Al mundo se lo puede calificar distintamente pero no como apacible. Y nosotros somos vulnerables a sus cataclismos naturales y a las perturbaciones del espacio exterior, como la lluvia de meteoritos y asteroides. Si bien la atmósfera que rodea a la Tierra es una protección frente a estos últimos elementos, ninguna parte del planeta es inmune a los efectos de otros meteoros, como los rayos, las tormentas o los huracanes. Del mismo modo, el centro de la Tierra, invisible a nuestros ojos, está constituido de elementos fundidos que podrían dañarnos o destruirnos y no sería exagerado llamarlo “un núcleo llameante”.
Los peligros naturales pueden golpear en cualquier momento y provocar considerables pérdidas de vidas y bienes. Las tormentas, las descargas eléctricas, los incendios forestales, la lluvia ácida y los maremotos, cuyos efectos por lo general denominamos “desastres naturales”, tienen distintas intensidades y alcance. El denominador común de los mismos es que en un momento determinado pueden dejar en ruinas una ciudad con todos sus habitantes. Pero más importante aún, es que el ser humano resulta incapaz de evitar o combatir esa consecuencia.
Todas las catástrofes provocan grandes destrucciones en el planeta. Pero sólo afectan una región en particular gracias al equilibrio que existe en la naturaleza, creación de Dios. La Tierra dispone de sistemas protectores significativos para todo lo viviente. De todos modos, siempre acecha la posibilidad de un desastre natural devastador. Dios crea esos cataclismos para mostrarnos que nuestro habitat no es siempre un lugar seguro. Esos arrebatos de la naturaleza son recordatorios para toda la humanidad de nuestra incapacidad para controlar todo lo que le acaece al planeta, así como de nuestra debilidad inherente. Seguramente son advertencias para quienes meditan sobre ello y sacan conclusiones de lo que experimentan otros.
¿Qué otras lecciones deberíamos aprender de los desastres naturales?
El mundo fue creado especialmente para el ser humano y la razón de la creación de éste se evidencia en un versículo:
El es Quien ha creado los cielos y la tierra en seis días, teniendo Su Trono en el agua, para probaros, para ver quien de vosotros es el que mejor se comporta… (Corán, 11:7)
La “escena” para dicha “prueba” es algo completamente elaborado y cada suceso es un componente del sofisticado medio circundante. Por otra parte, ningún fenómeno natural ocurre azarosamente sino que todos tienen una explicación científica. Por ejemplo, la fuerza de gravedad dilucida porqué no somos arrastrados al espacio; la lluvia se produce cuando el vapor de agua aumenta su densidad hasta cierto punto. El mismo tipo de causalidad es válido para la muerte, los accidentes o los desastres. Se pueden enumerar muchas causas que hacen a la muerte, a las enfermedades o a los accidentes que sufre una persona. Pero lo que realmente importa es la “precisión” del sistema que motiva cada uno de esos sucesos, la entidad que posee y un aspecto particular del mismo. Dicha particularidad es que cada incidente tiene lugar de una manera que la mente humana lo puede comprender plenamente, más tarde o más temprano.
Dios crea los desastres naturales con determinados propósitos. Es la manera en la que El demuestra que este mundo es un lugar de paso, en el que se pone a prueba a las personas.
Por medio de los desastres naturales Dios advierte a los seres humanos. Por ejemplo, un terremoto mata a miles de individuos y deja muchos más heridos. Quienes no prestan atención a las advertencias de Dios son proclives a explicar los acontecimientos de ese tipo como fenómenos “naturales” y comprenden poco o nada que Dios los creó con propósitos específicos. ¿Qué sucedería si al producirse un terremoto sólo murieran los que Dios considera grandes pecadores? En ese caso no se establecería el fundamento apropiado para “probar” a la humanidad. Es por eso que Dios crea cada fenómeno en un escenario “natural”. Sólo los conscientes de la existencia de Dios y con una profunda comprensión de Su creación entienden la racionalidad divina detrás de eso que se presenta como “natural”.
En el versículo que dice, Cada uno gustará la muerte. Os probamos tentándoos con el mal y con el bien. Y a Nosotros seréis devueltos. (Corán, 21:35), Dios comunica que nos examina a través de los sucesos benignos y malignos. El enigma de esta prueba es saber cuántos serán afectados por un desastre. No deberíamos olvidar nunca que Dios es el Juez Omnisciente y qu …Se decidirá entre ellos según justicia.(Corán, 39:75).
Todo lo que le sucede a una persona en este mundo es parte de la prueba. Los verdaderos creyentes comprenden la esencia de dicho enigma. Frente a cualquier desgracia que les acontece, se vuelven a Dios y se arrepienten. Son Sus siervos, conscientes de Su promesa:
Vamos a probaros con algo de miedo, de hambre, de pérdida de vuestra hacienda, de vuestra vida, de vuestros frutos. ¡Pero anuncia buenas nuevas a los que tienen paciencia, que cuando les acaece una desgracia, dicen: “Somos de Dios y a El volvemos”! Ellos reciben las bendiciones y la misericordia de su Señor. Ellos son los que están en la buena dirección. (Corán, 2:155-157)
Como se dice en el versículo, todos ―creyentes e incrédulos― son probados de muchas maneras: por medio de desastres naturales, por acontecimientos en la rutina diaria, con una enfermedad o un accidente. Desgracias de este tipo golpean individual y socialmente y provocan pérdidas materiales y sufrimientos espirituales. La persona rica puede perder todo lo que tiene, una chica buena moza puede quedar deformada en un accidente, una ciudad quedar reducida a ruinas por un terremoto. Se trata de claras demostraciones de cómo, en cualquier momento, distintas circunstancias pueden alterar nuestras existencias.
La gente debería sacar lecciones de esto que decimos. No cabe la menor duda de que Dios no crea nada sin algún objetivo y cada catástrofe persigue el propósito de salvarnos de la petulancia. Además, Dios dice en el Corán que sin Su permiso nada puede ocurrir:
No sucede ninguna desgracia si Dios no lo permite. El dirige el corazón de quien cree en Dios. Dios es omnisciente. (Corán, 64:11)
Nadie puede morir sino con permiso de Dios y según el plazo fijado. A quien quiera la recompensa de la vida de acá, le daremos de ella. Y a quien quiera la recompensa de la otra vida, le daremos de ella. Y retribuiremos a los agradecidos.(Corán, 3:145)
Otra lección que debemos extraer es que aunque nos creamos poderosos, somos débiles y realmente no tenemos la fuerza para enfrentarnos con las catástrofes, que suceden cuando Dios desea. Sin el permiso de El somos incapaces de ayudar a otros y protegernos nosotros, pues es Dios, Omnipotente, Quien permite todo:
Si Dios te aflige con una desgracia, nadie más que El podrá retirarla. Si te favorece con un bien… El es omnipotente. (Corán, 6:17)
En este capítulo haremos un relato abarcador de desastres que afectan nuestro planeta. El propósito es recordar a la gente que no se debe atar ciegamente a este mundo. Las innumerables situaciones de desasosiego e impotencia que vivimos nos indican la necesidad de la ayuda y guía de Dios. Como se dice en un versículo, …No tenéis, fuera de Dios, amigo ni auxiliar. (Corán, 29:22)
Se trata de una de las fuerzas naturales más devastadoras del planeta y que causa mayor cantidad de pérdidas humanas. Las investigaciones revelan que alguna parte de la tierra se resquebraja o cruje cada dos minutos. Según las estadísticas, tiembla millares de veces por año. Término medio se producen unas 300 mil trepidaciones de baja intensidad, casi imperceptibles, que no provocan ningún daño. Otras 20 son convulsiones de gran magnitud y debido a que golpean en zonas poco pobladas, producen pocos decesos y pérdidas económicas. Sólo 5 de esos estremecimientos reducen los edificios a montones de escombros.
Esta información deja en claro que los sismos que afectan a las personas son infrecuentes. Sin duda, se trata de una protección especial de Dios.
Actualmente los terremotos afectan sólo alguna ciudad o provincia. Pero en cualquier momento se puede producir uno que dañe todo el mundo y termine con la vida en el planeta, pues éste es totalmente vulnerable a los movimientos repentinos o ruptura de grandes masas de roca dentro de la corteza de la tierra o sobre el manto. Ello causaría catástrofes ineludibles.
El terremoto no tiene ninguna relación con el tipo de suelo, pero éste incide en la amplificación de las ondas sísmicas que viajan por él. Un terremoto puede ocurrir incluso cuando no existan condiciones naturales para ello. Si Dios desea, ese estremecimiento puede suceder en cualquier momento y El crea la inestabilidad y la inseguridad en algunas partes de la Tierra. Esto es así, para que recordemos que cuando menos lo esperamos un episodio de esos puede poner en peligro nuestras vidas. Dios advierte en el Corán sobre una posible calamidad:
Quienes han tramado males ¿están, pues, a salvo de que Dios haga que la tierra los trague, o de que el castigo les alcance por donde no lo presientan, o de que les sorprenda en plena actividad sin que puedan escapar, o de que les sorprenda atemorizados?... (Corán, 16:45-47)
Los terremotos que sacuden la Tierra durante unos segundos, pueden durar horas e incluso días. Mientras nos recuperamos de un golpe de esos podemos sufrir otro. Seguramente ello es fácil para Dios. Sin embargo, por Su misericordia, nos protege a la vez que nos recuerda, cada tanto, que prácticamente no tenemos ningún control sobre nuestras vidas.
Sería beneficioso acordarnos de un gran terremoto que tuvo lugar en el siglo XX.
El avanzado nivel de la ciencia y de la tecnología en la actualidad, hace sentir a muchos que el ser humano controla la naturaleza. Pero los que piensan así pueden sufrir un gran desengaño. La tecnología es una herramienta que Dios pone a nuestro servicio y que está totalmente bajo Su control. Distintos sucesos muestran que hasta la más avanzada es impotente para gobernar la naturaleza.
Por ejemplo, aunque los científicos japoneses desarrollaron una “tecnología a prueba de terremotos”, Kobe fue víctima del desplome de una inmensa parte de la ciudad debido a una sacudida intensa durante veinte segundos en 1995. Las estructuras edilicias más resistentes del mundo a los temblores colapsaron frente a uno de magnitud 6,9. Los japoneses habían invertido durante tres décadas 40 mil billones de dólares en investigaciones académicas para desarrollar un sistema de advertencia temprana, de modo que se pueda reducir el efecto destructor de los sismos. Kobe es un ejemplo reciente, entre muchos otros, de lo inesperados y arrasadores que resultan en una sociedad moderna industrializada.
A la gente se le aseguró que la tecnología moderna para predecir grandes terremotos le salvaría de la destrucción completa. Pero después del desastre que hizo de Kobe un cúmulo de desechos, quedó en claro que no se disponía de los mecanismos que alertasen convenientemente del peligro. También quedó en claro que las llamadas “estructuras resistentes a los terremotos” no cumplieron su papel, para nada, frente al cataclismo, cuyo epicentro se ubicó a 15 millas (24 kilómetros) al sudoeste del centro de la ciudad.
Kobe, la segunda ciudad industrial de Japón, la más densamente poblada y el puerto más importante después de Tokio. A las 5,46 horas del 17 de enero de 1995 una intensa ola de choque de 20 segundos provocó daños espantosos. Sólo 20 segundos y todo lo que la gente había logrado con sacrificio a lo largo de sus vidas, fue destruido.
La región afectada incluyó a las populosas ciudades de Kobe y Osaka. A eso se debe el aterrador daño ocurrido, es decir, 5.200 muertos y 300 mil heridos. El perjuicio económico total se valuó en 200 mil millones de dólares.3
Es factible extraer lecciones de un desastre como el relatado. Los habitantes de las ciudades mencionadas, acostumbrados a una forma de vida confortable, fueron confrontados repentinamente con bastas penalidades después de la hecatombe. En un estado de conmoción, no atinaban a trazarse planes para el futuro.
Un huracán causó inmensos daños cuando golpeó sobre Florida en febrero de 1988. Demolió edificios y arrojo a los automóviles sobre los mismos. (Abajo) Automóviles y casas de familia afectados por el huracán.
Los tifones, los huracanes y los tornados son desastres naturales que la gente experimenta con frecuencia. A consecuencia de los mismos se pierden miles de vidas cada año. Los fuertes vientos también arrancan miles de árboles, cabañas y postes telefónicos, o arrasan con automóviles y edificios, a lo largo de varios kilómetros.
Los grandes tifones, en particular, pueden provocar olas gigantes que se elevan repentinamente desde el lecho marino. La poderosa tormenta las envía contra la costa a cientos de millas (o kilómetros) por hora a lo largo de la masa de agua. En ese caso se anega tierra firme y las intensas lluvias que acompañan ese proceso provocan serias inundaciones en las desembocaduras de los ríos y en las zonas bajas.
La transformación de las brisas suaves en tormentas poderosas capaces de hacer volar construcciones completas o parte de las mismas, nos obliga, sin duda, a interrogarnos acerca de la fuerza descomunal que hace posible eso. La misma exposición razonada hecha para lo que tiene que ver con los terremotos, es válida para los huracanes, tifones y tornados. Si Dios lo desease, los desastres naturales mencionados caerían sobre nosotros uno tras otro, muy de seguido, sin darnos tiempo a recuperarnos. Dios nos revela en el Corán que los vientos están bajo Su control:
¿Estáis a salvo de que Quien está en el cielo haga que la tierra os trague? He aquí que tiembla (la tierra). ¿O estáis a salvo de que Quien está en el cielo envíe contra vosotros una tempestad de arena? Entonces veréis cómo era Mi advertencia… (Corán, 67:16-17)
Pero Dios nos protege de esas acechanzas. Sólo ocasionalmente deja que alguna de ellas nos golpee. Seguramente ello nos debe servir de advertencia. La intención es recordarnos que el propósito último de nuestra existencia es ser siervos de Dios, que somos impotentes frente a Su poder y que se nos evaluará el Día del Juicio.
Un tornado suficientemente potente como para barrer casas y reducir a escombros toda una ciudad. | Amontonamiento de lanchas después de pasar un huracán por Florida en febrero de 1988. |
Las erupciones volcánicas son otra forma espectacular de desastre natural. En el mundo hay mil quinientos volcanes activos. 550 de ellos4 se encuentran en la superficie de la tierra y el resto en los lechos marítimos. Pueden estallar en cualquier momento de modo extremadamente destructor, imposible de anticipar, y barrer con habitantes y cosechas para luego cubrir con cenizas grandes áreas.
Algunas de estas catástrofes que tuvieron lugar en el siglo XX, dejaron marcas imborrables al hacer desaparecer del mapa ciudades enteras, produciendo un sinnúmero de víctimas mortales.
(Izquierda) Erupción de un volcán. (Abajo) El autobús en medio del mar de lava nos recuerda el desastre de Pompeya.
De las erupciones volcánicas ocurridas se deben extraer ciertas lecciones. Por ejemplo, el Monte Vesubio de Italia enterró a la ciudad de Pompeya bajo un vendaval de lava ardiente. Sus residentes llevaban una vida totalmente pervertida. Es llamativo que 20 mil personas de esa próspera localidad fuesen asfixiadas por el flujo ígneo que cubrió la zona el 24 de agosto del año 79.
Los volcanes dormidos de nuestros días pueden erupcionar abruptamente y arrojar humo y cenizas a miles de pies (o metros) en el aire, en tanto que la corriente de lava arrasará todo lo que encuentre en su recorrido. Otro efecto adverso de las erupciones es las peligrosas nubes de gases y cenizas que el viento llevaría a otras áreas, a la pasmosa velocidad de 90 millas por hora (144 kilómetros por hora), incendiando todo a su paso y sumiendo a las ciudades en la sombra.
Uno de los peores desastres de la historia ocurrió en 1883 cuando el Krakatoa erupcionó violentamente en las Indias Orientales (Indonesia), generó una onda sonora que se escuchó a 3 mil millas (4.800 kilómetros) y creó tsunamis de hasta 125 pies (38 metros) de alto. Las olas arrasaron 165 aldeas costeras y mataron a 36 mil personas.5
Los volcanes son memorables por la trágica cantidad de muertos que producen y porque no se puede prever su capacidad destructora. El del Nevado del Ruiz es un ejemplo de ello. Con una intensidad de sólo el 3% del Santa Elena y después de estar dormido 150 años, al estallar fundió la nieve y el hielo en su cumbre. La corriente de lodo generada que descendió la cuesta hasta el valle del Río Lagunilla en 1985, enterró vivos mientras dormían 20 mil habitantes de la ciudad de Armero (Colombia). Se trató del peor desastre volcánico desde que el volcán de la Montaña Pelada de la isla Martinica aniquiló en 1902 la ciudad capital Sant Pierre y unos 30 mil habitantes, al despedir una nube incandescente de gas, ceniza y fragmentos de lava, como parte de un flujo piroclástico.6
(Abajo) El Monte Pinatubo, en una de las erupciones más violentas del siglo XX, arrojó nubes de gas supercaliente y cargadas de cenizas ―flujo piroclástico letal― que cubrieron todo el horizonte en junio de 1991. | (Izquierda) Los residentes de los alrededores del Monte se protegieron con paraguas de la lluvia de cenizas.7 |
Dios demuestra cuán repentinamente podemos encontrar la muerte debido a esos desastres y en consecuencia nos llama a ponderar cuál es el propósito de nuestra existencia en este mundo. Se trata de acontecimientos que comunican una “advertencia”. Lo que se espera del ser humano es que no dé rienda suelta a sus caprichos en el corto período de vida que tiene y que no niegue la vida eterna en el Más Allá. Deberíamos tener presente que la muerte nos llega a todos y que luego seremos juzgados en presencia de Dios:
El día que la tierra sea sustituida por otra tierra y los cielos por otros cielos, que comparezcan (los hombres) ante Dios, el Uno, el Invicto. (Corán, 14:48)
Las olas sísmicas son causadas por una repentina elevación o descenso del lecho marino o por erupciones volcánicas. Algunos tsunamis pueden ser tan destructivos como la bomba atómica.
Grandes olas de agua (tsunamis) que a veces pueden destruir ciudades costeras.
Seguramente Dios crea todos esos desastres enunciados como “advertencias” para la humanidad. El tiene un poder ilimitado sobre todas las cosas: …”El es el Capaz de enviaros un castigo de arriba o de abajo… (Corán, 6:65). Las serias amenazas físicas por todas partes del mundo subrayan, sin duda, una realidad importante. A través de los desastres Dios puede sacarnos en cuestión de segundos todo lo que nos concedió. Las catástrofes pueden sorprender a cualquiera en cualquier momento. Se trata de una demostración de que no existe ningún lugar en la tierra que pueda garantizar nuestra seguridad. Dice Dios:
La corriente de “El Niño” provocó el destrozo de muchas ciudades en 1997-1998. El daño total producido en el mundo se calculó en 20 mil millones de dólares.8 (Arriba) Una ciudad afectada por “El Niño”. Aunque el agua es muy importante para la vida, puede producir inundaciones devastadoras. (Izquierda) Casa sumergida en el agua.
Hielo que cayó a 100 millas por hora (160 kilómetros por hora) destrozó los vidrios de los automóviles en Tampa (Florida), durante una tormenta eléctrica que provocó daños valuados en unos 25 millones de dólares.9 En la parte superior vemos el techo de una casa deteriorado por el granizo.
Los incendios naturales descontrolados y los provocados por la negligencia humana, pueden causar grandes pérdidas.
¿Es que los habitantes de las ciudades están a salvo de que Nuestro rigor les alcance de noche, mientras duermen? ¿O están a salvo los habitantes de las ciudades de que Nuestro rigor les alcance de día, mientras juegan? ¿Es que están a salvo de lo que Dios intrigue? Nadie cree estar a salvo de lo que Dios intriga, sino los que pierden. (Corán, 7:97-99)
El agua, concedida a nosotros como un favor, a veces puede volverse un desastre si Dios lo desea. Es incomprensible que testimoniemos una o dos inundaciones por año y no obstante despreciemos la posibilidad de experimentar semejante calamidad.
Un incendio provocado en el tórrido cañón en la parte de arriba de Laguna Beach (California), dio lugar a uno de los peores siniestros urbanos en 1993. El infierno desatado quemó 14 mil acres (5.700 hectáreas) y 441 casas. La zona más golpeada fue la vecindad del Cerro Místico, con 286 casas convertidas en cenizas.10
La historia registra abundantes casos de gente que se apoya en los avances científicos sensacionales y desdeña totalmente la potestad de Dios. Es por eso que muchos desastres sirvieron de penosas lecciones para todos. Cada uno de ellos es importante en el sentido de que nos recuerda que la riqueza, el poder, la ciencia y la tecnología carecen de atributos para resistir la voluntad de Dios.
Se puede dar numerosos ejemplos de los mismos pero el más conocido es el del Titanic, un gran barco marítimo de línea de 55 metros de altura y 275 metros de longitud, que zozobró hace unos 90 años. Pensado como “un asalto a la naturaleza”, fue un gran proyecto que empleó un equipo de profesionales y unos 5 mil operarios. Casi todos estaban seguros de que jamás naufragaría. Resultó una obra maestra de la tecnología que superó los límites conocidos en la ingeniería naval, aunque quienes confiaban en esa proeza técnica no tuvieron en cuenta algo importante que se dice en el versículo coránico 33:48: …la orden de Dios es un decreto decidido, y que todo, más temprano o más tarde, encuentra su muerte. Eventualmente, un accidente condujo al hundimiento del barco y toda la tecnología, entonces de punta, no pudo salvarlo de su amargo fin.
Algunos enseres usados en el Titanic. Todos quedaron enterrados en la profundidad del océano junto con el barco. Hoy día son muy pocos los que recuerdan a los propietarios de esos bienes.
Según lo relatado por los sobrevivientes, la mayoría de los pasajeros se reunieron en la cubierta para rezar cuando se dieron cuenta de que la nave se iría a pique. En muchas partes del Corán se habla sobre esta tendencia del comportamiento humano. En momentos de serios disturbios y peligros, el individuo reza con sinceridad y busca la ayuda de su Creador. Sin embargo, al verse libre del peligro, inmediatamente se muestra desagradecido:
Vuestro Señor es Quien, para vosotros, hace que surquen las naves el mar, para que busquéis Su favor. Es misericordioso con vosotros. Si sufrís una desgracia en el mar, los (falsos dioses) que invocáis se esfuman, El no. Pero, en cuanto os salva llevándoos a tierra firme, os apartáis (de Dios). El hombre es muy desagradecido… ¿Estáis, pues, a salvo de que Dios haga que la tierra os trague o de que envíe contra vosotros una tempestad de arena? No podríais encontrar protector. ¿O estáis a salvo de que lo repita una segunda vez, enviando contra vosotros un viento huracanado y anegándoos por haber sido desagradecidos? No encontraríais a nadie que, en vuestro favor, Nos demandara por ello. (Corán, 17:66-69)
Puede ser que hasta el momento muchos no hayan experimentado desastres de ese tipo. Pero hay que recordar que en cualquier momento cualquiera sufre una alteración trágica en su vida. En consecuencia, habría que ocuparse siempre del recuerdo de Dios, puesto que …la fuerza es toda de Dios… (Corán, 2:165). Por otra parte, una vez que la catástrofe golpea, podría no tenerse ya la oportunidad de modificar la actitud de ingratitud hacia Dios y arrepentirse ante El. La muerte puede ser muy repentina:
¿No han considerado el reino de los cielos y de la tierra y todo lo que Dios ha creado? ¿Y que tal vez se acerque su fin (es decir, el fin de los extraviados)? ¿En qué anuncio después de éste (es decir, después del Corán), van a creer? (Corán, 7:165)
Sorprendimos a cada uno por su pecado. Contra unos enviamos una tempestad de arena. A otros les sorprendió el Grito. A otros hicimos que la tierra se los tragara. A otros les anegamos. No fue Dios quien fue injusto con ellos, sino que ellos lo fueron consigo mismos. (Corán, 29:40)
Lo que hemos visto hasta ahora tiene por objeto recordar un hecho importante a quienes olvidan para qué fueron creados: todo lo que hay en el planeta debe su existencia a Dios, el Creador, originador de toda la materia del universo. En otras palabras, todo existe por la voluntad de El. Por lo tanto, nada existe fuera de Dios. El Corán nos dice que nada escapa a su control: …Dios prevalece en lo que ordena, pero la mayoría de los hombres no saben. (Corán, 12:21).
De todos modos, como subraya Dios en la segunda parte del versículo, la mayoría de la gente es inconsciente de esto. Suponen que mientras vivan nos les afectará ninguna desgracia y nunca piensan en lo vulnerables que son a cualquier desastre devastador. Sentimos que “otros” pueden padecerlos y que “nosotros” siempre estaremos a buen resguardo de ellos. Las noticias acerca de desastres, accidentes o epidemias seguramente despiertan nuestra solidaridad con los que padecen esas desgracias. Nos entristecemos frente a esos hechos pero con el paso del tiempo nos vamos olvidando de lo acontecido hasta que deja de interesarnos. Otras veces, inmersos en la rutina diaria o en problemas personales, nos invade la apatía e indiferencia por las víctimas.
De cualquier manera, nos equivocamos si creemos que nuestra vida será la misma todos los días. Es sobre ésto que nos advierte Dios. Por cierto, quienes padecieron catástrofes naturales no sabían lo que iba a suceder y debían padecer.Seguramente comenzaron su actividad diaria normalmente y esperaban cumplir tranquilamente la rutina correspondiente. Nunca se les habría ocurrido que de golpe experimentarían cambios drásticos y que se verían inmersos en situaciones peligrosas. En ese momento la existencia se reduce a sus verdades más simples. Es así como Dios nos recuerda que en este mundo la seguridad total es una ficción.
Pero la mayoría de la gente no presta atención a eso. Olvida que la vida es corta, temporaria, y no tienen en cuenta que serán juzgados en presencia de Dios. En ese estado de descuido pasan la vida persiguiendo deseos vanos en vez buscar la complacencia del Señor.
Visto desde este punto de vista, las dificultades son una misericordia de Dios, Quien demuestra la verdadera naturaleza de este mundo y nos anima a prepararnos para la próxima vida. A eso se debe que lo que se considera una desgracia en realidad es una oportunidad ofrecida por el Todopoderoso. Esos contratiempos brindan la oportunidad para que nos arrepintamos y enmendemos nuestras conductas. En un versículo se relatan las lecciones que debiéramos extraer de los cataclismos:
¿Es que no ven que se les prueba una o dos veces al año? Pero ni se arrepienten ni se dejan amonestar. (Corán, 9:126)
3. H.J. de Blij, M.H. Glantz, S.L. Harris, ”Restless Earth”, The National Geographic Society, 1997, p. 8
4. H.J. de Blij, M.H. Glantz, S.L. Harris, ”Restless Earth”, The National Geographic Society, 1997, p. 8
5.H.J. de Blij, M.H. Glantz, S.L. Harris, ”Restless Earth”, The National Geographic Society, 1997, p. 64
6. H.J. de Blij, M.H. Glantz, S.L. Harris, ”Restless Earth”, The National Geographic Society, 1997, p. 18-19
7. H.J. de Blij, M.H. Glantz, S.L. Harris, ”Restless Earth”, The National Geographic Society, 1997, p. 64
8. The Guinness Book of Amazing Nature, p. 60
9. H.J. de Blij, M.H. Glantz, S.L. Harris, ”Restless Earth”, The National Geographic Society, 1997, p. 105