Batlamyus
La gente ha observado el universo a lo largo de los años y ha intentado descubrir sus secretos. Muchos investigadores hicieron aportes novedosos, teniendo en cuenta las limitaciones en materia de estudio que existían en la época de cada uno de ellos. Otros propusieron tesis que llamaron la atención, aunque después se las consideraron equivocadas. Veamos algunos ejemplos.
Claudio Tolomeo, científico y filósofo del siglo II a.C, vivió en Alejandría cuando ésta era el polo de la investigación. Observó la bóveda celeste para desentrañar aspectos del universo y enterarse de cuál era el lugar que ocupaba en el mismo nuestro planeta, de qué modo se movían el Sol y la Luna. Llegó a la conclusión de que la Tierra era el centro del universo, que estaba fija y que el Sol, la Luna y las estrellas giraban en su derredor. Lo que escribió atrajo la consideración de muchos, fue traducido a numerosos idiomas e influenció grandemente en la cultura europea. La Iglesia Católica basó su teología en el modelo tolomeico. Poco después algunos advirtieron contradicciones en dicho enunciado, pero se vieron obligados a mantenerse callados dada la popularidad de la que gozaba el astrónomo. Pero esas discrepancias, una vez planteadas, no se pudieron ocultar fácilmente. Es Copérnico quien exhibe en el siglo XV los errores de las ideas tolomeicas, oponiéndose firmemente al concepto geocéntrico del universo. Con el paso del tiempo se supo que nuestro planeta giraba alrededor del Sol, que éste era una estrella entre millones de otras en la Vía Láctea y que ésta a su vez era un ejemplo de las incontables galaxias compuestas de estrellas.
En cuanto al fuego, los humanos siempre han quedado fascinados por las llamas que el mismo despide, pero durante mucho tiempo no supieron cómo se producía. El investigador alemán G. E. Stahl intentó descubrirlo a fines del siglo XVI. Luego de realizar los experimentos del caso propuso que era causado por una sustancia invisible llamada phlogistón, innata en determinados objetos. Según él, cualquier cosa que contuviese phlogistón ardía rápidamente, en tanto que las sustancias que carecían del mismo jamás se quemarían. Se llegó a pensar que el humo, producto de la combustión, se trataba de la expulsión del phlogistón de la materia y que debido a ello ésta mermaba de volumen y perdía resistencia. También se llegó a creer que cuando el material que ardía se apagaba, se debía a que se obstruía la emisión de phlogistón. Pero en su momento se observó que los metales, al quemarse, no disminuían su volumen ni se destruían. Eso hizo que se empezara a dudar de la teoría de Stahl.
A fines del siglo XVIII se descubrió que la atmósfera estaba compuesta por distintos tipos de gases. Mientras algunos intentaron explicar las diferentes maneras en que ardían, en función de la idea del phlogistón, los experimentos realizados con el oxígeno invalidaron los demás conceptos. El investigador francés Antonio Lavoisier descubrió, a través de ensayos en los que en un medio muy oxigenado quemaba elementos metálicos, que aumentaba el peso de éstos y disminuía el del oxígeno. Así se demostró la fuente del fuego: se producía cuando el objeto en cuestión, a través de un proceso, se combinaba con el oxígeno. Es decir, ¡nunca existió la sustancia hipotética llamada phlogistón!
Otro caso de un error científico es el de la “explicación” del origen de la electricidad. El físico italiano Luigi Galvani realizaba experimentos con animales en el decenio de 1780 y se encontró repentinamente, según creyó, con una nueva fuente productora de ese flujo. Observó que al tocar la pata desollada de una rana con un objeto metálico, se producía una contracción y saltaba una chispa en una máquina electrostática. Entonces supuso que el metal extraía electricidad de los músculos y nervios del animal.
Sin embargo, su colega Alejandro Volta, quien intuía lo que realmente sucedió en el trabajo del anterior, realizó sus propias pruebas. Ató una pata de la rana con uno de los extremos de un alambre y la otra pata con el otro extremo. Al ver que no se producía ninguna contracción muscular, rechazó que la electricidad proviniese de la rana o de cualquier otro animal. Después se supo que la misma es producida por una corriente de electrones y que el metal la conduce más fácilmente. La teoría de la “electricidad animal” resultaba, simplemente, un error en un momento particular de la historia.
Estos ejemplos muestran con toda claridad que en el pasado se afirmaban cosas totalmente equivocadas acerca de procesos que hoy día son bien conocidos. Esos errores de interpretación se cometían debido a la comprensión limitada o a prejuicios de quienes realizaban las experiencias y al poco desarrollo de los equipos de investigación. Entre dichos equívocos, el principal y más duradero es el de la teoría presentada respecto al origen de la vida. Las ilógicas afirmaciones en la materia ejercieron una influencia mucho mayor que cualquiera de los casos antes citados. Además, esa hipótesis llamada darwinismo, se unió a la visión materialista del mundo en su creencia en la evolución.
A pesar de la falta de evidencias, al principio, algunos la consideraron “científica”. Aunque ya en 1859 se sabía que el libro El Origen de las Especies publicado por Charles Darwin era incoherente, despertó el interés de ciertos círculos. Su autor no se apoyaba para nada en pruebas genéticas o bioquímicas. No obstante, sus aseveraciones inexactas basadas en descubrimientos fósiles aún no relevantes, lograron, entre determinada gente, amplia aceptación por razones filosóficas. Existía una clara afinidad entre la filosofía materialista y la teoría de Darwin. Este intentó explicar el origen de todo lo viviente en términos de casualidad y factores materiales, rechazando, en consecuencia, la existencia del Creador. Hubo que esperar hasta el siglo XX para que una serie de descubrimientos demostrasen lo errado de su proposición, totalmente ilógica e irracional.
Si bien para unos pocos grupos científicos el darwinismo aún es una gran obsesión, ello no impide percatarse de que está en sus últimos estertores. Una por una se han derrumbado todas las suposiciones que lo respaldaban. Y la única razón para que aún siga boqueando, es que algunos grupos de investigadores adhieren fanáticamente a la filosofía materialista en la que se fundamenta. El mundo del darwinismo se asemeja a la Unión Soviética en la segunda mitad del decenio de 1980, momento en el que la ideología comunista se precipitó en el caos y sus conjeturas se evidenciaron erróneas, aunque las instituciones del sistema aún seguían existiendo. Se creyó que políticas como la Glasnot y Perestroika podrían reformar y revivir a los soviets, pero su final era inevitable. No obstante, las generaciones que recibieron el lavado de cerebro stalinista se siguen aferrando a sus criterios tercamente. En consecuencia, aunque el sistema comunista ha colapsado a todos los fines prácticos, es mantenido a flote por los dogmáticos un tiempo más.
De cualquier manera, algunos percibieron con bastante antelación que el comunismo estaba básicamente exhausto. Muchos observadores occidentales habían escrito que lo único que podía hacer el establishment soviético era lentificar el colapso ineludible.
En este libro describiremos la manera en que también el darwinismo ha muerto hace rato desde el punto de vista científico. Y aunque se siga creyendo en el mismo, ya está en claro que carece de todo fundamento basado en investigaciones serias, pues, finalmente, se demostraron inválidas sus afirmaciones, al ser refutadas todas las supuestas pruebas que “ratificaban” la evolución. No pasará mucho tiempo antes de que la comunidad científica, bajo el hechizo de la teoría de Darwin, reconozca la verdad, y entonces se asombrará de cómo pudo haber estado atrapado por la misma. En palabras del estudioso sueco Sören Lövtrup, “…algún día el mito del darwinismo será considerado el engaño más grande en la historia de la ciencia”1. Es en función de ese esclarecimiento que aquí presentamos toda la información científica necesaria. Lo único que resta entonces, es su aceptación.
En las páginas que siguen examinaremos distintos antecedentes que han invalidado la teoría de la evolución. Y mostraremos que su gran equivocación se basó en el nivel inadecuado de la ciencia del siglo XIX.
1- Søre n Løvtrup , Darwinism: The Refutation of A Myth, Croom Helm, New York, 1987, s.422