Lazzaro Spallanzani
El darwinismo afirma que los seres vivientes no pasaron a existir con un propósito o plan sino como resultado de eventos azarosos. El primer eslabón en esa cadena, según los materialistas, sería la aparición de lo animado a partir de la materia inanimada. Antes de discutir si hay o no un proceso evolutivo natural, se debe demostrar que la vida pudo haber surgido por casualidad.
El darwinismo afirma que los seres vivientes no pasaron a existir con un propósito o plan sino como resultado de eventos azarosos. El primer eslabón en esa cadena, según los materialistas, sería la aparición de lo animado a partir de la materia inanimada. Antes de discutir si hay o no un proceso evolutivo natural, se debe demostrar que la vida pudo haber surgido por casualidad.
En algún momento se dijo que la observación y el experimento daban una respuesta afirmativa a la última pregunta. Es decir, se creyó que la materia insensible podía originar la vida y la evolución de ésta. Pero no se tuvo en cuenta cuán rudimentarias y deficientes eran las pruebas y los conocimientos que llevaron a esa conclusión. Veamos algunos casos.
Los egipcios de la antigüedad que vivían al lado del Nilo, pensaban que cuando se producían inundaciones en la estación lluviosa, proliferaban las ranas porque era el barro el que las generaba. Y no sólo a ellas sino también a las víboras, a los gusanos y a los ratones. Ese concepto equivocado se debía a que las observaciones eran superficiales.
De la misma manera, muchas sociedades paganas que creían que esa frontera se podía cruzar fácilmente, no tenían en claro los límites entre lo animado y lo inanimado. En la mitología hindú, el mundo pasa a existir a partir de una gran burbuja de materia llamada prakriti y un proceso evolutivo de ésta habría hecho surgir todas las cosas animadas e inanimadas. Anaximandro, el filósofo de la Grecia antigua y pupilo de Tales, escribió en su libro Sobre la Naturaleza que los animales provenían de la vaporización de un lodo en el corazón del Sol.
La base de todas esas concepciones radicaba en la creencia de que lo viviente tenía estructuras muy elementales. Y aunque la ciencia empezó a desarrollarse en Europa en el siglo XVI, esa opinión se mantuvo casi hasta el siglo XIX porque los estudiosos no tenían los medios para analizar los detalles minúsculos, especialmente las células y las moléculas.
Algunos experimentos y observaciones de poca monta convencieron a los investigadores de que la materia viva era algo extremadamente simple. Por ejemplo, el químico belga Jan Baptista van Helmont (1577-1644), desparramó algo de trigo sobre una camisa sucia y después de un tiempo observó ratones que corrían alrededor de ese pedazo de tela. Entonces sacó la conclusión de que los ratones se producían por la combinación del trigo con la camisa. El investigador alemán Athanasius Kircher (1601-1680) hizo un experimento similar. Derramó miel sobre unas moscas muertas y después, cuando vio otras moscas volando en torno de ésta, asumió que la combinación de miel con moscas muertas producía mosquitas.
Otros científicos más atentos comprendieron que esas deducciones eran erróneas. El investigador italiano Francisco Redi (1626-1697) fue el primero en hacer un experimento controlado para dilucidar esta cuestión. Se valió del método del aislamiento y descubrió que las larvas en la carne no pasaban a existir por generación espontánea sino que se desarrollaban a partir de los huevos depositados allí por las moscas. Es decir, demostró que la vida no provenía de la materia inanimada sino sólo de otra vida y ese proceso pasó a ser conocido como biogénesis. Por otra parte, a la supuesta generación espontánea de vida se la denominó abiogénesis.
La discusión entre ambas tesituras fue continuada en el siglo XVIII por John Needham (1713-1781) y Lázaro Spallanzani (1729-1799). Cada uno de ellos cocinó un pedazo de carne y luego los aislaron del contacto con las moscas. Needham observó que en el suyo aparecieron las larvas y lo consideró la constatación de la abiogénesis. Spallanzani repitió el experimento pero mantuvo la ebullición durante más tiempo y el resultado fue que no se presentó ninguna cría del insecto. Aunque demostró la invalidez de la abiogénesis, mucha gente no creyó en su experimento y dijo que al cocinar tanto tiempo la carne había hecho desaparecer el “poder vital” de la misma.
El reconocido químico francés Luis Pasteur, por su parte, desaprobó la abiogénesis en 1860, a pesar de que una gran cantidad de personas creía que la materia inanimada podía generar bacterias y otros gérmenes, aunque no fuesen visibles como las larvas.
Los experimentos de este reconocido sabio y distintos debates hicieron problemático el concepto de generación espontánea, motivo por el que seguramente el primer libro de Darwin no se ocupa del origen de las especies, a pesar de su título. Sólo dice que la primera célula podría haber pasado a existir en “un pequeño charco caliente”.
Escribe su autor a Joseph Hooker en 1871:
“Se dice a menudo que todas las condiciones para que se produzca
un organismo vivo pudieron haber existido en algún momento pero no actualmente. Si hoy día concibiésemos un pequeño charco con todo tipo de sales fosfóricas y amoniacales, luz, calor, electricidad, etc., de modo que se formase de inmediato un compuesto químico que pasaría rápidamente por cambios más complejos, esa materia sería destruida o absorbida instantáneamente. Posiblemente no fue este el caso antes de que se formasen las criaturas vivientes”7.
En resumen, Darwin sostenía que si un charco pequeño con agua cálida contuviese los elementos esenciales para la vida, se podrían formar proteínas que luego se multiplicarían y combinarían para formar una célula. No obstante, aseguraba que era imposible que se produjera eso bajo las condiciones actuales, aunque haya podido ocurrir en un período anterior.
Ambas afirmaciones son pura especulación sin fundamentos científicos.
Pero sus presunciones inspirarían a los evolucionistas que le siguieron, quienes se empeñaron en una tarea infructuosa.
Dicho esfuerzo inútil se apoyaba en un error defendido durante siglos que también despistó a Darwin: Sostener, con el nivel de ley natural, que la vida es nada más que un accidente.
Desde entonces han pasado más de cien años y miles de científicos han intentado explicar su origen en función del evolucionismo. Dos de ellos, con trabajos originales, fueron el ruso Alexander Oparin y el inglés J. B. S. Haldane, ambos marxistas. Presentaron la teoría denominada “evolución química” y propusieron, como soñó Darwin, que las moléculas –la materia prima de la vida– podían evolucionar espontáneamente y formar una célula si se les adicionaba energía.
La teoría de Oparin y Haldane ganó fuerza a mediados del siglo XX debido a que áun no se comprendía la verdadera complejidad del caso. El joven químico Stanley Miller se sumó a los dos anteriores para intentar dar respaldo científico a la tesis de la “evolución química”.
Cualquiera que hojee hoy día la literatura evolucionista que trata del origen de la vida, probablemente verá que presenta el “Experimento Miller” como la prueba más importante sobre la misma. Muchos libros de texto de biología informan a los estudiantes en una serie de países sobre lo trascendente de esa experiencia y la claridad que aportó al tema. Pero por lo general no cuentan los pormenores de ese trabajo, el verdadero resultado obtenido y la supuesta luz que arrojó en la materia. Para dilucidarlo resumiremos los hechos relevantes que aparecen en otra bibliografía.
En 1953 y bajo la supervisión del maestro Harold Urey del Departamento de Química de la Universidad de Chicago, el estudiante graduado Stanley Miller construyó un aparato que permitía la circulación de una mezcla de gases, en el que, a su vez, se produciría una circulación de descargas eléctricas durante más de una semana. Finalmente observó que se habían sintetizado unos cuantos aminoácidos. Algunos eran propios de los seres vivos y otros no.
Los aminoácidos son los “ladrillos” de las proteínas y éstas el material básico de los organismos animados, pues las células se producen a partir de algunos miles de proteínas distintas. En otras palabras, los aminoácidos son el componente más pequeño de cualquier cosa viviente.
Es debido a ello que dicha síntesis de aminoácidos provocó una gran conmoción entre los evolucionistas. Así nació la leyenda sobre esa prueba de laboratorio, que duró decenios.
Sin embargo, poco a poco se fue comprendiendo que el experimento era inválido. En 1970 se comprobó que la atmósfera primordial de la Tierra se componía principalmente de nitrógeno y dióxido de carbono y que no contenía la proporción de metano y amoníaco supuesta y usada por Miller. Es decir, se evidenció que el escenario presentado por éste era insostenible, puesto que el nitrógeno (N2) y el dióxido de carbono (CO2) no son apropiados para la formación de aminoácidos. Un artículo aparecido en la revista Earth en 1998 resume esta cuestión:
“Hoy día se considera que el escenario de Miller es bastante inseguro. Una de las razones para ello es que los geólogos piensan ahora que la atmósfera primordial consistía principalmente en dióxido de carbono y nitrógeno, gases que son menos reactivos que los usados en el experimento en 1953”8.
En otra revista científica bien conocida, National Geographic, ese mismo año se escribió lo siguiente:
“Muchos científicos sospechan ahora que la atmósfera primordial (de nuestro planeta) era distinta a la supuesta por Miller. Piensan que consistía en nitrógeno y dióxido de carbono antes que en hidrógeno, metano y amoníaco. Esta es una mala noticia para los químicos. Cuando éstos producen la combinación de dióxido de carbono y nitrógeno, obtienen una cantidad muy reducida de moléculas orgánicas”9.
En 1955 el periodista y responsable de la revista Science Jon Cohen, dio una interpretación esclarecedora, en un artículo histórico, al decir que los investigadores del origen de la vida no tomaban en cuenta el “Experimento Miller”. Y subrayó la razón de ello: “la atmósfera primordial (de nuestro planeta) no se parecía en nada a la simulada por Miller-Urey”10.
Además, al comprenderse que la atmósfera era rica en oxígeno, ese experimento y otros escenarios evolucionistas en el campo de la química, perdieron entidad porque el oxígeno tiene la capacidad especial de oxidar, es decir, quemar todas las moléculas orgánicas. En los organismos animados este peligro queda bloqueado por sistemas de enzimas muy especiales. Es imposible que en la naturaleza no se oxide una molécula orgánica aislada.
A pesar de todas las realidades mencionadas, durante decenios se elogió exageradamente ese ensayo por considerárselo una explicación muy importante del origen de la vida. En los libros de textos se decía (y se sigue diciendo) a los estudiantes que “Miller mostró cómo podían sintetizarse los componentes orgánicos”, o que “Miller comprobó cómo se formaron las primeras células”.
Este es el motivo por el que mucha gente ilustrada está equivocada al respecto. Por ejemplo, en algunos artículos que se ocupan de la teoría de la evolución, podemos leer cosas como esta: “la combinación y cocción de materia orgánica, como aminoácidos y proteínas, produce vida”.
Es posible que la prueba en cuestión condujese a algunos a creer casi ciegamente en esa tesitura. Pero la verdad es que nunca se observó lo que se dice que sucedía. Como explicamos, hoy día se comprende su invalidez en cuanto al origen de los aminoácidos. Es decir, ha sufrido el mismo destino que la llamada comprobación de la abiogénesis por parte de Jan Baptista van Helmont a través de los ratones, un pedazo de tela y un poco de trigo, o que el experimento de Athanasius Kircher.
Jeremy Rifkin hace la misma comparación en su libro Algeny: Una Palabra Nueva – Un Mundo Nuevo, al decir que si los científicos se hubiesen tomado la molestia de tener la más mínima sospecha, se habrían percatado que se trataba de una ficción, como la de esos que antes habían afirmado –en base a observar las larvas que salían de los desperdicios– que la vida procedía de la materia inanimada11.
Quienes consideran importante los resultados del experimento de Miller, no comprenden que fue realizado bajo condiciones artificiales creadas por su ejecutor y que la supuesta atmósfera primordial lograda no tenía nada que ver con la que existió en la Tierra inicialmente. Es decir, la prueba de laboratorio operó bajo pautas inválidas. Y lo que es más importante, el hecho de sólo sintetizar aminoácidos no significa creación de vida.
Si comparamos una célula activa con un gran complejo fabril, los aminoácidos sólo son la materia que forman los ladrillos para las paredes de los edificios. No obstante, no deja de ser de suma importancia la forma que tendrán esos ladrillos y la manera u orden en que serán colocados. Hasta ahora ningún experimento ha mostrado cómo pasan a existir los aminoácidos espontáneamente o cómo pueden autoorganizarse para producir una proteína funcional. Si vamos un paso más allá, sabemos que para que exista una célula viva es necesario un mecanismo complejo totalmente sincronizado: cientos de proteínas distintas, codificaciones en el ADN, enzimas para descifrarlas y una membrana permeable. Como se sabe, nunca ha sido posible una “evolución química” que lo produzca. Y creer en su posibilidad es poner la esperanza en algo absurdo. Paul Davies, el conocido físico y escritor de temas científicos, realiza un importante comentario en la materia:
“Algunos investigadores dicen: ‘Introduzca energía allí y la vida se generará espontáneamente’. Esto es como decir: ‘Ponga una barra de dinamita bajo una pila de ladrillos, hágala explotar y ¡le quedará construida una casa!’. Por supuesto, no tendrá una casa construida sino una gran cantidad de escombros. La dificultad para dar razón del origen de la vida radica en la imposibilidad de explicar de qué manera pasa a existir espontáneamente esa estructura muy organizada de moléculas complejas, como producto de una descarga de energía sin orden ni concierto. ¿Cómo se autoorganizaron esas moléculas particularmente intrincadas?”12.
En verdad, el ejemplo que da Davies contiene la solución correcta al problema del origen de la vida. ¿Es razonable suponer primero que el caos generó una vivienda y teorizar después de qué modo sucedió eso? O acaso, ¿no es más cuerdo decir que dicha construcción es la resultante de una capacidad de organización y creación conciente? La respuesta es obvia.
Muchos científicos rechazaron el mito de la evolución química después que en los últimos veinte años se llegó a comprender las complejas particularidades que conlleva lo viviente y empezaron a explicar su origen como un acto de la Creación.
Lo que motivó inicialmente que la realidad de la Creación sea entendida claramente, es la gran complejidad de la vida, algo que ni siquiera fue imaginado en la época de Darwin. Michael Behe, profesor de bioquímica de la Universidad de Lehigh (EE. UU.), escribe acerca del tema en La Caja Negra de Darwin:
“Desde mediados del decenio de 1950 la bioquímica ha aclarado concienzudamente cómo opera la vida a nivel molecular… Diecinueve siglos de investigaciones no pudieron ni siquiera conjeturar respecto a lo que hace a la visión, la inmunidad o la capacidad motora, pero la bioquímica ha identificado después las moléculas que permiten ésas y otras funciones. La idea que se tuvo en algún momento de que los fundamentos de la vida eran extremadamente simples se hizo añicos. La visión, la motricidad y demás mecanismos biológicos han probado ser tan o más sofisticados que los artificios técnicos propios de los automóviles o de los aparatos de televisión. Por medio del estudio se ha hecho enormes progresos en la comprensión de la química de la vida, pero la complejidad y delicadeza de sus sistemas a nivel molecular han paralizado los intentos de la ciencia por dar razón de sus orígenes… Muchos investigadores han afirmado temerariamente que las explicaciones ya existen o existirán más temprano o más tarde, pero en la literatura científica no se puede encontrar nada que sustente lo expresado. De todos modos, lo principal es que en base a la estructura de los sistemas biológicos hay razones que fuerzan a pensar que cualquier explicación darwinista respecto de los mecanismos de la vida, siempre será pasajera”13.
¿Qué es lo que hace a la célula tan compleja?
Dice Behe:
“Poco después de 1950 la investigación hizo posible determinar las formas y propiedades de algunas moléculas que mantenían la vitalidad de los organismos. A través de muchos experimentos realizados gradualmente y con gran desvelo, se fue aclarando la estructura de cierta cantidad de ellas y la manera en que operaban. ¡El cúmulo de resultados nos permitió saber con absoluta certeza que la vida se basa en mecanismos constituidos por las mismas! Las máquinas moleculares transportan cargas de un lugar a otro de la célula a lo largo de ‘autopistas’, hechas de otras moléculas, en tanto que otras más cumplen el papel de amarras, sogas y aparejos que mantienen a la célula en el estado que le es propio. Las máquinas antedichas controlan la ‘conexión’ o ‘desconexión’ interna de la célula, produciendo su muerte o desarrollo. Dispositivos activados por la luz solar capturan la energía de los fotones y la acumulan como elementos químicos. Otros artificios permiten que la corriente eléctrica fluya a través de los nervios. Las moléculas dan forma a herramientas apropiadas que a su vez construyen más máquinas moleculares. La célula se desplaza, se replica ella misma y se alimenta por medio de esas creaciones ingeniosas. En resumen, la vida es algo enormemente intrincado y todo su proceso es controlado por maquinarias moleculares muy sofisticadas, en tanto que sus particularidades la mantienen en un equilibrio muy sutil”14.
El físico y biólogo molecular israelí Gerlad Schroeder subraya dicha complejidad extraordinaria:
“…Término medio, por segundo, cada célula en su cuerpo está formando dos mil proteínas. ¡Por segundo! En todas las células. Continuamente. Y lo hace sin alharaca. Nosotros no nos percatamos de ello en lo más mínimo. Una proteína es una cadena de varios cientos de aminoácidos y cada unos de éstos es una molécula que cuenta con unos veinte átomos. Cada una y todas las células de su cuerpo están seleccionando ahora, correctamente, unos quinientos mil aminoácidos –los cuales constan de alrededor de diez millones de átomos– que se organizan en cordeles predeterminados y se mantienen unidos, controlando que los enlaces se produzcan de una manera específica, para luego trasladar cada proteína a un sitio, al interior o exterior de la célula, a lugares que de alguna manera las reclamaban. Por segundo. Cada célula. Su cuerpo, al igual que el mío, es una maravilla viviente”15.
Como escribió Paul Davies, asegurar que este sistema espectacularmente intrincado es producto de la casualidad o de “leyes naturales”, es como afirmar que una casa pudo ser construida por medio de dinamitar un montón de ladrillos. Estas son las razones que dejan a los darwinistas sin argumentos. Behe comenta que ninguna de las publicaciones de éstos reporta una explicación respecto al origen de la vida según sus ideas:
“Si usted escudriña la literatura científica evolucionista para saber específicamente de qué manera se desarrollaron las máquinas moleculares –fundamentos de la vida–, se encontrará con un silencio absoluto y pavoroso. La complejidad del fundamento de la vida ha paralizado los intentos de la ciencia por dar razón del mismo. Las máquinas moleculares levantan una barrera infranqueable a la investigación general de los darwinistas”16.
En síntesis, las profundas investigaciones sobre el origen de la vida han contribuido a causar la defunción de la teoría de la evolución. Por lo tanto, ¿por qué hay gente que aún adhiere a la misma?
Harold Urey, uno de los coautores del Experimento Miller, admite:
“Todos los que estudiamos el origen de la vida, descubrimos que cuanto más lo hacemos más percibimos que es demasiado laberíntico para que halla evolucionado a partir de lo que sea. Todos nosotros creemos, como un artículo de fe, que la vida pasó a existir en este planeta a partir de la materia inerte. Pero su complejidad es tan grande que nos es difícil imaginar que haya sido así”17.
Urey dice que él y muchos de sus colegas “creen” que el origen de la vida fue un suceso casual. Es decir, lo que queda claro es que el fundamento del Experimento Miller no fue lo científico sino la fe. Y la idea de que lo único que existe es la materia, de que todo debe ser explicado en función de los efectos físicos, es la esencia de la filosofía materialista.
El darwinismo ha colapsado científicamente y sólo la creencia ciega en la filosofía que sustenta lo mantiene vivo. Pero nunca más alzará vuelo como teoría razonable.
7- CHARLES DARWIN TO J.D. HOOKER, Down [March 29, 1863]. http://ibiblio.org/gutenberg/etext00/2llcd10.txt
8- "The Crucible of Life", Earth, Şubat 1998
9- "Origin of Life on Earth", National Geographic, Mart 1998
10- Jonathan Wells, Icons of Evolution, Science or Myth, Why Much of What We Teach About Evolution is Wrong, Washington, DC, Regnery Publishing, 2000, s. 21
11- Jeremy Rifkin, Darwin'in Çöküşü, Ufuk Kitapları, İstanbul 2001, s.133
12- Paul Davies, C.W. [renouned physicist] & Adams Phillip [journalist], "More Big Questions," ABC Books: Sydney, Australia, 1998, ss.53-54, 47-48, 48
13- Michael J. Behe, Darwin'in Kara Kutusu, "Evrim Teorisi"ne Karşı Biyokimyasal Zafer, Aksoy Yayıncılık, 1998, s.8
14- Michael J. Behe, Darwin'in Kara Kutusu, s.14
15- Gerald L. Schroeder, Tanrı'nın Saklı Yüzü, Gelenek Yayıncılık, Nisan 2003, İstanbul, ss.67-68
16- Michael J. Behe, Darwin'in Kara Kutusu, s.15
17- W. R. Bird, The Origin of Species Revisited, Nashville: Thomas Nelson Co., 1991, s. 325