La característica más interesante de este pez, adornado con colores brillantes, es el lugar que le eligió Dios para vivir, es decir, las “ramas” de una criatura parecida a una planta llamada “pluma de mar”. Sobre sus “ramas” hay cápsulas venenosas y los peces que las tocan quedan dañados o se mueren. Pero el pez payaso permanece siempre inmune porque cuenta con una secreción especial que lo aísla del producto nocivo. Por otra parte, se refugia allí para protegerse de sus predadores.
¿No les parece algo asombroso? Este pez se oculta entre esas cápsulas venenosas como si supiera que no saldrá perjudicado, en tanto que otros peces no pueden acercarse allí por carecer de defensa frente a ese elemento químico. Está claro que ni el cerebro ni su habilidad le pueden proveer al pez payaso del conocimiento y capacidad que exhibe. Alguien le inspira y dota con los mecanismos prácticos para mantenerse a salvo. Ese inspirador es Dios, el Creador de los cielos y de la Tierra y de todo lo que hay en ellos y entre ellos.