Nuestro universo está perfectamente ordenado. Incontable cantidad de estrellas y galaxias se mueven en órbitas separadas y total armonía. Galaxias, que cuentan con unas 300 mil millones de estrellas cada una, fluyen y se cruzan asombrosamente sin que ocurra colisión alguna en medio de esos gigantescos traslados. Ese orden existente no puede ser atribuido a la casualidad. Más aún, las velocidades de los objetos en el universo están más allá de los límites de nuestra imaginación. Las dimensiones físicas del espacio exterior son enormes comparadas con las que observamos en la Tierra. Estrellas y planetas, con masas de miles de millones y billones de toneladas, así como galaxias que sólo pueden ser dimensionadas con la ayuda de fórmulas matemáticas, se desplazan por sus respectivos senderos a velocidades increíbles.
Por ejemplo, la Tierra rota sobre su eje de modo que los puntos sobre su superficie se mueven a una velocidad media de 1.670 kilómetros por hora. La velocidad media de desplazamiento de la Tierra en su órbita alrededor del Sol es de 108.000 kilómetros por hora. Resulta casi inconcebible este movimiento continuo. La Tierra, junto con el sistema solar, se traslada año a año 500 millones de kilómetros.
La asombrosa conformidad que existe dentro de todos estos movimientos, revela que la vida en la Tierra se basa en un equilibrio muy delicado. Las variaciones más leves, incluso milimétricas, en las órbitas de los cuerpos celestes, tendría como resultado graves consecuencias. Algunas serían tan nocivas, que la existencia en nuestro planeta se volvería imposible. En estos sistemas con estabilidades tan extremas y velocidades tremendas, los accidentes podrían suceder en cualquier momento. Sin embargo, el hecho de que nuestras vidas transcurran regularmente, nos hace olvidar los peligros que hay en el universo. Su actual orden, con un número insignificante de colisiones conocidas, nos hace pensar, sencillamente, que el medio en el que estamos insertos es seguro, estable y perfecto.
La gente no reflexiona mucho sobre estas cosas porque nunca percibe la extraordinaria red de condiciones interconectadas que hacen posible la existencia sobre la Tierra, ni comprende lo importante que es entender el real objetivo de sus vidas. Mientras están sobre el planeta ni siquiera se preguntan cómo se constituyó en algún momento este dilatado y no obstante delicado equilibrio.
De todos modos, el ser humano está dotado con la capacidad de pensar. Sin contemplar conciente y juiciosamente lo que nos rodea, nunca se podrá captar la realidad o tener la más leve idea de porqué el mundo es creado y quién es el que hace que este orden inmenso posea ritmos tan perfectos.
Quien sopesa estas cuestiones y capta su importancia, se encuentra frente a un hecho ineludible: el universo en el que vivimos fue originado por un Creador, cuya entidad y atributos se revelan en todo lo existente. La Tierra, un diminuto punto en el universo, es creada para servir a un propósito significativo. Nada ocurre porque sí en el fluir de nuestras vidas. El Creador, Quien pone de manifiesto Sus atributos, poder y sabiduría en todo el universo, no deja al ser humano librado a su suerte sino que le confiere un propósito emblemático. Dios nos informa en el Corán la razón de la existencia del ser humano:
Es Quien ha creado la muerte y la vida para probaros, para ver quién de vosotros es el que mejor se porta. Es el Poderoso, el Indulgente.(Corán, 67:2)
Hemos creado al hombre de una gota (de esperma), de ingredientes (que componen a la anterior), para ponerle a prueba. Le hemos dado el oído, la vista. (Corán, 76:2)
Y además El nos aclara que nada carece de intención:
No creamos el cielo, la tierra y lo que entre ellos hay para pasar el rato. Si hubiéramos querido distraernos, lo habríamos conseguido por Nosotros mismos, de habérnoslo propuesto.(Corán, 21:16-17)
Dios indica para qué está el ser humano aquí:
Hemos adornado la tierra con lo que en ella hay para probarles y ver quién de ellos es el que mejor se porta. (Corán, 18:7)
En consecuencia, Dios espera que seamos Sus siervos devotos a lo largo de nuestras vidas. En otras palabras, el mundo es el lugar en donde se diferencia a los que reverencian a Dios de los que son ingratos con El. Lo bueno y lo malo, lo perfecto y lo defectuoso, es puesto lado a lado en este “ámbito”: el ser humano es probado de muchas maneras. Finalmente, los creyentes serán separados de los incrédulos y obtendrán el Paraíso. Dice el Corán:
¿Piensan los hombres que se les dejará decir: “¡Creemos!”, sin ser probados? Ya probamos a sus predecesores. Dios, sí, conoce perfectamente a los sinceros y conoce perfectamente a los que mienten. (Corán, 29:2-3)
Con el objeto de percatarnos de la esencia de esta prueba, debemos tener una comprensión profunda del Creador, cuya existencia y atributos son revelados en cada cosa del universo. El es el Creador, el poseedor del poder, conocimiento y sabiduría infinitos.
Es Dios, el Creador, el Hacedor, el Formador. Posee los nombres más bellos. Lo que está en los cielos y en la tierra Le glorifica. Es el Poderoso, el Sabio. (Corán, 59:24)
Dios creó al ser humano de la arcilla o barro, le dotó con muchas características y le concedió numerosos favores. Nadie adquiere por sí mismo la visión, la audición, la locomoción o la respiración. Además, esos sistemas complejos ya están presentes en el vientre de la madre, antes de nacer, cuando aún es incapaz de percibir nada del mundo exterior.
Cada persona cree a menudo que ella y su estilo de vida son distintos de los de otros y supone que tiene un lugar y un estatus diferenciado en este mundo. No obstante, se trate de una persona adinerada o pobre, joven o vieja, instruida o analfabeta, ocupa un espacio infinitesimal en el inmenso universo, el océano de miles de millones de estrellas.
Si quien se supone superior mirara la Tierra desde el espacio, reconocería, seguramente, que él no es más que un diminuto punto en el mundo.
La ilustración indica la ubicación de la Tierra en el Sistema Solar, la situación de éste en la Vía Láctea y por último, la posición de nuestra galaxia en el universo.
Cabe esperar entonces que el ser humano, en función de ello, sea un servidor de Dios. Sin embargo, como El lo aclara perfectamente en el Corán, la mayoría de las personas son “malhechoras” y “desagradecidas” con su Creador al rechazar aceptarlo como tal y cumplir con Sus órdenes. Además, el engreído piensa que la vida es larga y que posee la capacidad para sobrevivir por sí solo.
Es por eso que muchos se entregan a “aprovecharla materialmente de manera desaforada” y desconocen o ignoran lo que viene después de la muerte. Se esfuerzan sólo por alcanzar los mejores niveles de vida terrenales. De eso nos habla Dios:
Estos aman la vida fugaz y descuidan un día grave (es decir, el día del Juicio). (Corán, 76:27)
Los incrédulos persiguen por todos los medios los placeres materiales. Pero como dice el versículo, la vida pasa muy rápido. Este es el punto crucial que la gente olvida.
Veamos un ejemplo para mayor claridad.
Pensemos en un descanso típico. Después de meses de duro trabajo llegan las vacaciones de dos semanas de duración y nos dirigimos al lugar favorito para el reposo tras un viaje de ocho horas. La sala de recepción del sitio de veraneo está llena de gente que ha llegado con el mismo objetivo. Incluso reconocemos y saludamos a algunas personas. El clima es cálido y no queremos perdernos ni un momento para aprovechar al máximo el sol y el mar calmo. Nos dirigimos presurosos a nuestras respectivas habitaciones, nos cambiamos de ropa y corremos a la playa. Ya disfrutando las aguas cristalinas, somos sobresaltados por una voz que nos dice: “¡Levántate pues llegarás tarde al trabajo!”.
Nos parece un absurdo y por un momento no entendemos qué está sucediendo, pues existe una incomprensible discrepancia entre lo que se oye y lo que se ve. Al despertarnos y vernos en la cama, advertimos muy sorprendidos que todo eso fue un sueño y pensamos: “supuestamente viajé ocho horas para llegar a la playa. A pesar del frío helado de hoy día, en el sueño sentí el calor del sol y que el agua me salpicaba el rostro”.
El viaje de ocho horas hasta el complejo turístico, el tiempo pasado en el lugar de recepción, en resumen, todo lo referido a esas “vacaciones”, en realidad fue un sueño de unos pocos segundos. Aunque no se distinguía de la vida real, lo que se experimentó como algo efectivo no era más que un sueño.
Esto sugiere que, tranquilamente, en algún momento, podemos despertarnos de nuestra vida terrenal, del mismo modo que nos despertamos de nuestro sueño en la cama. En ese momento, seguramente, los incrédulos expresarán exactamente el mismo tipo de asombro que quien suponía estar de vacaciones pero sólo estaba soñando. Puede ser que siempre crean que sus vidas son sumamente prolongadas en el tiempo. No obstante, cuando sean recreados (luego de muertos), percibirán que el período de tiempo que les pareció de 60 – 70 años se presenta como de unos pocos segundos. Dice Dios:
Dirá (Dios): “¿Cuántos años habéis permanecido en la tierra?”. Dirán (los incrédulos y los de poca fe): “Hemos permanecido un día o parte de un día. ¡Interroga a los encargados de contar (es decir, a los ángeles)!”. Dirá (Dios): “No habéis permanecido sino poco tiempo. Si hubierais sabido… (Corán, 23:112-114)
Ya sea que el ser humano tenga 10 ó 100 años, eventualmente, es decir, luego de la muerte y resurrección, comprobará lo corto que es el período de vida, como se relata en los versículos citados. Es el caso de la persona que se despierta y se amarga porque comprueba la desaparición de todas las imágenes agradables de unas largas vacaciones, soñadas en unos pocos segundos. De la misma manera, la brevedad de la vida golpeará al ser humano cuando se dé cuenta de que estuvo “durmiendo” un corto tiempo (aunque cuando “dormía” le parecía lo opuesto). Dios nos lleva a considerar cuidadosamente esta realidad:
El día que llegue la Hora (del Juicio), jurarán los pecadores que no han permanecido (en la sepultura) sino una hora (es decir, en el sentido de un lapso muy breve de tiempo). Así estaban de desviados (ya en la tierra)… (Corán, 30:55)
Tanto los que vivan unas pocas horas como los que lo hagan por setenta años o más, tienen una existencia limitada en este mundo… y lo limitado está condenado a finalizar en algún momento. Se perdure 80 ó 100 años, cada día que pasa nos acerca al momento predestinado. Y esto lo experimenta el ser humano a lo largo de su estadía sobre el planeta. Independientemente de los planes mundanales a largo plazo que proyecte, todo lo que vaya consiguiendo le resultará algo “pasajero”.
Consideremos, por ejemplo, un joven que recién entra a la escuela secundaria. Aunque le parece lejano el momento de graduarse y lo anhela mucho, casi sin darse cuenta ya se está anotando en el colegio superior o universidad. Para entonces, prácticamente casi no se acuerda de un montón de situaciones en la escuela secundaria, preocupado por las cosas de la nueva etapa. Se propone sacar todo el provecho posible de esos preciosos años juveniles para liberarse de los temores por el futuro en lo mundanal y se plantea objetivos en tal sentido. Poco después ya está preparado para casarse, cosa que deseaba con fuerza. El tiempo le transcurre más rápido de lo que esperaba, se transforma en padre de familia, luego en abuelo y más tarde ve como declina su salud. Se va olvidando de los momentos que le produjeron alegría en su juventud y le invade de a poco el decaimiento y la debilidad para recordar. Pierde el interés por las cosas que le obsesionaban en su juventud. Ante sus ojos se despliegan unas pocas imágenes. Se aproxima el momento señalado. Sólo pasarán unos cuantos años, meses o días. Así llega a su fin con un servicio funerario y rodeado por los miembros de su familia y amigos cercanos. Esta es la clásica historia del ser humano, sin excepción. La verdad es que nadie dejará de pasar por dicho proceso.
Desde el comienzo de la historia Dios ha instruido al ser humano acerca de la naturaleza temporal de este mundo y describió la otra vida como la residencia eterna y verdadera de todos. En Su revelación Dios describe muchos detalles del Paraíso y del Infierno. No obstante, el hombre tiende a olvidar esas verdades esenciales y hace todo tipo de esfuerzos sólo por esta vida, aunque sea corta. Unicamente quienes asumen un enfoque racional respecto a lo dicho pueden percibir claramente y ser conscientes del escaso valor de esta existencia, comparada con la eterna. Es decir, el único objetivo nuestro en esta vida es obtener el Paraíso ―un lugar eterno junto a la generosidad de Dios― al que El dota abundantemente de todo lo bueno. El camino exclusivo a seguir es el de la búsqueda de Su contento mediante una fe auténtica. Por otra parte, quienes no meditan sobre el inevitable fin de este mundo y en consecuencia viven equivocadamente, son merecedores de la perdición eterna.
En el Corán se habla del horrendo fin que encuentran estos últimos:
Y el día que les congregue (Dios), será como si no hubieran permanecido más de una hora del día. Se reconocerán. Perderán quienes hayan desmentido el encuentro de Dios. No fueron bien dirigidos. (Corán, 10:45)
Ten (dirigido a Muhammad), pues, paciencia, como la tuvieron otros enviados resueltos. Y no reclames para ellos (es decir, para los infieles) el adelantamiento (del castigo). El día que vean aquello con que se les amenaza, les parecerá no haber permanecido (en la sepultura) más de una hora de día. Este es un comunicado. Y ¿quién será destruido sino el pueblo perverso? (Corán, 46:35)
Decíamos al principio que el ser humano permanece en este mundo lo que dura un parpadeo. Independientemente de lo que se posea aquí, no se alcanza el deleite verdadero a menos que se tenga fe en Dios y se lo recuerde permanentemente.
Desde el momento en que la persona se hace adulta, anhela riqueza, poder y una posición sobresaliente, aunque, sorprendentemente, sus recursos para ello son limitados. Quienes quieren todo lo que se les ocurre nunca lo conseguirán y siempre les parecerá poco cuanta riqueza, éxito o prosperidad logren. Además, independientemente de lo que se viva, la muerte convierte en sin sentido todos los goces y placeres mundanales.
Los propensos a deseos desenfrenados siempre se sentirán “insatisfechos” y con distintos gustos en cada etapa de sus vidas. Gente así se permite cualquier cosa para cumplimentar sus caprichos, como ser, perder el cariño de sus seres queridos o convertirse en canallas. No obstante, cuando alcanzan algunos de sus objetivos sienten que desaparece la “magia” pues se les pasa de inmediato el interés en lo logrado o empiezan a buscar otro deleite y se esfuerzan al máximo por conseguirlo. Pero apenas lo obtiene la secuencia se repite.
La ambición desenfrenada es la característica típica del incrédulo, rasgo con el que permanece hasta que fallece. La insatisfacción permanente hace que se imponga la codicia y no el contento de Dios. Todo lo que se posee y lo que se invierte para lograr cada vez más, es una razón para la vanagloria y para no prestar atención a los límites señalados por Dios, Quien, a su vez, no permite que gente así logre tranquilidad de conciencia. Dice Dios:
Quienes crean, aquéllos cuyos corazones se tranquilicen con el recuerdo de Dios ―¿cómo no van a tranquilizarse los corazones con el recuerdo de Dios?―,(Corán, 13:28)
El ser humano está rodeado de incontables ejemplos de la perfección de la creación: magníficos paisajes, millones de vegetales distintos, el cielo azul, las nubes cargadas de agua o el cuerpo humano, un organismo extraordinario lleno de sistemas complejos. Los mencionados son ejemplos espectaculares de la creación. El reflexionar sobre ello nos brinda un discernimiento profundo.
Contemplar a una mariposa desplegando sus alas ―dechados de arte y maravillosas expresiones de su identidad― es una experiencia para no olvidar nunca. Asimismo, percibir las plumas tan firmes y lustrosas en la cabeza del pájaro, las que se ven como un terciopelo suntuoso, o los colores atractivos y el perfume de una flor, son cosas admirables para el alma humana.
Casi todas las personas aprecian un rostro bello y anhelan con gran ahínco las mansiones opulentas, los automóviles lujosos y los enseres de oro y plata. Pero sea lo que sea que se ambicione y la belleza que se ostente, están destinados a desparecer en su momento.
Un fruto se oscurece gradualmente y finalmente se deteriora. Las flores poseen su aroma sólo por un tiempo determinado, luego palidecen y más tarde dejan de existir. El rostro más bonito se arruga luego de unas pocas décadas: el efecto del paso de los años sobre la piel y el cabello hace que en la vejez todos nos igualemos por la pérdida de lozanía. Con el transcurrir del tiempo no queda ningún rastro del estado saludable o de las mejillas encarnadas de la adolescencia. Asimismo, los edificios necesitan ser renovados y los automóviles envejecen e incluso se herrumbran. En resumen, todo lo que nos rodea está sujeto a los estragos que produce el paso del tiempo y algunos entienden que se trata de un “proceso natural”. De todos modos, comunica un claro mensaje: “Nada es inmune a los efectos del correr de las horas”.
Cada cuerpo celeste, cada animal, cada vegetal o cada ser humano son mortales. Su número no disminuye con el transcurrir de los siglos debido a los nacimientos, pero ello no debería hacernos ignorar el hecho de la muerte.
En el Corán, la última revelación auténtica que guía a la humanidad al sendero recto, Dios nos recuerda una y otra vez la naturaleza temporaria de este mundo y nos convoca a ser concientes de ello. En verdad, dondequiera que vivamos, somos vulnerables a los efectos devastadores de este mundo, un fenómeno obvio para quien observa la vida y lo que nos sucede. Las fotos en esta página son una demostración de dicha realidad. Cualquier rincón del planeta, por más solemne que sea, está expuesto a un deterioro inevitable en un corto lapso de tiempo e incluso en un período más breve de lo que se podría esperar.
Al igual que la pasión desbocada, el embelezo por las posesiones y la riqueza tiene una gran influencia sobre nuestra conducta. Pero es necesario comprender algo: Dios es el único propietario de todo. Lo viviente también es propiedad de El y mantendrá la condición de existente mientras ése sea Su deseo, pero perecerá cuando decrete su muerte. Dios nos llama a reflexionar sobre esto:
La vida de acá es como agua que hacemos bajar del cielo. Las plantas de la tierra se empapan de ella y alimentan a los hombres y a los rebaños, hasta que, cuando la tierra se ha adornado y engalanado, y creen los hombres que ya la dominan, llega a ella Nuestra orden, de noche o de día, y la dejamos cual rastrojo, como si, la víspera, no hubiera estado floreciente. Así explicamos los signos a gente que reflexiona. (Corán, 10:24)
En este versículo se muestra que todo lo que en la tierra parece bonito y bello, perderá su encanto un día y desparecerá como tal. Esto es algo muy importante de sopesar, pues Dios nos informa que El brinda los ejemplos para “gente que reflexiona”. Lo que se espera de la gente capacitada con el razonamiento, es que medite, que saque lecciones de los sucesos y que eso le sirva para fijarse objetivos lógicos en su vida. La “comprensión” y la “reflexión” son rasgos propios del ser humano. Sin los mismos carece de lo que le distingue de los animales y se ubica por debajo de ellos. Estos cumplen muchas funciones que también realizamos nosotros: respiran, procrean y un día mueren. Nunca piensan porqué y cómo nacieron o en que un día morirán. Resulta muy natural que no se ocupen en comprender el real sentido de la vida y que no piensen acerca del propósito de su creación o acerca del Creador.
Todo en la Tierra está destinado a perecer. Esa es la verdadera naturaleza del mundo en el que vivimos.
Sin embargo, el ser humano es responsable de desarrollar su conciencia respecto a su Creador a través de tener en cuenta y sopesar Sus órdenes.
Por otra parte, se espera que comprenda que este mundo existe sólo por un período limitado. Quienes lo logren, buscarán la luz y la guía de Dios para dedicarse al bien obrar.
De lo contrario, el ser humano sufrirá en este mundo y en el Más Allá. Logrará riqueza pero nunca felicidad. La belleza y la fama, por lo general, acarrean desgracias más que una vida gozosa. Por ejemplo, una persona célebre y que es adulada por sus seguidores, pierde a éstos rápidamente o en breve espacio de tiempo y en muchos casos termina su vida en una habitación sin nadie que la cuide.
Dios enfatiza repetidamente en el Corán que éste es “un mundo con placeres que están condenados a desparecer”. Nos relata historias de sociedades y personas del pasado que gozaron de riqueza, fama o elevada posición social y no obstante tuvieron un final desastroso. Eso es exactamente lo que les sucedió a los dos hombres mencionados en el capítulo al-Khaf:
Propónles la parábola de dos hombres, a uno de los cuales dimos dos viñedos, que cercamos de palmeras y separamos con sembrados. Ambos viñedos dieron su cosecha, no fallaron en nada, e hicimos brotar entre ellos un arroyo. Uno (de los hombres) tuvo frutos y dijo a su compañero, con quien dialogaba: “Soy más que tú en hacienda y más fuerte en gente”. Y entró en su viñedo, injusto consigo mismo.
Dijo: “No creo que éste (es decir, su viñedo) perezca nunca. Ni creo que ocurra la Hora (del Juicio). Pero, aún si soy llevado ante mi Señor, he de encontrar, a cambio, algo mejor que él (es decir, algo mejor que su viñedo)”. El compañero con quien dialogaba le dijo: “¿No crees en Quien te creó de tierra, luego, de una gota (de esperma) y, luego, te dio forma de hombre? En cuanto a mí, El es Dios, mi Señor, y no asocio nadie a mi Señor. Si, al entrar en tu viñedo, hubieras dicho: ‘¡Que sea lo que Dios quiera! ¡La fuerza reside sólo en Dios!’.
Si ves que yo tengo menos que tú en hacienda e hijos, quizá me dé Dios algo mejor que tu viñedo, lance contra él (el viñedo del compañero) rayos del cielo y se convierta en campo pelado, o se filtre su agua por la tierra y no puedas volver a encontrarla”.
Su cosecha fue destruida y, a la mañana siguiente, se retorcía las manos pensando en lo mucho que había gastado en él: sus cepas estaban arruinadas. Y decía: “¡Ojalá no hubiera asociado nadie a mi Señor!”. No hubo grupo que, fuera de Dios, pudiera auxiliarle, ni pudo defenderse a sí mismo. En casos así sólo el Dios verdadero ofrece amistad.
El es el mejor en recompensar y el Mejor como fin. Propónles la parábola de la vida de acá. Es como agua que hacemos bajar del cielo y se empapa de ella la vegetación de la tierra, pero se convierte (la vegetación) en hierba seca, que los vientos dispersan.
Dios es potísimo en todo. La hacienda y los hijos varones son el ornato de la vida de acá. Pero las obras perdurables, las buenas obras, recibirán una mejor recompensa ante tu Señor, constituyen una esperanza mejor fundada.(Corán, 18:32-46)
La vanagloria de lo que se posee lleva al ridículo. Esta es una ley fija de Dios. La riqueza y el poder El los da como un don y en cualquier momento puede arrebatarlos. La historia de “la gente del Paraíso” que se relata en el Corán, es ejemplo de ello:
Les hemos probado como probamos a los dueños del jardín (a los hombres del relato anterior). Cuando juraron que tomarían sus frutos por la mañana, sin hacer salvedad (es decir, sin añadir piadosamente “si Dios quiere”). Mientras dormían cayó sobre él (es decir, el jardín) un azote enviado por tu Señor y amaneció (el jardín) como si hubiera sido arrasado.
Por la mañana (cuando aún no sospechaban nada), se llamaron unos a otros: “¡Vamos temprano a nuestro campo, si queremos recoger los frutos!”. Y se pusieron en camino, cuchicheando: “¡Ciertamente, hoy no admitiremos a ningún pobre!”. Marcharon, pues, temprano, convencidos de que serían capaces de llevar a cabo su propósito.
Cuando lo vieron (al jardín), dijeron: “¡Seguro que nos hemos extraviado! ¡No, se nos ha despojado!”. El más moderado de ellos dijo: “¿No os lo había dicho? ¿Por qué no glorificáis?”.
Dijeron: “¡Gloria a nuestro Señor! ¡Hemos obrado impíamente!”. Y pusieron a recriminarse. Dijeron: “¡Hay de nosotros, que hemos sido rebeldes (a Dios)!
Quizá nos dé nuestro Señor, a cambio, algo mejor que éste (es decir, algo mejor que su jardín). Deseamos ardientemente a nuestro Señor”. Tal fue el castigo. Pero el castigo de la otra vida es mayor aún. Si supieran… (Corán, 68:17-33)
El ojo atento reconoce de inmediato que Dios, en estos versículos, no nos da ejemplos de ateos. Aquí trata el caso de quienes creen en El pero cuyos corazones se han vuelto insensibles, por lo que no Le son agradecidos ni Le recuerdan. Se enorgullecen de tener lo que Dios les da como favores y olvidan totalmente que esas posesiones son sólo recursos para ser usados en Su camino. De un modo característico, afirman la existencia y poder de Dios, pero sus corazones desbordan de soberbia, ambición y egoísmo.
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Propónles la parábola de la vida de acá. Es como agua que hacemos bajar del cielo y se empapa de ella la vegetación de la tierra, pero (la vegetación) se convierte en hierba seca, que los vientos dispersan. Dios es potísimo en todo.(Corán, 18:45) La vida de acá es como agua que hacemos bajar del cielo. Las plantas de la tierra se empapan de ella y alimentan a los hombres y a los rebaños, hasta que, cuando la tierra se ha adornado y engalanado, y creen los hombres que ya la dominan, llega a ella Nuestra orden, de noche o de día, y la dejamos cual rastrojo, como si, la víspera, no hubiera estado floreciente. Así explicamos los signos a gente que reflexiona. (Corán, 10:24) |
La historia de Coré se narra en el Corán como un arquetipo de la persona materialmente rica. Tanto Coré como los que anhelan su riqueza y posición social, son llamados creyentes que dejaron de lado su religión en función de obtener cosas de este mundo. Eso les llevó a perder las bendiciones del otro mundo, lo cual es una privación eterna:
Coré formaba parte del pueblo de Moisés y se insolentó con ellos. Le habíamos dado tantos tesoros que un grupo de hombres forzudos apenas podía cargar con las llaves. Cuando su pueblo le dijo: “¡No te regocijes, que Dios no ama a los que se regocijan (por los bienes materiales)!
¡Busca en lo que Dios te ha dado la Morada Postrera, pero no olvides la parte que de la vida de acá te toca! ¡Sé bueno (con los otros), como Dios lo es contigo! ¡No busques corromper en la tierra, que Dios no ama a los corruptores!”. Dijo (Coré): “Lo que se me ha dado lo debo sólo a una ciencia que tengo”.
Pero ¿es que no sabía que Dios había hecho perecer antes de él a otras generaciones más poderosas y opulentas que él? Pero a los pecadores no se les interrogará acerca de sus pecados (porque Dios los conoce bien). Apareció (Coré) ante su pueblo, rodeado de pompa. Los que deseaban la vida de acá dijeron: “¡Ojalá se nos hubiera dado otro tanto de lo que se ha dado a Coré!
Tiene una suerte extraordinaria”. Pero los que habían recibido la Ciencia, dijeron: “¡Ay de vosotros! La recompensa de Dios es mejor para el que crea y obre bien. Y no lo conseguirán sino los que tengan paciencia”. Hicimos que la tierra se tragara a él (a Coré) y su vivienda.
No hubo ningún grupo que, fuera de Dios, le auxiliara, ni pudo defenderse a sí mismo. A la mañana siguiente, los que la víspera habían envidiado su posición dijeron: “¡Ah! Dios dispensa el sustento a quien El quiere de sus Siervos: a unos con largueza a otros con mesura.
Si Dios no nos hubiera agraciado, habría hecho que nos tragara (la tierra). ¡Ah! ¡Los infieles no prosperarán!”. Asignamos esa Morada Postrera a quienes no quieren conducirse con altivez en la tierra ni corromper. El fin (es decir, el buen fin) es para los que temen a Dios. (Corán, 28:76-83)
La principal mala acción de Coré fue considerarse alguien independiente de Dios. Como sugiere el versículo, él no negaba Su existencia sino que, simplemente, asumía que, debido a sus características superiores, merecía el poder y la riqueza que el Señor le había concedido.
Pero todos en el mundo son siervos de Dios y lo que poseen no lo tienen por algún mérito especial sino que cada cosa concedida es parte de Su favor y misericordia con la humanidad en general. Si fuésemos conscientes de esto, nadie actuaría de manera ingrata y perversa frente a su Creador, desconociendo que la riqueza poseída fue concedida por El. Lo único que debemos hacer es sentirnos agradecidos y demostrarlo por medio de un proceder correcto frente a nuestro Señor. Por cierto, esta es la forma más honrosa de exhibir el agradecimiento a Dios. Por otra parte, Coré y los que aspiraban a ser como él, se dieron cuenta de las malas acciones en las que estaban comprometidos cuando el desastre cayó sobre ellos. Si después de recibir una advertencia así, la gente persiste en su rebelión contra Dios, está totalmente perdida. ¡Inevitablemente terminarán en el Infierno, donde permanecerán para siempre!
¡Sabed que la vida de acá es juego, distracción y ornato, rivalidad en jactancia, afán de más hacienda, de más hijos! Es (esta vida) como un chaparrón: la vegetación resultante alegra a los sembradores, pero luego se marchita y ves que amarillea; luego, se convierte en paja seca. En la otra vida habrá castigo severo o perdón y satisfacción de Dios, mientras que la vida de acá no es más que falaz disfrute. (Corán, 57:20)