En los primeros capítulos dijimos que la diferencia principal entre los creyentes y los incrédulos es la conciencia de los primeros respecto del poder infinito de Dios. También hablamos de cómo un creyente ―consciente de la existencia de Dios― orienta toda su vida para ganarse la aprobación de Dios.
Una de las características más significativas de quien puede apreciar la potestad de Dios y en consecuencia reorientar todos sus actos para obtener Su contento es no atarse a nadie excepto Dios. Al concentrarse en el logro de Su beneplácito y en ser Su siervo, desarrolla una perspectiva diferente del universo pues sabe que es El quien lo creó y controla. Al considerar que no hay más dios que Dios, no presta atención a las supuestas deidades que se encuentran por todas partes.
En la historia del profeta Abraham (P) en el Corán se puntualiza lo anterior.
… Fue veraz, profeta. Cuando dijo a su padre: “¡Padre! ¿Por qué sirves lo que no oye, ni ve, ni te sirve de nada? (Corán, 19:41-42)
El creyente que busca complacer a Dios solo, Le reza y suplica a El únicamentey se “independiza” de todo lo demás. No siente necesidad de satisfacer o depositar su confianza en otros.En consecuencia, el logro real de la libertad solamente es posible a través de la comprensión cabal de esto y volviéndonos a Dios.
Los que carecen de una fe auténtica, a diferencia de los creyentes, ponen sus vidas al servicio de innumerables supuestas deidades.Dedican toda su existencia a obtener la aprobación de incontables personas y cuando necesitan ayuda confían sólo en ellas. Pero las criaturas que idolatra el incrédulo no son más que “siervos”, débiles como él, que no pueden satisfacer sus deseos y mucho menos salvarle. La muerte es, indudablemente, el hecho revelador más claro de que lo que se idolatra no puede constituir en modo alguno una ayuda. Lógicamente, no tiene sentido esperar a morirse para darse cuenta de la naturaleza engañosa de dichas deidades.
En el Corán se relata el callejón sin salida en el que se encuentra gente así.
Pero han tomado dioses en lugar de tomar a Dios. Quizás, así, sean auxiliados… No podrán auxiliares. Al contrario, formarán un ejército al que se hará comparecer contra ellos (El Día del Juicio). (Corán, 36:74-75)
Los incrédulos basan toda su vida en esa lógica distorsionada. De ahí emerge otra importante diferencia entre los creyentes y los incrédulos: los primeros adoptan los criterios establecidos por Dios como única guía. Observan las órdenes del Corán ―el Libro Justo― y la Sunnah del Profeta (PB). Su religión es el Islam, explicada detalladamente en el Corán y presentada a la humanidad a través de la vida ejemplar del Profeta (PB).
Quienes llevan una vida alejada de la voluntad de Dios, en cambio, aceptan criterios sociales inventados, con normas y objetivos contradictorios o establecidos por las supuestas “deidades” y practican entonces una religión politeísta.
Algunas personas tienen como meta el dinero y el poder, mientras que otras el prestigio y la influencia social. Otras distintas aspiran a encontrar un “buen cónyuge” y tener una “vida familiar feliz”. Esta diversidad que origina estilos de vida diferentes y, por lo tanto, “religiones” diferentes, se basa en realidad en la incapacidad para comprender la presencia de Dios y los límites establecidos por El.
Sin embargo, el ser humano tiende por naturaleza a confiar en Dios y ser Su siervo al no poder satisfacer sus incontables necesidades y deseos.
¡Profesa la Religión como hanif (monoteísta inflexible), según la naturaleza primigenia que Dios ha puesto en los hombres! No cabe alteración en la creación de Dios. Esa es la religión verdadera. Pero la mayoría de los hombres no saben. (Corán, 30:30)
La vida del creyente es totalmente diferente a la del incrédulo pues éste rechaza de modo tajante al Corán y la Sunnah del Profeta (PB), los cuales son las guías del primero. El creyente sincero no está poseído por los deseos perversos del alma. Con fe en Dios aprende a conducirse en la vida según Su libro revelado y toma a los profetas como modelos de comportamiento. Ello le reporta beneficios.
A quien teme a Dios, El le da una salida y le proveerá de un modo insospechado por él. A quien confía en Dios, El le basta. Dios consigue lo que se propone. Dios ha establecido una medida para cada cosa. (Corán, 65:2-3)
El creyente dedica su vida a Dios porque reconoce Su potestad y sabe que “a quien confía en Dios, El le basta”.
Y dijo (Jacob): “¡Hijos míos! … Yo no os serviría de nada frente a Dios. La decisión pertenece sólo a Dios. ¡En el confío! ¡Que los que confían confíen en El! (Corán, 12:67)
El creyente que entiende esto comprende que su deber en la vida es únicamente cumplimentar las órdenes de Dios. Esa es su obligación y “tarea”. Sencillamente, debe esforzarse en el sendero de Dios y pedirle lo que sea, porque es el único Dador.
No he creado a los genios y a los hombres sino para que Me sirvan. No quiero de ellos ningún sustento, no quiero que Me alimenten. Dios es el Dueño de todo sustento, el Fuerte, el Firme. (Corán, 51:56-58)
Por consiguiente, es improbable que el creyente que exhibe la ética coránica albergue en su corazón “miedo al futuro”, propio de los que entienden la vida como una lucha entre millones de supuestas deidades independientes. Esta gente, inconsciente de que todos los acontecimientos ocurren bajo el control de Dios y conforme al destino, asume que necesita luchar despiadadamente para sobrevivir. Cree que “pisoteando a otros” y “abusando de ellos” logrará lo que quiere y cumplimentará sus intereses personales. Cree que lo único que importa es recibir u obtener cosas.
Said Nursi explica porqué el ser humano no comprende que su verdadera misión es ser siervo de Dios y añade:
“…Llegan a la imprudente conclusión de que la vida es una lucha (inmisericorde)”.
Dicha lógica, suscrita por quienes no viven de acuerdo a los valores coránicos, es uno de los dogmas de fe de su religión, que es la que siempre les produce sentimientos de angustia y tensión:
― La mayoría de esa gente, a diferencia de los creyentes, son egoístas y sólo les interesa su propio beneficio.
― Carecen de la delicada índole que se desarrolla con la abnegación. Su amor se basa en la conveniencia. Aman a alguien no por sus valores o buenos atributos sino porque les reporta beneficios materiales.
― Tratan con la misma lógica a quienes consideran sus seres queridos, con lo que crean una relación desprovista de lealtad. Siempre están preocupados por la posible traición de sus compañeros o asociados, ya que saben que en cualquier momento pueden encontrar otra persona que les convenga.
― Los consume el celo, rasgo que les impide gozar de lo bello y de lo bendito. Por ejemplo, en vez de disfrutar de la buena apariencia de alguien y decir “qué hermoso o hermosa le ha creado Dios”, se turban y se preguntan: “¿por qué no poseo la misma atracción?”
― No se sienten agradecidos a Dios ni satisfechos con sus bendiciones porque siempre quieren poseer más. Este deseo insaciable es una fuente de constante descontento.
― Incapaces de aceptar su debilidad y fragilidad no piden ayuda a Dios. Creen que superarán las falencias que exhiben si se apartan altivamente de El y no imploran Su auxilio. Pero ése no es el modo de resolver el problema. No obstante, se vuelven hacia otros y depositan en ellos sus esperanzas a pesar de tratarse de gente también débil que sólo piensa en su propio beneficio. No son misericordiosos y compasivos para nada. En consecuencia, les invade la depresión frecuentemente y pierden el ánimo al no lograr cumplimentar sus expectativas.
― Carecen de indulgencia y tolerancia. A eso se debe que incluso un pequeño desacuerdo entre ellos acabe muy probablemente en choque o conflicto. Cada una de las partes considera, generalmente, una cuestión de orgullo negarse a aceptar el error propio, lo cual a su vez los mantiene en zozobra.
― No creen vivir en un mundo que está bajo la protección y control de Dios, sino más bien en una jungla despiadada en la que tienen que “derrotar” a otros para sobrevivir. Entonces piensan que deben desarrollar un carácter duro, agresivo y egoísta para seguir respirando en dicha “jungla”. En realidad, se comportan según lo que ven.Como se dice en la sociedad de la ignorancia, están convencidos de que la única política es la del pez grande que se traga al chico, por lo que hay tratar de ser “un pez grande y cruel” para no ser devorado.
Las leyes o criterios mencionados rigen en casi todas las sociedades donde se carece de una fe verdadera. El Corán llama a las mismas “sociedades ignorantes”, ya que no son conscientes de Dios ni del otro mundo. Nos relata, a modo de ejemplo, que el profeta Moisés (P) describió a los Hijos de Israel como ignorantes por ser una tribu que nunca aplicó la prudencia ni se sometió a Dios.
E hicimos que los Hijos de Israel atravesaran el mar.Y llegaron a un pueblo entregado al culto de sus ídolos.Dijeron: “¡Moisés! ¡Haznos un dios, como ellos tienen dioses!”. “¡Sois un pueblo ignorante!”, dijo (Moisés). “Aquello en que estas gentes están va a ser destruido y sus obras serán vanas”. Dijo: “¿Voy a buscaros un dios diferente de Dios, siendo así que El os ha distinguido entre todos los pueblos?”. (Corán, 7:138-140)
Pero “la sociedad de la ignorancia” no es de naturaleza uniforme, sino que se estructura por medio de sectores con criterios distintos, el principal de los cuales es el poder económico.
Para los musulmanes el taqwa (temor reverencial a Dios que inspira al individuo el evitar las acciones incorrectas y anhelar aquellas que Le agradan) es lo único que sirve de parámetro para evaluar a la gente. Como dijo el Profeta (PB), saben que el más perfecto en su fe entre los creyentes es el de comportamiento más excelente (Tirmidhi). Pero en las sociedades ignorantes ―compuestas por infieles― el criterio principal para juzgar a los demás es “el dinero”.
En consecuencia, en las sociedades ignorantes se presentan muchas ideas o actitudes tergiversadas:
― Se respeta a la persona rica aunque sea indecente y corrupta.
― En base al principio anterior, el “indecente rico” cree ser alguien “digno de estima”.
― Debido a la importancia que atribuye la sociedad al “dinero”, el pobre carece de confianza en sí mismo, lo que se hace más obvio cuando está entre los ricos. Aunque el pobre puede ser superior al rico y depravado, no puede superar su complejo de inferioridad debido a las ideas inculcadas por los injustos en la comunidad.
― En la sociedad de la ignorancia, donde el dinero es muy estimado, prevalece la degeneración moral que se manifiesta de diversas formas: soborno, abuso de autoridad, falsificación, etc. Todo ello es considerado “políticamente correcto”. Puesto que la acumulación de dinero es lo principal, cualquier manera de obtenerlo es “legítima”, por más inmoral o injusta que sea.
La historia de Coré en el Corán describe de la mejor manera la postura de la sociedad de la ignorancia, “orientada hacia el dinero”.
Coré formaba parte del pueblo de Moisés y se insolentó con ellos. Le habíamos dado tantos tesoros que un grupo de hombres forzudos apenas podía cargar con las llaves. Cuando su pueblo le dijo: “¡No te regocijéis, que Dios no ama a los que se regocijan (exageradamente por los bienes materiales)! ¡Busca en lo que Dios te ha dado la Morada Postrera, pero no olvides la parte que de la vida de acá te toca! ¡Sé bueno (con los otros), como Dios lo es contigo! ¡No busques corromper en la tierra, que Dios no ama a los corruptores!”. Dijo (Coré): “Lo que se me hado lo debo sólo a una ciencia que tengo”. Pero ¿es que no sabía que Dios había hecho perecer antes de él a otras generaciones más poderosas y opulentas que él? Pero a los pecadores no se les interrogará acerca de sus pecados (porque Dios los conoce bien). Apareció (Coré) ante su pueblo, rodeado de pompa. Los que deseaban la vida de acá dijeron: “¡Ojalá se nos hubiera dado otro tanto de lo que se ha dado a Coré! Tiene una suerte extraordinaria”. Pero los que habían recibido la Ciencia dijeron: “¡Ay de vosotros! La recompensa de Dios es mejor para el que cree y obra bien. Y no lo conseguirán sino los que tengan paciencia”. Hicimos que la tierra se trague a él (Coré) y su vivienda. No hubo ningún grupo que, fuera de Dios, le auxiliara, ni pudo defenderse a sí mismo. A la mañana siguiente, los que la víspera habían envidiado su posición dijeron: “¡Ah! Dios dispensa el sustento a quien El quiere de Sus siervos: a unos con largueza, a otros con mesura. Si Dios no nos hubiera agraciado, habría hecho que nos tragara (la tierra). ¡Ah! ¡Los infieles no prosperarán!”. Asignamos esa Morada Postrera a quienes no quieren conducirse con altivez en la tierra ni corromper. El fin (es decir, el buen fin) es para los que temen a Dios. (Corán, 28:76-83)
Como se desprende de estos versículos, Coré y los que le envidiaban eran los representantes de una típica sociedad de la ignorancia. No lograron comprender que Dios, el poseedor de todo, concede lo que El desea a quien quiere. Coré creía que la riqueza que poseía la había obtenido por su superioridad. Pero estaba equivocado:
― Puesto que Dios crea todo, es el real poseedor de todo. El que posee algo es un “depositario” que cuida temporalmente algo que pertenece a Dios.
― A las personas no se les otorgan bendiciones porque sean superiores o importantes, sino como favor o prueba. Y lo que se espera es que no se conviertan en “arrogantes” sino en “agradecidas” a Dios. Quien no entiende esto no logrará la felicidad y la salvación en esta vida ni en la otra, por más bienes materiales que posea.
― La propiedad no es concedida para que uno la acapare y sea egoísta. Dios la otorga para que sea usada en Su camino y el Corán indica cuál es el destino de quienes hacen lo contrario.
Que no crean quienes se muestran avaros del favor recibido de Dios que eso es bueno para ellos. Al contrario, es malo. El Día de la Resurrección llevarán a modo de collar el objeto de su avaricia. La herencia de los cielos y de la tierra pertenece a Dios. Dios está bien informado de lo que hacéis. (Corán, 3:180)
Las personas deben gastar la riqueza que Dios les concede, con sensatez y para obtener Su aprobación, sin temer que sus recursos se agoten. Dios nos advierte al respecto y nos recuerda que Satanás amenaza al ser humano con la pobreza (Corán, 2:268). Además, Dios recompensa todo lo que se gaste en Su camino.
Di: “Mi Señor dispensa el sustento a quien El quiere de Sus siervos: a unos con largueza a otros con mesura. No dejará de restituiros ninguna limosna que deis. El es el Mejor de los proveedores”. (Corán, 34:39)
La historia de Coré revela una característica general de la sociedad de la ignorancia: su persona encarna perfectamente a los ricos y famosos de la misma.
En los versículos del caso también se hace referencia a los que envidiaban a Coré. Se regían por su misma lógica insensata y eran incapaces de comprender que el verdadero propietario de todo es Dios. Es por eso que le daban tanta importancia a él.
Los verdaderos creyentes se colocaban en las antípodas de ese criterio:
― Al ser el criterio de los creyentes la fe y no el dinero, sabían que todo pertenece a Dios y que no era cuerdo envidiar a Coré. Además se daban cuenta de que él se encontraba en una posición lamentable.
― A diferencia de los miembros de la sociedad de la ignorancia, no tuvieron que esperar la muerte de Coré para decir: Dios dispensa el sustento a quien El quiere de Sus siervos: a unos con largueza, a otros con mesura. Siempre supieron que eso era así.
En la historia de “los dueños de los viñedos” se relata una situación similar, es decir, la diferencia entre el hombre al que se le conceden numerosas bendiciones y bienes ―al igual que a Coré―, y el creyente que cree en Dios y cumple con El.
Propónles la parábola de dos hombres, a uno de los cuales dimos dos viñedos, que cercamos de palmeras y separamos con sembrados.
Ambos viñedos dieron su cosecha, no fallaron nada, e hicimos brotar entre ellos un arroyo.Uno tuvo frutos y dijo a su compañero, con quien dialogaba: “Soy más que tú en hacienda y más fuerte en gente”.
Y entró en su viñedo, injusto consigo mismo. Dijo: “No creo que éste (su viñedo) perezca nunca. Ni creo que ocurra la hora. Pero, aun si soy llevado ante mi Señor, he de encontrar, a cambio, algo mejor que él (es decir, que el viñedo)”.
El compañero con quien dialogaba le dijo: “¿No crees en Quien te creó de tierra (al crear a Adán), luego (al crear a los otros seres humanos), de una gota (de esperma) y, luego, te dio forma de hombre? En cuanto a mí, El es Dios, mi Señor, y no asocio nadie a mi Señor.
Y cuando has entrado en tu viñedo, ¿por qué no has dicho: ‘¡Que sea lo que Dios quiera! ¡La fuerza reside sólo en Dios!’.
Si ves que yo tengo menos que tú en hacienda e hijos, quizá me dé Dios algo mejor que tu viñedo, lance contra él rayos del cielo y se convierta en campo pelado, o se filtre su agua por la tierra y no puedas volver a encontrarla”.
Su cosecha fue destruida y, a la mañana siguiente, se retorcía las manos pensando en lo mucho que había gastado en él: sus cepas estaban arruinadas.
Y decía: “¡Ojalá no hubiera asociado nadie a mi Señor!”. No hubo grupo que, fuera de Dios, pudiera auxiliarle, ni pudo defenderse a sí mismo. En casos así, sólo el Dios verdadero ofrece amistad. El es el Mejor en recompensar y el Mejor como fin. (Corán, 18:32-44)
En casi todas las historias coránicas se menciona que al llevar los musulmanes el mensaje de Dios a sus pueblos, lo que obtienen a cambio es que un grupo de gente aumente su arrogancia y oprima a los creyentes. El Corán enumera las características de esos opresores.
Se trata de un segmento de la sociedad definido como “la de los líderes arrogantes”, “los entregados a una vida fácil”, “los que se niegan a creer en el mensaje recibido”. Tienen en común que emplean el poder y sus posesiones para rebelarse contra Dios y cometer fechorías.
No hemos enviado monitor a una ciudad que no dijeran sus ricos: “No creemos en vuestro mensaje”. Y que no dijeran: “Nosotros tenemos más hacienda e hijos. No se nos castigará”. (Corán, 34:34-35)
― La “hacienda e hijos” dados a esta gente aumentó su arrogancia y rechazo de Dios.
Los aditas, sin razón, se condujeron en el país altivamente y dijeron: “¿Hay alguien más fuerte que nosotros?”. ¿No veían que Dios, Que les había creado, era más fuerte que ellos? Pero negaron nuestros signos. (Corán, 41:15)
― Este sector de la sociedad alberga una enemistad arraigada en contra de los que creen en Dios. Estos, con frecuencia, reciben los más severos ataques por parte de los que “se entregan a la vida fácil”, es decir, de quienes son reacios a someterse a Dios y usar sus riquezas en Su camino. De ese modo alimentan el resentimiento y el odio hacia los creyentes e incluso intentan “eliminarlos”.
Los dignatarios del pueblo, altivos, dijeron: “Hemos de expulsarte de nuestra ciudad, Suayb, y a los que contigo han creído, a menos que volváis a nuestra religión”. Suayb dijo: “¿Aun si no nos gusta?”. (Corán, 7:88)
Este tipo de gente a la que el Corán se refiere repetidamente, también existe en las sociedades actuales.
La realidad que vivimos se comprende claramente una vez que tenemos en cuenta las características principales de los que “se entregan a la vida fácil”. Los paralelismos entre los criterios de éstos y los ignorantes de antaño son sorprendentes. En casi todas partes a ese tipo de gente se le llama en la actualidad “alta sociedad”.
La vida de algunos de ellos, muy por encima de la media, es totalmente corrupta. (Por supuesto, dentro de ese grupo social también hay personas correctas). Las fiestas que se inician en diversos locales se trasladan a domicilios privados y se basan en una comprensión grosera de lo que es el entretenimiento. La resultante, entre otras, es la de jóvenes arruinados por el abuso de drogas, la aparición de defectos morales que descalifican a sus portadores de modo irreparable para poder ser decentes y responsables, el abuso de bebidas intoxicantes, los gastos extravagantes, etc. Todo eso se presenta como algo “natural” en dichos ambientes que escapan a todo control. En verdad, bajo la máscara de los sofisticados conceptos de modernismo y libertad se impone sobre la gente todas las formas de ultraje, perversión e inmoralidad.
En el Corán se menciona ese tipo de cosas que vemos hoy día en ciertos sectores de la sociedad: las prácticas homosexuales del pueblo de Lot; el engaño en el peso y la medida, propia del pueblo de Madián ―Corán, 11:84―; la burla a los creyentes, como se daba por parte de la gente de Noé ―Corán, 11:38―; el robo de los bienes de otros a través de la usura, como era practicada por los Hijos de Israel ―Corán, 4:161―.
Lo que distingue a ese grupo de gente es el amor al lujo y una moral deficiente, en tanto que el común de la gente decente apenas se gana su sustento a pesar de trabajar duramente. Esa gente que en una sola noche se gasta enormes sumas de dinero que están muy por encima de lo que representa un salario medio, causa un enorme daño espiritual a toda la sociedad.
Aquí recordaremos lo que nos informa el Corán sobre el destino de los líderes “entregados a la vida fácil”, a menos que se arrepientan y renuncien efectivamente a esa conducta.
Cuando, al fin, inflijamos un castigo a sus ricos, gemirán. “¡No gimáis hoy, que no se os va a salvar de Nosotros! (Corán, 23:64-65)
La moral de los creyentes descrita en el Corán se basa en el respeto reverencial a Dios y en la búsqueda de Su contento. Pero los partícipes de la sociedad de la ignorancia no establecen sus juicios de valor en la piedad, por lo que sus normas morales resultan retorcidas.
Inconscientes del poder infinito de Dios, su moral se basa en criterios como el siguiente: “¿Qué dirá la gente si me ve?”. Es decir, si están seguros que nadie les ve u oye, cometen actos moralmente inaceptables sin problemas. En consecuencia, nos encontramos con que mucha gente en la sociedad de la ignorancia considera normal el adulterio, aunque por lo general no se animan a reconocerlo. En sus vidas se puede apreciar distintos tipos de esa forma de conducta.
Di: “La muerte, de la que huís, os saldrá al encuentro. Luego, se os devolverá al Conocedor de lo oculto y de lo patente y ya os informará El de lo que hacíais (en la tierra)”. (Corán, 62:8)
Los partícipes de la sociedad de la ignorancia se comportan como si nunca se fueran a morir, inconscientes de Dios y del otro mundo. No tienen en cuenta la “muerte” para nada y hacen sus planes como si nunca llegase en este mundo. Acumulan fortunas pretendiendo que la vida es perpetua aquí. Y a los que recapacitan sobre la muerte les llaman “aguafiestas”.
Este es uno de los factores más evidentes del razonamiento ilógico sobre el que se apoyan los incrédulos. Pero, Cada uno gustará la muerte… (Corán, 3:185). Es decir, quien finge ignorar la muerte seguramente basa su existencia sobre cimientos corruptos. El ser humano tiene que emplear correctamente su intelecto:
― Al desear vivir eternamente debe pensar porqué se vive por lo general menos de cien años.
― Debería reconocer que es insensato pensar que el no recordar la muerte sea una manera de mantenerse alejado de ella. Ese es el comportamiento del avestruz, que esconde la cabeza para no ver lo que se le viene encima.
― Debería entender que Dios, Quien le formó con un cuerpo apropiado a partir de un espermatozoide, posee el poder para recrearlo y darle una vida nueva (en el otro mundo).
― Debe tener presente que Dios, Quien ha prometido y afirmado en cientos de versículos que recreará después de la muerte, seguramente mantendrá Su promesa.
Lo puntos anteriores permiten comprobar que la muerte no significa “desaparecer” sino que es una transición hacia otro mundo.
También permiten comprender que no tiene sentido el miedo a la muerte, además que no valdrá de nada pues la misma es ineludible. Como nos dice el Corán, todos perecerán en el momento predestinado.
… Ocultan para sí lo que no te manifiestan. Dicen: “Si hubiera dependido de nosotros, no habríamos tenido muertos aquí”. Di: “También, si os hubierais quedado en casa, la muerte habría sorprendido en sus lechos a aquéllos de quienes estaba ya escrita…. (Corán, 3:154)
La muerte, puerta al otro mundo, trae bendición y salvación sólo a quienes durante la vida agradaron a Dios. Pero para quienes se mantuvieron alejados de Dios y creen que la muerte significa destrucción absoluta, es el principio de un horrible desastre. El Corán nos informa que el arrepentimiento de los que olvidaron a Dios y pensaban que no iban a morirse nunca, en ese momento no les servirá de nada.
Que no espere perdón quien sigue obrando mal hasta que, en el artículo de la muerte, dice: “Ahora me arrepiento”. Ni tampoco quienes mueren siendo infieles. A éstos les hemos preparado un castigo doloroso. (Corán, 4:18)
Cuando, al fin, viene la muerte a uno de ellos (de los infieles o idólatras), dice: “¡Señor! ¡Hazme volver (a la tierra)! Quizás, así, pueda hacer el bien que dejé de hacer”. ¡No! No son sino meras palabras. Pero, detrás de ellos (es decir, de los muertos), hay una barrera hasta el día que sean resucitados. (Corán, 23:99-100)
Todo aquel que no haya dedicado su existencia a Dios vivirá para lamentarse, a menos que El disponga otra cosa.
Quien obtenga el contento de Dios en este mundo y acepte que aquí se pasa poco tiempo, puede lograr la buena vida eterna.
― Debemos preocuparnos de la vida real, eterna y plena, que comenzará después de la muerte y dar una importancia relativa a la breve existencia en este mundo. Les hicimos objeto de distinción al recordarles la Morada (Postrera). (Corán, 38:46).
― No tiene sentido dejarse embaucar por el insignificante y engañoso encanto de este mundo y atarse tanto a él. A nadie acompañan a la tumba posesiones, belleza, poder, familia o fama. Lo único que llega a la tumba es un cuerpo envuelto en un sudario que sufre un rápido proceso de descomposición bajo la tierra.
― El creyente lleva al Más Allá las buenas obras y los actos de adoración realizados para obtener el contento de Dios, debido a lo cual recibirá en sus formas más perfectas y eternas las bendiciones temporales de esta vida (salud, belleza, riqueza, etc.).
― Quien no comprende esta realidad y evita gastar su riqueza en el camino de Dios, eventualmente daña a su alma y arruina su vida eterna, en el otro mundo.
He aquí que sois vosotros los invitados a gastar por la causa de Dios, pero hay entre vosotros algunos avaros. Y quien es avaro lo es, en realidad, en detrimento propio. Dios es Quien Se basta a Sí mismo, mientras que sois vosotros los necesitados (de Dios). Y, si volvéis la espalda (al Islam), hará que otro pueblo os sustituya, que no será como vosotros. (Corán, 47:38)
Los que no logran entender esto se aferran con fuerza a este mundo con la idea de alcanzar la “inmortalidad” a través de “dejar algo por medio de lo cual la gente les recuerde”. Este deseo se presenta de distintas maneras.
― Algunos se esfuerzan en dejar “obras de arte” para que “perdure su nombre”.
¿Construís en cada colina un monumento para divertiros y hacéis construcciones esperando, quizá, ser inmortales? (Corán, 26:128-129)
― Otros buscan dejar hijos “bien criados”, con la esperanza de que hagan perdurar el nombre de la familia. Esa es la principal razón de la preferencia de muchos por los hijos varones. El Corán señala que el sólo deseo de tener hijos es parte de la banalidad temporal de este mundo.
¡Sabed que la vida de acá es juego, distracción y ornato, rivalidad en jactancia, afán de más hacienda, de más hijos! Es (es decir, esta vida es) como un chaparrón: la vegetación resultante alegra a los sembradores, pero luego se marchita y ves que amarillea; luego, se convierte en paja seca. En la otra vida habrá castigo severo o perdón y satisfacción de Dios, mientras que la vida de acá no es más que falaz disfrute. (Corán, 57:20)
Por supuesto, es muy estimable que la gente desee criar hijos con buen sentido ético. Sin embargo, en el retorcido sistema de la sociedad de la ignorancia, la causa de este deseo no es el contento de Dios sino satisfacer la arrogancia y dejar una marca permanente en esta vida.
En el Corán se nos presenta la actitud de los verdaderos creyentes: piden hijos a Dios sólo para complacer a El. La mayoría de los profetas no tuvieron hijos durante su juventud y sólo le pidieron a Dios cuando envejecieron y necesitaban quien continuase comunicando Su mensaje y defendiendo Su religión.
Por lo tanto, es correcto “tener hijos” para el agrado de Dios. Pero tenerlos, como los incrédulos, sólo por “ser más que otros” o “para hacer perdurar el apellido”, es un gran error.
Los individuos antes descritos como ignorantes, no valoran a Dios como corresponde e interpretan la religión de acuerdo a su lógica y creencias distorsionadas. Exhiben desviaciones respecto al mensaje coránico traído por el Profeta Muhammad (PB), el cual dice que la religión les libera de sus cargas y de las cadenas que sobre ellos pesaban (Corán, 7:157) y que la religión no os ha impuesto ninguna carga (Corán, 22:78).
…¡El os eligió y no os ha impuesto ninguna carga en la religión! ¡La religión de vuestro padre Abraham! El (es decir, Dios) os llamó musulmanes anteriormente… (Corán, 22:78)
En el Corán Dios pide a la gente que reflexione y que al darse cuenta de las creencias y métodos erróneos que sigue, se dirija al estilo de vida que El indica apropiado.
La sociedad de la ignorancia, que finge no ver el mensaje explícito y comprensivo del Corán, inventó, en nombre del Islam, una religión colmada de fanatismo.
― La religión presentada en el Corán llama a la gente a servir a Dios y, por lo tanto, a liberarse de cualquier yugo impuesto de una u otra manera. En consecuencia, si el ser humano sólo debe buscar la aprobación de Dios, no está obligado con nadie más. Pero la sociedad de la ignorancia entiende que la religión es una institución y no un camino para complacer a Dios y conseguir la liberación del error. Los incrédulos ven a la religión como un instrumento de presión sobre la gente. Una religión así, falsa y que no tiene nada que ver con la auténtica, se preocupa sólo por la opinión de los humanos.
― Debido a un concepto equivocado de la religión, la sociedad de la ignorancia identifica en gran medida la religión con la tradición prosaica. Incorpora a la religión costumbres locales, creencias y elementos culturales. Entonces la “piedad” pasa por adherir a las costumbres de los antepasados. Pero la religión presentada por el Corán y personificada en la vida ejemplar del Profeta (PB) no se asemeja en nada a eso. Dios ordena en el Corán ceñirse exclusivamente a los límites por El impuestos y a la Sunnah del Profeta (PB). Los profetas tuvieron que luchar con quienes trataron de negar la verdad recurriendo a las creencias heredadas de sus antepasados.
Y cuando se les dice: “¡Seguid lo que Dios ha revelado!”, dicen: “¡No! Seguiremos las tradiciones de nuestros padres”. Pero ¿y si sus padres eran incapaces de razonar y no estaban bien dirigidos? (Corán, 2:170)
Lo mismo se repite en Corán, 5:104; Corán, 6:91; Corán, 7:28; etc.
― Los partícipes de la sociedad de la ignorancia, que perciben a la religión como una institución social y la identifican con las tradiciones, la alejaron de la racionalidad. Pero como nos informa el Corán, ser musulmán implica ser atinado. A los creyentes siempre se les llama a pensar, investigar y estudiar los versículos de Dios. La fe se adquiere como consecuencia de aplicar el sentido común. Cuanto más se aplica éste, más crece la primera. Son dos elementos interrelacionados. Pero la sociedad de la ignorancia cree que la fe consiste sólo en “creencias”. La conciben como adherencia ciega al conocimiento prosaico, siendo que es el razonamiento la clave para la comprensión de la existencia de Dios y de Sus atributos. De ahí, que la creencia en Dios en la sociedad de la ignorancia es bastante débil. Y con el objeto de que no se les venga abajo esa fe débil y contraria al Corán, consideran de modo irracional que “reflexionar demasiado sobre asuntos religiosos puede dañar la fe”.
― Dicha elucubración, producto de la ignorancia, no tiene inconveniente en aceptar la introducción de nuevos principios en la religión que hacen prohibido lo permitido.
El Corán llama la atención con frecuencia sobre dicha inventiva “prohibitoria”, que molesta a mucha gente.
Di: “¿Quién ha prohibido los adornos que Dios ha producido para Sus siervos y las cosas buenas de que os ha proveído?”.
Di: “Esto es para los creyentes mientras vivan la vida de acá, pero, en particular, para el Día de la Resurrección”. Así es como explicamos con detalle los versículos a gente que sabe.
Di: “Mi Señor prohíbe sólo las deshonestidades, tanto las públicas como las ocultas, el pecado, la opresión injusta, que asociéis a Dios algo a lo que El no ha conferido autoridad y que digáis contra Dios lo que no sabéis”. (Corán, 7:32-33)
¿Qué razón tenéis para no comer de aquello sobre lo que se ha mencionado el nombre de Dios, habiéndoos El detallado lo ilícito ―salvo en caso de extrema necesidad―?
Muchos sin conocimiento extravían a otros con sus pasiones. Tu Señor conoce mejor que nadie a quienes violan la ley. (Corán, 6:119)
¡Creyentes! ¡No prohibáis las cosas buenas que Dios os ha permitido! ¡Y no violéis la ley, que Dios no ama a los que la violan! (Corán, 5:87)
― Como resultado de esta corrupción causada por la sociedad de la ignorancia, el Islam es presentado como “una religión propia de beduinos (nómadas árabes)”. Pero la realidad es otra. Los profetas han sido la gente más civilizada de su época. Eran cultos, esclarecedores y con valores estéticos refinados. El profeta Salomón (P), poseedor de un palacio reconocido como obra maestra de la arquitectura, con abundantes y exquisitos recintos, constituye uno de los ejemplos más sobresalientes de los citados en el Corán.
Ser musulmán no significa atarse al tradicionalismo o disfrutar de recuerdos prosaicos. No significa ser “oriental” o estar ligado a una sola cultura. Musulmán significa ser siervo de Dios y agradecerle las bendiciones que El concede. Significa esforzarse por conocerle, buscar Su cercanía y convertirse en un ser humano de noble carácter.
El musulmán auténtico es el que busca la aprobación de su Creador, Dios, el Todopoderoso, a la vez que se aleja de toda expectativa material o ambición que no sea obtener Su contento.
Así se define al musulmán.