REl oprobio del racismo, la discriminación étnica, la competencia desleal, la opresión al pobre, la explotación, por la fuerza, del débil y la idea de que estas cosas y otras del mismo tenor sean correctas, son males que las sociedades han experimentado a lo largo de la historia. Por ejemplo, hace miles de años, en la época del profeta Moisés (la paz sea sobre él –P–), Faraón se consideraba superior a cualquier otro debido a la riqueza y al poderoso ejército que poseía. Rechazó a los profetas Moisés (P) y Aarón (P) e incluso intentó matarlos, a pesar de que lo que decían eran verdades. Faraón implementó políticas discriminatorias, dividió a la gente en clases, consideró a ciertos sectores “inferiores”, infligió numerosas torturas a los israelitas e intentó exterminarlos. El Corán describe sus corrupciones:
¿No soy yo mejor que éste (refiriéndose a Moisés), que es un vil y que apenas sabe expresarse? (Corán, 43:52)
(Faraón) extravió a su pueblo y éste le obedeció: era un pueblo perverso (Corán, 43:54)
Y dimos en herencia al pueblo que había sido humillado (es decir, a los Hijos de Israel) las tierras orientales y occidentales (Palestina transjordánica y Palestina cisjordánica), que Nosotros hemos bendecido…(Corán, 7:137)
Debe tenerse en cuenta que el Egipto antiguo no fue la única sociedad en donde el poder y la fuerza eran lo único que daba primacía, en donde los seres humanos eran divididos en clases y las consideradas inferiores recibían un trato opresivo e inhumano. Ejemplos de regímenes así se encuentran hasta en la actualidad.
Ese tipo de atrocidades siempre sucedieron. Pero lo notable es que en el siglo XIX esas prácticas condenables adquirieron una nueva dimensión: las políticas y formas de proceder consideradas crueles, comenzaron a ser defendidas, repentinamente, bajo el argumento de que se trataba de “métodos que las ciencias descubrieron resultaban intrínsecos de la naturaleza”. ¿Qué fue lo que hizo que, de manera imprevista, se presentase un justificativo así?
Veamos. Charles Darwin da a conocer en su libro El Origen de las Especies, publicado en 1859, su teoría de la evolución, en base a una serie de conjeturas acerca del origen de la vida: no son más que inferencias desprovistas de toda validez científica, imbuidas de una filosofía rebuscada y tendenciosa con el objeto de negar la existencia de Dios y reemplazarlo por la “casualidad”, la que pasaba a ser la fuerza creadora. (Por supuesto, Dios está más allá de semejante patraña). En consecuencia, se pasó a aceptar como “verdad científica” que el ser humano es un tipo de animal y que la vida es un campo de lucha y competición feroz.
La equívoca manifestación de Darwin, cimentada en su teoría anticientífica, de que el débil e impotente tiene que ser oprimido, es uno de los factores principales que hicieron y hacen a la expansión de la injusticia.
De todos modos, esa teoría presentada como evidente sólo y gracias a lo primitivo del desarrollo científico en su época, no es de su propia factura. Se sustenta en una serie de ideas irreales, carentes de todo valor científico, propuestas por Thomas Malthus en su libro Primer Ensayo Sobre la Población en 1798, es decir, unos 50 años antes. Allí se asegura que la población crece más a prisa que la producción de alimentos y que, por lo tanto, es necesario controlar el crecimiento demográfico. Sugiere que las guerras y las epidemias actúan como moderadoras “naturales” del aumento poblacional, lo que las haría beneficiosas. Fue el primero en referirse a “la lucha por la supervivencia”. Según su tesis, despojada de todo humanismo, el pobre no debe ser protegido sino que habría que evitar que se reproduzca y sumirlo en las peores condiciones de vida. Además, era de la idea de que las fuentes de alimentos debían reservarse para las clases “superiores”. (Para más detalles ver el capítulo dos, “La Historia de la Crueldad desde Malthus a Darwin”). Por supuesto, cualquiera con algo de sentimientos nobles y sentido común, se opondría a esos conceptos de un salvajismo increíble. Inversamente al criterio de ayuda al prójimo, propio de los principios morales y religiosos, Malthus y Darwin dijeron que el necesitado debía ser abandonado y dejado morir sin ningún tipo de consideración.
El sociólogo británico Herbert Spencer encabezó la lista de los que inmediatamente adoptaron y desarrollaron esos conceptos inhumanos. En verdad, la expresión “supervivencia del más apto”, que resume el supuesto básico del darwinismo, pertenece a Spencer, quien también sostuvo que el “incompetente” debía ser eliminado: “si son completamente aptos para vivir, está bien que vivan. Pero si no lo son, mueren, y lo mejor es que mueran”1. Según este criterio, el iletrado, el enfermo, el tullido y el fracasado, deberían morir. Es por eso que Spencer intentó evitar que el estado apruebe leyes de protección al desamparado.
Tanto este señor como Malthus, no sentían ninguna compasión por el necesitado y se lo querían sacar de encima. El historiador estadounidense Richard Hofstadter hace el siguiente comentario en El Socialdarwinismo en el Pensamiento Norteamericano:
Spencer no sólo deploraba las leyes (de protección) al pobre, sino también el respaldo estatal a la educación, el control sanitario, la regulación de las condiciones de albergue e incluso el cuidado por parte del estado de los embaucados por los curanderos2
Darwin, influenciado notablemente por los criterios crueles de Malthus y Spencer, propone en El Origen de las Especies el mito del desarrollo de las especies a través de la selección natural. Pero hay que tener en cuenta que Darwin no era un científico, que su interés por la biología era sólo el de un aficionado, que en los microscopios de aquella época a la célula se la veía apenas como una mancha y que las leyes de la herencia aún no se habían descubierto. Es decir, bajo condiciones científicas absolutamente precarias, Darwin sostuvo que la naturaleza siempre “seleccionó” a los más aptos, con mayores ventajas y afirmó que de esa manera se desarrolla la vida. Según su teoría, construida sobre fundamentos erróneos desde un principio, la existencia era el producto de la casualidad y de ninguna manera fue creada por Dios. (Por supuesto, Dios está más allá de semejante patraña). Después de escribir El Origen de las Especies se dedicó a adaptar su teoría no científica a los seres humanos, cosa que registra en su libro El Origen del Hombre. En éste se refiere a cómo las “razas” llamadas “retrazadas”, serían eliminadas en un futuro inmediato, en tanto que las consideradas “avanzadas” se desarrollarían y triunfarían. Es este trabajo de adaptación de su teoría de la evolución a los seres humanos el que serviría de molde al socialdarwinismo, propagado luego por sus fervientes seguidores.
Los más prominentes proponentes de esa filosofía fueron su primo Francis Galton, Herbert Spencer, académicos en EE. UU. como William Graham Sumner, sostenedores de su teoría de la evolución como Ernst Haeckel y, posteriormente, racistas-fascistas como Adolf Hitler.
El socialdarwinismo se convirtió rápidamente en una herramienta por medio de la cual racistas, imperialistas, sustentadores de la competencia desleal bajo la bandera del capitalismo y administradores que rechazaron cumplir con la responsabilidad de proteger al pobre y necesitado, buscaron su propio beneficio. Los socialdarwinistas presentaron como una ley natural la opresión al menesteroso, a las llamadas “razas inferiores” y a los minusválidos, así como la destrucción de los pequeños empresarios por parte de las grandes compañías, sugiriendo que esta forma de proceder era la única manera de hacer progresar a la humanidad. Querían justificar, en función de una aparente racionalidad científica, todas las injusticias perpetradas a lo largo de la historia. De esa manera, la falta de compasión y sensibilidad –puntales del socialdarwinismo– fue considerada una ley natural y la forma más importante de lo que se denominó “evolución”.
Diversos capitalistas norteamericanos vindicaron la competencia desenfrenada que establecieron y que barría con muchos criterios morales, citando los conceptos falsamente científicos de Darwin. Pero sabían que mentían. Uno de los principales plutócratas de EE. UU. y sostenedor de esa falsificación, Andrew Carnegie, manifestó en un discurso pronunciado en 1889:
El precio que paga la sociedad debido a la ley de la competencia, como el precio que paga por el confort y cosas superfluas comunes, es grande. Pero las ventajas de dicha ley son mayores que los costos, pues es a ella que debemos nuestro majestuoso desarrollo material, que nos proporciona situaciones beneficiosas. Aunque a veces la ley puede ser dura a nivel individual, es lo mejor para la raza humana porque asegura la supervivencia del más apto en cada sector. Por lo tanto, aceptamos y damos la bienvenida a la concentración en pocas manos de los negocios industriales y comerciales, a pesar de las condiciones de grandes desigualdades a las que debemos acomodarnos. La ley de la competencia empresaria no sólo es beneficiosa sino que resulta esencial para el progreso futuro de la especie humana3.
Según el socialdarwinismo, el único objetivo de cualquier “raza” es su desarrollo físico, político y económico. La felicidad, la paz, la seguridad individual, se presentan como algo sin importancia. La compasión por quienes sufren y ruegan ayuda, por quienes carecen de toda posibilidad de suministrar alimento, medicina o refugio a sus hijos, a los ancianos, a los pobres y a los incapacitados, es algo absolutamente vano, sin sentido. Quienes hacen estas elucubraciones, consideran sin ningún valor a la persona moralmente correcta pero pobre y que lo más beneficioso para la humanidad sería que se muriera lo antes posible. Por otra parte, se considera de “la mayor importancia para el progreso de la raza” a la persona corrupta moralmente pero rica. Según esta forma de pensar, lo más valioso es la condición de riqueza material del individuo, sin importar nada más. Esta lógica repugnante lleva a los proponentes del socialdarwinismo al colapso moral y espiritual. Uno de ellos, el citado Sumner, expresó en 1879 la siguiente idea perversa:
…no tenemos escapatoria de la siguiente alternativa: libertad, desigualdad y supervivencia del más apto, o libertad, igualdad, y supervivencia del menos apto. La primera tríada lleva a la sociedad hacia adelante y favorece a sus mejores miembros. La segunda, lleva a la sociedad hacia atrás y favorece a sus peores miembros4.
Los más salvajes adherentes al socialdarwinismo, fueron los racistas, sobresaliendo entre ellos los ideólogos nazis, con Adolf Hitler a la cabeza. Las peores consecuencias del socialdarwinismo operante vinieron de mano de esta gente, quienes implementaron la eugenesia, concebida por Francis Galton, el primo de Darwin, con el supuesto objetivo de una más elevada calidad de individuos a través de la eliminación de los genéticamente defectuosos. Los nazis, siguiendo los consejos de científicos darwinistas, masacraron a judíos, gitanos y habitantes de Europa oriental considerados “razas inferiores”. Asesinaron a los enfermos mentales, a los incapacitados y a los ancianos. En el siglo XX fueron ejecutadas millones de personas a través de los métodos más brutales y ante los ojos del mundo, en nombre del socialdarwinismo.
El movimiento eugenésico, conducido por Francis Galton, sostenía, a través de sus defensores, que había que acelerar la selección natural para apurar el desarrollo humano. Debido a ello, se convirtió compulsivamente en estéril, en una gran cantidad de países, desde EE. UU. a Suecia, a mucha gente considerada “innecesaria”. Cientos de miles de individuos calificados “subhumanos”, fueron operados en contra de su voluntad, sin permiso o conocimiento de sus parientes. La implementación más brutal de la “purificación racial” ocurrió en Alemania. Sus gobernantes, no contentos con los primeros resultados, optaron por asesinar en masa a muchas personas debido a, por ejemplo, faltarles algún dedo o miembro.
Los nazis empezaron esterilizando a los niños con enfermedades mentales o hereditarias, pero luego los enviaron a las cámaras de gas. Incluso eran objeto de matanzas eugenésicas aquéllos a los que les faltaba el dedo pulgar.
Semejante salvajismo no cabe para nada en la moralidad religiosa. Dios ha ordenado proteger y alimentar al necesitado. La ética religiosa requiere que se cubran las necesidades del pobre, que se trate con afecto y comprensión al discapacitado, que se tengan en cuenta sus derechos, que se haga efectiva la solidaridad y la cooperación. En cambio, quienes ignoran los valores morales ordenados por Dios, se encaminan hacia una práctica que resulta catastrófica para ellos y para las comunidades involucradas.
Otra calamidad, que tiene su justificación por medio del socialdarwinismo, es el colonialismo. Diversos estados que lo aplicaron y lo aplican, se ampararon y amparan en las tesis darwinistas desprovistas de toda validez científica o sentido lógico. Proceden así para explotar de la manera más inicua a los sometidos a esa política. Los colonialistas sostienen que es necesario que las “razas superiores” mantengan bajo control a las “razas inferiores” en función de una ley natural. Y cuando ello se les torna imposible, recurren al neocolonialismo, que es una forma de cambiar algo para que no cambie nada.
En el siglo XX se emprendieron dos guerras mundiales descritas como “inevitables para asegurar el progreso humano”, según la lógica absurda del socialdarwinismo. La resultante está a la vista: matanza de inocentes; destrucción de sus hogares, comercios y medios de vida; expulsión de millones de personas de sus tierras y viviendas; una carnicería insensible de bebés y niños.
En conclusión, fueron los conceptos socialdarwinistas los que motorizaron la masacre de una cantidad increíble de vidas en los siglos XIX y XX. Por medio de ellos se justificaron “científicamente” muchos males, que aún persisten, un siglo tras otro. El fallecido Stephen Jay Gould revela esta realidad en su libro El Criterio de un Hombre al comentar El Origen de las Especies de Darwin:
En consecuencia, los argumentos para la esclavitud, el colonialismo, el racismo, las marcadas diferencias en las estructuras sociales y en los papeles de cada sexo, surgen, en primer lugar, bajo la bandera de la ciencia5.
El libro de Darwin “La Descendencia del Hombre”.
Los evolucionistas se esforzaron para presentar los sufrimientos que trajo aparejado el socialdarwinismo, como algo que no tenía nada que ver con Darwin. Pero éste usaba expresiones inequívocamente socialdarwinistas, especialmente en su libro El Origen del Hombre y en otros escritos. En una carta dirigida a Hugo Thiel en 1869 dice que no veía ninguna objeción a la aplicación de su teoría a la sociedad humana:
Realmente observo con mucho interés la aplicación que usted hace, en el campo de lo moral y de lo social, de los criterios que he usado respecto a la modificación de las especies6.
Benjamín Wiker, disertante sobre temas teológicos y científicos en la Universidad Franciscana (Ohio, EE. UU.) y autor de Darwinismo Moral: Cómo Nos Volvimos Hedonistas, dijo en una entrevista, entre otras cosas, que Darwin fue el primer socialdarwinista:
El libro de Benjamin Wiker “La Moral Darwinista”.
Guste o no, al leer El Origen del Hombre queda totalmente en claro que Darwin fue el primer socialdarwinista y el padre del movimiento eugenésico moderno. La eugenesia y el socialdarwinismo derivan directamente de su principio de la selección natural. Creo que la verdadera razón para que algunos se nieguen a relacionar al darwinismo con cosas como la eugenesia, reside en que no quieren que la teoría de la evolución sea mancillada por sus implicancias morales. Pero éstas surgen no sólo en el texto sino que se hacen evidentes por los efectos que ha tenido el darwinismo en los campos de la ética y de lo social, desde que apareció y a lo largo de un siglo y medio7.
Como podrá verse en los próximos capítulos, los evolucionistas modernos vacilan y tratan de no aceptar estos criterios debido a los resultados, en verdad, aterradores del socialdarwinismo en el siglo XX. Pero muchas de las expresiones y manifestaciones de Darwin revelan que fue él la fuente original de los mismos: la competencia salvaje, el racismo y la discriminación, son elementos fundamentales de su filosofía y de la teoría de la evolución y se manifiestan directamente en la realidad que vivimos. Cualquier teoría que considere a los seres humanos producto de la casualidad y apenas superiores a los animales, que considere que unas “razas” son más desarrolladas que otras y acerque así a las “menos desarrolladas” a los animales, que sostenga que la humanidad puede progresar a través de oprimir al débil, llevará, inevitablemente, a consecuencias trágicas. El intento de los evolucionistas por despegarse del socialdarwinismo no soluciona nada. Tenemos la esperanza de que los engañados por esos conceptos acepten finalmente que la teoría de la evolución no tiene nada de científica.
Las calles francesas destrozadas durante la Segunda Guerra Mundial, son uno de los resultados de la filosofía darwinista, pues ésta considera necesario el combate cruento para el progreso de las “razas” o pueblos.
Cuando Darwin propuso su teoría, la ciencia aún estaba en pañales en muchos aspectos. Todavía no se había inventado el microscopio electrónico, razón por la cual la célula era percibida como una mancha y nadie sabía que poseía una estructura constituida por muchas organelas de distintos tipos, no menos compleja que la de una ciudad moderna. Es decir, no era posible ver detalles diminutos de los organismos vivos. Tampoco existía la genética, pues las leyes de la herencia aún no se habían descubierto. El desconocimiento era de tal grado, que muchos, incluido Darwin, creían que las “características adquiridas” podían pasarse de una generación a las siguientes. Por ejemplo, admitían que si un herrero desarrollaba músculos poderosos debido a su oficio, los podría transmitir a sus hijos. Darwin lanzó su teoría en el marco de esa creencia. Pero ni él ni sus sostenedores podían proporcionar pruebas en respaldo de la misma en el campo de la paleontología, de la biología o de la anatomía. En cambio, las observaciones y los experimentos llevados a cabo en años posteriores y especialmente los hallazgos realizados en el siglo XX, revelaron que la hipótesis era claramente errónea. A pesar de eso, fue adoptada inmediatamente por una parte del mundo científico debido a que proveía el “fundamento” a los criterios materialistas y ateos.
Ciertos círculos empezaron a aplicar la teoría de la evolución a la esfera social, en función de las implicancias ideológicas que encerraba, consideradas favorables a su forma de pensar. Se convirtió en la raíz nutriente de grandes desastres del siglo XX, como ser, genocidios, asesinatos en masa, guerras civiles que llevaron a que hermanos se maten entre sí y guerras mundiales que arruinaron naciones enteras. Sus seguidores abandonaron los valores y las virtudes de la moral religiosa y se asieron a la ley de la jungla en la que los más débiles son oprimidos y eliminados. Esta teoría, desprovista de toda validez científica, influyó (e influye) a lo largo de más de un siglo.
El microscopio primitivo de la época de Darwin, da la impresión de que las células son estructuras protoplasmática simples e indiferenciadas.
Por otra parte, los microscopios modernos actuales han exhibido lo compleja y apropiada que es la estructura de la célula.
Uno de los más grandes errores de los socialdarwinistas fue intentar implementar la teoría de la evolución. También se equivocaron al asumir que las leyes, supuestamente aplicables a los animales, valdrían para los seres humanos, a quienes Dios ha creado con conciencia y capacidad de razonar, conjeturar y emitir juicios. Es decir, contrariamente a lo que sostiene el socialdarwinismo, nosotros tenemos capacidades y parámetros con los que no cuentan los animales. Además, después de morir seremos resucitados para rendir cuentas de nuestros comportamientos mientras vivimos.
Las tensiones y la violencia surgen en la sociedad cuando los carecientes quedan librados a su suerte. Para lograr un clima de paz y solidaridad es necesario que imperen el entendimiento y la relación pacífica, propiciados por la moral religiosa.
Por otra parte, los humanos poseemos los medios para modificar en cierto grado nuestro entorno en lo que hace a temperatura en nuestras viviendas, protección del cuerpo con determinados elementos, etc., en concordancia con las necesidades y los deseos que albergamos, a diferencia de los animales que sólo pueden adaptarse al medio o, en caso extremo, extinguirse. Por ejemplo, los conejos de pelo oscuro en un bosque nevado se transforman en presa fácil de un zorro. Y, contrariamente a lo que nos quieren hacer creer los darwinistas, no pueden generar crías de pelo claro, lo cual hace peligrar la continuidad de la especie. Además, entre los seres humanos no existe la selección natural porque nuestras capacidades y razonamiento lo evitan.
Los socialdarwinistas, al contemplar nuestras sociedades desde una perspectiva inhumana, piensan que el progreso dependería de dejar librado a su suerte al débil, al necesitado, al discapacitado, al corto de entendimiento, como forma de liberarlo del “lastre” que lo frena. Pero no es así la cosa. El darwinismo desprecia, por algunas de sus capacidades, a personas en general calificadas para pensar y razonar e incluso sentir cólera y odio por quienes les inflingen diversos tratos crueles y/o injustos, a menos que posean las virtudes de la paciencia, el perdón y la comprensión, suministradas por la moral religiosa. Algunos, para mitigar la exasperación que los invade, pueden recurrir a la violencia, pero ésta llevaría, a su vez, a conflictos mayores y al caos.
Las prácticas socialdarwinistas sólo produjeron odio, exasperación, conflictos, asesinatos y guerras.
En consecuencia, en vez de progreso social tendremos, debido a las carencias en lo material y en lo espiritual, una decadencia de la dignidad en todas las esferas de la vida.
Y la matanza en nombre de la eugenesia de los considerados “inútiles”, sólo es una bestialidad más que no aporta nada al desarrollo social. Hoy día un seis por ciento de la población mundial –unas 400 millones de personas– es discapacitada. De aplicarse plenamente la eugenesia, son muchos millones los que sufrirían padecimientos de todo tipo. Cada persona con alguna de sus capacidades reducidas que sienta que alguien de hasta su propia familia lo puede matar, sufrirá trastornos y depresiones severos. La comunidad en la que suceda algo así padecerá, sin dudas, un colapso moral devastador como producto de la pérdida de todo tipo de sentimientos humanos, de valores espirituales. Pretender el progreso a través de mecanismos que legitiman el asesinato de los considerados “despreciables”, a la vez que indicaría serios problemas de discernimiento en quienes acuerden con ello, llevaría a otros a graves situaciones mentales.
Más adelante veremos la manera en que el socialdarwinismo buscó aplicar a nuestras sociedades la teoría de la evolución, a pesar de estar totalmente en conflicto con la naturaleza humana. Su vigencia degrada a nuestra especie y la conduce a la depresión y al caos, a la vez que genera enconos que dan lugar a enfrentamientos, guerras y asesinatos. El socialdarwinismo alcanzó su pico en el período que va desde la segunda mitad del siglo XIX a la primera mitad del siglo XX, aunque sus efectos adversos perduran hasta hoy día. En base a los conceptos erróneos del darwinismo, se sigue intentando evaluar a nuestra sociedad global recurriendo a distintos métodos, algunos recurrentes: “psicología evolutiva”, “determinismo genético”, etc. Para proteger al mundo del siglo XXI de situaciones horrorosas, es necesario que todos seamos concientes de los peligros que entraña el socialdarwinismo en los más diversos órdenes de la vida. Y también es imprescindible explicar claramente que la teoría sobre la que se basa esta filosofía, no cuenta con ningún aval científico.
Si se quiere que no se repita el sufrimiento del siglo pasado y que en este siglo XXI se logre una paz amplia y duradera, es necesario que la gente sea conciente de los engaños y peligros del darwinismo.
1. Herbert Spencer, Social Status, 1850, s. 414-415
2. Richard Hofstadter, Social Darwinism in American Thought, Rev. Ed., Boston, Beacon Press, 1955, s.41
3. Mark Kingwell, "Competitive States of America, Microsoft proves it: we're still wrestling with that treasured national ideal", New York Times, 25 Haziran 2000; http://www.spaceship-earth.org/Letters/Editor/Competitive_States_of_America.htm
4. http://www.allston.org/josh/socialdarwinismf99.htm
5. Stephen Jay Gould, The Mismeasure of Man, W.W. Norton and Company, New York, 1981, s. 72
6. The Life and Letters of Charles Darwin, Editör: Francis Darwin, D. Appleton and Co., 1896, Vol. 2, s . 294
7. http://www.touchstonemag.com/docs/issues/15.8docs/15-8pg43.html