Dios es Quien os creó débiles; luego, después de ser débiles, os fortaleció; luego, después de fortaleceros, os debilitó y os encaneció. Crea lo que El quiere. Es el Omnisciente, el Omnipotente.
(Corán, 30:54)
Desde el inicio de este libro nos referimos a la importancia de la meditación y el beneficio que produce, a la vez que remarcamos que la facultad de reflexión diferencia al ser humano de otros seres vivientes. También mencionamos las causas que llevan a no meditar. El propósito principal que nos anima es, como se dijo, impulsar a la gente a hacerlo, a tener en claro para qué fueron creadas y honrar la omnisapiencia y omnipotencia de Dios.
En las páginas que siguen intentaremos describir lo que debería pensar el creyente en Dios de las cosas con las que se encuentra a lo largo del día, las lecciones que debería extraer y cómo debería agradecerle y aproximarse a El por permitirle observar Su arte y conocimiento en todo.
Por cierto, lo que se mencionará aquí como reflexiones provechosas, es apenas un ejemplo diminuto de la capacidad del ser humano para proceder así en todo instante de su vida. Es tan amplio el campo para la meditación, que prácticamente no tiene límite. A lo que apuntamos en lo que trataremos a continuación es a abrir una puerta para aquellos que no hacen un uso apropiado de la facultad de reflexión.
Se deberá tener presente que sólo quienes recapacitan pueden asumir una posición distinta a la de la mayoría. En los versículos de Dios se relata la situación de los que son incapaces de observar los sucesos milagrosos en su entorno y en consecuencia no pueden cavilar sobre los mismos:
Hemos creado para la gehena (el infierno) a muchos de los genios y de los hombres. Tienen corazones con los que no comprenden, ojos con los que no ven, oídos con los que no oyen. Son como rebaños. No, aún más extraviados. Esos tales son los que no se preocupan. (Corán, 7:179)
Crees que la mayoría oyen o entienden? No son sino como rebaños. No, más extraviados aún del Camino. (Corán, 25:44)
Quienes son capaces de ver los signos de Dios, los aspectos prodigiosos de las existencias y sucesos que El crea, es decir, quienes pueden comprender, son esos que reflexionan y pueden extraer conclusiones de todo lo que les rodea, sea grande o pequeño.
Para empezar a meditar no hace falta ninguna condición en especial. Desde el momento en que nos despertamos a la mañana tenemos ante nosotros muchísimas oportunidades para hacerlo a lo largo del día que se inicia. Descansados y bien dormidos retomamos las tareas diarias y recordamos un versículo de Dios:
Nos lavamos la cara, nos damos una ducha y con todos nuestros sentidos alerta ya podemos meditar sobre gran cantidad de cosas provechosas. Hay cosas mucho más importantes que lo que vamos a desayunar o el tiempo libre que nos queda antes de ir al trabajo. Entonces, tenemos que ocuparnos primero de esos asuntos de mayor significación.
En primer lugar, el despertarnos a la mañana es un gran milagro. Aunque durante el sueño permanecemos totalmente desconectados, a la mañana recobramos nuestra lucidez y personalidad. El corazón sigue palpitando, seguimos respirando, somos capaces de hablar y ver. En verdad, al irnos a dormir nadie nos garantiza que al otro día seguiremos gozando de esos favores. Generalmente tampoco enfrentamos un desastre al dormirnos, como ser una explosión debido a que algún vecino dejó abierta la llave del gas o una catástrofe de otro tipo que nos mataría.
Nuestros organismos también podrían haber sufrido algún cambio durante el sueño y entonces nos despertaríamos, por ejemplo, con fuertes dolores renales o de cabeza. Sin embargo, en general, nos despertamos a salvo e incólumes. Si meditamos sobre esto, agradeceremos a Dios Su misericordia y protección.
Comenzar un nuevo día con la salud íntegra significa que Dios nos da otra posibilidad para alcanzar mayores logros en el más allá.
En consecuencia, la mejor actitud a tomar es pasar nuestros días de manera tal que sean del agrado de Dios. Antes que nada deberíamos abocarnos a este objetivo y ocupar la mente con pensamientos dirigidos a dicho logro. El punto de partida para agradar a Dios es pedir a El que nos ayude en esto. La súplica del profeta Salomón establece un buen ejemplo para los creyentes:
Tan pronto como salimos de la cama, al darnos cuenta de nuestras incapacidades empezamos a meditar. Por ejemplo, al lavarnos la cara y cepillarnos los dientes, empezamos a pensar en nuestras ineptitudes físicas que se manifiestan en que prácticamente tenemos que bañarnos todos los días para mantenernos adecuadamente saludables, en que nuestro cuerpo está tan expuesto a las infecciones y en que no es posible estar bien dispuestos si tenemos sueño, hambre y sed. Y todas ellas son signos de nuestra endeblez.
Si la persona que se mira en el espejo a la mañana es anciana, puede meditar sobre otras cosas. El primer signo de que los años se nos vienen encima se manifiesta en el rostro alrededor de los treinta años. Empiezan a aparecer arrugas por debajo de los ojos y alrededor de la boca. La piel deja de ser rojiza (encarnada) como antes y se puede observar el inicio del deterioro en distintas partes del cuerpo. Más adelante el cabello se pone blanco y las manos exhiben el paso de los años.
Para quien medita acerca de esto, la edad madura es una de las situaciones que expresa con mayor vigor la naturaleza temporaria de la vida en este mundo. Esta comprobación debería refrenar la codicia por las cosas mundanales. La persona entrada en años comprende que ya le empezó la cuenta regresiva en la vida terrestre. En realidad, el que percibe y sufre la cuenta regresiva es el cuerpo, que se va desmejorando gradualmente, pero no el alma. En muchas personas ejerce una gran influencia ser de buena apariencia en la juventud. Los que se ven atrayentes a menudo son arrogantes, en tanto que los que se ven feos se sienten infelices e inferiores. La vejez exhibe lo pasajero que son la belleza o fealdad corporal y que lo meritorio del ser humano se encuentra en las obras correctas que realiza, las buenas cualidades personales y el compromiso con Dios. Estas son las únicas cosas aceptables para El.
Cada vez que enfrentamos nuestras falencias, comprobamos que el único Perfecto y Exaltadísimo es Dios, a Quién las imperfecciones no Le alcanzan. Entonces corresponde que Glorifiquemos Su Grandeza.
Dios ha creado con un propósito cada falencia humana. Algunas tienen como objetivo ayudar a los individuos a no atarse a la vida de este mundo y a no extraviarse, debido a los goces que producen. Quien por medio de la meditación llega a comprender esto, quiere que Dios lo recree en el más allá libre de todos sus defectos.
Nuestras falencias nos recuerdan otro factor importante: mientras la rosa que crece en un suelo sucio huele a limpio, nuestros cuerpos exhalan un olor insoportable cuando no nos aseamos. Las personas vanidosas y arrogantes, en particular, tienen que pensar acerca de esto y extraer las conclusiones y advertencias del caso.
Al mirarnos en el espejo a la mañana podemos reflexionar sobre muchas cosas que no tuvimos en cuenta antes. Por ejemplo, las pestañas, cejas, huesos y dientes dejan de crecer al llegar a cierta longitud. Sin embargo, el cabello no deja de extenderse. En otras palabras, como pauta, la pilosidad no se desarrolla de manera semejante en todo el cuerpo.
Además, hay una perfecta armonía y proporción en el crecimiento de los huesos. Por ejemplo, en los miembros superiores no crecen más de lo necesario para evitar una relativa desproporción corporal. El desarrollo se detiene en el momento preciso, como si supiesen el largo que deben tener.
Por cierto, todo ello se produce como resultado de distintas reacciones que tienen lugar en nuestro organismo. Así y todo, alguien que reflexiona también se pregunta: ¿Quién colocó en el cuerpo la cantidad y tipo de hormonas y enzimas necesarias para determinar el crecimiento de cada parte de nuestra estructura física? ¿Quién controla esas cantidades y las secreciones?
Indudablemente, es imposible suponer que todo eso se ha producido y se produce por casualidad. Es imposible que las células por decisión propia formen un ser humano o que los átomos sin conciencia constituyan las células. No cabe ninguna duda de que cada una de esas cosas es parte del arte de Dios, Quien nos crea y crea todo como mejor corresponda.
La mayoría de la gente, después de levantarse y realizar los aprestos del caso, se encamina a la oficina, a la escuela o emprende un viaje de trabajo al exterior. Para el creyente, ese desplazamiento de todos los días facilita la realización de acciones del agrado de Dios. Apenas salimos de nuestras viviendas ya nos encontramos con muchas cosas sobre las que deberíamos reflexionar. Vemos miles de personas, automóviles y árboles de distintos tamaños. Todos con detalles incontables. La perspectiva de un creyente es muy clara en ese contexto. Intenta aprender lo más que puede de lo que le circunda y meditar sobre la causa de los sucesos que observa, gracias a Dios que lo permite. Es decir, todo lo que se hace y se piensa seguramente tiene un motivo. Desde el momento en que se despierta agradece a Dios porque le dio otro día en este mundo para alcanzar premios Suyos. Al ponerse en camino reinicia un viaje en el que puede lograr esas gratificaciones. Quien es consciente de todo lo que dijimos aquí, debe meditar sobre el versículo de Dios: del día (hicimos) medio de subsistencia (Corán, 78:11). En consonancia con este versículo hacemos planes para ver como vamos a invertir el día de modo de hacer cosas provechosas con las que Dios esté satisfecho.
Al llegar a nuestro automóvil o a cualquier otro vehículo de transporte con dicho proyecto en mente, de nuevo damos gracias a Dios pues disponemos del medio para dirigirnos al lugar del caso, independientemente de la distancia que haya que recorrer. Dios ha creado muchos tipos de vehículos para que la gente los use convenientemente. Los recientes desarrollos tecnológicos posibilitaron muchas y nuevas oportunidades en automóviles, trenes, aeroplanos, barcos, helicópteros, colectivos, etc. Si se cavila sobre esto, se recuerda otra cosa: es Dios Quien puso la tecnología al servicio del género humano.
Los científicos se presentan todos los días con nuevos descubrimientos e innovaciones logradas con los medios que Dios creó en la Tierra y que facilitan nuestras vidas. Quien medita continúa su viaje agradeciendo a Dios por haber dispuesto a su servicio esos adelantos.
Mientras seguimos la marcha y continuamos reflexionando, percibimos en las calles montones de basuras, feos olores, lugares sucios y áreas restringidas que nos hacen considerar otras cosas.
Dios ha creado en este mundo lugares y escenas por medio de los cuales podemos hacernos una idea tanto del paraíso como del infierno, o conjeturar por medio de la comparación, cómo serán. Los montones de basuras, olores feos, etc, que mencionamos, provocan en nuestras almas un desconsuelo considerable. Nunca querríamos habitar en lugares que por sus características nos hicieran pensar en el infierno y nos recordaran los versículos sobre el mismo. Dios describe el infierno en el Corán como algo desagradable a la vista, tenebroso y sucio: Los de la izquierda ¿qué son los de la izquierda? estarán expuestos a un viento abrasador, en agua muy caliente. A la sombra de un humo negro, ni fresca ni agradable (Corán, 56:41-44).
Al recordar estos versículos coránicos rogamos a Dios que nos proteja de la furia del infierno y que perdone nuestros errores.
En cambio, quienes no piensan así, se pasan la vida rezongando e inquietos y ante cualquier incidente buscan a quien acusar como si se tratase de un delincuente. Por ejemplo, si el hecho que los ocupa es la eliminación de la basura ciudadana, harán enfurecer tanto a los que arrojan los desperdicios como a los responsables de la municipalidad que más tarde los recogen. Durante el día pensarán en muchas cosas, como ser, los baches en las calles, los problemas del tráfico, los inconvenientes debido a los incorrectos informes meteorológicos y por último en el regaño de sus jefe, que consideran injusto. Pero todo eso no les sirve para nada en la otra vida. Podrían detenerse a pensar si no deberían dejar a un lado la actitud exhibida.
En realidad, muchos suponen que el verdadero motivo por el que no pueden ponerse a reflexionar, es la lucha que tienen por delante frente a problemas como el de la alimentación, la salud y el alojamiento. Pero eso no es más que una excusa. Las responsabilidades a enfrentar y las situaciones por las que se pasa, no tienen nada que ver con lo que se medita. Quien busca reflexionar para obtener el agrado de Dios, encontrará la ayuda de El. Comprobará que lo que ve como problemas se va superando, uno a uno, y que cada vez tiene más tiempo para meditar. Esto es algo que lo comprende y experimenta solamente el creyente.
En tanto proseguimos nuestro viaje, intentamos captar los signos y milagros en la creación de Dios que nos circundan y reflexionar sobre ellos, como una forma de honrar Su gloria.
Al mirar por la ventanilla del medio de transporte observamos un mundo multicolor. Entonces pensamos: ¿cómo serían las cosas si el mundo no fuese multicolor?
Miremos la fotos de abajo y reflexionemos. ¿Obtendríamos el mismo placer de ahora al ver solamente en blanco y negro el mar, las faldas de las montañas o una flor? ¿Sentiríamos el mismo agrado con las imágenes del cielo, las frutas, las mariposas, las ropas y el rostro de la gente en blanco y negro?
Es un favor de nuestro Señor el que vivamos en un mundo vibrante de colorido. Los colores y su armonía en todo lo existente, son signos de la creación singular y del arte incomparable de la creación de Dios.
Los colores de una flor o de un pájaro, la armonía o graduación de los mismos, el hecho de que ninguno de ellos en la naturaleza molesta o perturba la visión, o que los colores de los mares, del cielo y de los árboles poseen tonos que nos dan paz y no violentan el mecanismo de la visión, exhiben la precisa intención con la que Dios crea lo que desea.
Al reflexionar llegamos a comprender que todo lo que observamos a nuestro alrededor es el producto del conocimiento y omnipotencia sin límites de Dios. En recompensa por todos los favores que nos concedió Le reverenciamos y buscamos que nos proteja para no caer en la ingratitud. Dios nos recuerda en el Corán la existencia de los colores y dice que sólo los dotados de conocimiento Le reverencian. En otra parte Dios deja en claro que los creyentes reflexionan permanentemente, se valen del discernimiento, exploran por medio de la meditación y extraen conclusiones:
La persona que va de prisa a alguna parte puede encontrarse de modo repentino con un coche fúnebre. Es una oportunidad muy buena para superar ciertas ideas o imágenes perturbadoras. El cuadro con el que se topa le recuerda la muerte. Se acuerda que algún día también ella irá en un ataúd. Sabe que por más que intente evitarlo, se encontrará con la muerte, más temprano o más tarde, en la cama, en la calle o de vacaciones. Por cierto, tendrá que abandonar este mundo porque la muerte es algo inevitable.
El creyente recuerda entonces los siguientes versículos de Dios:
En verdad, al considerar que el cuerpo de uno también será amortajado, cubierto con tierra por sus parientes y su nombre grabado en la lápida, apartamos o diluimos el vínculo con el mundo. Quien piensa sinceramente y de veras en esto, considera como algo sin sentido pretender aferrarse a un cuerpo que se pudrirá en la tierra.
En el versículo antes citado, Dios da las buenas nuevas del paraíso después de la muerte, a quienes son pacientes y confían en El. En consecuencia, los creyentes buscan que su vida esté encauzada sinceramente hacia Dios de la manera correcta y testimoniar la conducta ordenada por Dios, con el objeto de alcanzar el paraíso. Cada vez que se acuerdan que la muerte puede presentarse en cualquier momento, aumentan la determinación por lo que se propusieron, intentan adoptar los valores más elevados y buscan expandirlos permanentemente a lo largo de sus vidas.
En cambio, otro tipo de personas colocan en primer lugar concepciones distintas y transcurren la vida tras ansiedades vanas sin pensar que un día morirán. No les sirve de nada ver un coche fúnebre, pasar todos los días por un cementerio o que se muera ante ellos una persona querida.
El creyente siempre piensa en los versículos de Dios al ir encontrándose en distintas situaciones a lo largo de la jornada e intenta comprender las sutilezas de los acontecimientos.
Ante cada favor o prueba de Dios reacciona de un modo que El aprobará. Para el creyente tiene poca importancia la posición social que ocupa. Al reflexionar sobre el hecho de que Dios es el creador de todo, lo que intenta es ver el propósito oculto en los acontecimientos y la belleza que El genera, ya sea en la escuela, en el trabajo o al ir de compras. Eso le hace llevar una vida sujeta a los versículos de su Señor. En el Corán se relata así algunas de las actitudes de los creyentes:
El ser humano puede tropezar con distintas dificultades a lo largo del día. Pero cualesquiera sean ellas, necesita confiar en Dios y pensar algo semejante a esto: “No debemos perder de vista ni por un instante que Dios nos prueba con todo lo que hacemos y pensamos. En consecuencia, al enfrentar cualquier tipo de dificultad o pensar que las cosas no van por el camino adecuado, nunca deberíamos olvidar que todos esos acontecimientos se nos presentan como pruebas frente a nuestras formas de proceder”. Sucesos como el pagar a alguien de más por haber entendido algo mal o estar desatento, el perder en la computadora debido al corte de la energía eléctrica un archivo que nos dio mucho trabajo, el ser reprobado en un examen para el que se estudió con ahínco, el pasarse días en una cola para conseguir un trabajo que se demora debido a las trabas burocráticas, el peligro de hacer mal una labor debido al extravío de documentación, el perder el avión o el colectivo cuando tenemos que llegar urgentemente a un lugar, etc, son los que por lo general dan origen a los pensamientos que nos pasan por la mente. Y son incidentes del tipo mencionado los que normalmente se encuentran a lo largo de la vida y se los considera un “inconveniente” y una “molestia”.
En todos esos trances la persona con fe piensa de inmediato que Dios está poniendo a prueba su conducta y paciencia, que no tiene sentido que alguien que va a morir y deberá rendir cuenta en el más allá se desvíe del comportamiento adecuado y pierda el tiempo angustiándose. Sabe que en todo lo que ocurre hay ventajas. Nunca exclama, “¡Ay!” o “¡Qué desgracia!” frente a cualquier cosa que le acontece, sino que le pide a Dios que le facilite la tarea y que a todas las cosas les dé un giro conveniente.
Y cuando a la dificultad sigue el alivio, nos damos cuenta que es una respuesta de Dios a nuestro pedido, que Dios es el Oyente de las súplicas y que las satisface. Por lo tanto, Le agradecemos una vez más.
Si durante el día se piensa de esa manera, nunca aparece la desesperanza, la angustia, la pesadumbre o la cólera, propias de la desesperación, independientemente de lo que se trate aquello con lo que se choca o tropieza. Sabemos que Dios ha puesto bendiciones en todo eso, es decir, que son cosas o situaciones que encierran un provecho. Es decir, nos damos cuenta de que esas bendiciones se nos presentan en todo tipo de acontecimiento que nos afecta, tanto en los grandes como en los pequeños.
Meditemos sobre la actitud de una persona que no puede resolver un negocio importante como lo desea y que al momento de estar cerca de lograrlo se le presentan graves problemas. Seguramente se pondrá colérica, se sentirá desdichada, angustiada y, en resumen, experimentará todo tipo de sensaciones negativas. Sin embargo, quien piensa que en todo hay algo provechoso, intenta descubrir el propósito no visible en lo que Dios permite que le acontezca. Por ejemplo, piensa que Dios pudo haberle llamado la atención para que tome medidas más definidas en el tema en cuestión. Entonces procede así y da gracias a Dios diciendo: “puede ser que esto que me sucedió haya ayudado a evitar un daño mayor”.
Alguien que pierde el medio de transporte puede pensar: “posiblemente mi demora y el hecho de no ir en ese autobús me haya salvado de un accidente o de otro perjuicio”. También se puede pensar: “posiblemente hayan muchos otros propósitos ocultos”. Este tipo de ejemplos puede aplicarse a todas las situaciones por las que se atraviesa a lo largo de la vida. Lo importante es saber que nuestros planes no siempre se pueden resolver como queremos. De forma imprevista podemos encontrarnos ante una situación totalmente distinta de la que teníamos planeada. En esa circunstancia, el que prospera es quien asume con calma lo que le sucede e intenta descubrir lo que hay de provechoso en lo que sería una contrariedad. Dios comunica en su versículo:
Como se manifiesta en el versículo, nosotros no podemos saber pero El sí sabe. Por lo tanto, es Dios Quien sabe lo que es bueno o malo para nosotros. Lo que le resta hacer al ser humano es, simplemente, tomar a Dios el Amabilísimo, el Misericordiosísimo como Amigo y someterse a El con total acatamiento.
Es importante que al trabajar no dejemos la mente en blanco y pensemos siempre sobre lo que es legítimo y digno. La mente humana tiene la capacidad de pensar en más de una cosa a la vez. Quien conduce un automóvil, limpia la vivienda, realiza algún otro trabajo o camina por la calle, también puede pensar al mismo tiempo en acciones bondadosas.
Por ejemplo, mientras acicala la vivienda, agradece a Dios por cosas como el agua y el detergente del que se dispone todos los días. Además, al saber que Dios ama la higiene, lo pulcro y la gente aseada, considera lo que realiza un acto de adoración y espera obtener por ese medio Su agrado. La casa también se limpia porque resulta placentero ofrecer un lugar confortable a sus congéneres.
Otros, mientras trabajan, ruegan a Dios permanentemente y en silencio pidiéndole que facilite sus tareas pues creen que no pueden obtener el éxito en nada a menos que Dios lo quiera. En el Corán vemos que los profetas quienes son un ejemplo para nosotros se vuelven hacia Dios constantemente de manera reservada y Le tienen presente al cumplir con sus tareas y en todo momento. Uno de ellos, de gran valor, fue el profeta Moisés. Después de ayudar a dos mujeres que encontró en el camino para que puedan dar de beber a su rebaño, se volvió a Dios con las siguiente palabras:
Otro ejemplo que vemos en el Corán sobre este asunto es el de los profetas Abraham e Ismael. Dios dice que ambos deseaban cosas buenas para los demás creyentes mientras trabajaban juntos, a la vez que se volvían a El y le suplicaban por la aceptación de lo que realizaban:
La persona que pasa mucho tiempo en su casa puede pensar en gran cantidad de cosas. Por ejemplo, mientras limpia puede ver una araña que teje su red en un rincón de la vivienda. Si se da cuenta que vale la pena meditar sobre esta criatura a la que normalmente nadie le presta atención, verá que se le abren muchas puertas a su entendimiento. Ese pequeño insecto al que observa es un milagro en su delineación. La red que teje posee una simetría perfecta. Si se pregunta cómo una pequeña araña puede lograr un diseño perfecto tan asombroso, a poco de investigar descubrirá algunos hechos extraordinarios: la fibra que usa la araña es treinta por ciento más flexible que una de goma del mismo grosor. El producto de la araña es de una calidad tan superior que el ser humano lo usa de modelo como elemento esencial en la confección de chalecos a prueba de balas. Por cierto, la sustancia que mucha gente considera “una simple telaraña”, es en realidad equivalente a uno de los materiales industriales más ideales.
En tanto el ser humano testimonia la delineación perfecta en las cosas que existen a su alrededor, si sigue meditando se encontrará con realidades aún más sorprendentes. Al examinar la mosca, un bichito que se ve habitualmente y produce irritación, pero al que nunca se le presta la atención debida aunque se lo combata hasta el cansancio, veremos que tiene por costumbre asearse minuciosa y meticulosamente. Se posa con frecuencia en algún lugar para limpiarse sus partes anteriores y posteriores de manera separada. Después se saca el polvo que hay sobre las alas y la cabeza con los miembros anteriores y posteriores, los cuales son permanentemente higienizados. Continúa así hasta asegurarse que la limpieza sea total. Todos los demás tipos de insectos y dípteros se asean de un modo similar, con la misma atención y esmero. Esto indica que el Creador Unico les enseñó cómo hacerlo.
Esa misma mosca también bate sus alas quinientas veces por segundo mientras vuela. Por cierto, ninguna máquina hecha por el ser humano podría operar con esa frecuencia puesto que se destrozaría y quemaría debido a la fricción. Sin embargo, la mosca no sufre ningún daño en las alas, músculos o coyunturas. La mosca puede volar sin desviarse teniendo en cuenta la dirección y velocidad del viento. Nosotros en cambio, con toda la tecnología moderna que disponemos, estamos muy lejos de producir un ingenio con esas propiedades y técnicas de vuelo. Es imposible que una criatura tan insignificante, a la que apenas prestamos atención, logre esas características por capacidades e inteligencia propias. Es Dios quien le ha dado esas habilidades sorprendentes que posee.
En nuestro entorno hay vida tanto visible como invisible por todas partes, a la que observamos, a veces, de manera casual. En la Tierra no hay un solo centímetro cuadrado sin la existencia de algún tipo de vida. Podemos ver a otras personas, las plantas y animales pero hay otras criaturas a las que no podemos visualizar pero de cuya existencia somos conscientes. Por ejemplo, la casa en que vivimos está llena de criaturas microscópicas llamadas “ácaros”. En el aire que respiramos, asimismo, hay incontables virus. La cantidad de bacterias que viven en el suelo de nuestro jardín, por otra parte, es asombrosamente grande.
Quien reflexiona sobre la increíble diversidad de vida en el planeta, también lo hace respecto de los sistemas perfectos de dichas criaturas. Todas las que vemos son signos claros del arte de Dios y hasta en las microscópicas se ocultan grandes milagros. Los virus, las bacterias y los ácaros, invisibles a simple vista, poseen sus propios mecanismos corporales. Dios creó el medio en el que viven, el modo en que se alimentan y sus sistemas de defensa y reproducción. Quien reflexiona sobre esto recuerda el versículo de Dios:
Los seres humanos somos débiles en muchos aspectos y nos esforzamos permanentemente por contrarrestar esa situación. Las enfermedades exponen más explícitamente nuestras debilidades. En consecuencia, cuando algún amigo o nosotros mismos nos enfermamos, tenemos que preguntarnos acerca del propósito oculto que existe en ello. Al meditar entendemos que la gripe, considerada una enfermedad simple, ofrece lecciones de las que podemos extraer advertencias. Al engriparnos consideramos a un virus, invisible a simple vista, el responsable principal. Sin embargo, es capaz de hacerle perder el vigor a una persona de sesenta/setenta kilogramos y agotarla al punto de que carezca de fuerza para caminar o hablar. En general, los remedios que ingerimos para combatirla no nos favorecen. Lo único que podemos hacer es descansar y esperar. En el cuerpo tiene lugar una guerra en la que no podemos intervenir. Un organismo microscópico nos tiene atados de pies y manos. En una situación así lo primero que debemos recordar es el versículo de Dios en el que el profeta Abraham dice:
Una persona con cualquier tipo de enfermedad, debería pensar y comparar los comportamientos y actitudes que exhibe mientras está afectado por la misma y mientras está sano. Debería hacer consciencia de la situación de postración en que lo coloca la afección, cómo aumenta la necesidad de la ayuda de Dios y cómo le ruega a Dios sincera y ardientemente frente a la posibilidad de tener que ir al quirófano.
Al ver a otra persona enferma debemos agradecer a Dios inmediatamente el hecho de estar sanos. Cuando el creyente ve a otra persona con la pierna tullida, enseguida piensa el inmenso e importante favor que representa el tenerla ilesa e íntegra. Comprende lo que significa poder ir caminando a donde uno quiera, levantarse de la cama sin problemas apenas se despierta, correr cuando es necesario, cuidarse uno mismo sin la ayuda de otra persona o animal. Se da cuenta que lo mencionado son favores de Dios. Al pensar en todo eso y hacer las comparaciones del caso, comprende mejor el valor de las bendiciones que se le han concedido.
A lo largo del día uno se encuentra con muchas personas de distintas características en la oficina, en el trabajo y en otros lugares. Puede tratarse de gente para nada ecuánime, que no venera a Dios. El creyente que alterna con la misma nunca es influenciado por sus actitudes. Por el contrario, se mantiene firme en el tipo de comportamiento ordenado por Dios. Sabe que el motivo del mal carácter de esa gente reside en el no acatamiento de las órdenes de Dios y su incredulidad en el más allá. El creyente piensa así: “Dios advierte sobre la agonía del infierno y nos pide que pensemos en sus tormentos interminables, que enmendemos nuestras conductas en esta vida, que nos volvamos con humildad hacia El y vivamos de manera franca por medio de la religión. Si nos damos cuenta de que estamos frente a una amenaza tan seria, por cierto que tomaremos precauciones para que no nos afecte. Así y todo, hay quienes no piensan acerca de ello y por lo tanto no comprenden su seriedad, actúan como si no existiese y no estuviese preparado para ellos ese lugar con fuego y tormentos”.
Quien es consciente de toda esa realidad recuerda otros asuntos muy importantes: la actitud de cada uno de los que esperan al borde del fuego del infierno será totalmente distinta; la persona que no vacila en exhibir maneras arrogantes, impúdicas, corruptas y que no cree en Dios, será colocada ante la boca del infierno el Día del Reconocimiento y sometida a distintas privaciones. Ya no tendrá en el rostro la misma expresión que ahora, ni las mismas actitudes, forma de hablar o palabras que usaba en esta vida.
El incrédulo insolente y agresivo que peca habitualmente y carece de un comportamiento humano, se lamentará eternamente cuando vea el tormento que le espera.
Quien inventa cualquier tipo de excusas para no vivir como ordena la religión y no adora a Dios en este mundo, no podrá dar las mismas excusas mientras espera frente a las puertas del infierno. En ese momento ya no le será posible prosternarse aunque lo quiera hacer y el rezo no le será respondido aunque lo realice con ahínco.
Pero quien reverencia a Dios nunca olvida esas cosas. Al meditar sobre el fuego del infierno comprende lo que representan la cordialidad, las palabras correctas y la buena conducta. Al creer y pensar intensa y constantemente en la existencia del infierno, actúa siempre de manera tal que cuando se le pida cuenta de todo lo que hizo en su vida terrenal la resultante no sea verse arrojado al fuego.
Dios llama a la gente a pensar en el infierno y en el Día del Reconocimiento:
Dios ha dado a los individuos una gran cantidad de alimentos y bebidas puros y deliciosos. Por cierto, todos ellos son manifestaciones de la gracia y misericordia infinitas de Dios. La gente podría vivir con sólo un tipo de comida y bebida, pero Dios ha derramado sobre nosotros favores incontables: distintos tipos de nutrientes líquidos y sólidos, animales y vegetales...
Un creyente que sabe que todos esos favores provienen de Dios, medita sobre ello y Le agradece cada vez que ingiere alguno de ellos.
En muchos versículos coránicos Dios comunica que bendice a la gente con variados tipos de sustentos, los cuales los tenemos frente a nosotros al sentarnos a comer. La mesa se cubre con distintos productos alimenticios. Por naturaleza, el ser humano es creado para que encuentre disfrute en ellos. Cada uno resulta más delicioso que los otros y todos son necesarios para la supervivencia adecuada. Pensemos cómo procederíamos si los mismos fuesen sin sabor o de un sabor feo, dañinos aunque sean agradables al paladar y muy pocos en cantidad. La única razón por la que no tenemos alimentos insípidos y bebidas desagradables sino los innumerables, deliciosos y nutritivos que conocemos, es la misericordia de Dios. Si solamente tenemos en cuenta una de las tantas frutas, reconoceremos el tremendo favor que nos concede Dios.
La persona consciente que ve una gran variedad de las mismas a disposición del ser humano, piensa lo siguiente:
▪ Que de un suelo más bien sucio provengan frutas de distintos colores y fragancias albergando un contenido extremadamente limpio y de gusto muy agradable, es un gran favor que nos concede Dios.
▪ La banana, la naranja, el melón, la sandía, la mandarina, en resumen, todas las frutas, son creadas con sus cáscaras o piel respectivas. Esa capa o piel protectora impide que el fruto se deteriore y arruine, a la vez que preserva la fragancia. Tan pronto como se lo pela, se oxida y se echa a perder.
▪ Al examinar con cuidado cada fruta, vemos que tienen muchas cualidades delicadas significativas. La mandarina y la naranja, por ejemplo, se componen de trozos o gajos. Si fuesen de una sola pieza, al abrirlas se oxidarían más rápido. Pero Dios las ha hecho así para conveniencia de los seres humanos. Indiscutiblemente, ese diseño extremadamente estético, apropiado perfectamente a nuestras necesidades, es uno de los signos de la creación de Dios, el Omnisciente.
▪ La fresa o frutilla, por ejemplo, es un fruto muy especial, con su gusto y diseño particulares. El conjunto de sus formas se presentan delineadas con un primor especial: una traza que la caracteriza, el color rojo placentero y las hojas verdes que la coronan, la convierte en una de las obras de arte sin par de Dios. Su dulzura y fragancia y el no poseer cáscara ni semilla, la hace fácil de comer y nos hace presente algunas delicias del paraíso. Que un fruto que se desarrolla en la tierra posea un color vívido es un signo muy fuerte de nuestro Señor, Quien lo crea y Quien pone de manifiesto Su arte, sabiduría y conocimiento en lo que origina.
▪ La presencia de distinta frutas en cada estación es otro elemento sobre el que meditar. Por ejemplo, el invierno es un período en que la gente necesita muchas vitaminas, especialmente la C. Precisamente es ésta la que está disponible en las naranjas, mandarinas y pomelos en esa época. En verano, en cambio, disponemos en abundancia de cerezas y otras que calman la sed, como sandías, melones y peras.
▪ Dios nos presenta el encantador cuadro de las frutas en las matas o troncos que las portan o en la forma en que son cultivadas. La imagen de cientos de ellas en ramas aparentemente secas y firmemente unidas a éstas, con un delicioso jugo en su interior, o el verlas con sus cáscaras que parecen especialmente lustradas, son todas evidencias de que cada una fue creada por Dios. Por ejemplo, al observarse los racimos de cereza parecería que fueron colocados sobre las ramas uno por uno. Dios los ha creado a todos como una creación singular. La forma en que se presentan llama la atención de la gente. Debido a eso, al describirse el paraíso en el Corán, Dios manifiesta que esos frutos están allí para ser recogidos:
Por cierto, aquí sólo damos unos pocos ejemplos. Las gracias que derrama Dios son muy diversas como para contabilizarlas. El que se da cuenta de esto al ir a comer, recuerda otro versículo de Dios:
Si seguimos meditando nos percatamos aún más de las bellezas y sutilezas que hay en la creación de Dios. La persona consciente, al ponderarlas, piensa que es un gran favor de su Señor el hecho de que pueda deleitarse con las bendiciones o gracias que le concede. Recuerda que, en particular, los sentidos del olfato y del gusto ayudan a percibir muchas de la cosas hermosas del mundo. Y avanzando en la meditación se da cuenta de que si no tuviera el sentido del olfato no podría deleitarse como lo hace ahora con la fragancia de la rosa, de las frutas que come e incluso de un asado. Si careciese del sentido del gusto no reconocería los que son propios del chocolate, la carne, las frutillas, los bombones y otras gracias de Dios.
No deberíamos olvidar que podríamos haber estado viviendo en un mundo incoloro, insípido e inodoro. Y si Dios no nos hubiese dado los colores, los sabores y los olores como bendiciones, no los hubiésemos adquirido por ningún medio. De todos modos, Dios ha derramado sobre la humanidad Sus favores al crearlos, como así también los sistemas sensoriales para percibirlos.
Quien cree en Dios alaba a su Señor por la bellezas que percibe en la naturaleza. Es consciente de que El creó todo lo hermoso. Sabe que todas esas cosas primorosas pertenecen a Dios y son manifestaciones de Su atributo de jamal (belleza).
Al caminar en medio de la naturaleza se descubre su esplendor. Desde una simple hierba u hojarasca a una flor de margarita, desde un pájaro a una hormiga, todo está lleno de detalles que deberían mover a la reflexión. Si se procede así, se llega a comprender la potestad y autoridad de Dios.
Las mariposas, por ejemplo, son criaturas agradables muy estéticas. Con la simetría y diseño de sus alas similares a un encaje primoroso, como si hubiesen sido dibujadas meticulosamente a mano, su armonía y colores fosforescentes, son evidencia del arte y potestad superior de la creación de Dios.
Del mismo modo, entre las innumerables bellezas que crea Dios encontramos una gran variedad de matorrales y árboles. Los distintos colores de las flores y las diferentes formas de dichos vegetales, son todas creaciones de Dios y, entre los propósitos que persiguen, está el de deleitar a los seres humanos.
Quien tiene fe medita acerca de cómo las flores rosas, violetas, margaritas, jacintos, orquídeas, claveles y otras con sus superficies tan suaves, generadas a partir de una semilla totalmente chata y rugosa, se presentan sin un solo pliegue, como si hubiesen sido planchadas.
Otra maravilla que crea Dios es la fragancia de las mismas. Por ejemplo, la rosa tiene un aroma fuerte siempre cambiante. Los científicos y laboratorios aún no han podido desarrollar un aroma igual o resultados satisfactorios, a pesar de los avances tecnológicos.
La esencia artificial de rosa resulta muy intensa y a veces poco agradable, cosa que no sucede con la esencia natural.
Cualquiera que tenga fe sabe que cada una de ellas es creada para que el ser humano alabe a Dios, para presentar el arte y conocimiento de Dios en las delicadezas que El crea. Por eso mismo, quien observa algo tan encantador mientras pasea por el jardín, glorifica a Dios diciendo:
Que sea lo que Dios quiera. La fuerza reside sólo en Dios (Corán, 18:39). Recuerda que Dios ha puesto ese atractivo al servicio del género humano y que dará a los creyentes bendiciones extraordinarias en el más allá. Y debido a esa consideración aumenta aún más su amor por El.
En general la gente no percibe ningún sentido en ciertas criaturas que ve a su alrededor todos los días. No imagina que pueden poseer características muy interesantes. Para quien tiene fe, en cambio, todo testimonia los signos de la creación perfecta de Dios. La hormiga es una de esas criaturas. El examen de su andar, aunque más no sea, es algo excitante. Mueve sus pequeñísimas patas muy rápidamente de modo muy coordinado, con una secuencia perfecta y sin equivocarse.
Este pequeño insecto levanta cosas más grandes que su volumen y las lleva al nido en cuerpo y en alma. Viaja distancias muy largas en proporción a su dimensión física. En una zona llana, sin nada que le sirva de guía, ubica muy fácilmente el nido, aunque para nosotros resulta una tarea muy dificultosa.
Pero ella lo encuentra sin confundirse, cualquiera sea el lugar donde se halle.
Cuando las vemos en el jardín, alineadas una tras otra, atareadas con gran ardor para llevar materiales nutrientes al hormiguero, no podemos dejar de preguntarnos cuál es el propósito que las mueve a trabajar tan duro. Luego nos damos cuenta de que cada una no sólo acarrea los nutrientes para ella sino también para otros miembros de la colonia, para la reina y para las crías. Se debe reflexionar sobre lo siguiente: cómo es que una pequeña hormiga, que no ha desarrollado el cerebro, actúa de modo disciplinado, con gran sacrificio y comportamiento atento y esmerado. Después de ponderar los hechos mencionados se llega a la siguiente conclusión: las hormigas, al igual que los demás seres vivientes inconscientes, actúan por inspiración de Dios y obedecen sólo Sus órdenes.
El creyente que pasea por el jardín también medita sobre la campanilla que ve en su recorrido, una de las tantas cosas hermosas que crea Dios. Por cierto, todo lo viviente tiene signos para quien reflexiona.
Por ejemplo, el movimiento espiralado de la campanilla, con el cual rodea una rama o cualquier otro objeto, es un suceso sobre el que hay que meditar cuidadosamente. Si filmásemos el crecimiento de la campanilla y luego lo pasásemos a una velocidad mayor, la veríamos moverse como una criatura consciente. Actúa como si viese la rama que tiene enfrente y se extiende hacia allí para aferrarse, enlazándose a la misma. A veces rodea a la rama varias veces para prenderse mejor. De ese modo trepa y de ese modo se dirige de nuevo hacia abajo después de haber llegado al extremo superior. El creyente que es testigo de todo esto, una vez más, confirma que Dios ha creado todos los sistemas vivientes con singularidades específicas.
Y si observamos los movimientos de la hiedra, vemos otra característica importante: se fija firmemente a la superficie en la que se apoya extendiendo “brazos” hacia distintos lados. La substancia viscosa que produce esta planta “inconsciente” es un pegamento tan potente que al intentar desprender la rama adherida a una pared, puede arrastrar parte de la pintura e incluso del revoque o del ladrillo.
La existencia de este tipo de plantas revela al creyente reflexivo la omnipotencia de Dios, el Creador de las mismas.
Los observamos todos los días en todas partes. Sin embargo, ¿ha pensado alguna vez cómo hace el agua para llegar a las hojas más elevadas de árboles muy altos? Por medio de una comparación podemos tener una mejor comprensión del extraordinario proceso que encierra esa función natural.
Es imposible que el agua dentro de un tanque que se encuentra apoyado en el suelo se eleve por sí misma a los pisos más altos de un edificio sin un mecanismo hidrofórico o algún motor potente. Una persona no puede bombear agua manualmente ni siquiera al primer piso de un edificio. En consecuencia, los árboles seguramente disponen también de un sistema de elevación del agua similar al mecanismo hidrofórico. De no ser así, el agua no podría subir por el tronco y las ramas, debido a lo cual moriría enseguida.
Dios creó cada árbol con el equipamiento necesario para su funcionamiento. Además, muchos poseen un sistema hidráulico superior al de los edificios en donde vivimos. Estas son las cosas sobre las que cavila quien observa todo con “un ojo que realmente ve” al contemplar los árboles.
Otro aspecto a considerar es algo relacionado con las hojas. Y sólo piensan en eso aquéllos que reflexionan. Las hojas son estructuras muy delicadas pero no se secan bajo el sol abrasador. Si el ser humano estuviese sometido a 40°C durante un plazo relativamente breve, modificaría el color de la piel y se deshidrataría. Las hojas, en cambio, permanecen verdes bajo el sol ardiente sin quemarse a lo largo de días e incluso de meses, a pesar de que la cantidad de agua que pasa por sus conductos semejantes a venas es muy escasa. Se trata de un milagro de la creación que demuestra que Dios crea todo con un conocimiento sin igual. El creyente, al pensar sobre todo esto, una vez más hace conciencia de la supremacía de Dios y Le tiene presente.
Hay gente que lee el periódico diariamente y presta atención a los noticieros de la TV a ciertas horas o cuando regresa a su casa al anochecer. La persona consciente y reflexiva medita seriamente sobre las informaciones así obtenidas, pues ve en ellas los signos de Dios.
En las páginas de los periódicos y los informativos de la TV encontramos permanentemente muchos relatos de homicidios, lesiones, robos, estafas y suicidios. La frecuencia con que ocurren y la cantidad de gente propensa a realizar algo de esto, indica el daño que causa no vivir ligados a la religión de Dios. El secuestro de un niño para pedir rescate que puede culminar en su asesinato, el apuntarle con un arma en la cara a alguien y disparar sin vacilar, la aceptación de una coima, el quitarse la vida, el fraude, etc., son todos indicios de que la gente que lo hace no considera a Dios para nada y no cree en el más allá. Pero quien reverencia a Dios y sabe que tendrá que rendir cuentas en la otra vida, nunca hará alguna de esas cosas porque sabe que la contraparte de ello es el infierno, a menos que se arrepienta y que Dios le perdone y le conceda Su misericordia.
Alguien puede decir: “Yo soy ateo y no creo en Dios pero tampoco acepto coimas”. De todos modos, no es para nada convincente lo que dice quien no reverencia a Dios. Es muy probable que en condiciones distintas dejase de mantener esa posición. Por ejemplo, si necesita reunir cierta cantidad de dinero para algo muy urgente y de la única manera que lo puede hacer es robando o aceptando una coima, podría no mantener su promesa. Tampoco es de esperar que mantenga su palabra cuando esté en riesgo su vida. Y aunque pueda no aceptar coimas en una situación difícil, es posible que cometa otros actos prohibidos. Sin embargo, el creyente nunca hace ningún tipo de cosa que le resulte contraproducente cuando vaya a rendir cuentas en el más allá.
En consecuencia, es la irreligiosidad la raíz de todos los sucesos que aparecen en los periódicos, TV y vida social y que nos llevan a protestar y decir: “¿qué le ha sucedido a esta sociedad?”. El creyente que ve esas noticias no las pasa por alto o las acepta de modo formal sino que reflexiona y concluye que la única solución es hablarle a la gente sobre la religión y revivir sus valores. En una sociedad estructurada por gente que reverencia a Dios y sabe que tendrá que rendir cuentas en el más allá, es imposible que sucedan esas cosas en el grado que acontecen actualmente. En una sociedad de creyentes la paz y la seguridad serán vividas en su más alto nivel.
La persona que sigue meditando sobre las cosas que ve en su entorno también lo hará al ver los programas de debates emitidos por la TV. Participan de los mismos especialmente los que más saben sobre temas de la actualidad. Discuten durante horas sin que ninguno sea capaz de encontrar una solución a lo que se plantea o llegar a una conclusión terminante. Sin embargo, quienes presencian esos programas se consideran calificados para resolver las cuestiones que allí se tratan.
En realidad, la respuesta a la mayoría de esas cuestiones es totalmente clara. Sin embargo, el interés egoísta, el permanecer bajo la influencia del círculo social en el que se mueve, los esfuerzos por lograr la promoción personal antes que la búsqueda sincera de soluciones, lleva a la gente a un estancamiento o atolladero insuperable.
La persona consciente ve todo esto de modo diáfano y piensa que esas cosas suceden porque la sociedad está alejada de la religión de Dios. Quien cree en Dios nunca actúa de manera irresponsable, desatenta y estéril. Sabe que en cada suceso hay algo conveniente, motivo por el cual Dios se lo presenta; sabe que está siendo constantemente probado en este mundo y que tiene que hacer uso de la razón, capacidades y conocimiento, de manera tal que sea del agrado de Dios.
Además, el creyente recuerda un versículo de Dios mientras observa esos programas:
En esas audiciones televisivas existe un clima que revela la naturaleza polémica y argumentadora de los seres humanos. La mayoría de los que participan en ellas ni siquiera llegan a comprender el sentido de lo que se les pregunta, porque lo único que les obsesiona es lo que dirán o intentarán decir. A la vez, eso les lleva a interrumpirse mutuamente, a levantar la voz, a perder la compostura casi de inmediato. Estos son aspectos negativos de quienes aparentemente son educados y muy preparados, aunque carentes de la religión de Dios. Si la gente fuese cien por ciento honesta y respetuosa de Dios, esos debates prolongados y sin sentido no tendrían lugar nunca. Con el objetivo de encontrar la solución que más agrade a Dios y más sirva a la gente, se pondría en práctica sin pérdida de tiempo el método más apropiado y concienzudo de razonamiento. Como la decisión final seguramente será del agrado de todos (los creyentes), la discusión perderá sentido.
Si alguien presentase objeciones con fundamentos razonables que exhibieran una mejor manera de hacer las cosas, se las aplicaría. A diferencia de otros, los que reverencian a Dios no exponen una actitud obstinada y arrogante. Al recordar que Dios dice en el Corán: ...Por encima de todo el que posee ciencia hay Uno Que todo lo sabe (Corán, 12:76), emplearán las mejores opciones que puedan.
Esas discusiones televisivas que se extienden interminablemente sirven para considerar lo que puede suceder en un ambiente donde no se viven las cualidades y valores elevados de la religión.
Una de las cosas que con frecuencia se trata en los medios de comunicación es el de la injusticia en la sociedad. Por un lado están los países prósperos del mundo con un nivel de vida muy elevado, y por otro lado esos donde la gente se muere abandonada, pues carece prácticamente de alimentos, medicina para el tratamiento de las enfermedades más simples, etc. Lo primero que revela esto es la existencia de sistemas perversos. Para uno o más de los países ricos sería muy fácil impedir toda esa desgracia. Por ejemplo, muy cerca de países africanos donde la gente se muere de hambre, hay comunidades tecnológicamente avanzadas, desarrolladas y “civilizadas” que han acumulado capitales inmensos como producto de las minas de diamantes. Es muy fácil reubicar en áreas más pródigas a quienes viven en la pobreza, a los que están a punto de morirse de inanición o simplemente abandonados para que fallezcan. También es posible proveerles de medios para cubrir sus necesidades en las mismas áreas donde viven. Pero la verdad es que durante decenios no se buscó ninguna solución efectiva a la situación de todos esos seres humanos.
De cualquier manera, la ayuda a dichas poblaciones no es algo que puedan encarar unas pocas personas. Con el objeto de encontrar soluciones reales es necesario el esfuerzo combinado de muchísimos habitantes del planeta. Pero son muy pocos, como individuos y como organismos, los que lo intentan. En todas partes del mundo, en cambio, se gastan trillones de dólares para otras cosas.
Además, que algunos arrojen a la basura su comida debido a motivos banales, mientras que en otros lados hay gente que se muere por no encontrar con qué alimentarse, es una clara evidencia de que estamos frente a un orden mundial inicuo que existe por el hecho de que la humanidad no vive los valores de la religión.
Quien cavila al observar todo esto llega a la conclusión de que lo único que eliminará esta iniquidad es la adopción de los valores y virtudes que ordena Dios. El que reverencia a Dios y actúa según su recto discernimiento, nunca permitirá dichas infamias e injusticias. Ayudará al necesitado de inmediato y con soluciones definidas y duraderas, sin permitirse ni permitir ninguna ostentación, y si fuese necesario, echando mano a todos los recursos del planeta.
Dios nos dice en el Corán que la ayuda al pobre y al necesitado es una característica de quienes reverencian a Dios y son conscientes del Día del Juicio:
Por mucho amor que tuvieran al alimento, se lo daban al pobre, al huérfano y al cautivo: “Os damos de comer sólo por agradar a Dios. No queremos de vosotros retribución ni gratitud. Tememos, de nuestro Señor, un día terrible, calamitoso.” (Corán, 76:8-10
No alimentar al pobre es propio de la gente irreligiosa que no considera para nada a Dios:
Algunas de las informaciones que se ven con frecuencia en los medios de comunicación se refieren a distintos tipos de desastres. La gente puede encontrarse con alguno de ellos en cualquier momento. Puede ocurrir un poderoso terremoto, un incendio de grandes proporciones o una inundación. Son los creyentes los que al enterarse de esas calamidades recuerdan que Dios tiene potestad sobre todas las cosas y puede arrasar una ciudad hasta los cimientos si lo desea. Al meditar sobre esto se comprende que al único que se puede pedir ayuda es a Dios, único lugar de refugio sin par. Ni los edificios más resistentes ni las ciudades mejor equipadas pueden enfrentar la potestad y autoridad de Dios. Todo puede perecer de modo súbito si así El lo determina.
Estas y otras son escenas sobre las que algunos seres humanos meditan, para concluir que Dios envía las catástrofes con un propósito. Dios comunica en el Corán que castiga a los pueblos desobedientes para que se den cuenta de lo que hacen y cambien o se hagan cargo de las consecuencias. Entonces, si una comunidad lleva adelante conceptos y prácticas que son del desagrado de Dios, El puede castigarla. O puede hacer que una comunidad sufra alguna penuria para probarla en este mundo.
El creyente, al meditar sobre todo esto, teme que ese castigo también le alcance y pide el perdón de Dios por su propia conducta.
Ninguna persona y ningún pueblo puede evitar que ocurra un desastre, a menos que así Dios lo desee. No importa si el pueblo en cuestión es el país más rico y poderoso o si la zona donde se producirá la hecatombe es considerada por su ubicación geográfica la más segura y alejada de todo riesgo. Dios dice que ningún pueblo puede evitar la devastación que tiene asignada:
Otro tópico que las noticias tratan con frecuencia es el de la corrupción en las transacciones económicas. En particular, todos los días nos enteramos de prácticas usurarias. Al informarnos por la prensa que la usura está fuera de control y que provoca una recesión importante en la economía, nos damos cuenta de que, en respuesta a los actos aborrecibles y prohibidos, Dios hace que la gente pierda interés en la productividad. Pero al eliminar Dios el beneficio devengado a través de la usura, ésta decrece: Dios hace que se malogre la usura, pero hace fructificar la limosna. Dios no ama a nadie que sea infiel pertinaz, pecador (Corán, 2:276). Otro versículo nos informa también respecto de la resultante de la usura en el otro mundo:
El que reflexiona se da cuenta de que los versículos de Dios se hacen patentes entre la gente en este mundo.
Es posible ver también en los programas de TV, periódicos y revistas, las bellezas creadas por Dios. Contemplar o visitar una casa, un jardín o una playa muy lindos, es algo que seguramente agrada a todos. El creyente relaciona la observación de esas cosas, antes que nada, con el paraíso. Y recuerda, una vez más, que si es Dios Quien concede estas enormes bendiciones o exhibe a todos semejantes primores de la creación, por cierto creará en el paraíso lugares de una belleza incomparable.
Alguien que aprecia cosas terrenales tan hermosas también piensa: todas lo bello creado en el mundo tiene una medida, es decir, su belleza es relativa, con ciertas “anomalías”, porque el mundo es limitado. Quien pasa algún tiempo en un lugar de diversión o paseo es testigo de esas “anomalías”: la extrema humedad ambiental, el elevado tenor de sal en el mar que resulta bastante molesto, el calor que produce ampollas y que lleva a que luego la piel se descame, son algunos pocos ejemplos. También se exhiben otras imperfecciones, como ser los problemas de organización de la agencia de viajes o el mal carácter de algunos compañeros de viaje. Tales cosas se deben a que el mundo es un lugar de prueba: aquí Dios prueba al ser humano y para ello lo enfrenta a obstáculos y/o contradicciones, como así también al goce de muchísimos y variados bienes, para ver hasta qué punto actúa frente a todo ello según Sus órdenes y mandamientos.
Pero en el paraíso sí encontraremos los “originales”, sin tacha, de la bellezas que observamos aquí, sin la interferencia de ningún tipo de limitaciones o anomalías. Además, no habrá ninguna conversación o diálogo desagradable o banal: la perfección será plena en todo sentido para el ser humano. Por eso el creyente, frente a cada belleza observada en este mundo, siente que crece su anhelo por el paraíso. Siempre le agradece a Dios las bendiciones otorgadas y está contento con ellas al reflexionar que son parte de Su gracia. Y justamente porque sabe que el “original” de todo lo que aquí percibe como hermoso está en el paraíso, no se olvida del otro mundo, es decir, no se deja extraviar por las cosas hermosas en este mundo y vive de manera tal como para que pueda merecer entrar al paraíso de Dios y gozar allí de la belleza plena y eterna que El le concede.
Si el ser humano no medita sobre las cosas que observa, no puede captar las sutilezas que hay en ellas y darse cuenta del entorno extraordinario en el que vive.
El creyente, en cambio, sí medita y extrae conclusiones, distintas a las de otros.
Por ejemplo, es un hecho muy bien conocido que el componente básico de cada existencia en el universo, animada o inanimada, es el átomo. Es decir, la mayoría de la gente sabe que el libro que lee, el sillón donde se sienta, el agua que bebe y todo lo que llega a ver en su entorno material, está compuesto de átomos. Pero sólo los creyentes expanden su meditación y testimonian la potestad exaltada de Dios.
Cuando esa mayoría se compenetra del tema en cuestión, piensa lo siguiente: si los átomos son existencias inanimadas, ¿cómo pueden reunirse y dar lugar a organismos capaces de ver, oír, interpretar lo que oyen, gozar de la música que escuchan, pensar, tomar decisiones, ser feliz o infeliz? ¿Cómo ha adquirido el ser humano los rasgos que le caracterizan y le hacen distinto a otros conglomerados de átomos? Pero no va más allá en su razonamiento.
Por cierto, los átomos inconscientes e inanimados no pueden dar al ser humano las cualidades con las que cuenta. Está claro que Dios nos creó con un espíritu y dotados de las particularidades que poseemos, lo que nos recuerda un versículo de Dios:
¿Ha pensado alguna vez que todas las cosas son creadas solamente para el ser humano?
Cuando el creyente en Dios investiga con atención las existencias animadas e inanimadas y los sistemas presentes en el universo, recapacita que todo es creado para el ser humano. Comprende que nada pasó a existir de manera casual sino que Dios crea todo del modo más preciso para provecho del ser humano.
Por ejemplo, el ser humano normal puede respirar sin esfuerzo permanentemente. El aire que inhala no le quema la fosas nasales, no le produce vértigos o dolores de cabeza. La proporción de gases en el aire es la más apropiada para el cuerpo humano. Quien medita en esto considera otro tema crucial: si la concentración de oxígeno en la atmósfera fuese un poco mayor o menor que la existente, la vida desaparecería. Eso hace recordar lo difícil que resulta respirar en lugares muy cerrados, poco ventilados. El creyente, mientras sigue meditando sobre todo esto, agradece constantemente a su Señor, ya que entiende que El pudo haber hecho nuestra atmósfera como la de otros planetas y entonces sería imposible respirar. Nosotros en cambio tenemos una atmósfera con un orden y equilibrio absolutamente apropiados, que capacita a miles de millones de personas a respirar sin esfuerzo.
La persona que sigue meditando sobre el planeta en que vive, tiene en cuenta lo importante que es el agua, creada por Dios, para la vida. Entonces reflexiona: En general la gente hace conciencia de la importancia del agua cuando le falta durante un tiempo más o menos prolongado. Se da cuenta de que es una sustancia que necesita en todo momento mientras vive. Una considerable parte de las células y de la sangre que llega a todos los puntos del cuerpo consiste en agua. Si no fuese así, la fluidez de la sangre disminuiría y su flujo en los vasos se volvería muy difícil. La fluidez del agua es importante no sólo para el cuerpo humano y animal sino también para las plantas. El agua llega a las hojas más alejadas del suelo mediante un sistema vascular.
Por otra parte, la gran cantidad de agua en el mar hace habitable el planeta. Si las superficies marítimas fuesen menores a las existentes, las áreas de tierra firme se convertirían en desiertos y la vida sería imposible.
La persona que medita sobre estas cosas se convence totalmente de que no es una casualidad la existencia de un equilibrio tan apropiado en la Tierra. El hecho de constatar todo esto y reflexionar, le permite concluir que un Creador Exaltado y propietario del poder eterno, creó todo con un propósito.
También tiene en cuenta que los ejemplos sobre los que ha reflexionado son muy limitados en cantidad y que son incontables los que se pueden dar respecto de los delicados equilibrios existentes en el planeta. Pero puede percatarse fácilmente del orden, adecuación y armonía que prevalece en cada rincón del universo. Llega así a la conclusión de que Dios ha creado todo para el ser humano. El Todopoderoso comunica en el Corán:
Todos estamos familiarizados con el concepto de “eternidad”. Pero, ¿ha pensado usted siempre en la eternidad? Este es un tema sobre el que reflexiona el creyente en Dios.
La creación de la vida eterna en el paraíso y en el infierno es un tema muy importante sobre el cual todos deben meditar. Quien lo hace, presenta algunas proposiciones: la naturaleza eterna del paraíso es una de las bendiciones y premio más grande concedido a la vida después de la muerte; la vida gloriosa en el paraíso no finalizará nunca. El ser humano puede vivir en este mundo cien años o algo más. Pero en el paraíso la vida no tiene límite temporal, por lo que un cuatrillón de veces un cuatrillón de años es algo breve.
Quien recuerda esto, también tiene en cuenta que es absolutamente imposible que el ser humano abarque en su comprensión la eternidad. Trataremos de entenderlo mejor con una comparación. Si un cuatrillón de personas ha estado fabricando un cuatrillón de escobas cada cinco minutos y trabajando sin parar noche y día durante un cuatrillón de años a ese solo objeto, la cifra total de escobas fabricadas sería igual a “cero” en comparación con la cantidad de años que se transcurrirían en la vida eterna.
Al pensarse en todo esto se llega a la siguiente conclusión: Dios posee un conocimiento tan inmenso, que a lo que al ser humano le resulta “eterno”, en la visión de El ya ha finalizado. Es decir, cada incidente y cada pensamiento que ha tenido lugar desde que se inició el “tiempo” y que ocurrirán hasta que el “tiempo” finalice, con sus períodos y condiciones, se determinan y finalizan dentro de Su conocimiento.
También hay que tener en cuenta que el infierno es un lugar donde los incrédulos morarán eternamente y donde hay distintos tipos de aflicciones, suplicios y angustias. Estarán sometidos a tormentos físicos y espirituales ininterrumpidos, por lo que será imposible descansar o dormir. Si la vida en el infierno finalizaría, sus moradores tendrían alguna esperanza de superar ese trance, aunque sea después de un cautrillón de años. Pero lo que reciben los que inventaron socios a Dios o no creían, es el suplicio eterno:
Es de la máxima importancia que cada individuo intente comprender la eternidad por medio de la reflexión, pues eso aumenta el empeño por el más allá venturoso y refuerza su sumisión (a Dios) y su esperanza. En tanto sienta una gran aprensión por la aflicción eterna, abriga la esperanza de obtener la felicidad eterna.
Los sueños encierran determinaciones importantes para el que reflexiona. Cavila sobre lo “reales” que son las cosas que ve mientras duerme, es decir, en nada distintas a las que observa en vigilia. Se puede estar tendido y durmiendo sobre una cama y verse en el sueño en un viaje de negocios conversando con personas desconocidas y almorzando mientras se oye música. Se aprecia el sabor de las comidas, se baila, se experimenta la excitación debido a distintos incidentes, se percibe feliz o infeliz, se siente temor o cansancio. Incluso se puede conducir un vehículo desconocido aunque tampoco se sepa cómo hacerlo.
Si bien el cuerpo yace en la cama con los ojos cerrados, ve distintas imágenes de los lugares que visita. Eso significa que lo que ve no es con los ojos. También escucha voces aunque en el cuarto en donde está no haya nadie más. Es decir, se escucha pero no por medio de los oídos. Todo esto sucede en el cerebro. Así y todo, cada cosa resulta muy real como si fuese corpórea. ¿Qué es entonces lo que forma esas imágenes tan reales en el cerebro, las cuales no tienen existencia efectiva en el mundo? El ser humano no puede plasmarlas consciente e intencionalmente mientras duerme. Ni el cerebro puede producirlas por sí mismo, ya que es un montón de carne constituido por moléculas de proteínas. Sería extremadamente irrazonable suponer que esa substancia forma imágenes por sí misma, e incluso rostros humanos, lugares y sonidos nunca vistos y escuchados antes. ¿Quién es entonces el que presenta esas imágenes mientras se duerme? Al reflexionarse sobre esto se advertirá, una vez más, la verdad obvia: Es Dios Quien hace que el ser humano duerma. En ese período le muestra lo que “sueña” y le devuelve el alma cuando va a despertarse.
Y quien sabe que esto es así, también reflexiona sobre el propósito que ello encierra y las razones para que se produzca. Puesto que la persona que sueña está tan segura de los sucesos y de la gente percibida como cuando está despierta, si alguien se le acercara y le dijese: “Estas soñando; ahora despierta”, no le creería. El que es consciente de lo que estamos hablando piensa entonces lo siguiente: “¿Quién puede decir que la vida de este mundo no es también temporaria y se parece a un sueño? Así como nos despertamos en algún momento después de soñar, también en algún momento nos despertaremos de la vida de este mundo y veremos imágenes totalmente distintas, como por ejemplo, las imágenes de la otra vida...”.