¡A cuántas generaciones antes de ellos hemos hecho perecer! ¿Percibes a alguno de ellos (es decir, a alguna de los individuos de esas generaciones) u oyes de ellos un leve susurro? (Corán, 19:98)
El ser humano está en la Tierra para ser probado. Las revelaciones de Dios y los mensajes puros comunicados a la gente por Sus mensajeros, proveyeron a la humanidad de la guía. Ellos y las Escrituras convocaron siempre a los individuos al sendero recto. Hoy día, el último Libro de Dios y única revelación inalterada, está disponible para todos: estamos hablando del Corán.
Allí Dios nos informa que El señaló el sendero recto a todos los seres humanos a lo largo de la historia y que les advirtió a través de Sus mensajeros sobre el Día del Juicio y el Infierno. Sin embargo, la mayoría de quienes escuchaban a los profetas enviados, despreciaban sus anuncios y se mostraban hostiles con ellos. Eso provocó la cólera de Dios y dicha gente fue rápidamente barrida de la faz de la Tierra:
A los aditas, a los tamudeos, a los habitantes de ar-Rass y a muchas generaciones intermedias… A todos les dimos ejemplos y a todos les exterminamos. Han pasado por las ruinas de la ciudad (es decir, Sodoma) sobre la que cayó una lluvia maléfica. Se diría que no la han visto, porque no esperaban una resurrección. (Corán, 25:38-40)
Las noticias sobre los pueblos mencionados, que abarca gran parte del Corán, es algo que debemos considerar. Allí se comunican las lecciones que habría que extraer de esas experiencias:
¿Es que no ven a cuántas generaciones precedentes hemos hecho perecer? Les habíamos dado poderío en la tierra como no os hemos dado a vosotros. Les enviamos del cielo una lluvia abundante. Hicimos que fluyeran arroyos a sus pies. Con todo, les destruimos por sus pecados y suscitamos otras generaciones después de ellos. (Corán, 6:6)
Otros versículos están dirigidos a las personas de entendimiento que pueden tener en cuenta las advertencias:
¡A cuántas generaciones hemos hecho antes perecer, más temibles que ellos (es decir, que los infieles de la Meca) y que recorrieron el país en busca de escape (del castigo divino)! (Corán, 50:36)
Dios nos dice en el Corán que esa forma de sucumbir de tanta gente debería ser una advertencia para las generaciones venideras. Casi todas las destrucciones de pueblos antiguos a los que se hace referencia en el Corán, son identificables gracias a los estudios actuales y a los descubrimientos arqueológicos, de modo que pueden ser analizados. No obstante, sería un gran error tomar en cuenta sólo los puntos de vista científicos e históricos al examinar los indicios aportados por el Corán. Como se dice en el versículo que sigue, cada uno de esos acontecimientos son advertencias de las que se pueden extraer lecciones:
E hicimos de ello un castigo ejemplar para los contemporáneos y sus descendientes, una exhortación para los temerosos de Dios. (Corán, 2:66)
Pero debemos considerar un hecho significativo: las comunidades que resistieron obedecer las órdenes de Dios no sufrieron Su cólera de modo inmediato. El les envió mensajeros para advertirles sobre su comportamiento de modo que renunciaran al mismo y se les sometieran. Todos los problemas que atravesamos son recordatorios del serio castigo en el Más Allá:
Hemos de darles a gustar del castigo de aquí abajo (en esta vida) antes del castigo mayor (en la otra vida). Quizás, así, se conviertan. (Corán, 32:21)
La catástrofe, por lo general, se producía luego de que esas advertencias caían en saco roto y la perversidad de las comunidades en cuestión aumentaba. Debido a que se aprovecharon de los favores de Dios y gozaron de la prosperidad pero dieron rienda suelta al goce de todo tipo de placeres y nunca se ocuparon de recordar a Dios, fueron castigadas por medio de Su cólera, desaparecieron y fueron reemplazadas por otras generaciones. Nunca reflexionaron sobre la realidad de que todo en este mundo está condenado a la extinción. Se deleitaron con el momento que vivían y nunca pensaron en la muerte y la otra vida. Creían que su disfrute sería eterno, sin tener en cuenta que la vida eterna se presenta después de fallecer.
Se trataba de personas con una visión de la vida que no les reportó ningún beneficio y la historia nos provee suficientes evidencias de su terrible destrucción. Aunque han pasado miles de años, la evocación de las mismas permanece como una advertencia, un recordatorio para las generaciones actuales respecto al fin de quienes se extravían o apartan del sendero de su Creador.
Una de las comunidades que pereció debido a lo insolente que se mostró con la revelación divina y con las advertencias de Dios, fue la de Tamud. Como dice el Corán, era gente conocida por su desarrollo, poder y supremacía artística:
Recordad cómo os hizo sucesores, después de los aditas, y os estableció en la tierra. Edificasteis palacios en las llanuras y excavasteis casas en las montañas. Recordad los beneficios de Dios y no obréis mal en la tierra corrompiendo”. (Corán, 7:74)
Otro versículo ilustra sobre su medio social:
¿Se os va a dejar en seguridad con lo que aquí abajo tenéis, entre jardines y fuentes, entre campos cultivados y esbeltas palmeras, y continuaréis excavando, hábilmente (alegremente) casas en las montañas? (Corán, 26:146-149)
Regocijados por la opulencia de la que gozaban, llevaban una vida extravagante. Dios dice en el Corán que eligió al profeta Salih (P) ―bien conocido por ellos― para que les advirtiese sobre las consecuencias de su proceder, pero no quisieron oír su llamado a abandonar el tipo de vida perversa que tenían ni la proclama de la religión de verdad. Sólo un pequeño grupo le hizo caso. El resto, especialmente los dirigentes, lo rechazaron e intentaron dañar y oprimir a los que creyeron en Salih (P). Los líderes políticos estaban enfurecidos porque el profeta los convocaba a creer en Dios. Pero esa cólera no era específica de ellos sino la repetición de la exhibida por los pueblos de Noé (P) y de ‘Ad (P), quienes le antecedieron. Por eso Dios se refiere a estas tres comunidades como sigue:
¿No os habéis enterado de lo que pasó a quienes os precedieron: el pueblo de Noé, los aditas, los tamudeos y los que les sucedieron, que sólo Dios conoce? Vinieron a ellos sus enviados con las pruebas claras, pero llevaron las manos a sus bocas y dijeron: “No creemos en vuestro mensaje y dudamos seriamente de aquello a que nos invitáis”. (Corán, 14:9)
La comunidad de Tamud estaba determinada a seguir con su arrogancia e incluso planearon asesinar a Salih (P). Este les advirtió:
¿Se os va a dejar en seguridad con lo que aquí abajo tenéis, (Corán, 26:146)
Pero inconscientes del castigo de Dios se volvieron más perversos y dijeron al profeta orgullosos y alborozados:
… “¡Salih! ¡Tráenos aquello con que nos amenazas, si de verdad eres de los enviados (de Dios)!”. (Corán, 7:77)
El profeta les respondió, por medio de la revelación de Dios, que perecerían en tres días. La advertencia se concretó y la comunidad de Tamud desapareció:
El Grito sorprendió a los que habían sido impíos y amanecieron muertos en sus casas, como si no hubieran habitado en ellas. ¡No! ¡Los tamudeos no creyeron en su Señor! ¡Sí! ¡Atrás los tamudeos! (Corán, 11:67-68)
Ese pueblo pagó muy caro por no obedecer el mensaje del profeta Salih (P): fue destruido. Las construcciones y obras de arte que elaboraron no les protegieron del castigo y encontraron el mismo fin que otras naciones que negaron la fe antes y después de ellos. En resumen, recibieron lo que merecían. Quienes se opusieron al mensaje de Salih (P) fueron totalmente devastados, pero quienes le obedecieron recibieron la salvación eterna.
Vanagloriándose de una historia de dos mil años, Tamud había establecido un reino con otro pueblo árabe, es decir, los nabateos. Hoy día es posible ver las mejores muestras de labrado de la piedra en el valle de Rum, llamado también valle de Petra (Jordania). En el Corán se menciona a dicha gente por su maestría en el cincelado de la roca.
Recordad cuando os hizo sucesores, después de los aditas, y os estableció en la tierra. Edificasteis palacios en las llanuras y excavasteis casas en las montañas. Recordad los beneficios de Dios y no obréis mal en la tierra corrompiendo”. (Corán, 7:74)
El Corán relata la historia del pueblo de Saba (Sheba en la Biblia):
Los saba tenían un signo en su territorio: dos jardines, uno a la derecha y otro a la izquierda. “¡Comed del sustento de vuestro Señor y dadle gracias! ¡Tenéis un buen país y un Señor indulgente!”. Pero se desviaron (los saba) y enviamos contra ellos la inundación de los diques (es decir, el dique de Mareb). Y les cambiamos aquellos dos jardines por otros dos que producían frutos amargos, tamariscos y unos pocos azufaifos. Así les retribuimos por su ingratitud. No castigamos sino al desagradecido…”. (Corán, 34:15-17)
Como se informa en los versículos citados, los viñedos y jardines fructíferos de la región del pueblo de Saba resultaban notables y llamativos. En un país así, donde el nivel de vida era muy elevado, la gente debería haber sido agradecida a Dios. No obstante, “se apartaron de El”. Debido a que pretendían que lo que tenían se debía nada más que a sus capacidades, perdieron absolutamente todo. El Corán relata que la inundación del Arim convirtió en estéril todo el país.
La represa de Mareb fue un trabajo de alta tecnología. No obstante, el aluvión producido por el colapso del dique, llamado “inundación del Arim”, desoló el pueblo de Saba y a su tierra. | La reina Puabi fue enterrada con incontables tesoros, pero eso no impidió que su cuerpo quede reducido a un esqueleto. |
Sumeria fue un conjunto de ciudades-estados alrededor de la baja Mesopotamia, actualmente parte de Irak. Esa área que en su momento fue de gran tráfico, hoy día es prácticamente un vasto desierto. Con excepción de las ciudades y las regiones reforestadas, el resto está cubierto de arena. Esos páramos, alguna vez la patria de los sumerios, han permanecido así durante miles de años.
Actualmente sólo encontramos referencia a ese pueblo célebre en los libros de texto, aunque en su momento fue una civilización como muchas otras. Crearon joyas arquitectónicas y en cierto sentido, sus magníficas ciudades son parte de la herencia cultural.
Entre lo encontrado figura lo que quedó del funeral de una de sus reinas llamada Puabi, que suministra bastante información. En distintas fuentes se encuentran relatos vívidos de esa estupenda ceremonia mortuoria. El cadáver fue vestido con ropas diseñadas para esa ocasión, la cual contaba con abalorios de plata, oro y piedras preciosas con borlas de perlas. La cabeza se decoró con una peluca y lucía una corona con hojas de oro insertadas. En la tumba también se colocó una gran cantidad de oro.11
En resumen, la reina Puabi, personaje importante en la historia sumeria, fue enterrada con un tesoro excelente. Según los relatos, esa riqueza sin igual fue llevada a la tumba por una procesión de guardias y sirvientes. Pero aunque se llevó a la fosa semejante fortuna, ésta no impidió que la muerte la redujese a un esqueleto.
Del mismo modo que les sucedió a sus conciudadanos, a quienes pudo haber despreciado por su pobreza, su cuerpo se descompuso bajo tierra y se convirtió en una masa putrefacta debido a las bacterias. Seguramente este es un ejemplo impresionante de que la riqueza y los bienes de este mundo no aseguran para nada la salvación de un fin del que nadie puede escapar.
La tierra y el mar pueden estar relativamente tranquilos durante siglos, hasta que en determinado momento se desata un cataclismo. Posiblemente nada ilustra tan claramente un suceso estremecedor de tamaña envergadura como la calamidad de la antigua Thera (isla del archipiélago griego Cíclades en el mar Egeo). Lo que ocurrió allí pudo haber sido la erupción volcánica más brutal de la historia. Hace unos 3.500 años un volcán de unos 1.600 metros de altura formó una amplia isla de unas 10 millas (16 kilómetros) de ancho. En ese lugar descolló una civilización magnífica con centro a unas 70 millas (112 kilómetros) al sur de la isla de Creta. En Akrotiri ―la principal ciudad de Thera―, desde donde zarpaban barcos cargados de mercancías para comerciar, se erigieron palacios con pinturas al fresco. En su apogeo la habrían habitado unas 30 mil personas. Aunque los estudiosos no pueden precisar la fecha exacta de la hecatombe ―entre 1628 y 1470 antes de Cristo― conocen la secuencia de los sucesos. Suaves temblores de la tierra fueron seguidos por un violento estremecimiento, movimientos sísmicos secundarios y una explosión cuyo eco llegó a escucharse en la península escandinava, el Golfo Pérsico y el Peñón de Gibraltar.12
Grandes olas se arquearon y aplastaron Amnisos, el puerto de Knossos. Hoy día sólo quedan los restos de esos magníficos palacios.
La civilización minoica, una de las más importantes de ese período, posiblemente nunca esperó un fin tan drástico. Sus habitantes, quienes se jactaban de sus bienes, perdieron todo. Dios subraya en el Corán que el fin violento de esas civilizaciones antiguas debería ser tenido en cuenta por las sociedades contemporáneas:
¿Es que no les dice nada que hayamos hecho perecer a tantas generaciones precedentes, cuyas viviendas huellan ellos ahora? Ciertamente, hay en ello signos. ¿No oirán, pues? (Corán, 32:26)
Para los historiadores las ruinas de Pompeya son testimonios impresionantes del libertinaje que alguna vez prevaleció allí. Incluso sus calles, símbolo de la degeneración del Imperio Romano, evocan el goce y el placer al que se entregaron sus habitantes. La vía pública, llena en su momento de tabernas y burdeles, aún permite contemplar datos de la vida diaria, gracias al desastre ocurrido.
En ese suelo, rico ahora en cenizas volcánicas, alguna vez existieron huertos prósperos, viñedos exuberantes y lujosas casas. Pompeya estaba situada entre la cuesta del Vesubio y el mar. Era el centro de veraneo favorito de los romanos adinerados que escapaban de la sofocante capital. Pompeya testimonió una de las más espantosas erupciones volcánicas de la historia, que borró a la ciudad del mapa. Hoy día, los restos de sus habitantes ―afixiados por los vapores venenosos del Vesubio mientras transcurrían su rutina diaria― retratan vívidamente detalles del estilo de vida romano. El desastre golpeó a Pompeya y a los vecinos de la ciudad de Herculano un día de verano, cuando la región estaba abarrotada de opulentos romanos que transcurrían esa estación del año en sus magníficas villas.
La fecha fue el 24 de agosto de 79. Las investigaciones revelaron que la erupción progresó de manera intermitente. Antes de la erupción trepidó varias veces. Un rugido, proveniente del volcán, agudo, distante, intenso y terrible, acompañó esos temblores. El Vesubio eyectó primero una columna de vapor y ceniza. “Luego esa nube irritante se elevó en la atmósfera arrastrando pedazos de viejas rocas arrancadas del conducto del volcán y millones de toneladas de piedra pómez nueva y cristalina. Los vientos llevaron la nube de cenizas hacia Pompeya, donde empezaron a precipitarse ‘piedras pequeñas’. Mientras se extendía sobre la ciudad ese manto que impedía el paso de la luz solar, caían como lluvia piedra pómez y ceniza, que se acumulaban a un promedio de 6 pulgadas (15 centímetros) por hora”.13
Un lugar bello y esplendoroso como Pompeya, desapareció del mapa junto con sus 20 mil habitantes.
Herculano estaba más cerca del Vesubio. La mayoría de sus residentes huyeron de la ciudad atemorizados por la rápida ola piroclástica que rugía hacia ellos. Quienes no la dejaron de inmediato no vivieron para lamentar su demora. El embate incandescente mató a los que se quedaron más retrasados mientras que un flujo del mismo tipo y más lento envolvía la ciudad y la quemaba. Las excavaciones en Pompeya revelaron que una gran parte de sus habitantes se resistieron a irse. Seguramente pensaron que no corrían peligro porque estaban alejados del cráter. Así fue como la mayoría de las personas acaudaladas no abandonaron sus casas y se refugiaron en ellas y en sus tiendas, a la espera de que la tempestad pasara rápidamente. Todos perecieron antes de tener tiempo de comprobar que ya era demasiado tarde para cambiar de opinión. Ese día Pompeya, Herculano y seis aldeas cercanas fueron borradas del mapa. El Corán declara que ese tipo de sucesos son recordatorios para todos:
Te contamos estas cosas de las ciudades: algunas de ellas están aún en pie, otras son rastrojo. (Corán, 11:100)
Hasta siglos después no fue posible aclarar lo sucedido en Pompeya. Las excavaciones no pusieron al descubierto simples ruinas sino representaciones vívidas de la existencia diaria de esas personas. Se preservaron intactas las formas de muchas de las víctimas agonizantes. Dice el Corán:
Así castiga tu Señor cuando castiga las ciudades que son impías. Su castigo es doloroso, severo. (Corán, 11:102)
Hoy día, las distintas ruinas son humildes evidencias de civilizaciones complejas que florecieron hace cientos e incluso miles de años. Se desconocen los nombres de muchos de los constructores de las grandes metrópolis de distintas épocas de la historia. Sus recursos, tecnología o trabajos de arte no les salvaron de un final amargo. No fueron ellos sino las generaciones venideras las que se beneficiarían de esa rica herencia. Incluso permanecen en la penumbra hasta ahora los orígenes y destinos de diversas civilizaciones desparecidas. No obstante, hay dos cosas evidentes: esa gente consideraba que nunca moriría y se precipitaron a los placeres mundanales. Seguramente pensaron que los grandes monumentos que erigieron les permitirían alcanzar la inmortalidad. Muchos contemporáneos también tienen posturas parecidas. Con la expectativa perpetuar sus nombres, se dedican a acumular más riquezas o a crear obras que les sobrevivan. Además, es probable que esta gente se dedique más que la de otras épocas a los goces mundanos y permanezcan desatentos a las revelaciones de Dios. Se pueden extraer muchas lecciones de los comportamientos y experiencias de las comunidades antiguas. Ninguna de ellas sobrevivió. Los trabajos de arte que dejaron ayudaron a que las generaciones siguientes les recuerden, pero eso no les salvará del castigo divino ni evitó que sus cuerpos se descompusiesen (o quedasen momificados). Sus restos son recordatorios y advertencias de la cólera de Dios con quienes son rebeldes e ingratos a pesar de las riquezas que El les concedió.
Indudablemente, las lecciones a extraerse de esos sucesos históricos deberían conducir, eventualmente, al buen criterio. Sólo entonces se puede comprender que lo acontecido a sociedades como las que vimos no fue algo sin propósito. Además, se puede comprender que sólo Dios Todopoderoso tiene el poder de originar cualquier desastre en cualquier momento. El mundo es un lugar donde se prueba al ser humano. Quienes se someten a Dios logran la salvación. Los satisfechos (únicamente) con este mundo, se verán privados de la bendición eterna. Sin duda, sus destinos van aparejados a sus obras, por las que serán juzgados. Seguramente Dios es el mejor Juez.
Como una advertencia a las generaciones venideras, quedaron preservadas las imágenes de muchos pompeyanos agonizando.
11. ”Mesopotamia and Ancient Near East”, Great Civilisations Encyclopaedia, Iletisim Publications, p. 92
12. Ana Brittannica, Vol. 20, p. 592
13. H.J. de Blij, M.H. Glantz, S.L. Harris, ”Restless Earth”, The National Geographic Society, 1997, p. 18-19