Seguramente quienes fueron al zoológico vieron allí al pavo real con su plumaje magnífico. Lo más destacado es su cola, adornada con plumas verdes y brillo dorado, aparentando filigranas con regatones redondeados y éstos con pequeñas marcas al medio. Todo un espectáculo.
Pero a esa cola no se la puede ver siempre sino que hay que esperar la época de apareamiento, que es cuando el macho la despliega en forma de abanico con el objeto de atraer la atención de la hembra.
En este punto debemos preguntarnos algo. ¿Cómo es posible que un pavo real, incapaz de apreciarse a sí mismo, pueda estar seguro que lucirá bello y atractivo al momento de desplegar la cola? Sin duda, nuestro Señor, el Creador de esa belleza, también le ha inspirado al animal cómo usarla. ¿Es posible que semejante hermosura haya pasado a existir por decisión y esfuerzo del propio pavo real? ¿Es posible que toda esa armonía de forma y color se haya producido por casualidad? Seguramente ambas preguntas hay que responderlas por la negativa. ¿Le creerían a un amigo que les dijera que el cuadro que tiene en su casa se pintó solo o como consecuencia de un salpicado accidental de distintas pinturas? Por cierto que no. Entonces, es más que imposible que una belleza superior a cualquier cuadro se haya producido por sí misma o como producto de la casualidad. La asombrosa armonía que se observa en la cola del pavo real se debe a que fue creada por el único Creador, es decir, Dios.