Dios creó al ser humano en la mejor condición y lo equipó con características eminentes. Su superioridad sobre las demás criaturas ―manifestada en su capacidad intelectual y de comprensión y en su disposición para aprender y desarrollar culturas― es incuestionable.
¿Ha pensado alguna vez por qué a pesar de esa superioridad posee un cuerpo frágil, siempre vulnerable a amenazas internas y externas? ¿Por qué está expuesto a los ataques de microbios y bacterias, los cuales son tan diminutos que no se los puede ver a simple vista? ¿Por qué tiene que invertir parte del día en su aseo? ¿Por qué necesita cuidar su organismo? ¿Por qué envejece con el transcurso del tiempo?
La gente asume que todo eso se trata de fenómenos naturales. No obstante, la necesidad de cuidarse sirve a un propósito especial. Cada cosa que el ser humano requiere es especialmente creada. El versículo en el que se dice el hombre es débil por naturaleza (Corán, 4:28) es la expresión manifiesta de ello.
Las infinitas necesidades del ser humano son creadas con un propósito: hacerle comprender que es siervo de Dios y que este mundo es una residencia temporaria.
Nadie decide en lo más mínimo el momento y lugar donde nacerá y donde morirá. Además, son vanos todos los esfuerzos que haga para evitar los efectos negativos que le aquejan.
El ser humano tiene, en realidad, una naturaleza frágil que requiere de mucha atención. Prácticamente está desprotegido frente a incidentes abruptos imprevistos. Del mismo modo, está expuesto a enfermedades impredecibles, ya sea que viva en medio de una sociedad muy desarrollada o en una remota aldea de la montaña. En cualquier momento puede desarrollar una enfermedad incurable y fatal o sufrir un daño que le afecte la fortaleza corporal y el encanto personal de modo irreparable. Esto vale para todos, sin que influya en ello el nivel social, la jerarquía, la raza, etc. Tanto la persona famosa aclamada por millones de individuos como el simple ovejero, pueden ver su vida completamente alterada debido a un incidente inesperado.
El cuerpo humano es un organismo débil, de huesos y carne, que pesa unos 70 – 80 kilos. Lo protege una delicada piel que, sin duda, puede dañarse fácilmente. Si se la expone demasiado al sol o al viento se seca, cuartea o enferma. Para evitar perjuicios siempre debemos protegernos de ciertos efectos ambientales del lugar en que vivimos.
Aunque estamos equipados con maravillosos sistemas orgánicos, sus constituyentes ―carne, músculos, huesos, nervios, grasa― son proclives al deterioro. Si dichos elementos fuesen distintos, de modo tal que no les afectaran los cuerpos extraños como los microbios o las bacterias, no nos enfermaríamos. Pero la carne es la “sustancia” más frágil: se descompone e incluso se llena de gusanos cuando queda a la temperatura ambiente durante cierto tiempo.
Como una constante señal de Dios, a menudo percibimos las necesidades fundamentales del cuerpo. Expuestos al tiempo frío, por ejemplo, ponemos en riesgo la salud y el sistema inmune “colapsa” gradualmente. Si el organismo no mantiene una temperatura constante de 37°C, la salud decae.1 El corazón ejecuta menos latidos por minuto, los vasos sanguíneos se contraen y la presión arterial aumenta. El cuerpo empieza a temblar para volverse a calentar. Una temperatura corporal por debajo de los 35°C, acompañada por un ritmo de pulso disminuido y la contracción de los vasos sanguíneos en piernas, brazos y dedos, señala una amenaza a la vida.2 La persona con 35°C sufre de una seria desorientación y adormecimiento constante, a la vez que disminuye la función mental. Una leve disminución de la temperatura corporal puede acarrear esas consecuencias. Pero la temperatura por debajo de los 33°C provoca la pérdida de la conciencia. Si desciende a 24°C ya falla la función respiratoria. El cerebro queda dañado por debajo de los 20°C y finalmente el corazón se detiene a los 19°C, lo que provoca la muerte.
Este es sólo uno de los ejemplos que trataremos en las páginas que vienen. El propósito de los mismos es subrayar que el ser humano siempre fracasa en su búsqueda de una vida satisfactoria debido a los factores que ponen en peligro su existencia. Se quiere recordar al lector que debería evitarse una ligazón absoluta con la vida y correr todo el tiempo detrás de fantasías inalcanzables. Por el contrario, habría que recordar siempre a Dios, la vida real y el otro mundo.
El ser humano tiene la promesa de un Paraíso eterno. Como los lectores tendrán la oportunidad de ver en este escrito, el Paraíso es un lugar de perfección. Allí el ser humano se verá totalmente libre de las debilidades e imperfecciones que existen en la Tierra. Todas las bendiciones de Dios las tendrá absolutamente a su alcance. Por otra parte, en ese lugar tan bello no existe la fatiga, la sed, el hambre, la debilidad y el perjuicio.
El propósito de este libro es ayudar a los lectores a reflexionar sobre su verdadera naturaleza y en consecuencia a percibir mejor la superioridad infinita del Creador. También quiere cooperar en la comprensión de que el ser humano necesita la guía de Dios, algo muy importante para todos nosotros. Dios nos habla de eso:
¡Hombres! Sois vosotros, los necesitados de Dios, mientras que Dios es Quien Se basta a Sí mismo, el Digno de Alabanza.(Corán, 35:15)
El ser humano está expuesto a muchos riesgos físicos. Mantener limpio el medio en el que nos movemos y cuidarnos a conciencia, son cosas de las que debemos ocuparnos toda la vida con el objeto de minimizar los problemas de salud. Y es notable la cantidad de tiempo que se invierte en eso. Existen bastantes mediciones sobre las horas que empleamos en afeitarnos, bañarnos, arreglarnos el cabello, la piel, las manos, etc. Los resultados son sorprendentes porque revelan que es una cantidad grande de horas que se dedica a esas tareas.
En el curso de nuestras vidas nos encontramos con muchas personas. En el hogar, en la oficina, en la calle, en los paseos de compras, las vemos vestidas elegantemente y de la mejor manera: arregladas, limpias, con buena apariencia. Pero ese acicalamiento requiere tiempo y esfuerzo.
Desde el momento en que nos despertamos a la mañana hasta que nos vamos a dormir a la noche, estamos envueltos en una rutina permanente para mantenernos aseados y sanos. Al primer lugar que nos dirigimos al levantarnos es al toilette, porque la proliferación de bacterias en la boca nos produce un aliento desagradable y entonces debemos cepillarnos los dientes. Sin embargo, empezar el nuevo día no se limita esencialmente a eso ni a lavarse la cara y las manos. En el transcurso del día el cabello se engrasa y el cuerpo se ensucia. A la noche, en medio de un sueño, podríamos sudar sin parar. Entonces la única manera de asearnos es bañándonos. Sería desagradable ir a trabajar con el cuerpo transpirado excesivamente.
La sorprendente variedad de productos que existen para la limpieza personal indican el cuidado permanente al que hay que atender. Además del agua y el jabón, necesitamos shampoo, crema de enjuague, crema dental, cepillo de dientes, hilo dental, hisopos, talco, cremas faciales, lociones, etc. Son cientos más los productos preparados por los laboratorios a ese efecto.
De la misma manera, también se invierte una considerable cantidad de tiempo para limpiar la ropa, la casa y el entorno hogareño. Por supuesto, es imposible estar limpio en un sitio sucio.
En resumen, cierta parte de la vida se va solamente en la necesaria atención al cuerpo. Además, para ello requerimos una amplia gama de productos químicos. Entonces, por lo que vemos, Dios creó al ser humano con muchas debilidades pero le proveyó de los medios para vivir en condiciones adecuadas. Por otra parte, estamos dotados con la suficiente inteligencia como para encontrar la mejor manera de cubrir nuestras “debilidades”. Si rechazamos los recursos que disponemos para mantenernos limpios y agradables, en poco tiempo empezaremos a ser repulsivos.
Pero no podemos permanecer higienizados mucho tiempo. A las pocas horas de habernos aseados ya vamos perdiendo esa condición. Necesitamos bañarnos por lo menos una vez por día y cepillarnos los dientes regularmente. Una mujer que se pasa horas arreglándose frente al espejo, se levanta al otro día sin ningún rastro del embellecimiento al que se dedicó. Además, si no se limpia el rostro de los distintos productos usados, puede verlo incluso peor debido a los cosméticos empleados. El hombre que se afeita debe hacerlo cada mañana.
Es importante comprender que todas estas necesidades son creadas con un propósito específico. Un ejemplo lo explicitará. Cuando se eleva la temperatura corporal, la transpiración que se produce hace aparecer un olor molesto. Se trata de un proceso inevitable para cualquiera que viva en este mundo. ¡Sin embargo esto no es siempre así con lo viviente! Las plantas nunca sudan. Una rosa nunca huele mal. Aunque crezca en un suelo sucio y se la abone con estiércol, posee una fragancia delicada. ¡Ni hace falta decir que para ello no necesita aseo alguno! Pero el ser humano, independientemente de los cosméticos que use, es difícil que logre esa fragancia de tanta duración.
Al igual que la higiene, la nutrición también es esencial para nuestra salud. Nuestro organismo funciona con un delicado equilibrio entre proteínas, carbohidratos, azúcares, vitaminas y minerales esenciales. De romperse el mismo, se presentarían serios inconvenientes en el funcionamiento de los sistemas corporales: el sistema inmune pierde su capacidad protectora en tanto que el organismo se debilita y queda expuesto a las enfermedades. En consecuencia, a la nutrición hay que prestarle la misma atención que a la higiene.
Otro requisito esencialísimo es, por supuesto, el agua. Se puede sobrevivir por un cierto tiempo, pero la falta de agua por pocos días tendrá consecuencias fatales. Todas las funciones químicas del organismo se cumplen con la ayuda del agua: sin ésta no hay vida.
Hemos mencionado algunas de las cosas que afectan a nuestros cuerpos. Pero queda un interrogante: ¿somos concientes de que las afecciones que sufrimos se deben a deficiencias o falencias de nuestros cuerpos? Además, ¿pensamos que son “naturales” porque las poseemos todos los seres humanos? Debemos tener en cuenta que Dios pudo habernos creado sin esas deficiencias, como a una rosa. Es decir, podríamos mantenernos limpios y con una buena fragancia igual que esa flor. Todo esto nos conduce, eventualmente, al discernimiento para aclarar las ideas y tener plena conciencia de lo que somos. Si reconocemos ante Dios nuestra debilidad, deberíamos comprender porqué somos creados y llevar una vida honorable como siervos de El.
Todos pasamos alguna parte del día durmiendo. Independientemente del esfuerzo que hagamos, siempre dormimos varias horas. El ser humano sólo se mantiene despierto unas 18 horas por día. El resto de cada jornada lo transcurre en un estado de inconciencia completa. Teniendo en cuenta esto, nos encontramos con una situación sorprendente: de 70 años de vida, una cuarta parte (es decir, 15 años) transcurrimos en total inconciencia.
¿Podríamos dejar de dormir? ¿Qué sucedería si nos propusiésemos “no dormir”?
Antes que nada, los ojos se pondrían rojos y la piel pálida. Si el período en vigilia se prolongara, perderíamos la conciencia.
La fase inicial del no dormir es la incapacidad para concentrar la atención y el cerrar los ojos aunque no querramos. Es un proceso inevitable que lo sufre cualquiera, lindo o feo, rico o pobre.
De la misma manera que cuando se muere, el cuerpo va dejando de ser sensible al mundo exterior y no responde a ningún estímulo antes de caer dormido. Los sentidos que hasta hacía poco estaban excepcionalmente atentos, empiezan a perder esa cualidad. Las percepciones se alteran. El cuerpo reduce todas las funciones al mínimo, lo que conduce a la desorientación respecto al tiempo y lugar y se lentifican los movimientos corporales. De alguna manera se trata de una forma distinta de muerte, a la que se la define como el estado en que el alma abandona el cuerpo. En verdad, mientras dormimos y yacemos en la cama “vivimos” experiencias espirituales en lugares totalmente distintos al del cuerpo. En el sueño nos podemos observar en una playa en un día caluroso, totalmente inconscientes de que estamos durmiendo en una cama. Cuando morimos ocurre algo semejante: el alma se separa del cuerpo, al que usa sólo en este mundo, y se marcha a otro mundo con un “cuerpo” nuevo. Por esta razón Dios nos recuerda en el Corán ―la única revelación auténtica que guía al ser humano al sendero recto― una y otra vez la similitud entre el sueño y la muerte:
El es quien os llama de noche (es decir, Dios llama al alma durante el sueño) y sabe lo que habéis hecho durante el día. Luego, os despierta en él. Esto es así para que se cumpla un plazo fijo (es decir, el plazo de vida). Luego (al morir), volveréis a El y os informará de lo que hacíais (en la tierra). (Corán, 6:60)
Dios llama a las almas cuando mueren y cuando, sin haber muerto duermen. Retiene aquéllas cuya muerte ha decretado y remite las otras a un plazo fijo. Ciertamente, hay en ello signos para gente que reflexiona. (Corán, 39:42)
Nos pasamos un tercio de la vida durmiendo, totalmente privados de los sentidos, es decir, “en una muerte pasajera”. No obstante, nunca nos damos cuenta que dejamos atrás todo lo que parecía importante: grandes sumas de dinero perdidas por diversos motivos o serios problemas personales. Es decir, todo lo que parece ser de importancia crucial durante el día, desaparece al dormirnos. Esto significa, simplemente, que se corta toda relación con el mundo.
Los ejemplos presentados hasta ahora brindan una clara idea de lo reducido del tiempo de vida consciente y la gran cantidad que se invierte en las tareas rutinarias “obligatorias”. Cuando el que se emplea en éstas se resta del total, percibimos lo escasos que son los momentos que quedan para los denominados “goces de la vida”. En retrospectiva, nos sentimos asombrados de la gran cantidad de horas dedicadas a la nutrición, al cuidado del cuerpo, al dormir o al trabajo para lograr mejores condiciones de subsistencia.
Indudablemente, vale la pena tener en cuenta cuánto tiempo gastamos en las tareas rutinarias necesarias para la supervivencia. Como dijimos al principio, para dormir se invierte por lo menos de 15 a 20 años de unos 70 vividos. Si a ello agregamos que el período de la infancia es un estado de casi inconciencia que abarca los primeros 5 ó 10 años, la persona de unos 70 años habrá pasado casi la mitad de la vida inconsciente. Respecto a la otra parte, disponemos de muchas estadísticas para saber cómo la empleamos. Allí se anotan las horas que invertimos en preparar las comidas, en comer, en asearnos, en demoras debido a problemas en el tránsito, etc. En conclusión, lo que queda de vida “real” es sólo de 3 a 5 años. ¿Qué importancia tiene una vida tan corta frente a la vida eterna?
Corresponde señalar aquí el inmenso abismo que separa a las personas de fe de las incrédulas. Estas creen que la única vida es la de esta Tierra y luchan al máximo por los beneficios mundanales. Pero se trata de un esfuerzo inútil: este mundo es de corta duración y están acosadas por distintas “debilidades”. Por otra parte, puesto que el incrédulo no cree en Dios, lleva una vida incómoda, cargada de preocupaciones y temores.
En cambio, quienes tienen fe, emplean cada instante en cualquier circunstancia (es decir, frente a problemas de todo tipo, al comer, al beber, al pararse, al sentarse, al buscar los medios de subsistencia) en el recuerdo de Dios. Se dedican sólo a obtener el agrado de Dios y transcurren las horas en paz, alejados completamente de las tristezas y temores mundanales. En definitiva obtienen el Paraíso, un lugar de felicidad eterna. En un versículo se habla sobre el propósito último de la vida:
A los que temieron a Dios se les dirá: “¿Qué ha revelado vuestro Señor?”. Dirán: “Un bien”. Quienes obren bien tendrán en la vida de acá una bella recompensa, pero la Morada de la otra vida será mejor aún. ¡Qué agradable será la Morada de los que hayan venerado a Dios! Entrarán en los jardines del edén, por cuyos bajos fluyen arroyos. Tendrán en ellos lo que deseen. Así retribuye Dios a quienes Le veneran, (Corán, 16:30-31)
Las enfermedades también recuerdan al ser humano lo propenso que es a las deficiencias. El cuerpo, muy protegido contra todo tipo de amenazas externas, se ve seriamente afectado por simples agentes invisibles a simple vista llamados virus, los cuales producen enfermedades. Esto parece absurdo porque Dios nos equipó con mecanismos de defensa muy completos, especialmente el sistema inmune, que podría ser descrito como “el ejército victorioso” sobre sus enemigos. Sin embargo, a pesar de ello, nos enfermamos bastante de seguido. Casi no meditamos en el hecho de que si estamos equipados con sistemas de defensa excelentes, Dios no debería permitir nunca que los agentes patológicos provoquen enfermedades. Los virus, microbios o bacterias nunca tendrían que afectarnos el cuerpo o, simplemente, no tendrían que haber existido. Pero vemos que esto no es así. Por ejemplo, un virus cualquiera entra al organismo por una leve herida en la piel y en poco tiempo se desparrama por todas partes, afectando órganos vitales. A pesar de los avances tecnológicos, el común virus de la gripe se convierte en una amenaza mortal para gran cantidad de personas. La historia nos relata casos en que el mismo incluso ha llegado a modificar la estructura demográfica de distintos países. Por ejemplo, en 1918 murieron 25 millones de individuos debido a la gripe. En Alemania, una epidemia se llevó 30 mil vidas en 1995, y se transformó en el peor desastre de ese tipo.
Hoy en día persiste el peligro: un virus puede introducirse en cualquiera y transformarse en una amenaza de muerte, o una rara enfermedad puede reaparecer después de haber estado dormida durante unos 20 años. Aceptar todos estos incidentes como acontecimientos naturales y no reflexionar sobre ellos, sería un error muy serio. Es Dios quien, con un propósito especial, hace que la gente se enferme. Los arrogantes pueden tener la oportunidad de darse cuenta de cuán limitada es su soberbia. Además, es una manera de comprender la verdadera naturaleza de esta vida.
Los accidentes también representan serias amenazas para el ser humano. Todos los días los titulares de la prensa y grandes espacios en los noticieros radiales y televisivos nos hacen conocer accidentes de tráfico. No obstante y aunque ocurren casi permanentemente, casi nunca pensamos que nos puede tocar a nosotros ser víctimas de los mismos. Son miles los factores que pueden llevar nuestras vidas por un sendero distinto al que nosotros esperamos. Podemos perder el equilibrio y caer en medio de la calle. Una hemorragia en el cerebro o una pierna rota pueden ser la causa de esa caída. También se puede estar comiendo, ahogarse con una espina de pescado y morir. Aunque las causas pueden considerarse simples, todos los días miles de personas alrededor del mundo sufren accidentes como estos.
Esos hechos deberían hacernos comprender lo inútil que es la devoción a este mundo y llevarnos a sacar como conclusión que todo lo que se nos ha dado no es más que un favor pasajero para probarnos en esta vida. Resulta un enigma que el ser humano, incapaz de combatir un virus invisible, se atreva a mostrarse soberbio con su Creador Todopoderoso.
No cabe la menor duda de que es Dios Quien creó al ser humano y que es El Quien le protege frente a todos los peligros. En este sentido, los accidentes y las enfermedades nos muestran lo que somos. Independientemente de toda la fortaleza que supongamos tener, no podemos evitar que se produzcan desastres si Dios no dispone otra cosa. Es El Quien crea las enfermedades y otras situaciones de peligro para que recordemos que somos débiles.
Este mundo es un lugar de examen para el ser humano. Cada uno es responsable de intentar obtener Su agrado. Al final de la evaluación, quienes comprendan claramente que Dios es Uno, no Le adscriban socios y obedezcan Sus órdenes, residirán en el Paraíso para siempre. Pero quienes se mantengan arrogantes y prefieran este mundo y sus deseos, perderán la vida eterna de bendiciones y tranquilidad, pasarán a sufrir eternamente y nunca se verán libres de problemas, debilidades y congojas, tanto en este mundo como en el otro.
Como dijimos antes, las enfermedades y los accidentes son los acontecimientos por medio de los cuales Dios prueba al ser humano. El creyente, cuando sufre alguno de ellos, enseguida se vuelve a su Señor, le ruega y busca refugio en El. Es conciente de que nadie, excepto el Todopoderoso, puede salvarle de los padecimientos. También sabe que se está poniendo a prueba su paciencia, devoción y confianza en Dios. En el Corán se alaba al profeta Abraham (P) por su actitud ejemplar. Su ruego sincero sirve de modelo y es repetido por todos los creyentes:
“… me da de comer y de beber, me cura cuando enfermo, me hará morir y, luego, me volverá a la vida,…” (Corán, 26:79-81)
El profeta Job (P), por otra parte, establece un buen ejemplo para todos los creyentes por medio de buscar la paciencia sólo en Dios cuando enfrentó una aguda enfermedad:
¡Y recuerda a nuestro siervo Job! Cuando invocó a su Señor: “El Demonio me ha infligido una pena y un castigo”. (Corán, 38:41)
Las distintas angustias hacen madurar a los creyentes y fortalecen la lealtad a su Creador. A eso se debe que cada sufrimiento sea una “suerte”. Por otra parte, los incrédulos entienden que todo tipo de accidentes y problemas de salud son una “desgracia”. Al no entender que todo ha sido creado con un propósito específico y que la paciencia exhibida durante los inconvenientes será premiada en el otro mundo, se sumen en la congoja. Las enfermedades y otras aflicciones perturban o desesperan a quienes rechazan la existencia de Dios y adoptan un punto de vista materialista, a la vez que hacen perder las “amistades” porque éstas entienden que ocuparse de ellos lleva a “meterse en problemas”. Se desvanece el “afecto” por quien ha brindado mucho amor y atención y ahora sufre contratiempos. Otra razón que lleva a la gente a cambiar su actitud con el amigo afectado en su salud, es que éste ha perdido su buen semblante o ciertas habilidades. Lo dicho es moneda corriente en las sociedades materialistas pues a cada uno se valora según sus capacidades físicas o lo que tiene para dar. En consecuencia, cuando el individuo es golpeado por algún defecto orgánico, se esfuma o disminuye el aprecio al mismo. Por ejemplo, el cónyuge o pariente cercano de una persona discapacitada, empieza a quejarse de inmediato de las dificultades que acarrean los cuidados de ésta, y lamenta a menudo la desgracia. Por lo general se argumenta que se es muy joven para hacerse cargo de una situación como ésa. Por supuesto, esto no es más que una excusa para evitar el debido cuidado al pariente con sus capacidades disminuidas. Otros le atienden por temor al “qué dirán” si no lo hacen: la sola posibilidad de rumores que criticarían sus conductas les impide desentenderse del familiar. Cuando se presentan situaciones como éstas, los días de felicidad y promesa de mutua lealtad son rápidamente reemplazados por sentimientos egoístas.
Cosas como las mencionadas no deberían sorprendernos en una sociedad donde los comportamientos elevados ―como la lealtad― sólo se exhiben cuando de ello se obtiene algún beneficio. No cabe ninguna duda de que es imposible esperar que en las sociedades con criterios materialistas bien establecidos, una persona sea fiel a otra sin recibir algún premio por ello. Más aún si son irreverentes con Dios. Nadie será sincero y honesto con otros a menos que sea recompensado por ello o que tema recibir un castigo si no lo hace. Ser honesto sin esperar nada a cambio, se considera algo propio del “idiota” en la sociedad materialista, puesto que no tendría sentido ser leal a alguien que, cuando se muera, dejará de existir para siempre. Para las mentalidades que creen que se vive poco tiempo y luego se desaparece resulta razonable ese criterio. Por eso les parece natural y lógico dedicarse a obtener el mejor confort y la mejor vida mundanal, dejando de lado otras cosas.
zoster (herpes recidivante) Bocio Urticaria
Enfermedades como las de estas ilustraciones son a menudo pruebas de Dios. Se trata de oportunidades preciosas para que los creyentes exhiban su paciencia y su amor por Dios. Quienes se limiten a tener en cuenta sólo este mundo, difícilmente comprenderán la cuestión clave mencionada.
Pero la verdad es otra. Quienes confían en Dios, reconocen ante El sus debilidades y Le tienen un temor reverencial, consideran a otras personas de la manera que su Señor quiere. El rasgo más precioso de una persona es el comportamiento noble que surge de la cumplimentación de esas cualidades. Quienes consideran a Dios como se merece y exhiben la correspondiente perfección moral en este mundo, obtendrán la perfección en el otro, donde los defectos físicos pierden todo significado. Esta es la promesa de Dios a los creyentes y la razón básica que los lleva a ser afectuosos, respetuosos y considerados con los discapacitados, brindando un cariño permanente.
Es muy importante la gran diferencia entre creyentes e incrédulos en sus respectivas formas de pensar y conductas. Mientras los primeros eliminan de sus corazones la envidia y la cólera reemplazándolas por la tranquilidad de espíritu, los segundos se sienten desengañados, insatisfechos e infelices, y en consecuencia les embarga la angustia. Lo que a los incrédulos les parece un “castigo” ―según la sociedad materialista―, en realidad es una desgracia que Dios les hace gustar. Quienes opinan que no se tendrá en cuenta sus malas acciones ―crueldad, incredulidad y deslealtad―, el Día del Juicio se verán desconcertados al ver el dictamen que se libra respecto de ellos:
Que no piensen los infieles que el que les concedamos una prórroga supone un bien para ellos. El concedérsela es para que aumente su pecado. Tendrán un castigo humillante. (Corán, 3:178)
En nuestros cuerpos ―considerado lo más preciado para muchos― se observan los efectos destructivos del paso del tiempo, pues con el transcurso de los años sufren un proceso de desgaste irreversible. En el Corán se habla de esto:
Dios es Quien os creó débiles; luego, después de ser débiles, os fortaleció; luego, después de fortaleceros, os debilitó y os encaneció. Crea lo que El quiere. Es el Omnisciente, el Omnipotente. (Corán, 30:54)
Lo que más desdeñamos en nuestros planes para el futuro es nuestros últimos años de vida, excepto cuando se trata de obtener una buena pensión o jubilación. De todos modos, cuando sentimos muy cerca la muerte, vacilamos. Si alguien quiere hablar de la vejez, otros prefieren no tocar este tema “desagradable” y pasar la atención a otra cosa lo antes posible. La rutina de la vida diaria también es una buena manera de escapar a la reflexión sobre esa edad potencialmente lastimosa. Es así como se va posponiendo su tratamiento hasta que un día nos encontramos inevitablemente con la muerte. La principal razón para esa dilación permanente es creer siempre que “ya llegará el momento de tratar dicho tema”. En el Corán se describe este concepto erróneo que es muy común:
Les hemos permitido gozar de efímeros placeres, a ellos y a sus padres, hasta alcanzar una edad avanzada…(Corán, 21:44)
Dicha actitud de “esperar” conduce a menudo a una gran congoja porque, simplemente, independientemente de la edad que se tenga, lo único que realmente retenemos es recuerdos borrosos. Apenas nos acordamos de la juventud e incluso cuesta mucho rememorar con exactitud lo sucedido el decenio pasado. Una vez que experimentamos o logramos las cosas ―como las ambiciones juveniles, las decisiones consideradas trascendentes y los objetivos muy serios para nosotros― rápidamente les restamos importancia u olvidamos el impacto de lo logrado. Por eso es difícil relatar una “larga” historia de vida.
Seamos adolescentes o adultos, tendemos a tomar decisiones que consideramos de gran valor. Por ejemplo, si tenemos cuarenta años y esperamos vivir hasta los sesenta y cinco, lo cual nadie puede garantizar, los veinticinco años que restan van a transcurrir tan rápidamente como los ya vividos. Lo mismo vale para cualquier otra ecuación: siempre lo que quede de existencia pasará tan rápido o más que el período transcurrido. Seguramente este es un recordatorio perpetuo de la verdadera naturaleza de este mundo. Llegado el momento, todas las almas partirán de aquí y nunca volverán.
En consecuencia, el ser humano debería dejar de lado sus prejuicios y ser más realista respecto de la vida. El tiempo pasa muy rápidamente y cada día que transcurre nos acerca a la debilidad física o la aumenta y nos empeora otras situaciones en vez de proveernos de una juventud remozada o de más dinamismo. En resumen, nuestro envejecimiento es una manifestación de que somos incapaces de controlar el cuerpo, la vida y el destino. En la vejez se vuelven visibles en nuestros organismos los efectos adversos del paso del tiempo. Dios nos informa de ello:
Dios os ha creado y luego os llamará (a la hora de la muerte). A algunos de vosotros se les deja que alcancen una edad decrépita, para que, después de haber sabido, terminen no sabiendo nada. Dios es omnisciente, poderoso.(Corán, 16:70)
A la edad avanzada también se la llama, en medicina, la segunda infancia. De aquí que la gente mayor necesite el mismo tipo de atención que los niños, debido a que sus funciones mentales y corporales sufren ciertas alteraciones. Al envejecer reaparecen las características físicas y espirituales propias de los niños. Ya no se pueden realizar muchas tareas que requieren fortaleza muscular. Dificultades motoras, razonamiento disminuido, impedimentos de todo tipo, debilidad de la memoria y cambio en los comportamientos, son algunos de los síntomas de las enfermedades que se ven comúnmente en la vejez.
En resumen, después de cierto período se regresa al estado de dependencia infantil, tanto física como mentalmente.
La vida comienza y termina en un estado parecido y evidentemente no se trata de un proceso azaroso. Podríamos permanecer en un estado juvenil hasta morirnos. Pero Dios nos recuerda la naturaleza temporaria de este mundo por medio de hacer que se deteriore nuestra calidad de vida a través de diversas etapas. Ello nos indica claramente que la vida se nos escabulle. Dios lo explica en un versículo:
¡Hombres! Si dudáis de la resurrección, Nosotros os hemos creado de tierra; luego, de una gota (de esperma); luego, de un coágulo de sangre; luego, de un embrión formado o informe. Para aclararos. Depositamos en las matrices lo que queremos por un tiempo determinado; luego, os hacemos salir como criaturas para alcanzar, más tarde, la madurez. Algunos de vosotros mueren prematuramente; otros viven hasta alcanzar una edad decrépita, para que, después de haber sabido, terminen no sabiendo nada. Ves (dirigido a Muhammad) la tierra reseca, pero, cuando hacemos que el agua baje sobre ella, se agita, se hincha y hace brotar toda especie primorosa.(Corán, 22:5)
Independientemente del dinero que poseamos o la salud de la que gocemos, en cualquier momento podemos enfrentarnos con incapacidades y otras complicaciones relacionadas con la edad. Describiremos algunas de ellas.
La piel, por cierto, es un factor importante que nos da una señal del estado de salud. También es un componente esencial de la belleza. Cuando nos sacan algo de piel, inevitablemente nos imaginamos con aprensión un cuadro perturbador. Ello se debe a que la epidermis, además de ser una capa protectora del cuerpo frente a los ataques desde el exterior, también provee suavidad y una buena estética. No cabe duda de que la piel, un tejido que envuelve el cuerpo y pesa 4,5 libras (alrededor de 2 kilos), cumple esas funciones importantes y es la que en gran medida brinda la belleza. Pero también es el órgano que más se ve alterado con el avance de la vejez.
(Arriba) Jeanne Calment, la mujer más anciana de Francia. Entre estas dos fotografías hay un siglo de diferencia.
Con el progreso de la edad, la piel pierde elasticidad y la estructura proteica que constituye sus capas más profundas se debilita y sensibiliza. Entonces aparecen en el rostro arrugas y líneas que angustian a muchas personas. El funcionamiento de las glándulas sebáceas decae y provoca una sequedad pronunciada de la piel. Al aumentar la permeabilidad de ésta el cuerpo queda más expuesto a las influencias externas. Como resultado de ese proceso la gente anciana sufre serios desórdenes en el sueño, heridas superficiales y una picazón llamada “comezón de la vejez”. También ocurren daños en las capas más profundas de la piel. La renovación del tejido epitelial ya no se realiza normalmente y el mecanismo que permite el intercambio de sustancias funciona en gran medida irregularmente, con lo que se condiciona la situación para la aparición de tumores.
(Abajo) Todos experimentamos los cambios que vemos en estas fotos. El proceso de envejecimiento es una clara evidencia de que vivimos en un mundo pasajero. Nacemos, crecemos, nos hacemos adultos, envejecemos y morimos. Pero este proceso irreversible lo experimenta sólo el cuerpo, porque el alma es eterna. | Esta mujer tiene entre las manos una foto suya de cuando era joven. |
También es de gran importancia para el cuerpo humano el vigor de los huesos. Por lo general a los ancianos les cuesta mucho mantener la postura erecta, contrariamente a lo que sucede con los jóvenes. Al caminar con una postura inclinada o encorvada se pierde altura y majestuosidad y se está comunicando que ya no se tiene la capacidad para controlar, aunque más no sea, el propio cuerpo. Asimismo se pierde “el talante y la buena presencia”, por así decirlo.
Los síntomas del envejecimiento no se limitan a los enunciados. Los gerontes son más proclives a perder la sensibilidad, al dejar de renovarse las células nerviosas después de cierto tiempo. Sufren de desorientación espacial al debilitarse los ojos en respuesta a la intensidad de la luz. Esto es muy importante puesto que significa una limitación de la visión: se pierde la nitidez de los colores, de la posición de los objetos y de sus dimensiones. Son todas situaciones de bastante dificultad.
El ser humano podría no haber experimentado nunca el desmoronamiento físico debido a la edad y, simplemente, ser más fuerte a medida que transcurren los años. Aunque ese no es un modelo de existencia vigente, el vivir más tiempo (en otras condiciones) nos habría ofrecido oportunidades no calculadas para una mejor adecuación personal y social. El paso del tiempo habría mejorado nuestra calidad de vida y la habría hecho cada vez más agradable. Pero el sistema establecido como bueno para la humanidad se basa en la declinación de la calidad de vida por envejecimiento. Esta es otra evidencia de la naturaleza temporaria de este mundo. Dios nos lo recuerda en el Corán una y otra vez y ordena a los creyentes meditar sobre ello:
La vida de acá es como agua que hacemos bajar del cielo. Las plantas de la tierra se empapan de ella y alimentan a los hombres y a los rebaños, hasta que, cuando la tierra se ha adornado y engalanado, y creen los hombres que ya la dominan, llega a ella Nuestra orden, de noche o de día, y la dejamos cual rastrojo, como si, la víspera, no hubiera estado floreciente. Así explicamos los signos a gente que reflexiona. (Corán, 10:24)
Después de un cierto período de vida durante el cual el individuo se considera fuerte física y mentalmente y cree que el mundo sólo es como a él se le ocurre, pasa de repente por un período en el que pierde muchas cosas de las que gozaba hasta ese momento. Este proceso es inevitable e irreversible. Sucede porque Dios creó nuestro mundo como un lugar en donde vivir sólo por determinado período y lo hizo imperfecto para que sirva como recordatorio del Más Allá.
Es inevitable convertirse en viejo. Nadie, sin excepción, puede escapar a ello, a menos que se muera antes. Pero el ver envejecer a estrellas del ambiente artístico impresiona más, pues se trata de gente a las que se las observa bastante de seguido. Ser testigo del envejecimiento de gente conocida por su fama, riqueza y belleza, seguramente sirve de recordatorio de lo breve y superficial de esta vida.
Todos los días podemos ver cientos de ejemplos de ello. Una persona saludable, inteligente y famosa, símbolo en algún momento del éxito y de la belleza, aparece un día en los periódicos, revistas y TV con una discapacidad mental o física. Este es el fin casi inevitable de todos. Pero las celebridades que ocupan un lugar especial en el recuerdo y que al avanzar en su edad pierden su encanto, excitan las emociones más profundamente. En las páginas que siguen vemos fotografías de algunos artistas muy conocidos. Cada uno de ellos es la más clara evidencia de que más allá de lo bello y exitoso que se pueda ser, el fin inevitable del hombre es la vejez.
La vida se va segundo a segundo. ¿Somos concientes de que cada día que transcurre nos acercamos más a la muerte o que ésta se acerca más a nosotros? Todo lo que se presenta en la tierra está destinado a morir: Cada uno gustará la muerte. Luego, seréis devueltos a Nosotros. (Corán, 29:57). Sin excepción, una a una mueren todas las cosas que nacen. Hoy día nos resulta difícil recordar los rasgos de quienes murieron. Quienes ahora estamos en el mundo y quienes vendrán, moriremos sin excepción, pero la gente tiende a ver la muerte como un incidente improbable (por lo menos en lo inmediato).
Brigitte Bardot | Marlon Brando | Katharine Hepburn |
Fred Astaire | Charlie Chapline | Jane Russel |
Kırk Douglas | Audrey Hepburn | Alain Delon |
Elisabeth Taylor | Tony Curtis | Lana Turner |
Rita Hayworth | Frank Sinatra | Bette Davis |
Angela Lansbury | Anita Ekberg | Robert Redford |
Pensemos en un bebé que recién ha abierto los ojos al mundo y en una persona que está a punto de fallecer. Ni uno ni otro tiene influencia sobre su nacimiento o muerte. Sólo Dios posee el poder para dar el soplo de vida o arrebatar la existencia.
Todos viviremos cierta cantidad de días y luego moriremos. Dios nos relata en el Corán la actitud comúnmente exhibida hacia la muerte:
Di: “La muerte, de la que huís, os saldrá al encuentro. Luego, se os devolverá al Conocedor de lo oculto y de lo patente y ya os informará El de lo que hacíais (en la tierra)”.(Corán, 62:8)
Por lo general la gente evita pensar en la muerte. En el transcurrir de todos los días nos ocupamos más que nada de en qué colegio o facultad nos anotaremos, en dónde vamos a trabajar, qué color de ropa nos ponemos a la mañana, qué cocinar para el almuerzo, etc. Consideramos a la vida un proceso rutinario de esas cuestiones, en cierta medida menores. Los intentos de hablar de la muerte siempre son interrumpidos por quienes se molestan con dicho tema. Asumir que la muerte llegará más temprano o más tarde es algo que resulta desagradable de tratar para la gran mayoría. No obstante se debería tener presente que nunca está garantizado vivir incluso una hora más. Todos los días somos testigos del fallecimiento de gente en nuestro entorno, pero pensamos poco o nada en el día en que otros serán testigos de nuestra muerte. ¡Suponemos que eso a nosotros no nos va a pasar!
No obstante, cuando nos llega la muerte, todas las “realidades” de la vida se esfuman. Nadie que recuerde “los bellos días pasados” permanece en este mundo para siempre. Pensemos en todo lo que somos capaces de hacer: cerrar los ojos, movernos, hablar, reír, etc., son todas funciones corporales. Ahora pensemos en el estado y la forma que asumirá nuestro cuerpo después de morir.
Desde el momento de su última exhalación no será más que un “montón de carne”. El cuerpo, silencioso e inmóvil, irá a la morgue, donde se lo acondicionará por última vez, de allí se lo llevará en un ataúd a la tumba y luego será cubierto por la tierra. Ahí termina la historia y sólo queda nuestro nombre tallado en una lápida.
Durante los primeros meses nuestras tumbas serán visitadas con frecuencia y con el paso del tiempo disminuirán las visitas. Decenios después, no nos recordará prácticamente nadie.
Dios es Quien os creó débiles; luego, después de ser débiles, os fortaleció; luego, después de fortaleceros, os debilitó y os encaneció. Crea lo que El quiere. Es el Omnisciente, el Omnipotente. (Corán, 30:54)
Por otra parte, nuestros familiares cercanos experimentarán otra faceta de la muerte. La habitación y cama que usamos estarán vacías. Luego del funeral, se darán a quienes necesiten, más o menos enseguida, las ropas y otras cosas que nos pertenecían. Nuestros nombres serán dados de baja o borrados en los registros públicos. Durante los primeros meses algunos nos llorarán, pero el paso del tiempo “normalizará” todo. Cuatro o cinco decenios después puede ser que sean muy pocas las personas que nos recuerden. Llegarán las nuevas generaciones, ya no existirá nadie de la nuestra y el recuerdo que pueda quedar de nosotros no nos valdrá de nada.
Mientras sucede todo lo indicado, quienes fueron enterrados sufren un rápido proceso de descomposición. Enseguida proliferan microbios e insectos. Los gases que liberan esos pequeños organismos hincharán el cadáver a partir del abdomen, alterando su forma y apariencia. En la boca y en la nariz aparece espuma sanguinolenta debido a la presión de los gases sobre el diafragma. Al avanzar la descomposición se desprenden los cabellos, las uñas, las plantas de los pies y las palmas de las manos. Esa alteración de la parte externa del cadáver va acompañada del mismo proceso en los órganos internos como pulmones, corazón e hígado. Mientras tanto, la escena más horrible sucede en el abdomen: la piel ya no puede soportar la presión de los gases, estalla repentinamente y se produce una emanación con un olor repugnante e insoportable. El proceso de desprendimiento de los músculos comienza en el cráneo. La piel y los tejidos blandos se desgarran completamente. El cerebro se descompone y se lo empieza a ver como arcilla. Dicho proceso avanza hasta que el cadáver queda reducido a un esqueleto.
No existe ninguna posibilidad de volver a la vida que se tuvo. Nunca más será posible reunirse alrededor de la mesa con los miembros de la familia, concurrir a reuniones o disponer de un buen trabajo.
En resumen, el “montón de carne y huesos” al que identificamos con un nombre, enfrenta un final absolutamente desagradable. Por otra parte, la persona ―o mejor dicho, su alma― dejará el cuerpo apenas fallezca y lo que sirve de recordatorio de la parte física ―el cadáver― se volverá parte del suelo.
Pero, ¿cuál es la razón para que suceda todo esto?
Si Dios hubiese querido, el cuerpo nunca se hubiese descompuesto así. Ello lleva, en realidad, un mensaje muy importante.
El tremendo fin que le espera a nuestra parte física debería hacernos reconocer que la misma no es nuestra persona en sí, sino que ésta es el alma “metida” allí. En otras palabras, el ser humano tiene que reconocer que posee una existencia exterior a su cuerpo. Además, debería comprender que lo que muere es su físico, aunque se adhiera a ello como si fuese a permanecer siempre en este mundo, que de todos modos es temporal. Esa parte a la que se le da tanta importancia se descompondrá y será comida por los gusanos hasta quedar reducida a un esqueleto. Y el día en que se inicie ese proceso puede estar muy cerca.
A) Inmediatamente después de morir, B) De la boca y de la nariz sale espuma sanguinolenta, C) Momentos antes de que empiece a desintegrarse el cadáver, D) Los ojos adquieren un color morado después de morir, E) Cuerpo quemado, F) Un cadáver consumido por los gusanos en la tumba.
Dondequiera que os encontréis, la muerte os alcanzará, aún si estáis en torres elevadas. (Corán, 4:78)
A pesar de todas estas realidades, nuestro juicio nos lleva a no considerar o a desechar lo que no nos gusta o agrada. Incluso podemos llegar a negar la existencia de cosas a las que no queremos enfrentarnos. Y parece que esto se agudiza cuando de la muerte se trata. Sólo el funeral o el fallecimiento repentino de un familiar cercano nos hace ver la realidad. ¡Casi todos consideramos que la muerte aún está lejos y asumimos que otros, que mueren en un accidente o mientras duermen, son personas distintas a nosotros por lo que nunca atravesaremos dicha situación!
La gran mayoría de la gente piensa que es demasiado pronto para morir y que le quedan muchos años de vida.
Lo más probable es que quien muere camino al colegio o corriendo para ir a atender un negocio, comparta el mismo pensamiento. Probablemente nunca llegó a pensar que los periódicos del día siguiente publicarían la noticia de su fallecimiento. Incluso es posible que la mayoría de los que leen estas líneas no esperen fallecer apenas lo terminen de hacer o que nunca tengan en cuenta la posibilidad de que eso suceda. Quizás piensan que son muy jóvenes para irse de este mundo o que eso no sucederá porque aún tienen muchas cosas por hacer. Pero esos son subterfugios usados para no pensar en la muerte, aunque se traten de recursos vanos para escapar de la misma:
Di (tú, Muhammad): “No sacaréis nada con huir si es que pretendéis con ello no morir o que no os maten. De todas maneras, se os va a dejar gozar sólo por poco tiempo”.(Corán, 33:16)
El ser humano es creado solo, es decir, uno a uno, y debería ser consciente de que al morir también estará solo.
No obstante, mientras vive resulta casi un adicto a las posesiones, intentando tener cada vez más. Pero nadie se puede llevar a la tumba los bienes materiales y sacarles provecho. Quien sea, vino a este mundo como algo singular y parte de la misma manera, generalmente enterrado en un simple ropaje. Lo único que nos podemos llevar de aquí al morir es la creencia en Dios o la incredulidad.
1. A. Maton, J. Hopkins, S. Johnson, D. LaHart, M.Quon Warner, J.D. Wright, Human Biology and Health, Prentice Hall, New Jersey, p. 59
2. J.A.C. Brown, Medical and Health Encyclopaedia, Remzi Publishing, Istanbul, p.250