Una de las responsabilidades de los creyentes es que mantengan siempre un alto nivel de alegría, contento y entusiasmo entre los demás creyentes gracias a sus palabras. Los creyentes sinceros experimentan este gozo y alegría en lo profundo de su ser todo el tiempo, pero también saben que Satanás intenta llevar a los creyentes a un estado de desesperación y destruir su voluntad y entusiasmo. Por tanto, los creyentes se apoyan unos a otros para desbaratar los planes de Satanás y, al darse ánimos, hacen que sus tretas queden sin efecto.
Además, aunque Satanás no les tiente, los musulmanes no suponen que la alegría y el entusiasmo que sienten es el apropiado sino que se esfuerzan aún más por fortalecerse ellos mismos y unos a otros al resaltar continuamente estos sentimientos positivos. Como señalan las palabras del Corán: "alienta a los creyentes" (Corán, Las mujeres, An-Nisa', 4: 84), con el fin de recibir las grandes recompensas de la otra vida, se esfuerzan al máximo para animarse unos a otros a comportarse de modo piadoso, para ganar la aprobación de Allah. En otra aleya: "rivalizad en buenas obras" (Corán, La vaca, Al-Baqara, 2: 148) Allah anuncia a los creyentes que han entrado en una carrera para hacer el bien.
En la vida de este mundo, la duración de la vida que Allah adjudica a la humanidad es bastante corta. Además, nadie puede saber qué día ni a qué hora hallará su muerte. Por esta razón, proceder con lentitud o dejar para más tarde los esfuerzos por lograr la aprobación de Allah con la excusa de que “De todas formas, tengo muchos años por delante” es algo totalmente erróneo. Al contrario, deberíamos actuar con entusiasmo todo el tiempo, estar ansiosos y decir: “Puede que la muerte me llegue en cualquier momento”. Teniendo esto en cuenta, el apoyo mutuo que se ofrecen los creyentes resulta muy importante. En virtud de la información que el Corán les ofrece, se recuerdan unos a otros la proximidad de la muerte, la vida futura y el Día del Juicio Final y que los que Allah más acepta son: "Pero los adelantados serán los [que en su vida fueron] adelantados [en la fe y las buenas obras]"(Corán, Lo que ha de ocurrir, Al-Waqi`a, 56:10). Otra aleya dice:
[Así pues,] rivalizad entre vosotros por el perdón de vuestro Sustentador, y [con él] un paraíso tan vasto como los cielos y la tierra, que ha sido preparado para los que han llegado a creer en Dios y en Sus enviados: ese es el favor de Dios, que Él concede a quien quiere –pues Dios es de una generosidad infinita. (Corán, El hierro, Al-Hadid, 57: 21)
Como se nos dice en la siguiente aleya del Corán: "Oh hombre –tú [que] ciertamente has estado afanándote en pos de tu Sustentador penosamente-- entonces Le encontrarás!" (Corán, El resquebrajamiento, Al-Inshirah, 84: 6), se animan unos a otros para involucrarse en buenas acciones que les ganen la aprobación de Allah y, cuando no tienen ninguna tarea a la vista, para encontrar una. No importan las dificultades o problemas que encuentren, se recuerdan mutuamente que Allah siempre está a su lado y les ayudará sin dudarlo. Incluso en las condiciones más penosas, notan que necesitan mantener viva su esperanza, que deben ser pacientes con una fuerte determinación y que habrá una recompensa mayor en la otra vida por vivir según la moral que se detalla en el Corán con celo y empeño.
Teniendo en cuenta la aleya del Corán: "No desfallezcáis, pues, ni estéis tristes: porque seréis superiores si sois [realmente] creyentes." (Corán, La casa de Imrán, Al ‘Imran, 3: 139) los creyentes mantienen que su fe siempre les guiará por el camino correcto y, a la postre, hacia el éxito. Se animan unos a otros hacia un mayor entusiasmo al recordar lo que Allah ha prometido en la otra vida.
Y di a Mis siervos que hablen [a esos que no comparten sus creencias] con suma amabilidad: ciertamente, Satán está siempre dispuesto a sembrar la discordia entre los hombres --pues, ¡en verdad, Satán es enemigo declarado del hombre!(Corán, El viaje nocturno, Al-Isra', 17: 53)
En el Corán, Allah manda a la gente que se hablen con suma amabilidad. La gente puede bromear sin pararse a pensar, o pueden hacer un esfuerzo para hablar del modo más refinado posible. De las dos posturas, la que sería aceptable para Allah, y que lograría Su aprobación, sería la segunda, es decir, hacer lo máximo posible y hablar del modo más esmerado.
Lo podemos explicar con un ejemplo. Uno puede hacer la vista gorda al buen comportamiento de otra persona y no mencionarlo, o puede admitir que de hecho se comportó de modo excelente, pero a regañadientes y sin entusiasmo. O puede hacer todo lo contrario y decirle a esa persona la moral tan buena de la que hace gala y lo ejemplar de su comportamiento de modo sincero y de corazón. A primera vista, la diferencia entre estas dos maneras de actuar puede que no signifique mucho. Sin embargo, si las inspeccionamos con mayor detenimiento, teniendo en cuenta las recompensas que acumulan ante Allah, hay una gran diferencia. Por consiguiente, para hablar como lo haría un musulmán, los musulmanes deben resaltar las buenas cualidades de los demás, sin ceder ante su orgullo ni permitir que les corroa la envidia. Intentar ignorar el asunto, aunque sólo sea en parte, y volverse arrogante, es un comportamiento que refleja la clase de moral de quienes se encuentran muy alejados de las lecciones que enseña el Corán. Los creyentes son los que se dan cuenta de dicho extravío, propenso a susurrarles desde su interior, y se expresan del mejor modo que creen que Allah aprueba.
Antes de pronunciar una palabra, los musulmanes consultan sus conciencias e intentan decir únicamente lo que es mejor y hablar con suma amabilidad. Se guardan de decir ninguna palabra que incomode a otra persona o que les provoque duda o preocupación en el fondo de su corazón. Por el contrario, intentarán hablar de modo que su corazón se sienta a gusto, para confortarse y así hablar con entusiasmo. Hablan con el propósito de animar a otros y asegurarse de que su fe se fortalece al acercarles más a Allah.
Otra característica de la elevada moral que se refleja en el discurso de los creyentes es que evitan hablar en nombre de ellos mismos y de sus deseos. Los creyentes saben que el corazón les incita continuamente a comportarse de modo que Allah no aprobaría. Por esta razón, no hablan del modo que les sugieren dichos instintos sino de la manera que les inspira su conciencia. En el Corán, se pone como ejemplo de este aspecto de la moral de los creyentes el comportamiento del Profeta Yusuf (José, la paz sea con él). Cuando fue acusado falsamente, y como resultado encarcelado durante años en una oscura mazmorra, el Profeta Yusuf (José, la paz sea con él) se abstuvo de defenderse, pero admitió que el corazón siempre conducen a la gente hacia el mal:
Aún así, no pretendo exculparme a mí mismo: pues, ciertamente, el corazón del hombre [le] incita sin duda al mal, y sólo se salvan aquellos sobre los que su Sustentador derrama Su gracia. ¡Ciertamente, mi Sustentador es indulgente, dispensador de gracia!" (Corán, José, Yusuf, 12: 53)
Hablar según los deseos es lo que se hace sin tener en cuenta la aprobación de Allah y, en vez de ello, pensar egoistamente sólo en los propios deseos. En las sociedades donde no se vive según los valores del Corán, la gente habla sin pensar; actúan impulsivamente y según los sentimientos que les salen de dentro. Por ejemplo, cuando una persona comete un error, otro puede sucumbir a la ira con facilidad y, al hablar presa de esa ira, utiliza un lenguaje crítico y desconsiderado; mientras que alguien que espera la aprobación de Allah debería utilizar un modo de hablar que tratase el error con clemencia, explicando dicho error a la otra persona y mostrándole la forma de corregirlo. En ese caso, los creyentes emplean inmediatemente sus conciencias y sólo dicen lo que resulta más apropiado según la moral que explica el Corán.
Otro ejemplo de la sutil moral de los creyentes es que hablan de modo comedido y respetuoso. Esta forma de hablar no se ve condicionada por la edad, el conocimiento, la inteligencia o la riqueza de la persona a la que se dirigen, porque los creyentes viven según la moral del Corán, para poder lograr la aprobación de Allah. Son conscientes de que si considerasen a cada una de las personas con las que hablan como individuos que tienen un poder independiente del suyo o que son superiores de alguna manera y si tratasen a cada una de ellas de forma diferente no estarían cumpliendo los requerimientos de la moral que explica el Corán. Saben que, como parte del examen que Allah ha creado para ellos en la vida de este mundo, se les interrogará sobre cada persona con la que se han encontrado, y actúan sabiendo que son representantes de la moral islámica. Intentan responder a cada uno utilizando las palabras más respetuosas y amables; tratan a un vendedor callejero, un aprendiz de una tienda, a sus compañeros de trabajo y a su esposa e hijos con el mismo respeto. En el Corán, se enfatiza este modo de tratar a las personas que los creyentes ponen en práctica:
Si os saludan con un saludo [de paz], corresponded con un saludo aún mejor, o [al menos] con otro igual. Ciertamente, Dios lleva cuenta en verdad de todas las cosas.(Corán, Las mujeres, An-Nisa', 4: 86)
Además, responden a quienes están enfadados o son irrespetuosos con ellos de la misma forma comedida que suelen utilizar. Hablan sabiendo que permanecer firmes en su moral bajo tales circunstancias es la clase de comportamiento que les ganará un lugar privilegiado ante Allah. En una aleya del Corán, Allah explica la superioridad de este comportamiento con las siguientes palabras:
Los bienes y los hijos son un adorno de esta vida: pero las buenas obras, cuyo fruto perdura siempre, tienen mucho mayor mérito a los ojos de tu Sustentador, y son una fuente mucho mejor de esperanza. (Corán, La cueva, Al-Kahf, 18: 46)
La humildad es otro factor importante en el discurso de los creyentes. Se llama la atención sobre este tema en la siguiente aleya del Corán: "Pues, los [verdaderos] siervos del Más Misericordioso son [sólo] aquellos que caminan por la tierra con humildad, y que cuando los ignorantes se dirigen a ellos, responden con [palabras de] paz." (Corán, El criterio de la verdad, Al-Furqan, 25: 63) Los creyentes son humildes porque saben que no importan las cualidades que tengan, todas ellas son favores que Allah les otorga y que les puede arrebatar cuando quiera.
Allah advierte a los creyentes sobre esto con las palabras de la siguiente aleya: “Y no camines por la tierra con arrogante presunción: pues, ¡ciertamente, nunca podrás hender la tierra, ni crecer tan alto como las montañas!”(Corán, El viaje nocturno, Al-Isra', 17: 37)
Los seres humanos realmente no tienen ningún poder frente al poder ilimitado de Allah. La sabiduría de Allah todo lo abarca. Él es el Creador y el Poseedor de todo. Por esta razón, los creyentes actúan con el conocimiento de la degradación que sufrirán cuando se encuentren con Allah el Día del Juicio Final si se sienten orgullosos de algo que en realidad no les pertenece. Incluso aunque sean personas excepcionales, se dan a sí mismos una lección de humildad, admiten sus defectos y hablan reconociendo que no disponen de ningún poder.
Aunque aquellos con los que hablan carezcan de las mismas cualidades, los musulmanes nunca se vuelven arrogantes ni jactanciosos porque en la siguiente aleya Allah les ha informado de que no ama a las personas engreídas:
“Y no apartes la mejilla de la gente por soberbia, ni camines por la tierra con arrogancia: pues, ciertamente, Dios no ama a nadie que sea engreído, jactancioso.” (Corán, Luqman, 31: 18)
Cuando hablan sobre un tema, los musulmanes no lo hacen con aires de superioridad, es decir, hablan sabiendo que el asunto en cuestión también se aplica a ellos mismos. Como se indica en la aleya: "(6) ¡Pero no! En verdad, el hombre se vuelve sumamente soberbio (7) cuando se cree autosuficiente" (Corán, La célula embrionaria, Al-‘Alaq, 96: 6-7) los creyentes actúan sabiendo que si se admiran a sí mismos con vanidad, las mejores de sus cualidades irán en detrimento suyo y caerán en un grave error. Cuando hablan de un tema que conocen bien, no se vuelven engreídos ni intentan atraer la atención. Al contrario, adoptan una forma de hablar que refleja que reconocen que es Allah el único que les garantiza el poder de la palabra y es sólo Él quien posee el conocimiento de todas las cosas:
En la aleya: “Y adorad [sólo] a Dios y no atribuyáis divinidad, en modo alguno, a nada junto con Él. Y haced el bien a vuestros padres, a los parientes, a los huérfanos, a los pobres, al vecino que es de vuestra gente y al vecino que es un extraño, al compañero que tenéis al lado, al viajero y a aquellos que vuestras diestras poseen. En verdad, Dios no ama al engreído, al jactancioso.” (Corán, Las mujeres, An-Nisa', 4: 36), Allah nos recuerda que debemos comportarnos bien y no de modo jactancioso con los que hablamos. Allah nos ha enseñado que debemos mostrarnos humildes con nuestros padres, nuestros amigos y conocidos, con los huérfanos y los necesitados. Actuar de modo humilde ante los que uno quiere bien pero de forma arrogante con los que despreciamos no es actuar de acuerdo con la moral del Corán. Las personas son responsables de seguir esta moral en cualquier circunstancia. Los musulmanes también saben que hablar jactanciosamente cuando uno se encuentra ante una persona egoísta con la excusa de que “No importa, él también es arrogante” no es correcto. La manera de hablar de un musulmán requiere hacerlo sabiendo que en cualquier lugar y momento Allah es testigo de cada palabra que se pronuncia, y este sentido de la obligación moral sólo se puede cultivar siguiendo las enseñanzas del Corán.
En una aleya del Corán, Allah nos cuenta que se espera que los creyentes hablen de forma elocuente, tolerante e indulgente: “Una palabra amable y un perdón valen más que una limosna seguida de agravio; y Dios es autosuficiente, benigno.” (Corán, La vaca, Al-Baqara, 2: 263)
Vivir según este código moral, como está definido en el Corán, requiere una fe sincera y temer a Allah porque, para demostrar una elevada moral, una de las responsabilidades más difíciles consiste en perdonar a alguien contra el cual se tiene una queja totalmente fundada.
Perdonar a alguien que ha cometido una injusticia con nosotros y, aunque tengamos razón, adoptemos una manera de hablar cortés sólo es posible gracias a que el alma y la conciencia se reforman por el temor a Allah. En zonas del mundo en donde no se observa la moral del Corán, las personas se muestran tolerantes hacia los demás únicamente cuando esperan lograr un beneficio a cambio; sólo por ese motivo perdonarían a otros utilizando un discurso calmado, comedido y tolerante. Sin embargo, ésto se refleja sólo en la superficie porque en el interior en vez de tolerancia abrigan odio e ira. Cuando han obtenido el beneficio que esperaban, y existe un conflicto de intereses, o cuando llegan al límite de su paciencia, entonces dejan escapar ese odio e ira.
En algunos casos, después de recurrir a un modo de hablar malévolo, intolerante y agresivo, la gente dice que ha perdonado al otro utilizando palabras tales como: “Seamos generosos”. Sin embargo, dejar paso primero a las provocaciones que emanan del corazón, luego dejar escapar la ira y únicamente al final perdonar a la otra persona para que nos esté agradecidos no es la auténtica tolerancia. Lo importante es ser capaz de adoptar una elevada moral. Nuestro Profeta (la paz y las bendiciones de Allah sean con él) destacó la importancia que esto tiene para los creyentes con las siguientes palabras: “El hombre más fuerte no es el buen luchador; el hombre más fuerte sólo es el que se controla cuando se enfada.” (Sahih Bukhari, Sahih Muslim)
Por este motivo los creyentes, incluso en los casos en que tienen toda la razón, siguen siendo modestos, tolerantes y perdonan según la moral del Corán, porque saben que lo que más se les acepta es que muestren una paciencia firme cuando se encuentran en conflicto con sus corazones. Saben que para lograr la aprobación de Allah necesitan mantener una buena moral, no de vez en cuando, sino siempre, sin interrupción, y hasta el final de sus vidas. Además, así como los creyentes parecen amables, con principios y compasivos por fuera, también lo son por dentro. Si adoptan un discurso misericordioso es porque su perdón es autñentico. Ni el odio ni la ira se han instalado en sus corazones. Cuando tienen un conflicto con ellos mismos en su interior, saben que es su responsabilidad ante Allah no recurrir a una manera de hablar beligerante y desviarse, por tanto, de la moral que deben observar según el Corán. Por esta razón, se mantienen firmes en su moral ante aquellos con los que se encuentran y hablan de modo tolerante, clemente e indulgente, para lograr la aprobación de Allah. En esta aleya, Allah advierte a los creyentes:
“Practica el perdón, Se indulgente con la naturaleza humana, y ordena la conducta recta; y aléjate de todos aquellos que prefieren seguir en la ignorancia.”(Corán, La facultad del discernimiento, Al-A‘raf, 7: 199)
Otra característica de la manera de hablar de los que están alejados del Corán es que siempre quieren tener la última palabra y al final ser ellos los que tienen razón. En vez de comprender y beneficiarse de lo que otros tienen que decir, buscan expresar sus propias ideas y forzarles a que se las acepten. De hecho, no importa lo que uno sepa, puede haber algo que aprender del otro. Incluso si la otra persona sabe menos, siempre es posible que ofrezca un punto de vista diferente sobre el tema, que lo evalúe más objetivamente y que se le ocurran interpretaciones útiles.
Quienes saben que cada persona a la que escuchan fue creada por Allah, consideran que debe haber algo bueno escondido en su discurso, de lo cual pueden sacar provecho, e intentan descubrirlo. Incluso refiriéndose a un tema que conocen bien, son conscientes que puede ser posible que se hayan formado una idea inadecuada o incorrecta. Acatando la siguiente aleya del Corán: “--pero por encima de todo poseedor de conocimiento hay Uno que es omnisciente.” (Corán, José, Yusuf, 12: 76), reconocen que no importa lo bien informados que se encuentren sobre ese tema, puede que haya alguien más que esté mejor informado y sea capaz de sacar conclusiones más precisas, y por ello se abren a los comentarios y consejos de los demás. Más aún, en tales circunstancias, incluso antes de que otro diga algo, consultan el tema con aquellos en cuya inteligencia, conciencia y sinceridad confían; en otras palabras, intercambian ideas con los demás. Una de las características importantes de los creyentes es llevar a cabo sus asuntos consultando a otros. Una aleya del Corán relata lo que sigue:
Y que responden a [la llamada de] su Sustentador y son constantes en la oración; y que tienen por norma consultarse entre sí [en todos los asuntos de interés común]; y que gastan en los demás de lo que les damos como sustento. (Corán, La consulta, Ash-Shura, 42: 38)
Además, no hay lugar para el dogmatismo en el discurso de los creyentes. Lo importante no es convencer a la otra parte de lo correctas que son sus propias ideas, sino ser capaces de descubrir lo que es más correcto. En este tema su referencia común es el Corán. Esto es así porque, cuando hablan, tienen el Corán como guía y dependen de él para tomar cualquier decisión. En una aleya del Corán se llama nuestra atención sobre esta característica de los creyentes:
Y los que, cuando se les recuerdan los mensajes de su Sustentador, no se abalanzan sobre ellos [como si fueran] sordos y ciegos. (Corán, El criterio de la verdad, al-Furqan, 25: 73)
Es Allah quien en realidad posee todas las bendiciones de las que una persona es testigo en la vida de este mundo. Sin embargo, hay algunos se equivocan creyendo que son ellos los propietarios de las bendiciones que Allah les ha otorgado. Al tenerlas, pueden olvidar que no disfrutan de ningún poder ante Nuestro Señor, y volverse arrogantes, aunque Allah tiene el poder de quitárselo todo. Les ha dado cuanto Él ha querido. Por ello, es necesario que todos reconozcamos que cada bendición es un regalo de Allah, y que demos gracias a Nuestro Señor porque podemos disfrutarlas. Para que comprendamos este tema, Allah pone el siguiente ejemplo en el Corán:
(32) Y preséntales la parábola de dos hombres, a uno de los cuales habíamos dado dos viñedos, que rodeamos de palmeras, y entre ambos pusimos un campo de cereales. (33) Ambos viñedos daban su cosecha sin mengua de ninguna clase, pues habíamos hecho brotar un arroyo en medio de cada uno de ellos. (34) Y así [aquel hombre] tenía abundancia de frutos. Y [un día] le dijo a su acompañante, mientras discutía con él: "¡Yo tengo más riqueza que tú, y soy más poderoso en [el número y la fuerza de mi] gente!"(35) Y habiendo pecado [así] contra sí mismo, entró en su viñedo diciendo: "¡No creo que esto vaya a desaparecer jamás! (36) Ni creo que llegue jamás la Última Hora. Pero si [llegara, y] fuera llevado ante mi Sustentador, ¡seguro que encontraría a cambio un lugar mejor que este!" (Corán, La cueva, Al-Kahf, 18: 32-36)
De las dos personas a las que se hace referencia, la más poderosa en términos de riqueza olvidó que fue Allah quien le dotó de sus propiedades y riquezas, creyendo erróneamente que le pertenecían y se volvió arrogante. Creía que sus campos, que producían buenas cosechas porque Allah había hecho que fuesen fértiles, nunca serían destruidos ni sufrirían ningún daño. En cierto modo, se podría pensar que su bien protegido viñedo, a través del cual pasaba un río y que prometía fertilidad ilimitada, era de una belleza y magnificencia que nunca se verían mermadas. Pero debemos recordar que todas estas cosas están subordinadas a Allah. Como todo lo que existe en el universo, este campo estaba bajo el control de Allah: cada semilla crecería sólo con el permiso de Allah, cada rama brotaría porque Allah así lo ordenaría. El río regaría las raíces de las palmeras porque Allah lo querría así. El campo sería próspero y fértil bajo las órdenes de Allah; todo se podría destruir sólo con que Allah dijera: “Sé”
En el Corán se nos cuenta que se le recordó a este hombre (que había olvidado que fue Allah quien le proporcionó las bendiciones de las que disfrutaba) que debería alabar y exaltar el poder y la gloria de Allah cuando entrara en su viñedo, y decir: ‘¡Lo que Dios quiera [será, pues] no hay poder sino en Dios!’:
(37) Y su acompañante le contestó, prosiguiendo la discusión: "¿Vas a blasfemar contra Aquel que te ha creado de tierra, y luego de una gota de semen, y te formó al final como un hombre [completo]? (38) Por mi parte, [sé que] Él es Dios, mi Sustentador; y no voy a atribuir poderes divinos a nada excepto a mi Sustentador." (39) Y [prosiguió:] "Más te habría valido queal entrar en tu viñedo hubieras dicho: ‘¡Lo que Dios quiera [será, pues] no hay poder sino en Dios!’ ¡Aunque yo tenga, como ves, menos riqueza e hijos que tú, (40) puede que mi Sustentador me de algo mejor que tu viñedo --tal como puede hacer que caiga una calamidad del cielo sobre este [viñedo tuyo], y se convierta en un yermo pelado (41) o hacer que su agua se hunda en el suelo y no puedas volver a encontrarla! (42) Y [así fue:] su cosecha fue destruida, y por la mañana se retorcía las manos por todo lo que había gastado en lo que ahora yacía arruinado sobre sus emparrados; y decía: "¡Ojalá no hubiera atribuido poderes divinos a nadie excepto a mi Sustentador!" (43) --pues no tuvo el auxilio de nadie fuera de Dios, ni pudo defenderse a sí mismo. (44) Pues así es: la protección está sólo en manos de Dios, el Verdadero. El es quien mejor recompensa y quien mejor determina las consecuencias. (Corán, La cueva, Al-Kahf, 18: 37-44)
Como se desprende de estas aleyas, al provocar un desastre natural, Allah destruyó ambos, el campo y las cosechas de este hombre, que estaba tan orgulloso de sus posesiones, para recordarle que no existe otro poder que el Suyo. El propietario, que había visto cómo se destruían todas sus posesiones, comprendió al final que no tenía otro amigo ni auxiliador que Allah, y buscó refugio en Él diciendo: "¡Ojalá no hubiera atribuido poderes divinos a nadie excepto a mi Sustentador!"
Una de las lecciones que debemos aprender de esta historia que nos relata el Corán es que no deberíamos creer nunca que nuestras posesiones nos pertenecen, y que deberíamos hablar de modo que exaltásemos la gloria de Allah diciendo:‘¡Lo que Dios quiera [será, pues] no hay poder sino en Dios!’