Their Newborns", New York Times, 2 Kasım 1997
2. Michael Kelly, "Arguing for Infanticide", Washington Post, 6 Kasım 1997
3. Steven Pinker, "Arguing Against Infanticide", Washington Post, 21 Kasım 1997
4. Andrew Ferguson, "How Steven Pinker's Mind Works", The Weekly Standard, 12 Ocak 1998, s. 16
5. Philip Johnson, The Wedge of Truth, Intervarsity Press, Illinois, 2000, s. 113
6. Andrew Ferguson, "How Steven Pinker's Mind Works", The Weekly Standard, 12 Ocak 1998, s. 16
...obra de Dios, Que todo lo hace perfecto... (Sure 27:88 an-Naml)
Con la secuenciación y análisis del genoma humano, se aclaró más lo que tiene que ver con el ADN, se comprendió su inmensa importancia y que los genes jugaban un papel enorme en la determinación de lo que somos. Día tras día aparecieron en los periódicos notas que decían que estábamos bajo el control de nuestros genes: “Científicos Ubican el Gen del Intelecto”, “La Tragedia de los Kennedy Apunta al Gen que Lleva al Riesgo”, “Los Científicos Dicen que las Investigaciones Sobre Hermanos Mellizos Prueban la Existencia de un ‘Gen Homosexual’”. En periódicos científicos y no científicos aparecieron informes respecto a que los genes controlan todo, desde la esquizofrenia a los celos, desde el alcoholismo al hábito de mirar televisión. Si esto es aceptado como algo cierto, la persona creerá, erróneamente, que nuestras vidas pueden reducirse, simplemente, a una fórmula.
La investigación sobre nuestra especie es muy valiosa y hasta ahora ha proporcionado información importante sobre una serie de enfermedades. Sin embargo, como dijeron claramente los estudiosos que se ocupan del Proyecto Genoma Humano, de ninguna manera se justifica adjudicarles a los genes funciones irreales: los estudios revelan que los genes humanos juegan un papel prácticamente insignificante en lo que hace al comportamiento, al carácter y a la reflexión. Mae-Wan Ho, del Instituto de Ciencia en Sociedad y Biología, de Gran Bretaña, dice en un artículo titulado “El Mapa del Genoma Humano: La Muerte del Determinismo Genético y lo Que Sigue”:
La cantidad de genes es muchísimo menor que la que se necesita para respaldar las conjeturas extravagantes enunciadas durante el decenio pasado respecto a que algunos de ellos no sólo determinan la construcción de nuestros cuerpos y las enfermedades que sufrimos, sino también los patrones de conducta, la capacidad intelectual, la preferencia sexual y los hábitos criminales188.
Francis S. Collins, director del Instituto Nacional de Investigación del Genoma Humano (dependiente del Instituto Nacional de Salud de EE. UU.), deja en claro en un artículo titulado “Herencia y Humanidad: No Tenga Ningún Temor. Los Genes no Son Todo”, que no es a éstos a los que les corresponde “construir” al ser humano:
Te preguntan por el Espíritu. Di: “El espíritu procede de la orden de mi Señor”. Pero no habéis recibido sino poca ciencia (Corán, 17:85).
Por suerte, diez años de estudios intensivos del gen humano, han provisto una evidencia amplia respecto a que los temores (de la existencia) del determinismo genético son injustificables. El trabajo realizado ha mostrado de manera definida que los seres humanos están lejos de ser la suma de componentes genéticos. Ni hace falta decir que los genes juegan un papel preponderante en el desarrollo humano y en muchos de los procesos de las enfermedades humanas. Pero estudios a nivel molecular ―con tecnología de última generación y otra no tan avanzada― realizados en gemelos, dejan en evidencia, absolutamente, que nuestros genes no son los factores que determinan todo en la experiencia humana189.
En el mismo artículo su autor dice que los genes no cumplen ningún papel principal en el comportamiento humano. Explica los riesgos de creer que un criminal posee una predisposición genética para sus accionar:
¿Y qué podemos decir de los riesgos no relacionados con la enfermedad sino con la inteligencia y el comportamiento violento?... El descubrimiento de una variante de gen prevaleciente muy relacionada con la violencia, podría tener un efecto inmenso sobre nuestra comprensión milenaria del libre albedrío y desequilibrar la balanza de la justicia de dos maneras igualmente peligrosas. Si alguien que comete un crimen tiene la variante genética de la que hablamos, el abogado usaría como defensa el ADN (“¡si la culpa es del gen, el hombre es inocente!”) y el acusado podría ser considerado por el juez y por el jurado no responsable de sus acciones. Pero también es posible imaginar un escenario en el que a alguien que jamás se le pasó por la cabeza actuar violentamente, se le halle la variante genética y entonces se le aplique la presunción de culpabilidad (e incluso sea enviado a un “leprosario” postmoderno) para el resto de su vida.
Si los genes controlasen realmente el comportamiento, nuestro sistema judicial y su principio guía de igualdad ante la ley no serían las únicas víctimas. ¿Cómo sobrevivirá nuestro concepto de igualdad de oportunidad? ¿Qué diremos respecto a los “méritos”? Piense en la horrorosa “genetocracia” representada en la película Gattaca [advierta que las letras del título corresponden a las iniciales de las bases que componen el ADN: guanina (G), adenina (A), timina (T) y citosina (C)], es decir, un mundo en el que los chicos son descartados al nacer de acuerdo con una evaluación de la capacidad intelectual y potencial profesional inscritos en su ADN190.
Collins también plantea en su artículo lo absurdo de suponer que el comportamiento está codificado en los genes, citando en la materia al biólogo Johnjoe McFadden:
Dios no perdona que se Le asocie. Pero perdona lo menos grave a quién El quiere. Quien asocia a Dios está profundamente extraviado
(Corán, 4:116)
Tomando como base una metáfora del biólogo Johnjoe McFadden, buscar los genes que codificaron nuestros comportamientos singulares y los demás productos de nuestro intelecto, es como analizar las cuerdas de un violín o las teclas de un piano con la esperanza de descubrir el Emperor Concerto (concierto para piano número 5 de Beethoven). Por cierto, el genoma humano puede ser considerado la orquesta más grande, con cada uno de nuestros aproximadamente treinta mil genes ejecutando un instrumento único en el masivo y maravilloso concierto que es la biología molecular. Cada instrumento es esencial y no debe desentonar para producir el sonido musical adecuado (extremadamente sofisticado). De la misma manera, los genes son esenciales para el desarrollo del cerebro y no deben “desafinar” para producir el funcionamiento de las neuronas y de los neurotransmisores. Pero esto no implica que los genes influyan categóricamente en la actividad mental, más de lo que lo hacen, en una sonata, una viola o un flautín191.
Collin dedica el fin de su artículo a aclarar también porqué los atributos humanos no pueden originarse en el ADN y llama la atención sobre la creación superior de Dios:
Die da Allahs gedenken im Stehen und Sitzen und Liegen und über die Schöpfung der Himmel und der Erde nachdenken: "Unser Herr, Du hast dies nicht umsonst erschaffen! Preis sei Dir! Bewahre uns vor der Feuerspein!
(Sure 3:191 –Al-Imran)
Para muchos de nosotros aún hay otra razón poderosa, totalmente distinta a las mecánicas de la ciencia, que rechaza la idea de que el ADN es la sustancia central de nuestra humanidad. Es la creencia en un poder superior… Por supuesto, algunos científicos y escritores desprecian este concepto espiritual como si fuese solamente una superstición. (¡Esto es un gran error de quienes piensan así!). Richard Dawkins ha señalado que “somos máquinas construidas por el ADN, cuyo propósito es replicarlo… Es el único motivo que tiene para existir todo viviente”. ¿Es cierto esto? ¿El ser humano no tiene nada que lo diferencie de un bacteria o de una babosa?
¿Pueden la genética y la biología molecular explicar el conocimiento intrínseco (que permite diferenciar) lo correcto de lo erróneo, algo común a todas nuestras culturas en todas las épocas?... ¿Pueden explicar la forma de amor abnegada que los griegos llamaban agapé? En tanto que los biólogos evolucionistas ofrecen distintas explicaciones de los comportamientos humanos que debilitan la propagación eficiente de nuestros genes, hay algo en esas conjeturas que nos suena hueco, falso.
La idea de que la ciencia es la única que abarca todos los secretos de nuestra existencia, se ha convertido en una religión… La ciencia, por supuesto, es el camino apropiado para comprender la naturaleza. Pero no nos brinda ningún argumento en contra de que hay aspectos de la identidad humana que caen fuera del campo de la naturaleza y por lo tanto fuera del campo de la ciencia192.
Como señala Collins, es difícil que las cadenas de moléculas ―consistentes en compuestos de carbono-hidrógeno-nitrógeno-oxígeno― doten a las personas con los sentimientos propios del amor, la devoción, la admiración, las emociones maternales, el deseo por el sacrificio. Si al ser humano se le niega el alma, no queda más que carne y huesos. No son los genes ―entidades materiales― los que permiten que ese conjunto de carne y huesos piense, haga cálculos matemáticos, disfrute el alimento que consume, eche de menos a un amigo que no ve hace tiempo, le seduzca algo bello. El ser humano es una entidad creada por Dios, muy diferente y distinta del simple cuerpo, cerebro, células y genes. En el Corán se revela que somos una entidad con un alma dada por Dios:
(Dios es el) Que ha hecho bien todo cuanto ha creado y ha comenzado la creación del hombre de arcilla –luego ha establecido su descendencia de una gota de líquido (seminal) –, luego, le ha dado forma armoniosa e infundido en él de Su Espíritu. Os ha dado el oído, la vista y el intelecto (los corazones). ¡Qué poco agradecidos sois! (Corán, 32:7-9).
El alma es un hálito que Dios pone en el ser humano. Los materialistas, opuestos a aceptar la existencia del Todopoderoso y que poseemos peculiaridades metafísicas, pretenden seguir esparciendo la mentira de que todo está codificado en los genes. Pero éstos, obviamente, no pueden crear el alma humana, aunque los evolucionistas insistan tercamente en sus posturas.
En verdad, esta creencia distorsionada de la que estamos hablando, no tiene nada de nueva. Se la conoció a lo largo de la historia bajo el nombre de paganismo. De la misma manera que en la antigüedad la gente hacía ídolos de madera y luego los tomaba como sus dioses, la teoría de la evolución sostiene que los genes son el propósito y los creadores de todas las cosas. Este punto de vista primitivo y cerril, que proveería un fundamento a la teoría de la evolución, fue invalidado por los conocimientos científicos. El propio Collins, quien dirigió una investigación histórica sobre los genes, dice abiertamente que los mismos no tienen, en realidad, ninguna autoridad y que los seres humanos somos entidades metafísicas.
El paganismo, que adscribe un estatus divino a entidades materiales carentes de toda facultad, es una tradición que ha persistido desde tiempos remotos y actualmente es mantenido como un conjunto de posturas por parte de los evolucionistas. Dios habla de esto en el Corán:
En otro versículo revela lo siguiente respecto a la naturaleza pervertida de esta creencia:
Di: “¡Invocad a los que, en lugar de El, pretendéis (que son dioses)! ¡No pueden evitaros la desgracia ni modificarla!” (Corán, 17:56)
La orden de Dios para cualquiera que razona es:
181. Charles Darwin, On the Origin of Species, 1859, s.449
182. E. O. Wilson, Sociobiology: The New Synthesis, Cambridge, 1975, s.3
183. Stephen Jay Gould, Ever Since Darwin, New York, W.W. Norton & Co., 1977
184. Richard Dawkins, The Selfish Gene, 1976 baskısının önsözü, Oxford: Oxford University Press
185. E.O. Wilson, On Human Nature, Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1978, s. 2-3
186. Richard Dawkins, The Selfish Gene, İkinci Baskı,1989, Oxford: Oxford University Press., s.2
187. Robert Wallace, The Genesis Factor, New York: Morrow and Co.,1979, s.217-218
188. Mae-Wan Ho, The Human Genome Map, the Death of Genetic Determinism and Beyond, ISIS Report, 14 Şubat 2001; http://www.i-sis.org.uk/HumangenTWN-pr.php
189. Francis S. Collins, Lowell Weiss ve Kathy Hudson, "Have no fear. Genes aren't everything", The New Republic, 06/25/2001
190. Francis S. Collins, Lowell Weiss ve Kathy Hudson, "Have no fear. Genes aren't everything", The New Republic, 06/25/2001
191. Francis S. Collins, Lowell Weiss ve Kathy Hudson, "Have no fear. Genes aren't everything", The New Republic, 06/25/2001
192. Francis S. Collins, Lowell Weiss ve Kathy Hudson, "Have no fear. Genes aren't everything", The New Republic, 06/25/2001