A lo largo de la vida nos proponemos una serie de objetivos: riqueza, posesiones, elevada consideración social, esposa e hijos. Lo mencionado es parte de las metas que la mayoría persigue y los planes y los esfuerzos se dirigen a cumplimentarlos. A pesar del hecho incontrastable de que todo tiende a avejentarse y a la extinción, casi nadie puede dejar de ligarse intensamente a distintas cosas. Pero el automóvil que un día es moderno, luego se convierte en antiguo. Debido a causas naturales, la rica tierra de una granja se vuelve árida. La persona bella pierde esa condición. Cada ser humano, cuando muere, deja todos los bienes que había acumulado. No obstante, aunque lo dicho se trata de verdades irrefutables, el hombre tiene una devoción incomprensible por las cosas de valor material.
Los que proceden así obcecadamente, comprobarán que consumieron sus vidas persiguiendo ilusiones y, después de la muerte, la situación ridícula en la que se hallarán. Recién en ese momento les quedará en claro que el propósito último de la vida es ser un sincero siervo de Dios.
En el Corán se habla de esta “profunda ligazón” a lo mundanal:
El amor de lo apetecible aparece a los hombres engalanado: las mujeres, los hijos varones, el oro y la plata por quintales colmados, los caballos de raza, los rebaños, los campos de cultivo… Eso es breve disfrute de la vida de acá. Pero Dios tiene junto a Sí un bello lugar de retorno. (Corán, 3:14)
Por lo general ocupamos nuestro tiempo en cosas de este mundo. Pero quienes reconocen la grandeza y el poder de Dios, son conscientes de que todo lo que se les concede es, simplemente, herramientas para obtener Su contento. En ese caso también comprenden que ser siervos de El es el objetivo principal. Pero las ambiciones nublan la visión, lo que lleva a perder la fe auténtica, la confianza en Dios y a esperar sólo grandes cosas en este mundo engañoso.
Resulta sorprendente que el ser humano olvide todo acerca del otro mundo, infinitamente superior como residencia, y que quede satisfecho con el que vive ahora. Aunque no se tenga una fe acabada, la más leve “probabilidad” del Más Allá debería hacer que, al menos, se asumiera una actitud más cuidadosa.
Los creyentes, por otra parte, son totalmente conscientes de que la otra vida de ninguna manera es una “probabilidad” sino una realidad, motivo por el cual todos sus esfuerzos apuntan a lograr el Paraíso. Comprenden perfectamente lo amargo que será el desengaño en el otro mundo después de haber consumido el tiempo acá en deseos vanos. Son concientes de que la riqueza acumulada bajo la forma de grandes cuentas bancarias, automóviles, mansiones lujosas, etc., no serán aceptadas para el rescate del castigo eterno. Por otra parte, ni los familiares ni los amigos más entrañables estarán presentes para salvarles de la congoja eterna. Sino que, cada alma intentará salvarse por sí misma. No obstante, la mayoría de la gente asume que esta vida no continúa en el Más Allá y abraza con gran codicia este mundo. Dice Dios:
El afán de lucro (o de superioridad) os distrae hasta la hora de la muerte. (Corán, 102:1-2)
La atracción por las posesiones mundanales es, sin duda, la clave de la prueba. Todo lo maravilloso de que disponemos es creado por Dios y dura relativamente muy poco. Lo hace así, para que pensemos y comparemos lo que se nos otorga en este mundo con lo prometido para el otro. Esta es “la clave” de la que hablamos. La vida terrenal es realmente magnífica. Totalmente colorida y atractiva, revela la gloria de la creación de Dios. Sin duda, llevar una buena vida y disfrutarla es algo deseable y se ruega al Todopoderoso por ello. No obstante, lo dicho no puede ser nunca el propósito último pues resulta mucho más importante obtener el contento de Dios y el Paraíso. Por lo tanto no deberíamos olvidarlo en tanto gozamos de los favores que recibimos aquí. Dios nos advierte acerca de esta cuestión:
Lo que habéis recibido no es más que breve disfrute de la vida de acá y ornato suyo. En cambio, lo que Dios tiene es mejor y más duradero. ¿Es que no razonáis? (Corán, 28:60)
El gran afecto por las cosas mundanales es una de las razones que nos lleva a olvidar la otra vida. Además, es importante recordar que nunca encontramos la felicidad auténtica, la paz interior y la satisfacción plena en las cosas materiales que abrazamos ávidamente o por las que trabajamos intensamente. A eso se debe que siempre haya deseos imposibles de satisfacer, pues las apetencias del ego nunca cesan y la búsqueda de “más y mejor” es permanente.
La mayoría de la gente asume que puede convertir su existencia en perfecta si se lo propone. Y también cree que la sola posesión de bastante dinero permite una calidad de vida elevada, una familia feliz y una posición social admirable. Al pensar así están admitiendo claramente un error: olvidan o no les importa todo lo que tiene que ver con el Más Allá, pues sólo luchan por obtener las cosas de este mundo. Aunque teóricamente su principal propósito sea servir a Dios y agradecerle lo que les da, de lo único que se ocupan es de sus deseos vanos. Dios nos informa lo frívolo y engañoso que resulta ello:
¡Sabed que la vida de acá es juego, distracción y ornato, rivalidad en jactancia, afán de más hacienda, de más hijos! Es como un chaparrón: la vegetación resultante alegra a los sembradores, pero luego se marchita y ves que amarillea; luego, se convierte en paja seca. En la otra vida habrá castigo severo o perdón y satisfacción de Dios, mientras que la vida de acá no es más que falaz disfrute. (Corán, 57:20)
El principal error de la gente que entiende que nunca perderá su riqueza es no creer en el Más Allá o considerarlo una posibilidad remota. El orgullo hace evadir la sumisión a Dios y desconocer Sus promesas. Se nos relata cuál es el fin de personas así:
Quienes no cuentan con encontrarnos y prefieren la vida de acá, hallando en ella quietud, así como quienes se despreocupan de Nuestros signos, tendrán el Fuego como morada por lo que han cometido.(Corán, 10:7-8)
La historia da testimonio de bastante gente con esa mentalidad. Reyes, emperadores y faraones creyeron que podían asegurarse la inmortalidad por medio de la inmensa riqueza de la que disponían. Parece que nunca se les ocurrió que hay algo más valioso que el poder y la opulencia material. Esa forma de pensar equivocada hizo caer en el error a sus súbditos, impresionados por esos factores de supuesta superioridad. De cualquier manera, los incrédulos enfrentaron y enfrentan un fin terrible:
¿Creen que, al proveerles de hacienda y de hijos varones, estamos anticipándoles las cosas buenas (los bienes de la otra vida)? No, no se dan cuenta. (Corán, 23:55-56)
¡No te maravilles de su hacienda ni de sus hijos! Dios sólo quiere con ello castigarles en la vida de acá y que exhalen su último suspiro siendo infieles. (Corán, 9:55)
Sucede que esa gente no tiene en cuenta un punto crucial: toda la riqueza y eso a lo que se considera muy importante, pertenece a Dios, el real Propietario. Y El decide a quién y por cuánto tiempo otorga algunas de sus posesiones infinitas. En consecuencia resulta lógico que agradezcamos a Dios lo que nos brinda y que seamos Sus servidores leales. Debe recordarse, asimismo, que nadie puede poner límites a lo que Dios concede. Del mismo modo, una vez que alguien es privado de bienes, nadie más que Dios puede proveerlo. Es así como El pone a prueba a Su pueblo. Y quienes olvidan a Su creador y el Día del Juicio, no prestan ninguna atención a esto:
Dios dispensa el sustento a quien El quiere: a unos con largueza a otros con mesura. Se han regocijado en la vida de acá y la vida de acá no es, comparada con la otra, sino breve disfrute… (Corán, 13:26)
La mayoría de la gente piensa que en este mundo se puede alcanzar perfectamente una vida esplendorosa, lo que sugiere que, por medio de alguna herramienta, se podría encontrar la felicidad auténtica, que duraría para siempre. Pero la verdad es otra: no podemos lograr la vida que soñamos si olvidamos a nuestro Creador y el Día del Juicio. Lo que generalmente hacemos es buscar algo y una vez conseguido repetir el proceso hasta que nos invade la incapacidad. Por ejemplo, alguien no contento con la inmensa ganancia generada en un negocio, se embarca en otro emprendimiento y así sucesivamente para aumentar la fortuna. Esa persona no disfruta la vivienda nueva que tiene porque la del vecino está decorada más artísticamente o porque la suya tiene un diseño que ya no está de moda. De la misma manera, debido a que los gustos y las modas cambian muy de seguido, no se disfruta del guardarropa que se tiene y se sueña con otro más sofisticado. Dios explica claramente la psicología del incrédulo:
¡Déjame solo con Mi criatura, a quien he dado una gran hacienda, e hijos varones que están presentes! Todo se lo he facilitado pero aún anhela que le dé más.(Corán, 74:11-15)
Una persona en sus cabales y que comprende las cosas con claridad, debería reconocer que quienes adquieren mansiones con más habitaciones que las personas que las ocupan, automóviles lujosos o vestidores fabulosos, son sólo capaces de usar una parte limitada de esas posesiones. Aunque se tuviese la mansión más grande del mundo, ¿sería posible disfrutar todas sus partes a la vez? Si se dispone de un vestidor con ropa de alta costura, ¿cuánta de ella podría usarse plenamente? El propietario de esas cosas es una entidad limitada en términos de tiempo y espacio y sólo puede gozar una de ellas a la vez. Si a alguien se le ofrece todos los platos deliciosos de un restaurant famoso, su estómago no podrá recibir más que algunos. Y si intenta comer más, sufrirá debido a la ingesta abusiva y no gozará de lo comido.
Dibujo de un monumento maya en Honduras. (Abajo) Estado actual del mismo monumento, símbolo de una magnífica civilización desparecida. La comparación revela una realidad apabullante: nada en este mundo es inmune a la destrucción.
Se puede agregar más ejemplos como los dados pero lo que hay que destacar es que tenemos un período absolutamente limitado de vida como para poder gozar todas las delicias que nos puede proveer la riqueza. Aunque marchamos rápidamente hacia la muerte, difícilmente lo reconocemos durante la vida y creemos que los bienes que poseemos nos proporcionarán una existencia eterna:
(¡Ay de todo aquél… que amase hacienda y la cuente una y otra vez,) creyendo que su hacienda le hará inmortal! (Corán, 104:3)
Dicha gente queda tan fascinada por todo lo que le permite la riqueza material, que cuando deba enfrentar el tremendo momento del Día del juicio, intentará escapar del castigo renunciando a todo lo acumulado:
Les será dado verles. El pecador querrá librarse del castigo de ese día ofreciendo como rescate a sus hijos varones, a su compañera, a su hermano, al clan que le cobijó, a todos los de la tierra. Eso le salvaría. ¡No! Será una hoguera, (Corán, 70:11-15)
Pero también es cierto que algunas personas son conscientes de que la riqueza, la prosperidad y la gran fortuna están bajo el control de Dios. Por eso comprenden que la buena posición social o jerarquía mundanal son ridículas, pues no son ninguna garantía de la salvación en el otro mundo. Por lo tanto prefieren apartarse de las actitudes ególatras, arrogantes y ostentosas, mostrándose humildes. Quienes confían en su Señor tienen como principal objetivo servirle y son concientes de que sólo pueden beneficiarse de los bienes mundanales por un limitado período de tiempo, ya que pierden todo valor frente a la abundancia eterna prometida. Y puesto que nunca olvidan la presencia de Dios Todopoderoso y Le agradecen lo que les da, El les reserva una vida confortable y honorable. A gente que procede con este entendimiento, la riqueza nunca las esclaviza, las ciega o las ata a este mundo. Por el contrario, aumenta su agradecimiento y cercanía a El. Tratan todo y a todos como corresponde, buscando siempre el deleite de Dios. Debido a que son concientes de lo que significa la buena posición frente a Dios, buscan hacer suyos los valores coránicos antes que el placer mundanal. Las características del profeta Salomón (P) sirven de ejemplo de lo que debe perseguir un creyente auténtico. Aunque Salomón (P) era dueño de una gran fortuna y una persona con mucho peso social, expresó claramente a qué llevaba el uso inadecuado de su considerable patrimonio:
Y dijo (Salomón): “Por amor a los bienes he descuidado el recuerdo de mi Señor hasta que se ha escondido (el sol) tras el velo (de la noche). (Corán, 38:32)
El no poder reconocer para qué son creados los bienes de este mundo, lleva a muchos a olvidar que los podrán usar menos de cien años, para luego tener que dejarlos, igual que a sus familiares. No piensan o no se acuerdan que serán enterrados solos y en consecuencia codician lo que no podrán gozar para siempre.
Quienes consideran que la hacienda es la salvadora y rechazan la existencia de su Creador, padecen problemas en este mundo y sufren una gran amargura en el otro:
A quienes no crean, ni su hacienda ni sus hijos les servirán de nada frente a Dios. Esos (es decir, los incrédulos) servirán de combustible para el Fuego. (Corán, 3:10)
De la gloriosa metrópolis de la Roma Antigua, que ahora tiene un aspecto totalmente distinto, sólo subsiste un teatro. (Derecha) Vista actual de dicho teatro. Hoy día no queda ningún rastro de alguien que haya vivido aquellos días de grandeza.
Te contamos estas cosas de las ciudades: algunas de ellas están aún en pie, otras son rastrojo. (Corán, 11:100)
El Corán anuncia cuál es el fin de quienes demuestran una avidez insaciable por la posesión de bienes materiales:
(¡Ay de todo aquél) que amase hacienda y la cuente una y otra vez, creyendo que su hacienda le hará inmortal! ¡No! ¡Será precipitado, ciertamente, en la hutama! Y ¿cómo sabrás qué es la hutama? Es el fuego de Dios, encendido, que llega hasta las entrañas. Se cerrará sobre ellos en extensas columnas. (Corán, 104:2-9)
La verdadera opulencia la obtienen los creyentes que nunca demuestran un interés enloquecido por las cosas mundanales, convencidos de que es Dios quien otorga todo al ser humano y que la existencia dura setenta años o un poco más. Esos son los que buscan con sinceridad el Paraíso para la vida eterna. Prefieren lo valioso permanente en vez de los tesoros temporarios. Dios nos informa de esto:
Dios ha comprado a los creyentes sus personas y su hacienda, ofreciéndoles, a cambio, el Jardín. Combaten por Dios: matan o les matan. Es una promesa que Le obliga, verdad, contenida en la Torá, en el Evangelio, y en el Corán. Y ¿quién respeta mejor su alianza que Dios? ¡Regocijaos por el trato que habéis cerrado con El! ¡Ese es el éxito grandioso!(Corán, 9:111)
Los que hacen caso omiso de estas realidades y se “prenden” al mundo, comprenderán rápidamente quiénes son los que en la práctica están en el sendero recto.
El matrimonio se considera un punto de inflexión importante en la vida. Cada joven busca reunirse con la persona que le gusta. Un buen consorte es un gran objetivo y la juventud inteligente está bastante “adoctrinada” sobre la importancia de encontrarlo. Pero en las sociedades ignorantes las premisas son otras y las relaciones entre hombres y mujeres se basan en fundamentos defectuosos. Es decir, no se acepta la forma de vida ordenada por Dios: las “amistades” son relaciones románticas en la que ambos sexos buscan la satisfacción emocional. Los matrimonios se basan, por lo común, en el mutuo beneficio material. Muchas mujeres buscan al hombre “próspero” para lograr un excelente pasar. En función de ello, una joven puede aceptar ser durante bastante tiempo la esposa de alguien por quien no siente ningún afecto. El hombre, por su parte, busca muy a menudo a la “buena moza”, a la “bella”.
El razonamiento en la sociedad de la ignorancia rechaza un hecho crucial: todos los valores o bienes materiales están condenados a desaparecer en su momento y Dios puede retirar la fortuna de quien quiera cuando quiera. De la misma manera, en unos pocos segundos puede hacer perder el buen aspecto de quien sea, puede desbaratar mediante un accidente la rutina diaria de cualquiera y dejarle deformada alguna parte del cuerpo. Por otra parte, el tiempo se ocupa de hacer decaer la salud, la fortaleza y la belleza. Frente a tales situaciones, ¿de qué vale un sistema basado en réditos puramente materialistas? Por ejemplo, pensemos en un hombre que se casa con una mujer llevado únicamente por su buen aspecto. ¿Cuál será su actitud si en un accidente ella queda muy afeada? ¿La abandonará cuando las arrugas empiecen a invadirle el rostro? Las respuestas revelan el fundamento irracional del pensamiento materialista.
Un matrimonio es valioso cuando se lo realiza para obtener el contento de Dios. De otro modo se convierte en un peso en éste y en el otro mundo. Quien no comprende en esta vida lo que es correcto para el alma humana, lo comprenderá en la próxima, pero entonces ya será demasiado tarde para arrepentirse, tomar conciencia. El Día del Juicio la persona equivocada querrá dar a su cónyuge ―con quien se sentía tan ligado― como rescate para su propia salvación. El terror de ese día transformará todas las relaciones de este mundo en algo sin sentido. Dios da detalle del trato entre los miembros cercanos de la familia el Día del Juicio:
(A los infieles) les será dado verles. El pecador querrá librarse del castigo de ese día ofreciendo como rescate a sus hijos varones, a su compañera (es decir, a su esposa), a su hermano, al clan que le cobijó, (Corán, 70:11-13)
Teniendo en cuenta el versículo, resulta evidente que el individuo ya no dará ninguna importancia al cónyuge, a los hermanos, amigos u otras personas el Día del Juicio.
Desesperado por salvarse, deseará entregar como rescate a sus familiares o parientes cercanos. Gente así se maldecirá mutuamente porque ninguna advirtió a las demás de ese día terrible. En el Corán se relata el caso de Abu Lahab ―quien mereció el castigo eterno en el fuego― y su esposa:
¡Perezcan las manos de Abu Lahab! ¡Perezca él (todo)! Ni su hacienda ni sus adquisiciones le servirán de nada. Arderá en un fuego llameante, así como su mujer, la acarreadora de leña, a su cuello una cuerda de fibras (de palma). (Corán, 111:1-5)
En el tipo de matrimonio aceptable para Dios existen criterios muy distintos a los que sustentan los ávidos de grandes fortunas. Para obtener el agrado de su Señor no recurren al dinero, a la fama o a la belleza. Su único criterio válido es la taqwa, es decir, “el respeto reverencial a Dios, eludir todo lo que El prohibió y cumplir todo lo que El ordenó”. En consecuencia, un creyente sólo puede casarse con quien exhiba una lealtad cabal a su Señor. Un matrimonio así vive en paz y feliz. Dice un versículo al respecto:
Y entre Sus signos está el haberos creado esposas nacidas entre vosotros, para que os sirvan de quietud, y el haber suscitado entre vosotros (es decir, las parejas) el afecto y la bondad. Ciertamente hay en ello signos para gente que reflexiona.(Corán, 30:21)
A quienes consideran la taqwa su único criterio de vida, seguramente les resultará muy agradable el otro mundo. Los creyentes que se recomiendan y guían mutuamente para actuar con rectitud y alcanzar el Paraíso, también serán amigos eternamente. El Corán describe esta relación:
Pero los creyentes y las creyentes son amigos unos de otros. Ordenan lo que está bien y prohíben lo que está mal. Hacen la oración, dan la limosna y obedecen a Dios y a Su Enviado. De ésos se apiadará Dios. Dios es poderoso, sabio. (Corán, 9:71)
Una de las mayores ambiciones de la humanidad es dejar hijos que porten el apellido de la familia. Sin embargo, si no se lo hace buscando el deleite de Dios, ese afán bien puede ser un factor que saque al individuo de Su sendero. En definitiva, todos somos probados con nuestros hijos y lo correcto es tratarlos de tal manera que Dios acepte nuestra conducta:
Vuestra hacienda y vuestros hijos no son más que tentación, mientras que Dios tiene junto a Sí una magnífica recompensa. (Corán, 64:15)
En el versículo es muy importante el término traducido como “tentación”. Para muchos una de las cosas principales es tener descendencia. Pero en el sentido coránico el creyente sólo la quiere con el objeto de obtener la complacencia de Dios. De no ser así, es decir, si la buscamos sólo para satisfacer nuestros deseos, significa adscribir socios a Dios. El Corán nos habla de ello:
El es Quien os ha creado de una sola persona (Adán), de la que ha sacado a su cónyuge (Eva) para que encuentre quietud en ella. Cuando yació con ella, ésta llevó una carga ligera (el comienzo del embarazo), con la que iba de acá para allá; pero cuando se sintió pesada, invocaron ambos a Dios, su Señor: “Si nos das un hijo bueno, seremos, ciertamente, de los agradecidos”. Pero, cuando les dio uno bueno, pusieron a Dios asociados en lo que El les había dado. ¡Y Dios está por encima de lo que le asocian! ¿Le asocian dioses que no crean nada ―antes bien, ellos mismos han sido creados―…? (Corán, 7:189-191)
Los profetas citados en el Corán sólo buscaban complacer a Dios cuando le pedían hijos. Un ejemplo de ello lo da la mujer de Imran:
Cuando la mujer de Imran (la abuela materna de Jesús) dijo: “¡Señor! Te ofrezco en voto, a Tu exclusivo servicio, lo que hay en mi seno. ¡Acéptamelo! Tú eres Quien todo lo oye, Quien todo lo sabe”. (Corán, 3:35)
El ruego del profeta Abraham (P) también establece un ejemplo para todos los creyentes:
Y haz, Señor, que nos sometamos a Ti, haz de nuestra descendencia una comunidad sumisa a Ti, muéstranos nuestros ritos y vuélvete a nosotros! ¡Tú eres, ciertamente, el Indulgente el Misericordioso! (Corán, 2:128)
En el versículo, el pedido sobre las características de la descendencia es una forma de pedir el favor de Dios, una forma de adorar a Dios. Pero si la intención es otra, se puede sufrir graves consecuencias en este y en el otro mundo. Los creyentes reconocen a los hijos como individuos que Dios les ha confiado. En consecuencia, no cabe el engreimiento por el éxito o la inteligencia de los mismos pues es Dios quien les concedió esas aptitudes. La jactancia por los dones que exhiben, es simplemente un acto de extravío.
La arrogancia tiene consecuencias muy serias en el Más Allá. El infatuado querrá pagar su salvación el Día del Juicio entregando a los hijos, a la esposa o a los familiares cercanos. El deseo de evitar el castigo horroroso lleva a abandonar enseguida a los seres queridos. No obstante, ante el tribunal de Dios el reo no podrá escapar del terrible final que le espera.
En la sociedad de la ignorancia los hijos se convierten en fuente de muchos problemas no sólo en el Más Allá sino también aquí. Desde que nacen entrañan pesadas responsabilidades y es una experiencia especialmente difícil para las madres. Al saberse embarazadas deben cambiar su estilo de vida y reordenar sus prioridades para poner la atención principal en lo que llevan en el vientre. Deben modificar los hábitos de comer, el modo de dormir, es decir, todo lo que tiene que ver con el comportamiento diario. Ante la cercanía del parto les resultan difíciles hasta los movimientos más comunes. Pero las mayores dificultades comienzan luego del nacimiento de la criatura. Esta insume casi todo su tiempo y esperan que el bebé crezca para que les deje más horas libres con el objeto de invertirlas en otras cosas. Pero en verdad, los años pasan más rápido de lo que parece.
Si lo hecho en ese tiempo por la madre es para alegría de Dios, se lo puede considerar como una forma de adoración a El. De lo contrario, como sucede con frecuencia en las sociedades alejadas de las normas religiosas, se sufre distintos tipos de desengaños pues la descendencia desarrolla una personalidad egoísta, propia del medio en el que vive. Los chicos sólo muestran interés por sus padres si ello les aporta algún beneficio, en tanto que éstos se dan cuenta de eso demasiado tarde, es decir, cuando aparecen los problemas que acarrea el envejecimiento. De manera opuesta a lo que esperaban, es decir, que cuando sus hijos sean grandes les ayuden en todos sus requerimientos propios de la edad avanzada, se encuentran con que se desentienden de ellos o los meten en un geriátrico.
Dios presenta en el Corán a los creyentes como personas responsables y misericordiosas con sus padres, especialmente si son ancianos:
Tu Señor ha decretado que no debéis servir sino a El y que debéis ser buenos con vuestros padres. Si uno de ellos o ambos envejecen en tu casa, no les digas: “¡Uf!” y trates con antipatía, sino que sé cariñoso con ellos. Por piedad, muéstrate deferente con ellos y di: “¡Señor, ten misericordia de ellos como ellos la tuvieron cuando me educaron siendo niño!”. (Corán, 17:23-24)
Como podemos comprender de estos versículos, es honorable criar a los hijos a la luz de los valores coránicos. Pero si los padres incrédulos crían a los suyos con los preceptos de la sociedad de la ignorancia, el esfuerzo que hagan no tendrá sentido ni en este mundo ni en el otro. Y si los hijos rechazan las enseñanzas coránicas, los padres se ganan, de todos modos, el contento de Dios. Y no hay ningún protector o auxiliador fuera de El.
Por otra parte, los que buscan que los hijos les faciliten los beneficios mundanales, no serán auxiliados ni aquí ni en el Más Allá:
Ese día (es decir, el día del Juicio), cada cual tendrá bastante consigo mismo. (Corán, 80:37)
Como dijimos antes, el ser humano es creado solamente para servir a su Creador. Todo lo que le rodea y su vida, existen con el único objetivo de ponerlo a prueba. Nada más que sus obras serán juzgadas después de morir y de acuerdo al resultado será premiado con el Paraíso o condenado al Infierno. En resumen, a la persona no se la valora por su riqueza, belleza o cantidad de hijos, sino por su taqwa, es decir, su respeto reverencial a Dios:
Ni vuestra hacienda ni vuestros hijos podrán acercaros bien a Nosotros. Sólo quienes crean y obren bien recibirán una retribución doble por sus obras y morarán seguros en las cámaras altas (del Paraíso). (Corán, 34:37)
A quienes no crean, ni su hacienda ni sus hijos les servirán de nada frente a Dios. Esos tales morarán en el Fuego eternamente. (Corán, 3:116)
Ni su hacienda ni sus hijos les servirían de nada frente a Dios. Esos tales morarán en el Fuego eternamente. (Corán, 58:17)