Es una locura creer que nuestro pasmoso universo pudo haberse desarrollado por medio de la casualidad ininteligible. Y para nada me refiero a la locura como una vulgaridad injuriosa, sino que lo hago en el sentido técnico de lo psicopático.
Por cierto, una concepción así tiene mucho en común con ciertos aspectos del pensamiento esquizofrénico.
Karl Stern. Psiquiatra de la Universidad de Montreal101
Al principio de este libro hicimos mención al llamado principio antrópico y dijimos que estaba ganando una amplia aceptación en el mundo científico.
Como señalamos entonces, el principio antrópico sostiene que el universo no carece de propósito o sentido, ni es un conglomerado azaroso de materia, sino que, por el contrario, fue proyectado cuidadosa y deliberadamente para servir de albergue a la vida humana.
Desde entonces hemos visto una importante cantidad de evidencias que demuestran que el principio antrópico es una realidad: las evidencias van desde la velocidad a la que se propagó el Big Bang al equilibrio físico de los átomos, desde el vigor relativo de las cuatro fuerzas fundamentales a la alquimia de las estrellas, desde los misterios de las dimensiones espaciales a la disposición del sistema solar.
Y hacia donde dirijamos nuestro atención nos encontramos con un ordenamiento preciso y extraordinario de la estructura del universo. Vimos como la forma en que está construido nuestro mundo y sus dimensiones, incluida su atmósfera, son exactamente las necesarias.
Fuimos testigos, mediante el estudio, de que la luz que nos envía el sol, el agua que bebemos, los átomos que forman nuestros cuerpos y el aire que respiramos constantemente, son todos sorprendentemente aptos para la vida.
En resumen, en cualquier momento que observemos algo en el universo, encontraremos un designio extraordinario cuyo propósito es servir a la vida humana. Negar la realidad de ese designio es, como lo expresa el psiquiatra Karl Stern, ir más allá de los límites de la cordura.
Las implicancias de este designio también son obvias. El designio oculto en cada detalle del universo es prueba, muy ciertamente, de la existencia de un Creador, Quien controla todas las particularidades y cuyo poder y sabiduría son infinitos.
Como ha revelado la teoría del Big Bang, este mismo Creador creó el universo de la nada.
Esta conclusión a la que ha llegado la ciencia moderna, es un hecho comunicado a nosotros por el Corán: Dios creó el universo de la nada y le dio orden:
Vuestro Señor es Dios, Que ha creado los cielos y la tierra en seis días. Luego, se ha instalado en el Trono. Cubre el día con la noche, que le sigue rápidamente. Y el sol, la luna y las estrellas, sujetos por Su orden. ¿No son Suyas la creación y la orden? ¡Bendito sea Dios, Señor del universo! (Corán, 7:54)
Nada sorprendente, el descubrimiento de esta verdad por la ciencia perturbó y perturba plenamente a unos pocos científicos, los que igualan ciencia y materialismo y están convencidos de que la ciencia y la religión nunca pueden marchar juntas y que la condición de »científico« es sinónimo de ateo.
Fueron educados para creer que el universo y toda la vida que contiene se puede explicar como el producto de sucesos casuales carentes totalmente de cualquier intención o designio.
Cuando esta gente se enfrenta al obvio hecho de la creación, resulta natural la gran confusión y pérdida de confianza en que se ven inmersos.
Con el objeto de comprender la consternación de los materialistas, necesitamos tratar brevemente la cuestión del origen de la vida.
Hablar de ello es plantearnos de qué modo aparecieron en la Tierra los primeros seres vivientes. Este es uno de los principales dilemas que los científicos vienen confrontando desde hace un siglo y medio.
¿Por qué les sucede eso? Porque incluso una sola célula viviente, la más pequeña unidad de vida, es incomparablemente más compleja que los más grandes logros tecnológicos de la raza humana.
Las leyes de la probabilidad dejan en claro que ni siquiera una sola proteína podría haber pasado a existir por medio de la simple casualidad. Y si eso es cierto para la proteína —el »ladrillo« más básico de la célula—, la formación accidental de una célula completa ni siquiera es imaginable. Por supuesto, esto es prueba de la creación.
Dado que esta teoría la discutimos en mayor profundidad en otros libros nuestros, aquí sólo daremos unos pocos ejemplos sencillos. Ya mostramos en este escrito que resultaba imposible la formación accidental de los equilibrios que prevalecen en el universo.
Ahora evidenciaremos que tampoco es posible la formación accidental de la más simple forma de vida. Para ello podemos referirnos al estudio hecho por Robert Shapiro, profesor de química y experto en ADN en la Universidad de New York.
Shapiro —quien, dicho sea de paso, es darwinista y evolucionista— calculó la probabilidad de que los dos mil tipos de proteínas que forman una simple bacteria, hayan pasado a existir absolutamente por casualidad. (El cuerpo humano contiene unas 200 mil proteínas distintas).
Según Shapiro, dicha probabilidad es de 1 en 1040000 (1/1040000)102. (La cifra del caso es 1 dividido 1 seguido de cuarenta mil ceros, cosa que no tiene equivalente en el universo).
Hay dos mil tipos de proteínas en una bacteria simple. La probabilidad de que pasen a existir por casualidad es de 1/1040.000. En un ser humano hay doscientos mil tipos de proteínas. La palabra "imposible" también es insubstancial para describir la probabilidad de que ese evento ocurra por casualidad. |
Resulta claro lo que significa ese número de Shapiro: la »explicación« de los materialistas (y de sus compañeros darwinistas) de que la vida se desarrolló accidentalmente es, ciertamente, inválida.
Chandra Wickramasinghe, profesor de matemáticas aplicada y astronomía en la Universidad de Cardiff, comentó respecto al resultado de Shapiro:
»La probabilidad de la formación de la vida de manera espontánea a partir de la materia inanimada es de 1/1040.000… (El denominador) es un número suficientemente grande para sepultar a Darwin y a la teoría de la evolución en su conjunto. No existió ningún caldo primitivo, ni en este planeta ni en ningún otro, y si los comienzos de la vida no fueron fortuitos, deben haber sido, por lo tanto, el producto de una inteligencia con un propósito determinado«103.
El astrofísico Fred Hoyle se ocupa del mismo tema:
»En realidad una teoría así (que la vida fue montada o convocada por una inteligencia) es tan obvia que uno se asombra de porqué no es ampliamente aceptada como algo autoevidente. Las razones son psicológicas antes que científicas«104.
Tanto Wickramasinghe como Hoyle, durante un largo período de sus carreras, abordaron la ciencia con una tendencia materialista. Pero se vieron confrontados por la verdad de que la vida fue creada, y tuvieron el coraje de admitirlo.
Hoy día muchos biólogos y bioquímicos han dejado a un lado el cuento de hadas de que la vida pudo haber emergido como producto de un accidente.
Por cierto, quienes aún son leales al darwinismo —los que sostienen que la vida es el resultado de la casualidad— están consternados, como dijimos al principio de este capítulo.
Precisamente, lo que entendió el bioquímico Michael Behe cuando dijo: »Finalmente, la comprobación de que la vida fue diseñada por una inteligencia, es un golpe para quienes, en el siglo XX, estábamos acostumbrados a pensar de que era el resultado de simples leyes naturales«105,fue que el golpe que sintió esa gente era el de tener que aceptar la realidad de la existencia de Dios, Quien los creó.
El dilema en que han caído quienes adhieren al materialismo era inevitable, pues luchan por negar una realidad que podemos ver claramente.
Dios describe en el Corán la perplejidad de esos que creen en el materialismo:
¡Por el cielo surcado de órbitas! Estáis en desacuerdo. Algunos son desviados de él. ¡Malditos sean los que siempre están conjeturando, que están en un abismo, despreocupados, (Corán, 51:7-11)
En este punto es nuestro deber llamar a razonar y al sentido común a esos que, influenciados por la filosofía materialista, han sobrepasado los límites de la sensatez.
Tenemos que llamarlos a que dejen de lado todos los prejuicios y piensen y examinen el extraordinario designio del universo y de la vida en él, para que así puedan aceptarlo como la prueba más acabada del hecho de la creación de Dios.
Pero el real autor de este llamado no somos nosotros sino Dios, Quien ha creado el cielo y la tierra de la nada, y pide a los seres humanos que El creó que empleen su raciocinio:
Vuestro Señor es Dios, Que ha creado los cielos y la tierra en seis días. Luego, se ha instalado en el trono para disponerlo todo. Nadie puede interceder sin Su permiso. ¡Ese es Dios, vuestro Señor! ¡Servidle, pues! ¿Es que no os dejaréis amonestar? (Corán, 10:3)
El género humano es arengado así en otro versículo:
¿Acaso Quien crea es como quien no crea? ¿Es que no os dejaréis amonestar? (Corán, 16:17)
La ciencia moderna ha comprobado la verdad de la creación. Ya es hora de que el mundo científico reconozca esa verdad y saque una lección de ello.
Quienes niegan o ignoran la existencia de Dios —especialmente los que pretenden hacerlo en nombre de la ciencia—, deberían darse cuenta de lo profundamente descarriados que están y apartarse de ese camino.
Por otra parte, esa verdad revelada por la ciencia tiene otra lección para enseñar a quienes dicen que ya creían en la existencia de Dios y en que el universo fue creado por El.
La lección reside en que la creencia de esas personas puede ser superficial y entonces no llegan a poseer una concepción acabada de la evidencia de la creación de Dios o de la consecuencia de ello, razón por la que no pueden cumplir con todas las responsabilidades que obligatoriamente les corresponde.
Dios describe en el Corán a la gente con esa característica:
Di: »¿De quién es la tierra y quien en ella hay? Si es que lo sabéis…« Dirán: »¡De Dios!« Di: »¿Es que no os dejaréis amonestar?« Di: »¿Quién es el Señor de los siete cielos, el Señor del Trono augusto?« Dirán: »¡Dios!« »¿Y no Le temeréis?« Di: »¿Quién tiene en Sus manos la realeza de todo, protegiendo sin que nadie pueda proteger contra El? Si es que lo sabéis…« Dirán: »¡Dios!« Di: »Y ¿cómo podéis estar tan sugestionados?« (Corán, 23:84-89)
Permanecer indiferente a esta verdad después de comprobar que Dios existe y que El creó todo, sería por cierto estar sometido a una especie de »embrujamiento«.
Es Dios Quien creó para nosotros, de modo perfecto, el universo y el mundo en que vivimos, para luego darnos la existencia como seres humanos. El deber de toda persona es considerar esto como el hecho más importante de su vida.
El cielo, la tierra y todo lo que hay entre ellos, pertenece a Dios, el Sublime. La humanidad debería considerar a Dios como su Señor y Amo y servirle como es debido.
Esta es la verdad que nos reveló Dios:
Es el Señor de los cielos, de la tierra y de lo que entre ellos está. ¡Sírvele, pues, persevera en Su servicio! ¿Sabes de alguien que sea Su homónimo? (Corán, 19: 65)
Crear los cielos y la tierra es más grande aun wue crear a los hombres. Pero la mayoria de los hombres no saben. |
¡Gloria a Ti! No sabemos más que lo que Tú nos has enseñado. Tú eres, ciertamente, el Omnisciente, el Sabio.
(Corán 2:32)
101. Jeremy Rifkin, Algeny, New York: The Viking Press, 1983, p. 114.
102. Robert Shapiro, Origins: A Sceptics Guide to the Creation of Life on Earth, New York, Summit Books, 1986, p. 127.
103. Fred Hoyle, Chandra Wickramasinghe, Evolution from Space, New York, Simon and Schuster, 1984, p. 148.
104. Fred Hoyle, Chandra Wickramasinghe, Evolution from Space, p. 130.
105. Michael Behe, Darwins’s Black Box: The Biochemical Challenge to Evolution, New York, The Free Press, 1996, pp. 252-53.