La madre de Hussein le llevó al zoo un fin de semana. Era la primera vez que veía tantos animales diferentes en un mismo lugar. Fueron a la casa del elefante. Había un elefantito que tropezaba con su trompa y se caía, y su madre le ayudaba.
La elefanta se percató de que Hussein estaba mirándoles y le explicó: “Mira, mi bebé es tan pequeño que todavía no sabe usar su trompa. No se separará de mí hasta dentro de 12 años, y los primeros seis meses le enseñaré a usarla adecuadamente”.
Hussein inquirió: "Siempre me he preguntado para qué usan sus trompas los elefantes. ¿Respiráis con ellas?"
La elefanta le dijo: “Nuestras trompas nos diferencian de los demás animales. Los orificios nasales están situados al final de las mismas, y las usamos para llevar la comida y el agua a la boca, para coger cosas y para oler; podemos absorber hasta cuatro litros de agua. Y, ¿sabías que incluso podemos coger un guisante con ellas? No tenemos las trompas por casualidad. Son un regalo de la misericordia de Dios todopoderoso, que todo lo creó”.
Hussein preguntó entonces: “¿Cómo hacéis para encontrar suficiente comida?”.
La elefanta le explicó: “Somos los animales más grandes de la Tierra. Un elefante come unos 330 kilos de plantas al día. Pasamos 16 horas comiendo”.
Hussein hizo otra pregunta: “¿Y qué pasa con vuestros dientes?”
La elefanta respondió: “Como puedes observar, tengo dos dientes largos y afilados, uno a cada lado de la boca. Con ellos nos defendemos, y también nos sirven para cavar agujeros y encontrar agua. Con tanto trabajo, se desgastan y, por este motivo, Dios todopoderoso nos ha dotado de una característica especial: cada vez que un diente envejece y se desgasta, nos crece uno nuevo que lo reemplaza. Como Dios nos ha creado así, podemos hacer que crezca un diente nuevo y usarlo adecuadamente.”
Hussein sugirió: “Debes tener hambre, tu estómago hace ruido”.
La elefanta sonrió: “Hacemos ese ruido para comunicarnos entre nosotros. Podemos comunicarnos unos con otros a una distancia de 4 kilómetros”.
Hussein estaba perplejo: “¿Cómo habláis?”
La elefanta contestó: "Dios ha colocado un órgano especial en nuestras frentes que emite sonidos inaudibles para el ser humano. Utilizamos un código que otros animales no entienden y nos podemos escuchar entre nosotros a grandes distancias. Como puedes observar, la magnificencia de la creación de Dios se puede comprobar gracias a nosotros, los elefantes. ¡No olvides que tenemos que pensar en todas estas cosas y dar gracias a Dios todo el tiempo!"
Hussein asintió: “Gracias por contarme tantas cosas. Ahora tengo que ir con mi madre”.
“Adiós, Hussein”, dijo la elefanta.
Mientras volvía con su madre, Hussein se decía: “¡Quien sabe lo grandes que son los milagros que Dios ha hecho con otros animales!”