Posiblemente han visto por la TV unas aves de color rosado con cuellos y patas largos. Ese animal, que se llama “flamenco”, deja sus huevos en el fango de las lagunas y a la sombra. Pero lo interesante es que los deposita en un nido hecho con un barro de secado muy rápido.
Imagínense que ustedes son flamencos y tienen que construir ese nido. Entonces deberán descubrir: 1) cuál es el barro que se seca más rápido y en qué lugar instalarlo; 2) de qué manera incubar mejor el huevo; 3) determinar si es mejor poner el huevo al sol o a la sombra; etc.
Pero los flamencos saben cómo hacerlo sin ninguna duda o problema. Aunque tienen patas largas que les pueden resultar muy incómodas, incuban durante un mes y esperan que el polluelo salga del cascarón.
Si lo tuviesen que hacer ustedes, ¿se animarían a sentarse sobre el huevo con un cuerpo tan grande? ¿Serían capaces de calcular si el huevo aguanta el peso corporal sin romperse? Seguramente son cosas que no podrían determinar rápida y correctamente. Pero los flamencos lo hacen sin equivocarse y sin demora porque su Señor les inspiró el conocimiento de todo eso.
La figura de esta ave atrae nuestra atención por su cuello largo y el color de sus ojos. Es buena nadadora gracias a sus patas con membranas interdigitales, las que también le ayudan a caminar sobre los terrenos pantanosos y blandos sin hundirse. Como vemos, los flamencos han sido creados con todos los detalles necesarios para sobrevivir.