Loren Eisley
El 14 de junio de 2003 apareció en New Scientist un artículo titulado “¿Cómo Se Forman las Nuevas Especies?”, escrito por George Turner, que brinda un apoyo fervoroso al darwinismo a la vez que admite algo importante:
“Hasta no hace mucho creíamos que sabíamos cómo se formaban las especies. Pensábamos que el proceso comienza casi siempre con un aislamiento completo de poblaciones, cosa que ocurría luego que éstas pasaban por un severo ‘cuello de botella’, como podría ser el caso de una hembra preñada arrastrada a una isla remota, donde la descendencia se cruza entre ella. La belleza de este modelo llamado ‘efecto fundador’ residía en que podía ser comprobado en el laboratorio. Pero nunca se logró eso. A pesar de la dedicación plena y total de los mejores biólogos evolucionistas, ninguno ha podido crear una nueva especie a partir de una población fundadora. Además, hasta donde sabemos, nunca se han formado nuevas especies como resultado de liberar una pequeña serie de organismos en ambientes extraños”102.
En verdad, no se trata de algo novedoso. En el siglo y medio transcurrido desde Darwin, jamás fue observada una "especiación" como la propuesta por él y nunca se dio una explicación satisfactoria del origen de las especies.
Para entender de qué hablaba, debemos saber que se basó en las observaciones de las variaciones en las poblaciones de animales, realizadas por personas dedicadas a su cría, quienes conseguían una mejor calidad de caninos, bovinos o aves. Seleccionaban algunos ejemplares con características deseables, como ser alta velocidad de desplazamiento, buena producción láctea o gran “habilidad”. Pocas generaciones después obtenían una alta proporción de esas cualidades seleccionadas. Por ejemplo, vacas con una producción de leche mucho más elevada que las demás o perros muy veloces.
Este tipo de “variación limitada” hizo pensar a Darwin que era parte de una modificación continua. Supuso, en consecuencia, que en un período de tiempo muy extenso la criatura del caso expondría modificaciones radicales, es decir, cambios evolutivos.
La segunda observación que hizo fue sobre las distintas formas de pico que tenían los pinzones en las Islas Galápagos, en comparación con los de tierra firme. Al ver que los insulares tenían picos largos, cortos, curvos o rectos, concluyó que dichas variedades se convirtieron en especies distintas por medio de aparearse entre ellas.
Reunió todos esos ejemplos de variación y dedujo que en la naturaleza ocurrieron modificaciones ilimitadas que daban lugar a nuevas especies, órdenes y clases, para lo cual lo único que se requería era el transcurso de muchísimo tiempo. Pero estaba equivocado.
La selección y reproducción de individuos con características dominantes sólo genera miembros más fuertes y mejores, pero de ninguna manera especies diferentes: un caballo no puede descender de un gato, una jirafa no puede descender de una gacela ni un ciruelo de un peral. Los durazneros no se transforman en bananos ni las plantas de clavel en rosales. En resumen, bajo ninguna condición puede surgir una especie de otra. En las páginas que siguen daremos cuenta de las equivocaciones de Darwin en la materia.
Como dijimos antes, el autor de El Origen de las Especies consideraba que, si en el transcurso de unas pocas generaciones, vacas, perros y palomas exhibían variaciones, seguramente en el lapso de muchísimas generaciones podrían alterar sus estructuras por completo. Pero los experimentos y las observaciones hechos desde entonces, han comprobado que esa suposición resulta totalmente falsa.
Todo lo hecho en el siglo pasado en materia de reproducción de animales e hibridación de vegetales, reveló límites imposibles de superar en la variación natural. Uno de los nombres más conocidos en este campo es el de Luther Burbank, quien creía que esos límites estaban regidos por una ley especial desconocida:
“Sé por mi experiencia que se puede desarrollar una ciruela de distintas longitudes entre 1,5 y 2,5 pulgadas (entre 3,8 y 6,3 centímetros), pero estoy resuelto a admitir que no hay ninguna esperanza de intentar obtener una pequeña como un guisante o grande como una toronja… Es decir, el desarrollo tiene límites que se rigen por una ley… Muchísimos experimentos nos han brindado la prueba científica de lo que ya ha sido barruntado en función de las observaciones. En otras palabras, (nos dimos cuenta que) las plantas y los animales tienden a revertir a una medida dada o media con el paso del tiempo… (Puedo decir) para concluir, que hay algo que empuja hacia ese punto medio, algo que mantiene a los seres vivientes dentro de unos límites más o menos fijos”103.
Actualmente, se logran algunos cambios genéticos por medios artificiales en animales y vegetales. Se pueden producir caballos más robustos y repollos más voluminosos. Pero está claro que Darwin hizo deducciones equivocadas de esas posibilidades. Loren Eisley, uno de los antropólogos más prominentes, explica:
“Parecería que la reproducción esmerada para mejorar la calidad de caballos de raza o repollos, no es en verdad el camino para la deriva biológica o evolución. En esto hay una gran ironía porque ese tipo de propagación ha sido usado como argumento… en defensa del evolucionismo”104.
Asimismo, el biólogo y ecologista de la Universidad de Florida Edward S. Deevey, señala que en la naturaleza hay un límite para la variación: “Aún el trigo es trigo y no, por ejemplo, toronja. Y de ninguna manera podemos hacer que a los cerdos les crezcan alas o que las gallinas pongan huevos cilíndricos”105.
Los experimentos realizados con moscas de la fruta también chocan con la pared de la “limitación génica”. En todos ellos hubo cambios sólo hasta cierto punto. El conocido neodarwinista Ernst Mayr informa sobre dos pruebas de laboratorio con dicho insecto:
“En la estirpe inicial la cantidad de pelitos en machos y hembras era de unos 36. Y aunque la selección de los individuos con menos pilosidad redujo el término medio, después de 30 generaciones, a 25, con esa camada se terminaba la reproducción debido a la aparición de la esterilidad… En otra cepa seleccionada para una mayor producción de pelitos, el progreso fue firme al principio. En 20 generaciones la cantidad pasó de 36 a 56, sin un marcado aumento del largo. Pero también entonces primó la esterilidad”106.
Después de esos experimentos Mayr llegó a la siguiente conclusión:
“Es obvio que cualquier mejora drástica mediante la selección agota seriamente la provisión o reserva de variabilidad genética… La respuesta más frecuente a una selección unilateral es el declive de la aptitud o idoneidad general. Esto fastidia virtualmente cada experimento de reproducción”107.
Uno de los textos más importantes que trata este tema es Límites Naturales Para la Alteración Biológica, escrito por el profesor Lane P. Lester y el biólogo molecular Raymond G. Bohlin. Manifiestan en la introducción:
“No cabe ninguna duda que, con el paso del tiempo, las poblaciones de organismos vivientes pueden modificarse en su anatomía, fisiología, estructura genética, etc. Lo que no acertamos a responder (o es difícil de precisar) es el siguiente interrogante: ¿Cuántas modificaciones son posibles y a través de qué mecanismos genéticos? La reproducción de plantas y animales nos puede brindar un impresionante conjunto de ejemplos que demuestran el grado en que pueden ser alterados los sistemas vivientes. Quien se ocupa de mejorar o desarrollar una raza de perro, siempre obtendrá un animal de esta especie, aunque posiblemente con características algo extrañas, pero nunca dejará de ser perro. La mosca de la fruta siempre será mosca de la fruta, la rosa siempre será rosa, etc.”108.
Los autores del libro arribaron a dos conclusiones a través de sus observaciones y ensayos:
1) No se logra ninguna nueva información genética sin interferencia desde el exterior en los genes del organismo del caso. Sin dicha intervención nunca aparecen en la naturaleza nuevos datos biológicos. Es decir, no pueden pasar a existir nuevas especies, nuevos órganos o nuevas estructuras. Lo único que se presenta naturalmente es la “variación genética” en alguna especie dada. Esas alteraciones limitadas, por ejemplo, en perros, incluyen el mayor o menor tamaño del animal o el pelo más largo o más corto. Aunque transcurra un millón de años, esas variaciones nunca producirán nuevas especies o taxones (géneros, familias, órdenes, clases, filos) superiores.
2) En la naturaleza, las interferencias desde el exterior sobre los genes de los organismos, se producen, en la práctica, sólo a través de las mutaciones. Pero éstas nunca son beneficiosas ni dan lugar a nueva información genética. Por el contrario, lo único que hacen es destruir la existente.
Por lo tanto, es imposible explicar el “origen de las especies” en función de la selección natural, como pensaba Darwin. Independientemente de la cantidad de ese tipo de proceso a los que sean sometidos los perros, siempre serán perros. Resulta un sinsentido absoluto afirmar que en el pasado fueron peces o bacterias.
Entonces, ¿qué se puede decir de la “interferencia desde el exterior” en los genes, o sea, de las mutaciones?
Dado que esta teoría fue defendida desde el decenio de 1930, se la denominó “neodarwinista”. Sin embargo, las mutaciones no son capaces de respaldarla. La importancia del tema merece que lo examinemos.
Los distintos pinzones observados por Darwin en las Galápagos, resultan un ejemplo de variación. Pero ni éste ni ningún otro ofrece una prueba definida de evolución. Las investigaciones de los últimos años mostraron que los pinzones no han sufrido ninguna de esas alteraciones ilimitadas, supuestas por su teoría. Además, la mayoría de los diversos tipos de esas aves que él pensaba representaban catorce especies singulares, corresponden a variaciones de la misma especie, que pueden aparearse entre sí. Los estudios han exhibido que el ejemplo del pico del pinzón, citado por casi todos sus seguidores, se trata en realidad de un caso de variación que no suministra ninguna prueba a favor de la teoría de la evolución. Peter y Rosemary Grant se pasaron años buscando verificar el “evolucionismo darwinista” en las Galápagos, a través de la observación de esas aves. En su conocido estudio sólo lograron documentar la inexistencia del mismo109.
Los elementos contenidos en los genes son altamente complejos, como ser las "máquinas" moleculares que los codifican, los leen y llevan a cabo las funciones productivas del caso. En este sistema, en condiciones normales, no se dan acontecimientos azarosos y ningún "accidente" puede producir un aumento de la información genética.
Imagínese que está confeccionando un software con su computadora y un libro que se le cae de las manos presiona algunas teclas, introduciendo en su redacción varias letras y números de manera fortuita. La mutación es algo parecido a esto. Así como el golpe del libro no contribuirá con nada positivo al programa que usted prepara sino que lo arruinará, del mismo modo, la mutación daña el código genético. Lester y Bohlin escriben en Los Límites de las Alteraciones Biológicas en la Naturaleza que "las mutaciones son errores, equivocaciones, en la maquinaria de precisión de replicación del ADN", lo cual significa que "las mutaciones, las variaciones genéticas y las recombinaciones no generarán cambios que se puedan considerar evolutivos"110.
La lógica de lo dicho fue comprobada por medio de observaciones y experimentos en el siglo XX. Se ha constatado que ninguna mutación mejora la información genética de un organismo o causa un cambio radical positivo.
Debido a ello, el anterior presidente de la Academia de Ciencias Francesa y partidario de la teoría de la evolución Pierre-Paul Grassé, dijo que las mutaciones son “meras fluctuaciones hereditarias en torno a una posición media. Una oscilación a la derecha, una oscilación a la izquierda, pero sin ninguna consecuencia evolutiva… Modifican lo preexistente”111.
Además agregó que el problema es que “algunos biólogos contemporáneos hablan de evolucionismo apenas observan una mutación”. Según su punto de vista, este proceder no está de acuerdo con lo hechos, porque “por más abundante que sean las mutaciones, no producen ningún tipo de evolución”112.
La mejor evidencia de lo dicho se encuentra en las moscas de la fruta, pues los experimentos realizados con ellas demuestran que lo que impera en los organismos es el equilibrio y no la alteración. Gracias al rápido período de gestación de este animalito –doce días–, se lo ha preferido durante muchos años para las pruebas sobre mutaciones. Con el objeto de aumentar la velocidad de dicho proceso en un quince mil por ciento, en el laboratorio se usaron rayos X, con lo que se consiguió un efecto que bajo condiciones naturales insumiría millones de años. Pero así y todo, nunca se generó una especie nueva ni se pudo obtener alguna información genética nueva.
El tipo de “mutación beneficiosa” clásico es el de la mosca de la fruta con cuatro alas. Normalmente poseen dos, pero ocasionalmente se presentan algunas con cuatro. La literatura darwinista señala esto como ejemplo de “desarrollo”. Sin embargo, Jonathan Wells ha demostrado detalladamente en Iconos del Evolucionismo que dicha interpretación es errónea. Esas alas extras carecen de músculos para el vuelo y en realidad son desventajosas para el bichito. Por otra parte, ninguna de las moscas mutantes ha sobrevivido fuera del laboratorio113.
Los evolucionistas incurren en una tremenda inexactitud al seguir afirmando, después de todo lo expuesto, que de vez en cuando ocurren mutaciones beneficiosas y que a través de la selección natural pasaron a existir nuevas estructuras biológicas. No cabe ninguna duda de que la mutación no produce para nada aumento de la información genética, motivo por el cual no puede impulsar ningún tipo de evolución. Explican Lester y Bohlin:
“Las mutaciones sólo pueden modificar lo ya existente, normalmente de un modo deletéreo o insensato. Con esto no decimos que estén prohibidas las benéficas. No son de esperar pero tampoco son imposibles. Las favorables son aquellas que posibilitan a su poseedor una descendencia superior a la que tienen sus iguales que no atraviesan ese proceso… Pero no tiene nada que ver con el cambio de un organismo en otro…
Respecto a esto, Darwin llamó la atención sobre los escarabajos sin alas de Madeira. Para ese coleóptero que vive en una isla con fuertes vientos, las alas pueden ser desventajosas. En ese caso, las mutaciones que provocarían la pérdida de la capacidad de volar serían benéficas. Lo mismo se puede aplicar al caso del pez ciego (cavefish) de las cuevas. Si tenemos en cuenta que los ojos, en general, están muy expuestos a las lesiones, las criaturas que viven en la oscuridad se beneficiarían con esas mutaciones que le privasen de la visión. No obstante, es importante advertir que las de este tipo, que producen una alteración drástica y conveniente, involucran siempre pérdidas y no ganancias. Jamás alguien observó la aparición de alas u ojos en especies que previamente no los poseían”114.
Por lo tanto Lester y Bohlin concluyeron que el conjunto de las mutaciones son motivo de deterioro y degeneración genética.
Invariablemente originan destrucción de información genética. Creer que fueron las artífices de códigos genéticos extraordinariamente complejos en millones de especies distintas, es como creer que un libro que golpeó por casualidad sobre un teclado de computadora presionó las teclas de tal modo que quedaron escritas millones de enciclopedias. Se trata de un absurdo sin límites. El doctor Merle d’Aubigne, jefe del Departamento de Ortopedia de la Universidad de París, hizo un comentario importante:
Kişisel olarak ben, yaşam koşullarındaki değişikliklere bağlı olarak gerçekleşen mutasyonun; beynin, ciğerlerin, kalbin, böbreklerin hatta eklem ve kasların karmaşık ve rasyonel düzenini açıklayabileceği fikrini tatmin edici bulmuyorum. Akıl sahibi ya da düzenleyici bir güç olduğu fikrinden nasıl kaçınılabilir ki? 116
“No puedo sentirme satisfecho con la idea de que las mutaciones fortuitas… puedan explicar la organización compleja y racional del cerebro, de los pulmones, del corazón, de los riñones e incluso de las articulaciones y de los músculos. ¿Cómo es posible no tener en cuenta la idea de alguna fuerza organizadora e inteligente?”115.
En resumen, las mutaciones no explican el “origen de las especies” de Darwin. El biólogo evolucionista australiano Gerhard Müller admite en una reseña bibliográfica para la edición del último trimestre de 2006 del periódico Teoría Biológica, la incompetencia de la teoría sintética remozada para dilucidar la génesis de la morfología moderna.
Los neodarwinistas no pueden explicar el origen de las criaturas vivientes en función de los dos mecanismos a los que echan mano: la mutación y la selección natural. A través de esta última no se puede producir ninguna información genética sino, solamente, escoger alguna particularidad de entre las presentes. Las mutaciones, por su parte, además de no producir nueva información genética, por lo general no sólo afectan la existente sino que la destruye. Con toda claridad, el origen de la información genética, y por lo tanto de la vida, no se encuentra en ninguno de esos mecanismos.
Como dijo el doctor Merle d’Aubigne, su fuente es “una fuerza organizadora e inteligente”. Se trata de Dios Todopoderoso, con inteligencia, conocimiento y capacidad sin límites. Dice Dios en el Corán:
Es El Quien inicia la creación y, luego, la repite. Es cosa fácil para El. Representa el ideal supremo en los cielos y en la tierra. Es el Poderoso, el Sabio. (Corán, 30:27)
El darwinismo ha intentado negar esta realidad pero no ha tenido éxito. Su teoría anacrónica se esfuma en el vacío.
Los intentos por explicar el origen de las especies en función de la evolución, llegaron a un atolladero, como lo admitieron abiertamente sus sostenedores en los últimos años. Esta situación es resumida, en la revista Desarrollo de la Biología, por los biólogos Gilbert, Optiz y Raff, en un artículo titulado “El origen de las especies –el problema de Darwin– sigue irresuelto”116.
Pero el ciudadano común no es conciente de esto porque los darwinistas prefieren que la gente no sepa que su maestro planteaba que eso era una incógnita. Mientras tanto, los medios de comunicación y los libros de texto repiten sus invenciones. En el mundo de la ciencia a esos mitos se los llama “relatos clarificadores” y constituyen la fuente principal de donde se nutren quienes aceptan las hipótesis que encierran.
Uno de los más comunes –de qué manera los seres humanos pasaron a ser bípedos– se encuentra en casi todos esos escritos, con leves variaciones: nuestros antecesores, los primates humanoides, vivían en los árboles en las junglas del Africa. Tenían la columna vertebral encorvada y las manos y los pies modelados de manera ideal para asirse a las ramas. Con el paso del tiempo esas junglas extensas se achicaron y emigraron a la sabana. Para poder mirar por encima de los pastos altos debieron mantenerse erguidos, de pie. Es así como adquirieron la capacidad de caminar erectos. Debido a que sus manos ya no estaban a nivel del suelo, pudieron empezar a usarlas para fabricar herramientas. Y la utilización de las mismas de manera reiterada agilizó su capacidad de deducciones y por ende la inteligencia. De ese modo se convirtieron en seres humanos.
Usted podrá encontrar a menudo relatos de este tipo. Periodistas que aceptan la teoría de la evolución o conocen poco del tema, cuentan estas cosas a sus lectores como si fuesen reales. Sin embargo, cada vez son más los estudiosos que hacen saber que carecen de valor científico. El doctor Colin Patterson, quien fuera paleontólogo decano durante años en el Museo Británico de Historia Natural de Londres, manifiesta lo siguiente:
“Es bastante fácil armar relatos de cómo una forma (de vida) dio lugar a otra y encontrar razones que justifiquen que esos escenarios debieron ser favorecidos por la selección natural. Pero esas narraciones no son parte de la investigación seria porque no existe ninguna manera de comprobarlas”117.
Por otra parte, el paleontólogo evolucionista T. S. Kemp reafirma en su libro Fósiles y Evolución (1999) la misma falencia en lo que se ha redactado acerca de la supuesta evolución de las aves:
“Un escenario del origen de las aves podría ser que, durante el Jurásico tardío, hubo un impulso en la selección, que favoreció de manera directa a un grupo de dinosaurios bípedos pequeños y ágiles con la adopción creciente de hábitos arbóreos (de vida en los árboles). Este hecho aumentó su capacidad para escapar de los predadores y encontrar nuevas fuentes de alimento. Las fuerzas de selección subsiguientes promovieron el andar a saltos o brincos, el deslizarse con facilidad y, eventualmente, el vuelo de rama a rama, de árbol a árbol. Es absolutamente imposible probar empíricamente las condiciones en las que vivían o las fuerzas selectivas a las que fueron sometidos esos animales. Pero el resultado de ese escenario es la evolución o, dicho de modo peyorativo, el ‘Relato Clarificador’”118.
El tema del que se ocupan Patterson y Kemp –la imposibilidad de comprobación y por lo tanto la total falta de valor científico de esos “relatos”– es sólo un aspecto del problema. Otra faceta, posiblemente más importante, es que se trata de ideas sin sentido, totalmente absurdas.
Para explicar lo dicho, retomemos la fábula de “los homínidos que empezaron a desarrollar un andar bípedo”.
Fue Jean Baptiste Lamarck quien inventó este mito en la época de una ciencia primitiva, como la de hace ciento cincuenta años. Sin embargo, la genética moderna ha demostrado que una característica adquirida en un período de vida no pasa a la generación siguiente. La relevancia de esto yace en que se opone totalmente al supuesto de que los denominados antecesores de los humanos evolucionaron de esa manera. En otras palabras, quedó en claro que el escenario antes mencionado de homínidos, que por necesidad tomaron la posición erguida y llegaron al desarrollo de la inteligencia, nunca ha sucedido. Y aunque aceptemos esto, que es imposible desde el punto de vista científico, las habilidades no pueden transferirse a la generación siguiente (como capacidad innata). Es decir, si incluso sucedió lo imposible y un mono pudo forzar su esqueleto y llevarlo a una posición erecta, su descendencia no pudo obtener ese hábito de manera congénita. En consecuencia, no habrá evolución.
Entonces, ¿por qué esta idea lamarckiana, desacreditada hace más de un siglo, se quiere imponer aún sobre la sociedad?
Los evolucionistas dicen que esos “relatos clarificadores” dan cuenta de un proceso evolutivo biológico real. Sostienen que no es la necesidad la que da lugar a la evolución sino que la necesidad guía a la selección natural en un rumbo particular. Creen que la necesidad motiva la selección de las mutaciones, que brindaría resultados en la misma dirección. Es decir, al manifestar que los homínidos adquirieron el andar bípedo, en realidad hablan de una resultante ventajosa: algunos, que habrían mutado en el momento preciso para lograr la posición erguida, fueron escogidos por medio de la selección natural para mantener en su descendencia las características adquiridas.
En otras palabras, las explicaciones científicas relevantes en lo que hace a las mutaciones son completamente ignoradas porque, si se las tuviera en cuenta en todos sus detalles, quedaría al descubierto que (todas esas invenciones) no son más que supersticiones anticientíficas.
Aunque hasta ahora no se ha observado ninguna mutación que desarrolle información genética, los “relatos clarificadores” suponen que aparecieron para proveer todo lo que necesite un organismo y asegurar aquello que le favorecería.
Aprobar un escenario así es como aceptar que una varita mágica suministra a la criatura todo lo que necesita. Esto es una creencia ridícula.
Si bien el zoólogo francés Pierre-Paul Grassé admite teóricamente el evolucionismo, es consciente de la realidad y se opone con vigor al mismo debido a sus extrañas suposiciones respecto a las mutaciones:
“Resulta difícil de creer que la aparición oportuna de mutaciones permite a los animales y a los vegetales cubrir sus necesidades. Pero la teoría darwinista va más lejos. Un solo vegetal, un solo animal, requeriría miles y miles de… sucesos apropiados. De ese modo, los milagros se convertirían en la regla general: no dejarían de acontecer eventos que tienen una probabilidad infinitesimal de concretarse… No existe ninguna ley en contra de la decisión de soñar despierto, pero la ciencia no debe dejarse dominar por la misma”119.
En resumen, el darwinismo es una ficción que no tiene nada que ver con la ciencia. Y los “relatos clarificadores” presentados como valederos, no cuentan con el más mínimo respaldo científico.
Todos estos mitos tienen en común la suposición de que lo viviente tiene exigencias especiales que primero son determinadas y luego provistas por medio de las mutaciones. Los materialistas llaman a eso “apremio evolutivo”. (Por ejemplo, se denomina así a la supuesta necesidad de pararse sobre dos patas al estar entre los pastos elevados de la sabana).
Sólo quienes aceptan ciegamente esas elucubraciones pueden suponer que las mutaciones necesarias están a mano. Cualquiera que no caiga en semejante dogmatismo puede entender que los “relatos clarificadores” son invenciones desprovistas de toda relación con el estudio serio.
Por cierto, hay gente que acepta plenamente las conjeturas de ese tipo, como la que aparece en un artículo del New York Times titulado “Porqué se Separaron los Caminos de los Humanos y Sus (Semejantes) Peludos”, donde se dice que ese escenario poseía varias ventajas. Comenta al respecto Ian Tattersall, curador de la División Antropología del Museo de Historia Natural de Norteamérica: “Hay todo tipo de opiniones en cuanto a la ventaja de perder la pelambre, pero todas ellas son relatos amañados”120.
Henry Gee, evolucionista y editor de la revista Nature, dice en un libro que escribió en 1999, que es un error intentar explicar el origen de los órganos en función de lo que les resulta ventajoso:
“…nuestras narices fueron hechas para llevar anteojos, motivo por el que portamos éstos. Los biólogos evolucionistas razonan en gran medida de la misma manera al interpretar cualquier estructura en función de la adaptación a las actuales utilidades, en tanto que no pueden reconocer que éstas no tienen ninguna participación en lo que hace a la estructura desarrollada, ni explicar cómo la historia evolutiva de una estructura podría haber influenciado en la forma y propiedades de la misma”121.
Estas manifestaciones son muy importantes porque es posible que usted encuentre esos “relatos clarificadores” en la literatura materialista, especialmente en los medios de comunicación. Recuerde que esas historietas insubstanciales no se apoyan en ninguna prueba científica y que siempre se ajustan a un molde. En primer lugar describen las características o aspectos particulares de la criatura del caso. En segundo lugar inventan un escenario para mostrar que las ventajas exhibidas pueden ser el resultado de un proceso evolutivo. Y por supuesto, sostienen que este tipo de proceso es ilimitado: “la trompa capacita al elefante para recoger alimento del suelo. En consecuencia, debe ser el producto de la evolución para ese propósito”; “el cuello largo le permite a la jirafa alcanzar las ramas elevadas, por lo que seguramente habrá evolucionado para que este animal pueda hacer eso”. Creer cosas así es aceptar que la naturaleza presta atención a las necesidades de cada criatura. O sea, es lo mismo que creer en un mito.
Cada vez queda más en claro la índole de esa fábula.
A lo largo de este capítulo vimos que la afirmación de que un proceso evolutivo da lugar a especies diferenciadas, es el resultado de las deducciones erróneas de Darwin en el siglo XIX, cuando la ciencia estaba lejos del desarrollo actual. Pero cada observación y experimento del siglo XX comprueba la inexistencia de mecanismos que produzcan individuos nuevos y mucho menos taxones de seres superiores.
Es decir, ahora que los estudios han desautorizado esos supuestos, sale a la luz que el verdadero origen de las especies yace en la Creación. Dios Todopoderoso, con Su conocimiento supremo, ha creado todo, incluido lo viviente.
103- George Turner, "How Are New Species Formed?", New Scientist, June 14, 2003, s.36
104- Norman Macbeth, Darwin Retried, Boston, Gambit INC., 1971, s.36.
105- Norman Macbeth, Darwin Retried, ss.35-36
106- Edward S. Deevy, "The Reply: Letter from Birnam Wood", Yale Review, 56 (1967), s.636
Ernst Mayr, Animal Species and Evolution, Cambridge, Harvard University Pres, 1963, ss.285-286.
108- Ernst Mayr, Animal Species and Evolution, ss.290.
109- Lane P. Lester, Raymond G. Bohlin, Natural Limits to Biological Change, s.13-14
110- Jonathan Wells, Icons of Evolution, ss.159-175
111- Lane Lester, Raymond G. Bohlin, Natural Limits to Biological Change, 2nd ed, Probe Books, 1989, ss.67,70
112- Garry E. Parker, Creation: The Facts of Life, San Diego, Creation of Life Publishers, 1980, s.76
113- Pierre-Paul Grassé, Evolution of Living Organisms, Academic Press, New York, 1977, s. 88
114- Jonathan Wells, Icons of Evolution (Regnery, 2000), s. 178
115- Lane Lester, Raymon G. Bohlin, Natural Limits to Biological Change, Probe Books, 1989, s. 170-171
116- Henry Morgenau & Roy Abraham Varghese, Kosmos Bios Teos, Gelenek Yayıncılık, Ekim 2002, İstanbul, s.161.
117- Scott Gilbert, John Opitz, and Rudolf Raff, "Resynthesizing Evolutionary and Developmental Biology", Developmental Biology 173, Article No. 0032, 1996, s. 361
118- Personal letter (written 10 April 1979) from Dr. Collin Patterson, Senior Paleontologist at the British Museum of Natural History in London, to Luther D. Sunderland; as quoted in Darwin's Enigma by Luther D. Sunderland, Master Books, San Diego, USA, 1984, s. 89
119- T. S. Kemp, Fossils and Evolution, Oxford University Press, 1999, s. 19
120- Pierre-P Grassé, Evolution of Living Organisms, New York: Academic Press, 1977, s.103
121- Nicholas Wade, "Why Humans and Their Fur Parted Ways", The New York Times, 19 Ağustos 2003
122- Henry Gee, In Search Of Deep Time: Beyond The Fossil Record To A New Hıstory Of Life, The Free Press, A Division of Simon & Schuster, Inc., 1999, s. 103