Dios dirige a quienes buscan satisfacerle por caminos de paz y les saca, con Su permiso, de las tinieblas a la luz, y les dirige a una vía recta (Corán, 5:16)
¿Qué hace a un musulmán diferente de otras personas? Los no-musulmanes pueden responder a esta pregunta de distintas maneras. Pueden hablar de diferencias culturales y morales, de “diferentes visiones del mundo” o de valores que niegan rotundamente. Sin embargo, todas estas respuestas hacen referencia a diferencias “visibles” que parecen ser consecuencia de otra más importante que, por lo general, no logran entender. (En realidad, si no son musulmanes es porque no llegan a captarla).
Hay que remarcar un punto antes de explicar el atributo básico que hace a un musulmán diferente. Cuando decimos “musulmán” no nos referimos a alguien cuyo documento de identidad contiene escrita la palabra “musulmán”. Musulmán es el nombre que Dios da a aquéllos que adhieren a Su religión.El atributo básico mencionado en el Corán que distingue a los musulmanes de otras personas es su conciencia del poder infinito de Dios.No obstante, el ser consciente de ello no significa siempre la afirmación de la existencia de un Creador y la aceptación de sus mandatos. El Corán subraya este hecho así:
Di: “¿Quién os procura el sustento del cielo y de la tierra? ¿Quién dispone del oído y de la vista? ¿Quién saca al vivo del muerto y al muerto del vivo? ¿Quién lo dispone todo? Dirán: “¡Dios!”. Di, pues: “¿Y no vais a temerle?” Ese es Dios, vuestro verdadero Señor. Y ¿qué hay más allá de la Verdad sino el extravío? ¡Cómo podéis, pues, ser tan desviados! (Corán, 10:31-32)
Las preguntas se formulan en los versículos anteriores a alguien que reconoce la existencia de Dios y acepta Sus atributos pero no obstante no teme a Dios y se aparta de El. (En realidad, Satanás tampoco rechaza la existencia de Dios).
El reconocimiento de la potestad del Todopoderoso no es sólo una cuestión formal. Los creyentes reconocen Su existencia y grandeza, a la vez que cumplen con El de modo incondicional y reorientan todos sus actos en función de ello. En cambio, los que niegan a Dios ―o bien como los señalados en los versículos de arriba― no cumplen con El aunque reconozcan su existencia. Hacen caso omiso de quien crea al ser humano y tampoco les preocupa el motivo por el cual el Señor les concedió la vida. En consecuencia viven separados de Dios y Su religión. Pero el Corán aclara que esas personas se valen de criterios vanos y corruptos y están condenadas a la destrucción:
¿Quién es mejor: quien ha cimentado su edificio en el temor de Dios y en Su satisfacción o quien lo ha cimentado al borde de una escarpa desgastada por la acción del agua y desmoronadiza, que se derrumba arrastrándole al fuego del infierno? Dios no dirige al pueblo impío. (Corán, 9:109)
Como nos informa el versículo anterior, según la descripción coránica, la vida de los que carecen de fe se cimienta “al borde de una escarpa”. El objetivo más importante de los infieles, “en este mundo”, es alcanzar la felicidad y la paz, en tanto que lo que más desean es ser ricos. Para ello hacen todo lo posible, incluidos los esfuerzos físicos y mentales. A otros les interesa convertirse en respetables y conocidos. Y para lograrlo harían cualquier cosa y cualquier sacrificio. Pero no se trata más que de metas mundanas que a veces no lograrán y que de todos modos se desvanecerán cuando les sobrevenga la muerte.
El creyente, por otra parte, totalmente consciente de la existencia y potestad de Dios, sabe porqué lo creó y lo que espera de él. Por eso busca ser un siervo con el que Dios esté complacido y se vale de todos los medios y esfuerzos para lograrlo. En consecuencia, resuelve el misterio de la muerte: lo que para muchos no es más que el fin de todo, para él no es sino una fase de transición a la vida real.
Los infieles suponen que la muerte es un “accidente casual” y la consideran un incidente que termina para siempre con sus vidas. Del mismo modo, suponen que la vida emergió por casualidad y espontáneamente. Pero la realidad es que Dios da la vida y también la toma. La muerte no es para nada una casualidad o accidente sino algo que ocurre por decreto de El en un momento y lugar determinados.
El musulmán es una persona que entiende que Dios tiene poder sobre todas las cosas y que la muerte no es el fin último. La entiende como una transición hacia la morada verdadera del ser humano (es decir, el otro mundo). En consecuencia, evita erigir su existencia “al borde de una escarpa”. Se vuelve a Dios consciente de que es el verdadero Poseedor y Creador de la vida, de la muerte y de lo que viene después. Comprende que la riqueza, el estatus social o la buena imagen, no son los medios que conducen al éxito en este sistema creado por Dios. Sabe que se trata sólo de cuestiones que operan bajo reglas establecidas por Dios y sólo efectivas por un breve período de tiempo.
La clave del sistema creado por Dios es conseguir Su aprobación, ya que El sólo guía a quienes la buscan.
…Dios dirige a quienes buscan satisfacerle por caminos de paz y les saca, con Su permiso, de las tinieblas a la luz, y les dirige a una vía recta. (Corán, 5:16)
El rasgo más importante que hace al musulmán tal y distinto a otros, es su búsqueda del contento de Dios. Para los musulmanes la religión es un medio para ganarse Su aprobación, mientras que la mayoría de la gente la considera un sistema de creencias que ocupa una parte insignificante de sus vidas.
Es en este punto donde emerge la distinción entre los auténticos musulmanes y los que les imitan (los hipócritas). Los primeros abrazan la religión como un camino que conduce a la satisfacción de Dios. Para los segundos la fe es algo de la que extraen beneficios. A eso se debe que los hipócritas hagan sus oraciones “para ser vistos” (Corán, 107:6) en tanto que los sinceros “rezan con humildad” (Corán, 23:1-2). Del mismo modo, mientras los creyentes gastan su dinero en la causa de Dios, los hipócritas lo hacen para impresionar a la gente y no en la búsqueda de la satisfacción de Dios.
¡Creyentes! No malogréis vuestras limosnas alardeando de ellas o agraviando, como quien gasta su hacienda para ser visto de los hombres, sin creer en Dios ni el Ultimo Día. Ese tal es semejante a una roca cubierta de tierra. Cae sobre ella un aguacero y la deja desnuda. No pueden esperar nada por lo que han merecido. Dios no dirige al pueblo infiel. (Corán, 2:264)
El ser humano se esfuerza por objetivos mundanos, a los que pone como metas fundamentales en su vida. Realiza todo lo posible por la prosperidad material, por obtener reconocimiento social, etc., pero malvende lo que Dios le da (Corán, 9:9) y por lo tanto no le servirá para nada.
Los creyentes, quienes aspiran a un premio importante, es decir, a la aprobación de Dios y a Su Jardín, también se esfuerzan por alcanzarlo. Dice Dios respecto a este atributo:
Si alguien desea la vida fugaz, Nosotros nos apresuraremos a darle en ella lo que queremos y a quien queremos. Luego, le destinamos al infierno, donde arderá denigrado, desechado. Al creyente que desee la otra vida y se esfuerce por alcanzarla, se le reconocerá el esfuerzo. (Corán, 17:18-19)
El creyente que “se esfuerce por alcanzar” la otra vida y la aprobación de Dios es el que “vende” sus posesiones y su persona por la causa de Dios. Dice el Corán:
Dios ha comprado a los creyentes sus personas y su hacienda, ofreciéndoles, a cambio, el Jardín. Combaten por Dios: matan o les matan. Es una promesa que Le obliga, verdad, contenida en la Torá, en el Evangelio y en el Corán. Y ¿quién respeta mejor su alianza que Dios? ¡Regocijaos por el trato que habéis cerrado con El! ¡Ese es el éxito grandioso! (Corán, 9:111)
Siempre y cuando el creyente venda “su persona y su hacienda” a Dios, ninguna dificultad que encuentre en Su camino anula el compromiso adquirido. El creyente, consciente de que no es “propietario” de su cuerpo ni de sus bienes y no le atrae otra cosa más que la aprobación de Dios, nunca sigue los vanos deseos de su ego (nafs). Al ser Dios el dueño del cuerpo y de todo lo que posee el creyente, éste los pondrá al servicio de Su Voluntad. No obstante, Dios pondrá a prueba la seriedad de la determinación adoptada.
El creyente es consciente de que no debe evitar ningún esfuerzo en Su camino. Si todo se tratase solamente de “logros fáciles”, también los hipócritas realizarían obras que aparentemente se conformarían a Su Voluntad.
Si se hubiera tratado de una ventaja inmediata o de un viaje corto, te habrían seguido, pero el objetivo les ha parecido distante. Jurarán por Dios: “Si hubiéramos podido, os habríamos acompañado en el esfuerzo”. Se pierden a sí mismos. Dios sabe que mienten. (Corán, 9:42)
Por lo tanto, el único criterio para ser un creyente es desear sinceramente la complacencia de Dios y no dejar de hacer ningún sacrificio en Su camino cuando las circunstancias así lo requieran. Los creyentes son aquellos a los que se les hace objeto de distinción al recordarles la Morada (la Morada Postrera). (Corán, 38:46) Sólo buscan satisfacerlo a El, obtener Su misericordia y lograr el Paraíso, porque El creyente, varón o hembra, que obre bien, entrará en el Jardín y no será tratado injustamente en lo más mínimo. (Corán, 4:124).
Como vemos, el Corán proporciona una imagen explícita del creyente. El Paraíso es la morada de los que están convencidos de la otra vida (Corán, 31:4) y luego se esfuercen por alcanzarla (Corán, 17:19). El Corán describe el fin de los que “vacilan en servir a Dios” y colocan sus intereses mundanos triviales al mismo nivel que Su contento:
Hay entre los hombres quien vacila en servir a Dios. Si recibe un bien, lo disfruta tranquilamente. Pero, si sufre una tentación, gira en redondo (es decir, abandona la fe verdadera), perdiendo así la vida de acá y la otra: es una pérdida irreparable. (Corán, 22:11)
Dios promete a los creyentes una vida bella y eterna en el Más Allá y una buena vida en este mundo. Pero esto no quiere decir que la gente de fe no encuentre dificultades y problemas en la tierra. Las aflicciones ―algunas muy duras― que se les presentan tienen por objeto probarles y hacerles más maduros. Pero una vez que las afrontan dócilmente, Dios les alivia todas las dificultades. Por ejemplo, cuando el profeta Abraham (P) corrió el riesgo de ser quemado vivo por su propio pueblo, respondió como musulmán: prefería eso antes que dejar de cumplir los mandatos de Dios. Uno de los sufrimientos más terribles es ser consumido por las llamas. Pero Abraham (P) enfrentó esa prueba del Todopoderoso de modo tan sumiso, que El le libró de todo daño.
Dijo (Abraham): “¿Es que servís, en lugar de servir a Dios, lo que no puede aprovecharos nada, ni dañaros? ¡Uf, vosotros y lo que servís en lugar de servir a Dios! ¿Es que no razonáis?”. Dijeron: “¡Quemadlo y auxiliad así a vuestros dioses, si es que os lo habéis propuesto…!”. Dijimos (habla Dios): “¡Fuego! ¡Sé frío para Abraham y no le dañes!”. Quisieron emplear artimañas contra él (Abraham), pero hicimos que fueran ellos los que más perdieran. (Corán, 21:66-70)
El Corán subraya que quienes no temen las pérdidas que ocurran mientras luchan por la causa de Dios no sufrirán daños y obtendrán muchas recompensas materiales y espirituales.
A aquéllos a quienes se dijo: “La gente se ha agrupado contra vosotros, ¡tenedles miedo!”, esto les aumentó la fe y dijeron: “¡Dios nos basta! ¡Es un protector excelente!”. Y regresaron por una gracia y favor de Dios, sin sufrir mal. Buscaron la satisfacción de Dios. Y Dios es el Dueño del favor inmenso. Así es el Demonio: hace tener miedo de sus amigos. Pero, si sois creyentes, no tengáis miedo de ellos, sino de Mí. Que no te entristezca ver a quienes se precipitan en la incredulidad. No podrán causar ningún daño a Dios. Dios no quiere darles parte en la otra vida. Tendrán un castigo terrible. Quienes compren la incredulidad con la fe no causarán ningún daño a Dios y tendrán un castigo doloroso. (Corán, 3:173-177)
Efectivamente, no existe congoja, dificultad o pena que afecte al creyente que busca complacer a Dios y obedecer Sus preceptos. Esto queda demostrado en el curso de los acontecimientos en los que Dios pone a prueba la determinación, la paciencia y la sumisión del creyente. Si bien resultan molestos y complicados, permiten al paciente y obediente descubrir la misericordia del Todopoderoso, Quien no impone a ningún alma más de lo que ésta puede soportar.
…Dios no pide nada a nadie más allá de sus posibilidades… (Corán, 2:286)
El Misericordiosísimo no sanciona en esta vida ni en la otra a quien Le sirve como es debido. Por el contrario, le recompensa muy generosamente en ambas.
A los que temieron a Dios se les dirá: “¿Qué ha revelado vuestro Señor?” Dirán: “Un bien”. Quienes obren bien tendrán en la vida de acá una bella recompensa, pero la Morada de la otra vida será mejor aún. ¡Qué agradable será la Morada de los que hayan temido a Dios! Entrarán en los Jardines del Edén, por cuyos bajos fluyen arroyos. Tendrán en ellos lo que deseen. Así retribuye Dios a quienes Le temen, (Corán, 16:30-31)
Quienes no son sumisos con Dios ni buscan Su beneplácito sino que siguen sus deseos egoístas, sufrirán tormentos y dificultades para que recapaciten.Los problemas y complicaciones que padecen los creyentes debido a un error, representan advertencias misericordiosas de Dios. En consecuencia, extraen cuidadosamente las lecciones correspondientes, se arrepienten y enmiendan su conducta. Los infieles, sin embargo, nunca aprenden algo de las duras pruebas que sufren, motivo por el que se ganan el tormento eterno en el Más Allá.
El “alma” humana (an-nafs) es otro elemento importante al que se refiere el Corán, con el sentido más general de “personalidad” o “yo” de cada individuo.
Dios habla de los dos aspectos del alma: uno es el que inspira el mal y los actos perversos; el otro es el que protege del mal.
¡Por el alma y Quien le ha dado forma armoniosa, instruyéndole sobre su propensión al pecado y su temor de Dios! ¡Bienaventurado quien la purifique! ¡Decepcionado, empero, quien la corrompa! (Corán, 91:7-10)
Como resulta evidente de los versículos anteriores, el mal existe en el alma de cada ser humano. Sin embargo, quien la purifique alcanzará la salvación. Los creyentes no someten su “yo” al mal. Simplemente, evitan esa situación inspirados por Dios.La manera de pensar de un creyente es mostrada por el profeta José (P): Yo no pretendo ser inocente. El alma exige el mal, a menos que mi Señor use de Su misericordia. Mi Señor es indulgente, misericordioso”. (Corán, 12:53)
Teniendo en cuenta la “propensión del alma al pecado”, el ser humano debe vigilarla siempre. Dijo el Profeta Muhammad (PB): La lucha más grande es la que se libra contra el propio “yo” (nafs). El alma tienta al individuo incesantemente por medio de distintas alternativas atrayentes y nunca consigue la aprobación de Dios. El creyente, sin embargo, no es engañado por la capacidad seductora del alma gracias a su temor a Dios. Siempre se vuelve hacia lo que es correcto para llevar una vida conforme a Su Voluntad. Esa es la actitud del sensato en oposición a la del necio, como dijo el Profeta (PB):
El sensato es el que vigila sus deseos y pasiones mundanos, se abstiene de lo que le es dañino y se esfuerza por lo que le beneficiará después de morir. El necio es el que se somete a sus pasiones y deseos y espera que Dios satisfaga sus apetencias vanas. (Tirmidhi)
Idolatría es, en pocas palabras, asociar cualquier otra cosa a Dios. Algunos que dicen no ser idólatras, en realidad, lo son.Ello se debe a que no comprenden el significado de idolatría. El Corán relata el caso de mucha gente que atribuye socios a Dios, es decir, que son idólatras, aunque no lo acepten.
El día que les congreguemos a todos, diremos a los que hayan asociado: “¿Dónde están vuestros pretendidos asociados (es decir, asociados a Dios)?”. En su confusión, no sabrán decir más que: “¡Por Dios, Señor nuestro, que no éramos asociadores!”. (Corán, 6:22-23)
Nadie debe asegurar que nunca asocia nada a Dios.En consecuencia, siempre debe buscar Su protección para no caer en ello, pues se trata de un gran pecado. Cuando se le preguntó al Profeta (PB) cuál era el mayor pecado, respondió: Atribuir asociados a Dios, siendo que El te ha creado. El Corán manifiesta que Dios puede perdonar todas las faltas y crímenes con excepción de la idolatría.
Dios no perdona que se Le asocie. Pero perdona lo menos grave a quien El quiere. Quien asocia a Dios, comete un gravísimo pecado. (Corán, 4:48)
El punto de partida de la idolatría ―”gravísimo pecado”― es pensar que otras cosas o personas poseen los atributos de Dios, exclusivos de El. Es Dios quien cede por un período de tiempo específico algunos de los mismos (poder, inteligencia, belleza, etc.) a quien quiere. Si se asume que dichos atributos “pertenecen” a algo o alguien distintos de Dios, significa sencillamente que se los está tomando como dioses. Esto se denomina “asociación a Dios”, “atribuir socios a Dios”.
El Corán dice respecto a la unicidad y singularidad de Dios:
Di: “¡El es Dios, Uno, Dios, el Eterno! No ha engendrado, ni ha sido engendrado. No tiene par”. (Corán, 112:1-4)
Como comunica este capítulo, Dios es el único Proveedor y todo Le necesita para existir. Nade Le iguala. Cuando se niega esto y se empieza a pensar que algo puede existir por sí mismo, emerge la idolatría y se olvida que todo está bajo Su control. Surge una falsa creencia sobre la realidad de seres que no necesitan de El, que fijan reglas, que reclaman su aceptación y a los que se recurre en búsqueda de ayuda.
Los creyentes no atribuyen iguales a Dios y sólo se vuelven a El puesto que saben que tiene poder sobre todas las cosas.
A Ti solo servimos y a Ti solo imploramos ayuda. (Corán; 1:5)
En consecuencia, quienes atribuyen socios a Dios se vuelven a cosas o seres que no les pueden ayudar ya que no son “deidades” sino siervos débiles como ellos.
¿Le asocian dioses que no crean nada ―antes bien, ellos mismos han sido creados― y que no pueden auxiliarles a ellos ni auxiliarse a sí mismos? Si les llamáis a la Dirección, no os siguen. Les da lo mismo que les llaméis o no. Aquéllos a quienes invocáis, en lugar de invocar a Dios, son siervos como vosotros. ¡Invocadles, pues, y que os escuchen, si es verdad lo que decís…! (Corán, 7:191-194)
Por consiguiente, la idolatría es una gran infamia, un gran engaño y algo muy poco sensato. El Corán describe la insensatez de los que atribuyen socios a Dios.
¡Hombres! Se propone una parábola. ¡Escuchadla! Los que invocáis en lugar de invocar a Dios serían incapaces de crear una mosca, aún si se aunaran para ello. Y, si una mosca se les llevara algo, serían incapaces de recuperarlo. ¡Qué débiles son el suplicante (el asociador) y el suplicado (la deidad)! No han valorado a Dios debidamente. Dios es, en verdad, fuerte, poderoso. (Corán, 22:73-74)
La idolatría se presenta de diferentes maneras. Cuando se toma fuera de Dios como deidad a alguien o algo, se busca su aprobación, se deposita la esperanza en eso y se aceptan sus juicios como verídicos. De esa manera los individuos se someten a millones de supuestas deidades. Esperan encontrar ayuda o alivio en quienes son tan impotentes como ellos. Quien atribuye iguales a Dios se coloca en una situación insuperable y el daño que se produce es enorme.
…la asociación (a Dios) es una impiedad enorme!”. (Corán, 31:13)
Quien actúa así se perjudica él solo: Dios no es nada injusto con los hombres, sino que son los hombres los injustos consigo mismos. (Corán, 10:44).