Los pingüinos Emperador, con su caminar tambaleante, son pájaros que no pueden volar y conviven en grandes colonias. Han sido creados por Dios de la mejor manera para que sobrevivan incluso en regiones donde la temperatura llega a los ochenta y ocho grados centígrados bajo cero. Pensemos que en invierno nosotros nos ponemos campera de lana, medias, guantes, gorro, etc. Pero los pingüinos no necesitan nada de eso, ni siquiera botas o zapatos, para caminar bien sobre la nieve y el hielo sin resbalarse. Además no tienen casas o madrigueras sino que viven sobre el hielo. ¿Sentirán frío? ¡Para nada!, porque Dios los creó de tal manera que pueden vivir normalmente en un mundo helado.
El comportamiento de estos animales es muy distinto del de los humanos. Veamos.
En invierno emigran en conjunto en dirección al sur, hacia los hielos antárticos. Al entender que se acerca esa temporada deciden a qué lugar se dirigen y el momento de la partida. Que eso suceda sin ningún tipo de discordia en un grupo tan numeroso, puede explicarse solamente por medio del control total que tiene Dios sobre ellos. De otro modo sería imposible que llegaran a un acuerdo tan absoluto.
La estación en la que emigran es también la del apareamiento y el momento en que los machos buscan esposa. Entonces tienen que reconocer muy bien “la canción del compromiso” para no perder a la novia, quien la emite. En otras palabras, el pingüino macho tiene la capacidad de distinguir un determinado sonido de todos los demás. Solamente por voluntad de Dios el pingüino --carente de entendimiento e inteligencia como los entendemos los humanos-- puede elegir a su pareja de entre cuatrocientos mil congéneres y reconocer su voz.
Esa sensibilidad también la poseen las crías y la usan para no perder a sus madres. Si no existiera este mecanismo de identificación el caos sería inevitable. El orden singular que Dios estableció para los pingüinos y las características con que los dotó, les asegura una vida ordenada.
Después de aparearse la hembra pone solamente un huevo y es responsabilidad del macho incubarlo. Eso lo hace a una temperatura ambiente de unos treinta grados centígrados bajo cero y no se mueven de arriba del huevo durante sesenta y cinco días. Es un período de tiempo difícil porque mientras está allí no puede ir a buscar nada para comer. La hembra, mientras tanto, recoge alimento para el bebé que va a nacer.
¿Se imaginan lo que es estar sesenta y cinco días sin comer como los pingüinos que incuban un huevo? Nosotros nos moriríamos. Pero ellos aguantan bien, con paciencia y sacrificio, sin aburrirse, puesto que están inspirados por Dios para cumplir esa tarea.
Después de ese período el macho pierde un tercio del peso corporal. Un ser humano de sesenta kilogramos perdería en ese caso 20 kilogramos.
El bebé, después de salir del huevo, transcurre los dos primeros meses entre las patas de sus padres. Esa protección es vital porque si abandonara ese lugar por solo un par de minutos, moriría. No cabe ninguna duda de que Dios inspira esa protección a la pareja adulta. Así testimoniamos, una vez más, que Dios es el Protector de todo lo viviente. Por otra parte, la colonia de pingüinos, con cuatrocientos mil miembros, exhibe un perfecto ejemplo de solidaridad al reunirse y vivir juntos para protegerse entre ellos del clima polar. Al hacerlo de esa manera se reduce a la mitad la pérdida de calor de cada uno. Y como tienen en cuenta que los que están en el borde exterior del conjunto se enfrían más, van rotando sus posiciones y a los que soportan más frío en un momento los hacen pasar al centro del grupo para asegurarse que se calienten.
Estos animales han vivido en gran armonía durante mucho tiempo y lo seguirán haciendo así, sin que ninguno plantee alguna objeción.