La ciencia es la investigación del mundo material en el que vivimos por medio de la observación y la prueba. En consecuencia, conducirá a conclusiones diversas en función de los resultados de los análisis y experimentos realizados. Además, cada disciplina científica posee un cierto número de normas aceptadas como verdaderas aunque no se hayan verificado exhaustivamente. En la literatura científica se denomina "paradigma" a ese conjunto de normas.
Estos criterios iniciales marcan el curso de toda la investigación y el primer paso es la formulación de una "hipótesis". Eso que se supone o postula debe pasar la prueba de la experimentación científica. Si la hipótesis se verifica, pasa a ser un "principio establecido o ley". Si por el contrario, se desaprueba, deberá presentarse otra hipótesis y ponérsela a prueba nuevamente.
En la formulación de la hipótesis lo que más pesa, normalmente, es el punto de vista general de los científicos. Por ejemplo, si éstos adhieren a una visión espontaneísta, pueden basar su trabajo en una hipótesis que sostenga que "la materia tiene una tendencia a organizarse a sí misma sin la intervención de un agente consciente". En consecuencia, durante muchos años llevarán a cabo investigaciones para intentar demostrar que dicha hipótesis se confirma en la práctica. Sin embargo, debido a que la materia no posee dicha capacidad, todos los esfuerzos que se hagan para verificarla estarán condenados al fracaso. Pero si se obstinan en su intento, la resultante será un gran gasto de tiempo y recursos.
Si el punto de partida se hubiese fundado en la idea de que "es imposible que la materia pueda organizarse sin un plan consciente", la investigación habría seguido un camino más productivo y satisfactorio. El problema reside en que para establecer esta hipótesis se requiere una fuente de información decisiva que está en un plano más allá de lo científico. Dicha fuente es decisiva para no incurrir en esfuerzos inútiles durante años, decenios o siglos.
Esa fuente de la que hablamos es la revelación de Dios a la humanidad. Si Dios es el creador del universo, el conocimiento exacto e indiscutible de los temas científicos que abordemos derivan de El y, por lo tanto, de la información que nos suministra Su palabra, es decir, el Corán. Los datos principales son los siguientes:
Estas son verdades absolutas que Dios nos ha comunicado a través del Corán. Si a la ciencia accedemos basados en dichas verdades, nos conducirá inevitablemente a un gran progreso y la humanidad obtendrá los mejores réditos de ella. Son muchos los ejemplos en la historia, de esto que decimos aquí. Los científicos musulmanes, al colocar a la ciencia en el lugar correcto, consiguieron forjar la más grande civilización mundial y los mayores logros en los siglos IX y X. Asimismo, los pioneros en todos los campos de la ciencia en occidente fueron grandes personas que creían en Dios e hicieron sus investigaciones para develar lo que El creó.
Einstein también sostenía que los científicos debían atenerse a las fuentes religiosas al establecer sus objetivos: La ciencia contribuirá, en el sentido más amplio, al logro de los objetivos determinados por la religión. Es decir, la ciencia sólo puede ser creada por quienes estén plenamente compenetrados de la aspiración por la verdad y el conocimiento. Y este sentimiento proviene de la esfera religiosa... No puedo concebir un científico genuino sin una fe profunda11.
Sin embargo, desde mediados del siglo XIX la comunidad científica se ha divorciado de dicha fuente divina y quedó bajo la influencia de la filosofía materialista.
El materialismo, una idea que la podemos remontar a la Grecia antigua, sostiene la existencia absoluta de la materia y niega a Dios. Esta visión penetró gradualmente en la comunidad científica y desde mediados del siglo XIX una parte considerable del conocimiento proveniente de allí se dedicó a respaldarla. Con ese propósito se formularon muchas teorías, como la llamada "modelo de universo infinito" que sugiere que el universo tiene una existencia infinita, o como la evolucionista de Darwin que supone que la vida es producto de la casualidad, o como la de Freud que sostiene que la mente humana se ubica exclusivamente en el cerebro.
Hoy día vemos, retrospectivamente, que las suposiciones presentadas por el materialismo fueron una pérdida de tiempo y energía para la ciencia. Durante decenios un gran número de científicos han derrochado sus mejores esfuerzos por intentar demostrar cada una de esas suposiciones, aunque los resultados las exhibieron siempre erradas. Los descubrimientos confirmaron lo proclamado por el Corán: el universo fue creado de la nada, fue preparado para albergar la vida humana y es imposible que la vida pasase a existir y se desarrollase por casualidad. Consideremos ahora estos puntos uno por uno.
Hasta principios del siglo XX y bajo la influencia del materialismo, la opinión aceptada por la comunidad científica era la de un universo infinito, en sus dimensiones espacio-temporales, de existencia infinita. De acuerdo con este punto de vista —llamado "modelo de universo estático"— el universo no tiene principio ni fin y es, simplemente, un conglomerado ilimitado de materia. El objetivo de esta teoría era demostrar que el universo no fue creado y así establecer la aceptación de la filosofía materialista.
Muchos científicos que profesaban el materialismo o eran influenciados por su filosofía, colocaron como fundamento de sus investigaciones el modelo de "universo infinito". En consecuencia, todo el estudio en el campo de la física y astronomía se basó en la hipótesis de que la materia es eterna y durante algún tiempo muchos investigadores se afanaron por demostrar ese supuesto, pero la ciencia rápidamente hizo pedazos ese concepto erróneo.
Los científicos que persiguen objetivos falsos hicieron que la ciencia derroche mucho esfuerzo.
El científico belga Georges Lemaitre fue el primero en reconocer la inexactitud del modelo de "universo infinito" y presentó una alternativa científica. Basándose en los cálculos del científico ruso Alexandre Friedmann declaró que el universo en realidad tuvo un comienzo y que se expande desde ese momento. Afirmó también que debía ser posible detectar la radiación residual del momento en que se originó. Debemos advertir que G. Lemaitre era sacerdote y creía firmemente en que el universo fue creado por Dios de la nada. Por lo tanto, su enfoque de la ciencia discrepaba del de los materialistas.
Con el paso de los años se confirmó la exactitud de las afirmaciones de Lemaitre. En primer lugar, el astrónomo norteamericano Edwin Hubble descubrió con su gran telescopio que las estrellas se movían alejándose de nosotros y una de otra. Esto significaba que el universo se estaba expandiendo y por consiguiente no era estático como suponían los materialistas.
Hubble descubrió con este telescopio gigante el alejamiento de las estrellas tanto de nosotros como entre ellas.
En realidad, Einstein había calculado teóricamente poco antes que el universo no podía ser estático. Pero no insistió con esa teoría debido a la aceptación general de que sí lo era. Es decir, hasta esta personalidad considerada la más genial de su siglo, fue intimidada por el dogmatismo de la visión materialista y prefirió poner sordina a esa comprobación tan importante. Posteriormente se refirió a ese incidente como "el mayor error de su carrera".
La expansión del universo señalaba otra importante verdad: si retrocedemos lo suficiente en el tiempo, todo se irá acotando hasta convergir en un solo punto. Los cálculos demostraron que ese punto tenía volumen cero y nuestro universo pasó a existir como resultado de la explosión del mismo, llamada "Big Bang".
La afirmación de que el punto que explotó tenía volumen cero no es más que una expresión teórica que sugiere la carencia absoluta de todo. Es decir, el universo fue creado de la nada, como lo demuestra claramente el Big Bang. Sin embargo, aún se requirió más evidencia científica para que ello fuese aceptado ampliamente. George Gamow opinó en 1948 que si el universo se formó como resultante de una explosión espontánea y repentina, como sugirió Lemaitre, todavía debía existir una cantidad definida de radiación proveniente de la misma y debería ser uniforme en todo el universo.
La comprobación científica del postulado de Gamow estaba a punto de producirse. Los investigadores Arno Penzias y Robert Wilson descubrieron en 1965 los restos de dicha radiación. Se la denominó "radiación cósmica de fondo", estaba distribuida de manera uniforme en todo el universo y reverberaba desde el momento de la gran explosión o Big Bang. Penzias y Wilson recibieron el premio Nobel por su descubrimiento.
Tomó muy poco tiempo al satélite COBE encontrar la evidencia que
confirmara la hipótesis del Big Bang..
La NASA (Administración Nacional del Espacio y la Aeronáutica de los EEUU) lanzó al espacio el satélite COBE (Explorador Cósmico Ambiental) con el propósito de investigar la radiación mencionada. Los sensibles equipos del satélite confirmaron en minutos los niveles de radiación informados por ambos científicos.
Semejante hallazgo, que confirmaba la creación del universo de la nada con el Big Bang, hizo vacilar a los estudiosos materialistas. Eran testigos del colapso de todos sus trabajos de investigación, de todas sus hipótesis y teorías insubstanciales, una tras otra. El conocido filósofo ateo Anthony Flew comentó lo siguiente acerca de esta situación:
La confesión, notoriamente, es buena para el alma. Por lo tanto, empiezo por confesar que el ateísmo Stratoniciano tiene que encontrarse turbado por el consenso cosmológico contemporáneo. Parece que los cosmólogos están suministrando la prueba científica de lo que Santo Tomás no pudo probar filosóficamente. Es decir, que el universo tuvo un inicio. En tanto que se pueda pensar como consuelo que el universo existe no sólo sin final sino también sin comienzo, es fácil argumentar que su existencia ilimitada y todo lo encontrado como rasgos fundamentales, debería aceptarse como la explicación última. Aunque creo que esto que digo es correcto, no resulta fácil ni consolador mantener esa posición frente a los argumentos del Big Bang12.
Como demuestra lo dicho, si una persona es ciegamente devota del materialismo, es difícil que acepte alguna evidencia en contrario. Aunque admita que la situación cambió, no se modifica su compromiso con el materialismo.
Por otra parte, muchos científicos que no se empecinan en sostener la inexistencia de Dios, aceptan actualmente que El creó el universo. Así lo hace William Lane Craig, conocido por sus investigaciones sobre el Big Bang: En realidad, dada la verdad de la máxima ex nihilo nihil fit (nada proviene de la nada), el Big Bang requiere una causa física sobrenatural. Puesto que la singularidad cosmológica inicial representa el límite de todas las trayectorias espacio-tiempo, no puede existir ninguna causa física (natural) para el Big Bang. La causa debe trascender los límites físicos del espacio y el tiempo: debe ser independiente del universo e increíblemente poderosa, además de ser una existencia dotada de una voluntad sin restricciones... La causa del origen del universo debe ser, por lo tanto, un Creador, Quien hace una determinada cantidad de tiempo hizo existir el universo por su libre decisión13.
Otra importante conclusión a extraer de la teoría del Big Bang es que, como ya mencionamos, el trabajo científico alcanza el éxito en su esfuerzo por descifrar los misterios del universo si se fundamenta en el conocimiento divino. Los científicos que provienen de una filosofía materialista fueron incapaces, a pesar del esfuerzo empeñado, de verificar la teoría del "universo infinito". Sin embargo, la teoría del Big Bang que desarrolló Georges Lamaitre basándose en fuentes divinas, contribuyó al progreso científico y ayudó a develar el verdadero origen del universo. La ciencia está proveyendo prueba científica de aquello que fue sostenido primero por fuentes religiosas.
El universo pasó a existir a través de la explosión de un punto de masa singular con volumen cero. Dicha explosión, llamada Big Bang, demostró fehacientemente que el universo fue creado de la nada,
demoliendo para siempre el supuesto materialista de un universo infinito.
El repaso de la historia de la ciencia en el siglo XX nos llevará a encontrar casos similares a este del Big Bang en otros campos.
Los materialistas manifiestan que el universo existió y existirá siempre y suponen que su existencia no implica ningún tipo de diseño o propósito. Sostuvieron y sostienen que el equilibrio, armonía y orden universal es únicamente el resultado de la casualidad. Esta pretensión dominó el mundo de la ciencia desde la segunda mitad del siglo XIX y dictó el curso de toda la investigación científica.
Algunos estudiosos presentaron la llamada "teoría del caos" para demostrar la ausencia de diseño o designio en el universo. Es decir, se les ocurrió que el orden puede presentarse espontáneamente en lo caótico. Para dar una respuesta a la pregunta "¿cómo se puede demostrar que el universo es producto del caos?", desarrollaron cálculos matemáticos, trabajos en física teórica, pruebas físicas y experimentos químicos.
Pero cada nuevo descubrimiento negaba más aún la posibilidad de un orden a partir del caos y la creación del cosmos debido a la casualidad. Es decir, cada paso que daban revelaba la existencia de un designio que todo lo abarcaba.
Cuando vemos un diseño complejo comprendemos de inmediato que es el producto de un agente inteligente.
Un conjunto de investigaciones que se llevaron a cabo a partir de 1960 demostraron que todos los equilibrios físicos en el universo han sido diseñados para hacer posible la vida. En la medida que avanzaban los estudios, se descubrió que cada una de las leyes de la física, la química, la biología y de las fuerzas fundamentales, como la de la gravedad o la electromagnética, así como las particularidades de la estructura de los átomos, han sido hechas a medida, de modo que el ser humano pudiese existir. Los científicos denominaron a ese designio extraordinario "Principio Antrópico".
Sólo una persona muy inteligente puede reconstruir las piezas desordenadas de este rompecabezas con la figura de Einstein. Por consiguiente, es verdad que cosas más sofisticadas y perfectas que ese entretenimiento, como lo son los sistemas existentes en el universo, fueron diseñados por Dios, Quien posee conocimiento y sabiduría infinitos.
Quedaba así demostrado que era una falacia contraria a ciencia el dictamen impuesto con bombos y platillos a la comunidad científica por la filosofía materialista, que se sintetiza de la siguiente manera: "el universo es un montón de materia sin sentido ni propósito que de un modo totalmente azaroso elabora cosas con un orden o lógica determinados". El conocido biólogo molecular Michael Denton hace el siguiente comentario en su libro EL DESTINO DE LA NATURALEZA : Cómo las Leyes de la Biología Revelan un Propósito en el Universo:
El nuevo cuadro que ha emergido en la astronomía del siglo XX presenta desafíos dramáticos a la presunción dominante en la comunidad científica durante la mayor parte de los últimos cuatro siglos, es decir, que la vida es una contingencia, un fenómeno periférico en el esquema cósmico... La evidencia dada por la cosmología y física modernas es exactamente la del tipo que buscaron y no encontraron en la ciencia de su época los teólogos de la naturaleza en el siglo XVII14.
La ideología racista fue la que motorizó la segunda guerra mundial y los grandes desastres que entonces sufrió la humanidad, en tanto que la ideología materialista es la que llevó a la ciencia al fanatismo innecesariamente.
Los "teólogos de la naturaleza" a los que se refiere Denton, son los estudiosos religiosos de los siglos XVII y XVIII que se esforzaron por demostrar la invalidez del ateísmo y la existencia de Dios en base a fundamentos científicos. Como afirma este biólogo molecular, el nivel de la ciencia de aquellos momentos no posibilitaba el logro de pruebas concluyentes para lo que se entendía como verdad. En consecuencia, se dio la paradoja de que creció la autoridad del materialismo porque se apoyaba en un nivel de conocimiento primitivo. Pero la ciencia del siglo XX modificó los criterios hasta poco antes en boga y proveyó evidencias concluyentes respecto de que el universo fue creado por Dios.
Un punto que es importante tener en cuenta es la extraordinaria cantidad de tiempo que se ha perdido en demostrar la ilusión materialista que sostiene que "el universo carece de todo tipo de designio". Todas las teorías, fórmulas, estudios en física teórica, ecuaciones matemáticas, etc., que supuestamente confirmaban esa hipótesis, se exhibieron como esfuerzos inútiles. De la misma manera que las teorías racistas condujeron a desastres en la humanidad y a la segunda guerra mundial, la ideología materialista llevó al mundo de la ciencia hacia el oscurantismo.
Si la comunidad científica no hubiese centrado sus esfuerzos en la errada concepción materialista sino en la realidad de que el universo fue creado por Dios, la investigación científica hubiera tomado un camino más apropiado y prolífico.
La aceptación de la teoría de la evolución de Darwin es el mejor ejemplo de cómo la ciencia puede ser guiada incorrectamente. Fue introducida en el orden del día del estudio científico hace unos 140 años y demostró ser la mayor falacia, aunque por mucho tiempo se consideró "correcta".
La teoría de la evolución sostiene que la vida proviene de la configuración de la materia inanimada por medio de la casualidad y que los organismos que se formaron así evolucionaron y se convirtieron en otras criaturas, también por casualidad. El escenario central de los últimos 150 años ha sido el esfuerzo concertado por hallar una justificación científica al libreto evolucionista. Pero ese esfuerzo, irónicamente, probó exactamente lo contrario. La evidencia científica ha demostrado que el evolucionismo nunca tuvo lugar, que la posibilidad de la transformación gradual de una especie en otra es algo imposible y que cada una de las especies fue creada de modo singular sin que haya cambiado nunca su forma.
Sin embargo, a pesar de todas esas evidencias, los evolucionistas realizan estudios y experimentos incontables, escriben libros llenos de falacias y errores, establecen instituciones, dan conferencias y emiten innumerables programas de televisión para "demostrar" que la teoría darwinista es valedera. El haber utilizado a miles de científicos y abultados bienes para afirmar como cierto lo que no lo es, ha causado un gran daño a la humanidad. Si esos recursos hubiesen sido usados correctamente, se habrían dado grandes pasos y obtenido resultados positivos en las áreas más conducentes del estudio científico.
Por otra parte, un importante número de pensadores científicos se han percatado del grave error que se ha cometido al aceptarse la teoría de la evolución. Por ejemplo, el filósofo británico Malcom Muggeridge comentó:
Personalmente estoy convencido de que la teoría de la evolución, especialmente en el grado en que ha sido aplicada, servirá para hacer uno de las mayores chistes en los libros de historia del futuro. Las generaciones por venir se maravillarán de que una hipótesis tan débil y tambaleante haya sido aceptada con la increíble credulidad en que lo es actualmente15.
El científico escandinavo Søren Løvtrup hace la siguiente observación en su libro Darwinismo: La Refutación de un Mito:
Supongo que nadie negará que es una gran desgracia que una rama completa de la ciencia adhiera a una teoría falsa. Esto es lo que ha sucedido con la biología: durante un tiempo prolongado e incluso hoy día, se discuten, en el peculiar lenguaje darwinista, los conceptos de "adaptación", "presión selectiva", "selección natural", etc., pensando que así se contribuye a la explicación de eventos naturales. Pero no es así... Creo que algún día el mito darwinista será considerado la mayor falacia en la historia de la ciencia16.
Una importante cantidad de científicos han reconocido que la teoría que defienden no se ajusta a la realidad y se sienten incómodos por eso.
El científico evolucionista Paul R. Ehrlich admitió en una entrevista con la revista Science, de manera indirecta, que la creencia ciega en la teoría de la evolución causa un gran daño a la ciencia: La perpetuación de la actual teoría (de la evolución) como dogma, no alentará el progreso hacia otras explicaciones más satisfactorias de los fenómenos observados17.
Ocupémonos ahora de todos los esfuerzos inútiles realizados para sostener la suposición no científica de la teoría evolucionista, lo cual ha costado a la ciencia un gran desperdicio de tiempo y recursos.
¿Cuál es el origen de la vida? ¿Qué es lo que distingue a un ave o a una jirafa de una piedra, del agua, de la tierra, es decir, de la materia inanimada?
La respuesta a estas preguntas ha sido objeto de curiosidad desde la antigüedad. Las visiones predominantes son dos: una de ellas es de la opinión de que entre la materia animada e inanimada existe una delgadísima línea divisoria que puede ser traspasada fácilmente y entonces la vida puede originarse de modo espontáneo de lo inanimado. Esta posición es llamada "abiogénesis" en la literatura científica.
De acuerdo con la comprensión
científica de la Edad Media, se
suponía que los organismos vivos
podían surgir de la materia
inanimada. Por ejemplo, se pensaba
que los gusanos que se desarrollan
en la carne al aire libre crecían
espontáneamente. Sin embargo,
dicha idea fue archivada primero por
los descubrimientos de F. Redi y
luego por los de Pasteur.
La otra sostiene que hay una línea divisoria inviolable entre la materia viva y la inerte. De acuerdo a esta posición es imposible que los organismos animados se desarrollen a partir de la materia inanimada. Es decir, lo viviente puede desarrollarse solamente a partir de otro organismo viviente. Este punto de vista es llamado "biogénesis" y se lo puede resumir en la expresión "la vida proviene sólo de la vida".
Significativamente, la idea de "abiogénesis" está conectada a la filosofía materialista, mientras que la idea de "biogénesis" proviene de fuentes religiosas. La filosofía materialista ha sostenido siempre que la materia inanimada puede dar lugar a organismos vivos. Los filósofos griegos creían que las formas simples de vida surgían continuamente de la materia inanimada.
Las fuentes divinas dicen, por el contrario, que el único que posee poder para dar vida a la materia inanimada es Dios. Leemos en el Corán:
Dios hace que germinen el grano y el hueso del dátil, saca al vivo del muerto y al muerto del vivo. ¡Ese es Dios! ¡Cómo podéis, pues, ser tan desviados! (Corán, 6:95).
Suyo es el dominio de los cielos y de la tierra. El da la vida y la muerte. Y es omnipotente (Corán, 57:2).
En la Edad Media, época en que la gente poseía un conocimiento muy limitado de la naturaleza, prevalecía el punto de vista de la "abiogénesis" debido a ciertas observaciones o consideraciones erróneas. Quienes vieron que los gusanos se desarrollaban en un pedazo de carne al aire libre, pensaron que aparecían de modo espontáneo. La misma explicación le daban a la existencia de las ratas. Es decir, suponían que se originaban en los granos de trigo almacenados. Esta creencia se denominó también "generación espontánea" y fue ampliamente aceptada hasta el siglo XVII.
Luis Pasteur
Esa suposición pasó al basurero de la historia gracias a los experimentos realizados por dos científicos de renombre. Uno fue Francisco Redi, quien demostró en 1668 que los gusanos que aparecían en el pedazo de carne expuesta al aire libre no se formaban espontáneamente sino que provenían de los huevos depositados por las moscas que se posaban allí. Con este descubrimiento los defensores de la "abiogénesis" aceptaron que si bien eso era lo que sucedía con los organismos grandes, como los gusanos o las ranas, los microorganismos invisibles sí surgían espontáneamente de la materia inerte. El debate continuó dos siglos hasta que el biólogo Luis Pasteur demostró que los microbios tampoco podían formarse de lo inanimado. El sabio francés resumió sus conclusiones así:
¿Puede organizarse la materia por sí misma? En otras palabras, ¿pueden pasar a existir sin padres o ancestros los organismos vivos? Es a esto a lo que hay que dar respuesta... Nada permite afirmar que los seres microscópicos no se originaron de otros que les antecedieron18.
Redi y Pasteur tenían algo en común: ambos creían en la existencia de Dios y que la vida fue creada por El. Esta creencia jugó un papel central en la determinación de lo absurdo que resultaba la idea de la "abiogénesis". En efecto, mientras una serie de científicos influenciados por el materialismo suscribían ese punto de vista (Darwin, Haeckel, etc), otros que enfocaban la ciencia con un entendimiento distinto comprobaban la verdad de la "biogénesis".
Pero los evolucionistas resistieron dicha realidad evidente y defendieron de modo obcecado la filosofía materialista, lo que dio lugar a una disputa inútil que duraría un siglo. Los científicos materialistas Alexander Oparin y J. B. Haldane establecieron la idea de "evolución química": la "abiogénesis" no tuvo lugar en un tiempo breve sino en un período largo. Lo dicho condujo al mundo de la ciencia a un callejón sin salida y contribuyó a una gran pérdida de tiempo, además de estar en conflicto con ciertos principios científicos, especialmente con la Segunda Ley de la Termodinámica.
Los científicos contemporáneos han demostrado la imposibilidad de que la materia inanimada se organice de modo fortuito en diversas estructuras y que luego algunas de éstas se puedan unir para dar lugar a algo viviente, perfecto, con distintos grados de complejidad. Dios, el Señor de los Mundos, creó todas las cosas y sólo El tiene poder para dar vida.
Una serie de investigadores se dedicaron a lo largo del siglo XX a realizar experimentos para comprobar la hipótesis de la "evolución química" o desarrollaron nuevas teorías para darle un fuerte respaldo. Grandes laboratorios, institutos de investigación y universidades se volcaron a esa tarea. Pero todos sus esfuerzos culminaron en el fracaso. El conocido evolucionista Klause Dose, director del Instituto de Bioquímica de la Universidad Johannes – Gutenberg, confesó que se vieron frustrados todos los intentos por producir evidencias a favor de la hipótesis que sostiene que la materia inerte produce materia viva:
Más de treinta años de experimentos en los campos de la evolución química y molecular para determinar el origen de la vida en la Tierra, han conducido a una mejor percepción de lo inmensamente problemático que resulta, antes que a lograr resultados positivos. Todas las discusiones actuales sobre las teorías y experimentos principales en la materia, terminaron en un atolladero o en la confesión de ignorancia19.
Si el mundo de la ciencia no se hubiese obsesionado con la idea de la abiogénesis, que es una falacia materialista, todos los esfuerzos hechos en el nombre de la "evolución química" podrían haber sido canalizados hacia áreas más productivas. Si la comunidad científica hubiese partido del reconocimiento de que la vida es creada por Dios y que sólo El posee el poder para dar vida, todo ese tiempo y recursos desperdiciados se habrían ahorrado. En ese caso, la ciencia se hubiese concentrado en investigaciones y descubrimientos provechosos para la humanidad, en vez de intentar probar la veracidad de mitos de la Grecia Antigua.
Hoy día la comunidad científica está demostrando que la materia no viviente no puede autoorganizarse a través de sucesos casuales para luego juntarse con otras materias inertes y formar células muy complejas y perfectas. También es obvio que las millones de formas de vida que vemos alrededor de nosotros no pudieron formarse de modo accidental como suponen los evolucionistas. Por cierto, ni una rosa, ni un pavo real, ni una hormiga, ni un tigre, en otras palabras, ningún ser viviente puede pasar a existir por medio de la voluntad de células inconscientes construidas por la combinación de átomos inconscientes.
El propio científico que realiza amplios estudios en estos temas no es, en su constitución física y mental, de ninguna manera, el producto de la decisión tomada por átomos inconscientes.
Hay que tener en cuenta que en el Corán está escrito hace cientos de años que la vida fue creada por Dios de la "nada" y que sólo El "da vida". Si la ciencia hubiese descubierto las implicancias de las verdades que Dios transmitió a la humanidad, no se habría "encaprichado" en investigaciones imprecisas durante un período de tiempo tan largo.
En la Tierra existen miles de especies vivientes que difieren entre ellas de las más distintas maneras. Consideremos, por ejemplo, los caballos, las aves, las serpientes, las mariposas, los peces, los gatos, los murciélagos, los gusanos, las hormigas, los elefantes, los mosquitos, las abejas, los delfines, las estrellas de mar, las medusas, los camellos... Todas las formas de vida difieren entre sí en sus características físicas, particularidades del lugar donde habitan, técnicas de caza, técnicas de defensa, hábitos de alimentación, formas de reproducción, etc.
Dios ha creado a todos los animales de agua: de ellos unos se arrastran, otros caminan a dos patas, otros a cuatro. Dios crea lo que quiere. Dios es omnipotente (Corán, 24:45)
¿Cómo pasaron a existir criaturas con tantas diferencias?
Quien reflexione acerca de esta pregunta recurriendo a su facultad de razonamiento, descubrirá que todas han sido diseñadas así, es decir, han sido creadas. Cada diseño prueba la existencia de un diseñador inteligente. Es decir, lo viviente, como la naturaleza en su conjunto, demuestra la existencia de Dios.
Esta verdad nos ha sido revelada a través de la religión. En el Corán se nos informa cómo pasaron a existir las criaturas: todas fueron creadas por Dios, Quien con Su poder y conocimiento infinitos las equipó con características distintas, haciendo de ese modo que la humanidad se entere de Su potestad y sapiencia. Algunos versículos coránicos se refieren a la creación de lo viviente:
Entre Sus signos figuran la creación de los cielos y de la tierra, los seres vivos que en ellos (es decir, en los cielos y en la tierra) ha diseminado y que, cuando quiere, puede reunir (Corán, 42:29).
Dios ha creado a todos los animales del agua: de ellos unos se arrastran, otros caminan a dos patas, otros a cuatro. Dios crea lo que quiere. Dios es omnipotente (Corán, 24:45).
Ha creado los cielos sin pilares visibles. Ha fijado en la tierra las montañas para que ella y vosotros no vaciléis. Ha diseminado por ella toda clase de bestias. Hemos hecho bajar agua del cielo y crecer en ella toda especie generosa. Esta es la creación de Dios. ¡Mostradme, pues, qué han creado los otros dioses que hay fuera de El! Sí, los impíos están evidentemente extraviados (Corán, 31:10-11).
Hay, en verdad, en los cielos y en la tierra signos para los creyentes. En vuestra creación (es decir, en la creación de los seres humanos) y en las bestias que El esparce hay signos para gente que está convencida (de la Verdad) (Corán, 45:3-4).
Carl von Linneo
Después de reconocer la realidad de la creación los científicos establecieron diversas disciplinas, como la biología, la anatomía y la paleontología, plenamente conscientes de que todo lo viviente fue creado por Dios. Entre esos estudiosos destacados tenemos a: Carl von Linneo, conocido como "el padre de la taxonomía vegetal" y en consecuencia el pionero en la clasificación definida de las plantas; Georges Cuvier, fundador de la ciencia de los fósiles y de la anatomía comparada; Gregory Mendel, quien dio inicio a la ciencia de la genética y descubrió las leyes de la herencia; Louis Agassiz, considerado el principal biólogo del siglo XIX.
Luego, con la introducción de la teoría de la evolución de Charles Darwin, el mundo de la ciencia se esforzó por demostrar que "las especies evolucionaron una de otra". Eso llevó a los científicos a investigaciones largas e infructuosas. Se pasó a buscar fósiles en todo el mundo con la idea de encontrar los restos de existencias constituidas por partes de dos especies distintas, es decir, criaturas intermedias entre una especie y otra, que justifiquen lo aseverado. Además se fabricaron escenarios imaginarios para explicar cómo se habría producido esa evolución. Y esto que era una simple especulación empezó a aparecer en publicaciones científicas y eventualmente fue enseñado en las escuelas como algo real y comprobado.
Linneo, quien sostenía que Dios creó todo lo viviente, fue el fundador de la taxonomía y ordenó por primera vez en distintas clases todas las formas de vida
Conviene repasar algunos de esos escenarios para demostrar cómo los evolucionistas ligaron a la ciencia con sus propias fantasías alocadas. Por ejemplo, la historia que transcribimos a continuación fue publicada en un artículo evolucionista que se ocupa de la supuesta transición de los reptiles a los mamíferos:
Algunos de los reptiles de las regiones más frías comenzaron a desarrollar un método para mantener caliente sus cuerpos. Consiguieron producir un aumento del calor corporal en la medida en que el clima era más frío y evitar su pérdida achicando las escamas, haciéndolas más puntiagudas y, por último, convirtiéndolas en piel. Otra adaptación para regular la temperatura del cuerpo fue incorporar a éste la transpiración, es decir, un mecanismo que enfría todo el organismo por medio de la evaporación de agua. Además, accidental o casualmente, las crías pasaron a lamer el sudor de la madre para alimentarse. En consecuencia algunas glándulas comenzaron a producir una secreción cada vez más rica, la que eventualmente se convirtió en leche. De ese modo las crías de los primeros mamíferos comenzaron a llevar un mejor tipo de vida20.
Alan Feduccia
Para sustentar la hipótesis evolucionista era necesario probar de modo científico acontecimientos imposibles, como la transición del sudor a leche y de las escamas a la piel. Ello hizo que miles de estudiosos desperdiciasen su tiempo intentando verificar semejantes supuestos. En realidad, ninguna de dichas transiciones es posible. Es absolutamente imposible que el sudor haya evolucionado hasta convertirse en leche, la cual contiene todo lo necesario para el desarrollo del bebé. Se trata de una sustancia que se regula especialmente, en concordancia con las necesidades y con cada fase de la criatura que la toma. Es decir, lo que encuentra la criatura en la leche de la madre es exactamente lo requerido para cada momento de su desarrollo.
La suposición de que los reptiles evolucionaron en
mamíferos está en desacuerdo absoluto con los
hallazgos de la ciencia, los cuales ponen al descubierto
diferencias significativas entre las escamas de los
primeros y la piel de los segundos.
Por ejemplo, en el momento en que el bebé necesita potasio, la leche es más rica en potasio. Lo mismo sucede con todos los demás componentes que vaya a necesitar en sus primeros años de desarrollo. Por supuesto, es imposible que esa concordancia se dé como producto de la casualidad.
Por otra parte, es imposible la evolución de las escamas de los reptiles hasta convertirse en el pelaje de los mamíferos, pues ambos elementos poseen estructuras completamente distintas:
Es decir, todas las suposiciones como estas dos mencionadas colisionan claramente con la realidad científica.
Lo dicho respecto de la conversión de reptiles en mamíferos no es la única fábula anticientífica. Cada evolucionista elabora su propio "libreto". Así se inventaron muchos escenarios para hacer creer que los dinosaurios evolucionaron en aves, como el que relata que dichos reptiles comenzaron a volar mientras cazaban moscas. Otro cuento nos dice que desarrollaron alas mientras saltaban de un árbol a otro. Finalmente la ciencia se fue acostumbrando a "demostrar" esos escenarios creados por la imaginación de los evolucionistas. Hasta ahora muchos científicos han llevado a cabo investigaciones para "comprobar" cómo los dinosaurios pudieron haber comenzado a volar mientras corrían o saltaban de las ramas de los árboles, e invirtieron años para "evidenciar" cómo las escamas se convirtieron en las plumas de las aves. Uno de ellos, el conocido científico ornitólogo Alan Feduccia, se pasó la vida trabajando en este tema. Después de 25 años de investigación buscando una conexión entre dinosaurios y aves, hace la siguiente confesión:
Bien, he estudiado cráneos de aves durante 25 años y no encuentro similitudes de ningún tipo. No las veo... El origen de las aves terópodas, en mi opinión, será la más grande dificultad de la paleontología del siglo XX21.
Los escenarios evolucionistas no se limitan a lo dicho. Como admitió el paleontólogo evolucionista Dr. Colin Patterson, "Existe una tremenda cantidad de fábulas, una más imaginativa que otra, sobre la naturaleza de esas historias de vida"22.
Los darwinistas proponen también la fantástica suposición de que los mamíferos marinos —ballenas, focas, delfines— llegaron a ser tales después de evolucionar a partir de osos nadadores. Incluso, para dar fundamento a ese escenario, produjeron teorías acerca de criaturas semiballenas y hasta de "ballenas caminantes".
Las plumas de las aves son completamente diferentes de las escamas de
los reptiles y poseen propiedades extremadamente complejas que permiten
el vuelo.
El problema no está en que los evolucionistas sueñen y crean en los escenarios que se les ocurran sino en que derrochan los recursos científicos y el tiempo en todo el mundo esperanzados en encontrar pruebas que justifiquen sus pretensiones. Dijo el conocido científico evolucionista Pierre Paul Grassé acerca de esos escenarios:
No existe ninguna ley que prohiba soñar despierto, pero la ciencia no debe entregarse a esa práctica23.
Los evolucionistas suponen que los miembros de adelante de algunos dinosaurios se transformaron en alas mientras perseguían a sus presas voladoras. No tienen ningún problema en desarrollar teorías ridículas o
fantasear sin límites.
La ciencia continuará dándose la cabeza contra la pared en sus intentos por demostrar esos mitos en la medida en que los científicos sigan fundamentándose en hipótesis incorrectas como las del darwinismo. Sólo el reconocimiento de la verdad de que todo ha sido creado pondrá fin a esos esfuerzos vanos que inhiben el progreso de la ciencia. Como mencionamos antes, todas las criaturas fueron creadas por Dios, una por una. Sus características físicas, hábitos de alimentación, técnicas de caza y defensa, la forma en que nutren a sus vástagos, etc., reflejan compatibilidades perfectas. No tiene sentido investigar cómo la casualidad dio lugar a esos procedimientos tan armoniosos. La perfección que exhiben no pudo pasar a existir de modo fortuito sino, solamente, a través del poder y control de nuestro Señor, el Creador Supremo. Por consiguiente, sería mucho más valioso investigar lo posible de verificar y sus particularidades, antes que producir escenarios completamente imaginarios. Lo importante es que esa investigación nos ayudará a conocer mejor a Dios, el Todopoderoso, Quien creó a los seres humanos y a todo el universo de la nada.
Otra aseveración de los evolucionistas que provocó una gran pérdida de tiempo a la ciencia, fue la ilusoria búsqueda de "mutaciones benéficas".
Las mutaciones son cambios que ocurren en el código genético de un organismo por efectos de las radiaciones, sustancias químicas, etc. Aunque los darwinistas suponen que lo viviente evolucionó a través de mutaciones, estas son casi siempre dañinas porque causan desórdenes orgánicos. El escape de radiación en Chernobyl constató, desgraciadamente, los efectos nocivos de las mutaciones. Luego de ese desastre muchas personas empezaron a padecer de leucemia y distintos tipos de anormalidades muy serias, como las deformaciones físicas en los recién nacidos.
El neodarwinismo les dio el carácter de "mecanismo evolutivo" a dos procesos negativos. Uno de ellos es el de la mutaciones. Por lo tanto se vieron obligados a demostrar que podían dar lugar a efectos beneficiosos en lo que a la evolución concierne. Sin embargo, como explicamos antes, las mutaciones son siempre dañinas y nunca se ha observado que conlleven a la evolución.
Los experimentos de mutaciones llevados a cabo durante decenios en las moscas de la fruta, no produjeron una sola mutación beneficiosa. Se trata de uno más de los desesperanzadores intentos de los evolucionistas en la búsqueda de cambios favorables.
Este desorden físico es un ejemplo de los
efectos deletéreos de las mutaciones, las
cuales sólo pueden dañar una estructura
correcta.
Con una tenacidad sorprendente proyectaron modelos de mutaciones artificiales y trabajaron durante decenios con miras a lograr una beneficiosa. Por ejemplo, numerosas veces provocaron mutaciones en la moscas de la frutas esperanzados en "llegar a mejorar el código genético". El resultado fue un fracaso total. El evolucionista Michael Pitman hizo la siguiente observación acerca de estos dilatados experimentos en el campo de las mutaciones, realizados con el objeto de que conduzcan a algo concluyente:
Morgan, Goldschmit, Muller y otros genetistas han sometido varias generaciones de moscas de la fruta a condiciones extremas de calor, frío, luz, oscuridad, radiaciones y exposición a agentes químicos. Se produjeron diversos tipos de mutaciones, prácticamente todas irrelevantes o abiertamente nocivas. ¿Consiguió el ser humano reproducir la evolución? En realidad, no. Pocos de los monstruos creados podrían haber sobrevivido fuera de las probetas en las que fueron engendrados. En la práctica, los mutantes mueren, son estériles o tienden a volver al tipo original24.
También Gordon Taylor, otro conocido evolucionista, dijo que se perdieron cincuenta años con los experimentos sobre mutaciones:
En los miles de experimentos de reproducción de moscas llevados a cabo en todo el mundo durante más de cincuenta años, nunca hemos visto que aparezca una especie nueva o, aunque más no sea, una enzima nueva25.
Las experiencias de los evolucionistas en otras áreas de la ciencia no han sido diferentes. No obstante, a pesar de toda la evidencia científica en contra, consideran que esa persistencia (irracional) en el error es "perseverancia científica". Pero su comportamiento no es tal sino resistencia u oposición a los principios de la ciencia.
Los científicos Richard Leakey y Alan Walker pasaron gran parte de sus vidas buscando
evidencias paleontológicas de la evolución. Hasta la fecha no lo han logrado..
Otro ejemplo de la pérdida de tiempo de la que es responsable la teoría de la evolución lo encontramos en el callejón sin salida al que fue empujada la paleontología. Nadie duda de que los estudios paleontológicos son fundamentales para la comprensión de la historia de la vida en la Tierra. Sin embargo, los preconceptos erróneos de la teoría de la evolución tuvieron un efecto negativo en los mismos y llevaron a los científicos a conclusiones equivocadas. Los paleontólogos que investigan "el origen del ser humano" se ven en apuros: todas las investigaciones llevadas a cabo para encontrar una criatura semisimia, semihumana, han sido una completa pérdida de tiempo.
Debemos mencionar que la búsqueda de fósiles se hace bajo condiciones muy difíciles y requiere presupuestos elevados. Las excavaciones realizadas por numerosos investigadores en los últimos ciento cincuenta años en regiones como las de los desiertos africanos y en campamentos bajo el sol ardiente, con presupuestos de millones de dólares, no han brindado resultados concretos. El conocido paleontólogo Richard Leakey y el renombrado escritor científico Roger Lewin, hicieron la siguiente confesión acerca de la carencia de resultados de esos estudios:
Si alguien se toma el trabajo de coleccionar en una habitación todos los fósiles encontrados de nuestros ancestros (y sus parientes biológicos) que vivieron, digamos, entre cinco millones y un millón de años atrás, para exponerlos necesitará solamente un par de caballetes y dos tablones grandes. ¡Y como si esto no fuese bastante lamentable, una simple caja de zapatos sería más que suficiente para acomodar los fósiles de homínidos con una antigüedad de entre quince y seis millones de años!26.
Todas esas tareas fueron un desperdicio de tiempo, conocimiento, trabajo, dinero y recursos, consideradas equivocadamente "en función de la ciencia". En todo el mundo, miles de universidades, instituciones y organizaciones científicas, millones de científicos, instructores y estudiantes, laboratorios, expertos, equipos técnicos e incontables recursos, han sido consagrados al servicio de un argumento falso. El resultado concreto de todo esto es "nada", pero así y todo se sigue en esa línea de acción aunque los nuevos descubrimientos siguen exponiendo la falacia de la hipótesis evolucionista.
En los tórridos desiertos africanos se llevaron a cabo excavaciones, con presupuestos millonarios, "para
descubrir evidencias de la evolución". Pero no lograron su objetivo y han sido esencialmente inútiles. Los
evolucionistas no quisieron reconocer el fracaso y entonces, en su desesperación, recurrieron al fraude.
El científico darwinista S. J. Jones explica en un artículo publicado en la revista Nature las dificultades de la paleoantropología, del estudio de los fósiles y de la investigación sobre el origen del ser humano:
Parece que los paleoantropólogos cubren la falta de fósiles con un exceso de entusiasmo y esta debe ser ahora la única ciencia en la que aún es posible hacerse famoso sólo por tener una opinión. Como dijo un cínico, en paleontología humana el consenso lo tiene quien grita más fuerte27.
Negar el hecho de la creación, es decir, la existencia del "diseño" en la naturaleza, significa impedir la investigación científica. El estudioso que es consciente de esa existencia emprende sus estudios con el objeto de investigarlo y llegar a conocer cuál es su propósito. Pero un evolucionista no tendrá la misma meta debido a que considera que la naturaleza es un amontonamiento de materia sin ninguna intención.
El físico y filósofo norteamericano William Dembski, es otro de los que sostiene que en la naturaleza hay un "diseño" y dice que el punto de vista evolucionista, al negar la existencia de un propósito en la misma, detiene el progreso científico. Ejemplifica esto valiéndose del término "ADN chatarra" usado por los darwinistas. (Denominan así a los elementos del ADN que según ellos no contienen información genética y por lo tanto no cumplen una función en lo que hace a la herencia biológica). Dice Dembski:
El ADN, con su compleja composición y cada una de sus
propiedades en función de un propósito específico,
demuestra que fue creado.
El diseño no es una barrera infranqueable para la ciencia. Por el contrario, puede promover la investigación que el enfoque evolucionista obstruye. Consideremos el término "ADN chatarra". Lleva implícito que debido a que el genoma de un organismo ha sido formado a través de un proceso evolutivo largo y caótico se trata de un compuesto integrado con partes de cualquier cosa, de las cuales sólo algunas son esenciales para el organismo. Por consiguiente, según los evolucionistas es de suponer que hay una gran cantidad de ADN inútil.
Pero si consideramos que los organismos han sido diseñados, contamos con descubrir la función de cada parte del ADN. Y justamente los últimos hallazgos sugieren que decir que cuenta con componentes que son "basura", no hace más que esconder nuestra ignorancia actual de la función que cumplen. Por ejemplo, en un reciente ejemplar de Revista de Biología Teórica, John Bodnar describe cómo "el ADN no codificado en el genoma contiene un lenguaje que programa el crecimiento y desarrollo del organismo". El diseño alienta a los científicos a descubrir nuevas funciones allí donde los evolucionistas pierden el interés...
Admitir el diseño en el mundo de la ciencia sólo puede enriquecer el emprendimiento científico. Todos los elementos e instrumentos verdaderos de la ciencia quedan intactos, pero el diseño suma una nueva herramienta al arca de las que ya disponen los científicos. Además, una vez que admitimos el diseño, se abre a la investigación un conjunto de cosas al querer saber cómo fueron producidas, su grado de optimización y el propósito que tienen28.
Obviamente, ser consciente de que lo viviente ha sido creado por Dios abre nuevos caminos a la ciencia y también contribuye a un mejor entendimiento de la naturaleza.
Sin embargo, los científicos materialistas que niegan el poder creativo de Dios, suponen que todas las formas de vida sobre la Tierra pasaron a existir debido a eventos casuales. Para esa gente, la existencia de "diseños aberrantes" o "elementos innecesarios" es absolutamente natural en un universo que es producto de la casualidad. Este punto de vista anómalo, mantenido a lo largo de los años, motivó que muchos estudiosos interpreten la realidad de modo incorrecto e impidió nuevos descubrimientos. Por ejemplo, un científico materialista que examina una pluma de ave y observa su estructura asimétrica, determina que esa configuración es producto del azar. Por consiguiente, no se ve motivado a estudiarla. En cambio, el científico que acepta que Dios es el creador de cada forma de vida con el diseño absolutamente adecuado a un propósito específico, entiende que las características asimétricas de las plumas son una cualidad importante digna de investigarse. Al iniciar el trabajo con dicha premisa, descubrirá enseguida que esa forma asimétrica es necesaria para el vuelo y que las aves con plumas simétricas son incapaces de volar.
Este tipo de situación es común en el mundo de la ciencia. Los que estudiaron a las abejas tuvieron una experiencia similar. Por ejemplo, al calcular los ángulos que forman las uniones de las celdillas del panal, determinaron que dos de ellos diferían de lo óptimo en dos minutos de grado (las medidas indicaban que esos ángulos eran de 109º 28' y 70º 32', en tanto que por medio de un cálculo muy complicado el matemático Konig determinó que los ángulos óptimos debían ser 109º 26' y 70º 34'). Los científicos que trabajaban en el tema llegaron a la conclusión de que las abejas cometían ese desliz mínimo. No obstante, el matemático escocés Colin Maclaurin (1698-1746) no quedó satisfecho con esa explicación, estudió de nuevo el tema y demostró que las tablas de logaritmos usadas estaban mal impresas y eran las responsables de esa diferencia29.
¡De esta forma se supo que los cálculos hechos por las abejas eran los correctos y que los ángulos que determinaron eran los óptimos!
Una persona consciente de que Dios crea todo lo viviente de modo perfecto, nunca supone que exista una aberración en el diseño de cualquier objeto de la naturaleza. Sabe que cada detalle es creado por Dios con un propósito específico.
Otro concepto erróneo al que adhieren los científicos que no admiten la creación perfecta de Dios, también está relacionado con las abejas. El ejemplar de la revista New Scientist del 12 de octubre de 1996 contiene un artículo en el que Ben Crystall sostiene que las abejas baten las alas excesivamente y por consiguiente su vuelo es deficiente. Manifiesta que el aleteo unas veces es más rápido que otras, pero siempre vuelan a la misma velocidad, por lo que en determinados momentos derrochan energía sin sentido. Para el autor de la nota se trata de una falla en el diseño.
El tema fue estudiado por un equipo conducido por Jon Harrison de la Universidad Estatal de Arizona y sus resultados publicados en la revista Science (1996, vol. 274, p. 88). Allí sugiere que hay buenas razones para explicar las diferencias en las frecuencias del aleteo de las abejas. Se les controló la temperatura corporal, la velocidad con que movían las alas y la tasa metabólica cada vez que cambiaba la temperatura ambiente. Se observó que al aumentar ésta de 20°C a 40°C, la frecuencia del aleteo decrecía. La investigación reveló que las abejas baten las alas con una frecuencia menor en ambientes cálidos y con una mayor en los fríos, manteniendo siempre la misma velocidad de vuelo. Se descubrió entonces que el aleteo con una mayor frecuencia en los ambientes fríos se realiza para generar calor y mantener el cuerpo y la colmena a las temperaturas adecuadas. Es decir, hace poco se supo que las alas de las abejas cumplen dos funciones: sirven para el vuelo y para producir calor.
Otra falacia presentada por los evolucionistas que no admiten que Dios creó todo lo viviente de modo perfecto y en las formas que conocemos, es la teoría de los "órganos atrofiados". Puesto que suponen que todas las criaturas evolucionan de un predecesor por casualidad, creen en la existencia de "órganos no funcionales" heredados de ancestros y que con el paso del tiempo se atrofiaron debido a que no se los usaba. En la medida en que la ciencia progresó, se comprendió que esos órganos resultaban vitales para el cuerpo. La mejor demostración de lo incorrecto de la premisa inicial, que obstaculizó el progreso de la ciencia, se encuentra en la gradual reducción de la larga lista de los supuestos "órganos atrofiados". El evolucionista S. R. Scadding concuerda con esa realidad en un artículo publicado en la revista Evolutionary Theory, titulado ¿Pueden los Organos Atrofiados Constituir una Evidencia de la Evolución? Dice allí:
Puesto que no es posible aceptar una interpretación ambigua de estructuras inútiles y que la estructura del argumento usado no es válida científicamente, concluyo que los "órganos atrofiados" no proveen ninguna evidencia sustantiva para la teoría de la evolución30.
Los comportamientos que exhiben las abejas melíferas son tan intrincados que sólo recientemente se ha descubierto el propósito de los mismos.
La lista de los "órganos atrofiados" compilada por el anatomista alemán R. Wiedersheim en 1895 comprendía alrededor de cien, incluidos el apéndice y el coxis. Con el avance de la ciencia esa lista empezó a disminuir, además de descubrirse que los mismos cumplían funciones muy importantes. Por ejemplo, se descubrió que el apéndice, considerado un "órgano atrofiado", en realidad es un órgano linfóideo que combate las infecciones. También se descubrió que las amígdalas, incluidas en la misma lista, cumplen un papel importante en la protección de la garganta de las infecciones, especialmente hasta la adolescencia. Se descubrió asimismo que el coxis, ubicado en el extremo inferior de la columna vertebral, sostiene los huesos alrededor de la pelvis a la vez que es punto de convergencia de algunos músculos pequeños. Más adelante se llegó a comprender que el timo incentiva el sistema inmunológico del cuerpo humano activando las células T; que la glándula pineal es la encargada de segregar hormonas importantes; etc. De ese modo, poco a poco se descubrieron las funciones de los supuestos "órganos no funcionales". Darwin consideraba que el pliegue semicircular en el ojo era un "órgano atrofiado", pero resultó ser el encargado de limpiar y lubricar las cejas.
Todos los ejemplos dados apuntan a una realidad: para que la investigación científica sea efectiva y expeditiva, se debe cimentar en premisas correctas. Dios creó todo con un propósito y con un diseño perfecto e inimitable. Por consiguiente, el objetivo último del estudioso de la naturaleza debería ser descubrir las particularidades de esa perfección en todo lo analizado y averiguar el sentido oculto en cada fenómeno que percibe.
En realidad, el conducir investigaciones y estudios dilatados de hipótesis inciertas y falaces, es emocionalmente agotador para los evolucionistas. Cuando llegan a comprender que esos trabajos a los que dedicaron sus vidas son insubstanciales e inservibles, les invade la desesperación. La investigación científica requiere una gran disciplina y disposición al sacrificio. Realizar prolongados experimentos de laboratorio en función de premisas que se sabe no llevan a ninguna parte y descubrir en definitiva que lo único correcto es exactamente lo opuesto a la hipótesis que se quiere demostrar, es algo que realmente trastorna a cualquiera.
El conocido bioquímico norteamericano Michael Behe sostiene la invalidez científica del darwinismo en su libro La Caja Negra de Darwin y describe la psicología de los científicos evolucionistas confrontados con la realidad del "diseño" de la célula:
La bioquímica moderna ha descubierto los secretos de la célula en las últimas cuatro décadas. El progreso ha sido ganado a un alto costo, pues requirió decenas de miles de personas que dedicasen la mejor parte de sus vidas al trabajo tedioso de laboratorio... El corolario de esos esfuerzos acumulados para investigar la célula, es decir, para estudiar la vida a nivel molecular, es una clara y penetrante exclamación: "¡diseño!". Dicho resultado es tan indiscutible y significativo que puede ser considerado uno de los más grandes logros en la historia de la ciencia, triunfo que debería evocar la exclamación de "¡Eureka!" en decenas de miles de gargantas. Pero no se ha destapado ninguna botella ni las manos han aplaudido... Por el contrario, un silencio desconcertante, curioso e incómodo rodea la severa complejidad de la célula. Cuando el tema se trata en público, la gente arrastra las suelas de los zapatos por el piso y tiene una respiración agitada. En privado esas mismas personas se muestran más relajadas y muchas admiten explícitamente lo obvio, pero después bajan la mirada, sacuden la cabeza y siguen como antes. ¿Por qué la comunidad científica no abraza con orgullo su magnífico descubrimiento? ¿Por qué la comprobación de una creación con un propósito o intención es tratada con tantos miramientos intelectuales? El dilema es que si a una parte del elefante se la etiqueta como creada por un designio inteligente, la otra parte debe ser etiquetada (con el nombre del creador, es decir) Dios31.
Algunos evolucionistas de la comunidad científica han reconocido la desesperación que sufren. Por ejemplo, el paleontólogo Dr. Colin Patterson, Director del Museo Británico de Historia Natural y autor del libro Evolución, hizo un conocido comentario durante la inauguración del Museo de Historia Natural de Nueva York:
La pregunta es: ¿pueden decirme algo acerca de la evolución, aunque más no sea una sola cosa, que sea verdad? Hice esta pregunta al grupo de geólogos del Museo Field de Historia Natural y la única respuesta que obtuve fue el silencio... Entones desperté y me di cuenta que viví engañado al tomar al evolucionismo, de una u otra manera, como la verdad revelada32.
Gran parte de los intensos esfuerzos de los científicos
evolucionistas fueron inútiles. Por supuesto, eso motivó que
muchos de ellos pierdan el entusiasmo por la investigación.
En otra parte del mismo discurso también señaló:
Al decir Darwin, dudo de que valga la pena consumir tanto tiempo en el trabajo (de escribir El Origen de las Especies), expresaba la falta de fe en sus intentos por demostrar la teoría de la evolución.
Una de las razones por la que comencé a tener este criterio antievolucionista, o digamos, no evolucionista, fue que el año pasado y de modo repentino, comprendí que si bien pensaba que durante veinte años trabajé sobre el tema de la evolución, no era así. Algo sucedió una noche pues al despertarme a la mañana siguiente percibí que en todo este tiempo no llegué a conocer nada sobre la misma. Es una verdadera conmoción enterarse de que uno puede estar tan extraviado33.
El doctor N. Heribert-Nilsson, evolucionista y director del Instituto de Botánica de la Universidad de Lund en Suecia, confesó haber derrochado más de cuarenta años para nada: Mi intento por demostrar la evolución a través de un experimento llevado a cabo durante más de cuarenta años, ha fracasado completamente34.
Estos ejemplos evidencian que la ciencia se ha perjudicado en la medida en que sus operadores se enfrascaron en una teoría falsa. Con el objeto de apoyar el mito de la evolución durante decenios, se han desperdiciado en una aventura espuria, el conocimiento, el tiempo, las energías, el trabajo y las pruebas de laboratorio de miles de científicos, así como la dedicación del personal auxiliar y los recursos financieros.
Lo que es peor, no sólo los científicos de hoy sino hasta el mismo Darwin, fundador de la teoría, se lamentaron muchas veces por "perder el tiempo inútilmente" en algo con lo que "finalmente se verían decepcionados". Darwin habló muchas veces de sus temores en tal sentido en los artículos que escribía o en las cartas a sus amigos. En una de esas notas confiesa que en la naturaleza no hay ninguna evidencia que sustente su teoría: Toda la naturaleza es perversa y no se comportará como yo deseo35.
Su falta de seguridad se manifiesta también en otro párrafo:
A pesar de todo, dudo de que valga la pena consumir tanto tiempo en el trabajo (de escribir El Origen de las Especies)36.
Obviamente, si una teoría falaz es defendida solamente por razones ideológicas, también causa angustia y desesperación en quienes la proponen. Estas son las consecuencias inevitables de colocar a la ciencia en un curso erróneo.
Los evolucionistas, incapaces de encontrar evidencias que respalden su teoría, de vez en cuando engañaban a la humanidad distorsionando sus hallazgos. La más evidente de esas falsificaciones fue la del "Hombre de Piltdown". Al no poder hallar fósiles semihumanos-semimonos, cuya existencia afirmaban, decidieron fabricarlos. Montaron la mandíbula de un orangután en un cráneo humano y le dieron apariencia antigua tratándolo con sustancias químicas. Durante muchos años lo exhibieron en el museo más famoso del mundo como "un antepasado del ser humano". El evolucionista F. Clark Howell describe el perjuicio que causó a la ciencia dicho engaño:
Descubierto en 1953, Piltdown no es otra cosa más que una mandíbula de simio montada en un cráneo humano. Se trata de un engaño con una finalidad... Declararon que cada parte era intermedia entre el ser humano y el mono y establecieron que tenía una antigüedad de quinientos mil años. Se le dio un nombre (Eoanthropus Dawsoni u Hombre del Amanecer) y se escribieron alrededor de quinientos libros acerca del "hallazgo", que engañaron a los paleontólogos durante cuarenta y cinco años37.
Las palabras de este científico son en verdad admirables. Una pieza falsa de algo llamado "evidencia" engañó a los científicos de todo el mundo durante cuarenta años. El hecho de que se escribiesen quinientos libros sobre el tema de un cráneo fraudulento habla acerca del gran esfuerzo sin sentido.
Ernest Haeckel, perpetrador de otro fraude evolucionista, no sólo confesó su falsificación sino que también se refirió a las distorsiones hechas por sus colegas para perpetuar sus diversas ideologías:
Después de esta comprometedora confesión de "fraude" debería considerarme condenado y aniquilado si no tuviera la consolación de ver en la lista de culpables junto a mí a cientos de mis colegas, entre ellos muchos de los más confiables investigadores y estimados biólogos. La gran mayoría de los diagramas en los mejores textos de biología, tratados y revistas incurrirían en el mismo delito, porque todos ellos son inexactos y en una u otra medida tratan temas adulterados, urdidos y fabricados38.
Los intentos de realizar observaciones, experimentos e investigaciones que justifiquen el evolucionismo, el encubrimiento de la verdad o su presentación distorsionada, han sido, ciertamente, un gran obstáculo para el progreso de la ciencia. El escritor evolucionista W. R. Thompson lo admitió, aunque de manera indirecta:
Para la ciencia es anormal e indeseable esta situación en la que los estudiosos se unen para defender una doctrina que no pueden definir y mucho menos demostrar con rigor científico, a la vez que intentan mantener su reputación a través de la supresión de la crítica y la eliminación de las realidades que les ponen en aprietos39.
Lo más interesante es que todos los estudios y experimentos que hicieron los interesados en demostrar el evolucionismo, resultaron en definitiva evidencias que respaldan la Creación.
Como mencionamos al comienzo de este capítulo, cuando la ciencia es guiada por ideologías erróneas, el tiempo, el dinero y el trabajo se derrochan inútilmente. La ciencia ha estado bajo la influencia de los materialistas desde el siglo XVIII y casi todas las investigaciones tenían por objeto proveerle de fundamentos científicos a su filosofía. Por consiguiente, resultaba casi obligatorio ocultar la verdadera evidencia científica o presentarla distorsionada.
Lo que resulta más interesante aún es que cada estudio y experimento hecho por los evolucionistas para demostrar la validez de su teoría, brindó más evidencias a favor de la Creación. La ciencia resulta relativamente simple y sin problemas para quienes creen en la existencia de Dios. Investigar un fenómeno conocido y desentrañar cómo se produce no es conflictivo para los científicos aunque sea muy laborioso y absorbente. Pero si lo que hay que hacer, como ellos mismos certifican, es buscar evidencia que no existe, se enfrentan a algo "tedioso" y "aburrido".
Cada descubrimiento señala la existencia de Dios y las sutilezas de Su
creación perfecta, independientemente del tesón de los evolucionistas
por probar lo contrario. Prueba de lo que decimos son las formas de
vida complejas que aparecieron repentinamente en el período
Cámbrico.
Uno de los ejemplos más evidentes de esto se encuentra en los descubrimientos paleontológicos que corresponden al Período Cámbrico, acontecido hace 550 millones de años. De allí no sólo provienen las primeras formas de vida en la Tierra, sino que las mismas aparecen completamente desarrolladas y con sistemas complejos. Por ejemplo, una criatura ya extinta llamada Trilobite, poseía una estructura ocular complicada compuesta de cien lentes, similar a la de la libélula. Lo que resulta "traumático" para los evolucionistas es que esas formas de vida aparecen en dicha época de improviso y sin ancestros, cosa que apunta claramente a la Creación como su generadora. Lo expresado por el investigador evolucionista y conocido zoólogo británico Richard Dawkins, confirma que los descubrimientos científicos respaldan el creacionismo:
Por ejemplo, los estratos del Cámbrico, con una antigüedad de 600 millones de años, son los primeros en albergar la mayoría de los grupos invertebrados más grandes. Y encontramos que muchos de ellos, que surgen por primera vez, ya lo hacen en una etapa de evolución avanzada, como si hubiesen sido plantados allí, sin una historia evolutiva. No hace falta decir que esa apariencia de haber sido instalados allí de modo repentino ha puesto contentísimos a los creacionistas40.
Este estado de "incertidumbre" en el campo de la paleontología es uno de los atolladeros más graves que entrampa a la teoría evolucionista. Como venimos repitiendo, los investigadores darwinistas han invertido durante decenios sus mejores esfuerzos en la búsqueda de formas transitorias (es decir, supuestas criaturas con características de dos especies distintas) que evidenciarían la existencia de la evolución. No obstante, nunca han logrado resultados concretos porque ese tipo de criaturas nunca existieron en la Tierra. El paleontólogo evolucionista Mark Czarnecki hizo el siguiente comentario acerca de esa búsqueda infructuosa:
El mayor problema en lo que hace a la comprobación de la teoría de la evolución se ubica en los registros fósiles, es decir, los restos de especies extintas preservadas en las formaciones geológicas de la Tierra. Esos registros nunca han revelado indicios de las hipotéticas variantes intermedias sino que, por el contrario, las especies aparecen y desaparecen abruptamente. Se trata de una anomalía que ha alimentado el argumento creacionista que sostiene que cada especie ha sido creada por Dios41.
El carácter intrincado del ojo compuesto del trilobite fósil, hallado en el período Cámbrico, es otra evidencia de la creación.
Al leer entre líneas manifestaciones como las arriba expresadas, se nos revela que todos los esfuerzos por encontrar alguna justificación científica al evolucionismo no sólo han sido vanos, sino que cada estudio emprendido con el objetivo de demostrar que todo pasó a existir por casualidad apunta a una verdad irrefrenable: todo lo viviente es creado sin tacha por Dios, el Señor de los cielos y de la tierra.
La estructura óptica del trilobite es tan compleja como la de las libélulas de nuestros días.
Nuestro entorno inmediato y el universo en el que vivimos rebosa de signos de la Creación, los cuales, indicativos de la existencia de Dios y de Su conocimiento supremo, están implícitos en la fascinante estructura de un mosquito, en el arte glorioso del plumaje de un pavo real, en los sistemas complejos y perfectos de órganos como el de la vista y en millones de otras formas presentes.
El científico que sostiene que la Creación es una realidad, ve la naturaleza desde esta perspectiva y obtiene una gran satisfacción en cada observación que realiza y en cada experimento que conduce y le sirve de inspiración para profundizar sus estudios.
La razón por la cual las plumas de un pavo real "enfermaban" a Darwin, era que implicaban, evidentemente, la existencia de un Creador superior.
Por otra parte, creer en un mito como el de la evolución y adherir al mismo, a pesar de los descubrimientos de la ciencia, concluye en un estado emocional de desesperanza: la armonía del universo y el diseño de las criaturas vivientes se convierten, más bien, en una fuente de problemas. Las siguientes palabras de Darwin nos brindan una muestra de los sentimientos de la mayoría de los evolucionistas:
Recuerdo bien el tiempo cuando el pensar en la estructura del ojo me daba escalofríos. Pero he ido más lejos en la desazón... y ahora particularidades pequeñísimas de su estructura me ponen a menudo muy incómodo. ¡Me enfermo cada vez que miro una pluma en la cola del pavo real!42.
Las plumas del pavo real, como así también otros incontables signos de la creación en la naturaleza, continúan desconcertando a los evolucionistas. Tratando de ignorar estas verdades, desarrollan ideas ambivalentes acompañados por un estado mental de negación. Un buen ejemplo de esto es el caso del prominente evolucionista Richard Dawkins, quien llamó a los cristianos a que no supusieran haber sido testigos de un milagro aunque viesen que la estatua de la Virgen María moviese las manos. Según Dawkins, quizás todos los átomos de los brazos de la estatua se movieron en la misma dirección al mismo tiempo, algo que es poco probable pero no imposible43.
Si se quiere ayudar al progreso de la ciencia hay que dejar a un lado a quienes sostienen esas ideas superadas del siglo XIX y hacer que ocupen su lugar las realidades que se constatan.
11 Albert Einstein, Science, Philosophy, And Religion: A Symposium, 1941, capítulo 1.3
12 Henry Margenau, Roy Abraham Vargesse. Cosmos, Bios, Theos. La Salle IL: Open Court Publishing, 1992, p. 241
13 William Lane Craig, Cosmos and Creator, "Origins & Design", Primavera 1996, vol. 17, p. 18
14 Michael Denton, Nature's Destiny: How the Laws of Biology Reveal Purpose in the Universe, The New York: The Free Press, 1998, pp. 14-15
15 Malcolm Muggeridge, The End of Christendom, Grand Rapids: Eerdmans, 1980, p. 5916 Søren Løvtrup , Darwinism: The Refutation of A Myth, New York: Croom Helm, 1987, p. 422
17 Paul R. Ehrlich and Richard W. Holm, Patterns and Populations, "Science", vol. 137 (31 de Agosto de 1962), pp. 656-7
18 Sidney Fox, Klaus Dose, Molecular Evolution and The Origin of Life, New York: Marcel Dekker, 1977, p. 2
19 Klaus Dose, The Origin Of Life: More Questions Than Answers, "Interdisciplinary Science Reviews", vol. 13, N° 4, 1988, p. 348
20 George Gamow, Martynas Ycas, Mr. Tompkins Inside Himself, Allen & Unwin, Londra, 1966, p. 149
21 Pat Shipman, Birds Do It. Did Dinosaurs?, "New Scientist", 1 de Febrero de 1997, p. 28
22 Colin Patterson, "Harper's", Febrero de 1984, p. 60
23 Pierre-P Grassé, Evolution of Living Organisms, New York, Academic Press, 1977, p. 103
24Michael Pitman, Adam and Evolution, London, River Publishing, 1984, p. 70
25 Gordon Taylor, The Great Evolution Mystery, New York: Harper and Row, 1983, pp. 34-38
26 Leakey, R., & Lewin, R. People of the lake: Mankind and its beginnings. New York: Anchor Press/Doubleday, 1978, p. 17
27 S.J. Jones, A Thousand and One Eves, "Nature", vol. 34, 31 de Mayo de 1990, p. 395
28 William A. Dembski Science and Design, "First Things", N° 86, Noviembre de 1998, p. 26
29 G. Mansfield, Creation or Chance! God's purpose with mankind proved by the wonder of the universe, Logos Publications
30 S.R. Scadding, Do 'Vestigial Organs' Provide Evidence For Evolution?, "Evolutionary Theory", vol. 5, Mayo de 1981, p. 17331 Michael J.Behe, Darwin's Black Box, New York: Free Press, 1996, pp.231-232
32 Colin Patterson, Evolución y Creacionismo, discurso en el Museo Norteamericano de Historia Natural, Nueva York (5 de Noviembre de 1981)
33 Colin Patterson, Evolución y Creacionismo, discurso en el Museo Norteamericano de Historia Natural, Nueva York (5 de Noviembre de 1981)
35 Francis Darwin, The Life and Letters of Charles Darwin, vol. I, New York: D. Appleton and Company, 1888, p. 413
36 Francis Darwin, The Life and Letters of Charles Darwin, vol. I, New York: D. Appleton and Company, 1888, p. 315
37 F. Clark Howell, Early Man, NY: Time Life Books, 1973, pp. 24-25
38 Francis Hitching, The Neck of the Giraffe: Where Darwin Went Wrong, New York: Ticknor and Fields, 1982, p. 204
39 Introducción del libro El Origen de las Especies de Charles Darwin (Dutton: Everyman's Library, 1956), p. xxii
40 Richard Dawkins, The Blind Watchmaker, London: W. W. Norton, 1986, p. 229
41 Mark Czarnecki, The Revival of the Creationist Crusade, MacLean's, 19 de Enero de 1981, p. 56
42 Norman Macbeth, Darwin Retried: An Appeal to Reason, Boston, Gambit, 1971, p. 101
43 Richard Dawkins, The Blind Watchmaker, London: W. W. Norton, 1986, p. 159