Un creyente da gracias a Dios cuando reflexiona sobre la creación de sus padres, que han pasado tanto tiempo y trabajo cuidando de él durante años: desde que abrió los ojos por primera vez a este mundo.
Una persona que vive según el Corán se esforzará en recordar que Dios creó a sus padres y les concedió Su misericordia y compasión y les dotó del amor por sus hijos. Fue Él quien creó un vínculo de amor entre los padres y los hijos que cuidan desde su más tierna infancia hasta que se convierten en adultos autosuficientes. Los padres nunca se cansan del placer que supone criar a sus hijos y verlos crecer. Dios enfatiza la importancia de la familia en la vida humana:
Y [Dios dice:] “Hemos ordenado al hombre el trato bondadoso a sus padres: su madre le llevó soportando fatiga tras fatiga, y dos años duró su completa dependencia de ella: [así pues, oh hombre,] sé agradecido conmigo y con tus padres, [y recuerda que] hacia Mí es el retorno." (Sura Luqmán 31: 14)
Nuestro Señor dice en el Corán que deberíamos comportarnos bien con nuestros padres:
Di: “¡Venid que os comunique lo que Dios os ha prohibido [realmente]!: “No atribuyáis divinidad a nada junto con Él; y [no ofendáis contra ellos, sino] tratad bien a vuestros padres…” (Sura El ganado 6: 151)
Y [entre lo mejor de las acciones rectas que] hemos ordenado al hombre [está] el trato bondadoso a sus padres… (Sura Las dunas 46: 15)
Por tanto, según estas aleyas, un creyente mostrará aprecio por sus padres y les tratará con respeto, abrigará un amor profundo por ellos, les tratará con amabilidad e intentará ganarse sus corazones con amabilidad y palabras sabias. De nuevo, en el Corán, Dios nos muestra cómo tratar a nuestros padres con delicadeza.
Pues tu Sustentador ha ordenado que no adoréis nada excepto a Él. Y haced el bien a [vuestros] padres. Si a uno de ellos, o a ambos, les llega la vejez estando contigo, jamás les digas “¡Uf!” ni les riñas, sino háblales [siempre] con respeto. (Sura El viaje nocturno 17: 23)
En esta aleya, Dios cuantifica la misericordia que debemos mostrar hacia nuestros padres. Con las palabras: "jamás les digas “¡Uf!” ni les riñas, sino háblales [siempre] con respeto", ha prohibido a los creyentes que les falten al respeto en lo más mínimo o que les descuiden. Por este motivo, los creyentes siempre están atentos a sus padres y les tratan con gran respeto y tolerancia.
Harán todo lo posible para que se sientan cómodos e intentarán que no les falte su respeto y atención. Tendrán siempre en mente las dificultades y ansiedades de la vejez y se esforzarán al máximo para darles todo lo que necesiten, incluso antes de que lo mencionen, con compasión y comprensión. Harán todo lo que esté en sus manos para asegurarse de que estén bien y no les falte de nada, ya sea espiritual o materialmente. Y, no importa lo que ocurra, no dejarán de mostrarles un profundo respeto.
Existe otra situación a la que los creyentes se enfrentar en la relación con sus padres. Puede ser que una persona que tiene fe tenga unos padres que hayan elegido el camino del pecado. En el caso de que tal diferencia exista, un creyente les invitará a seguir el camino recto con una actitud amable y respetuosa. Las palabras que Abraham (que Dios esté complacido con él) dirigió a su padre, que adoraba a ídolos, nos muestra el tipo de acercamiento que deberíamos utilizar en tales circunstancias:
“¡Oh padre mío! Ciertamente, me ha llegado en verdad [un rayo] de conocimiento como no te ha llegado a ti: sígueme, pues, y yo te guiaré a un camino perfecto. ¡Oh padre mío! No adores a Satán – pues, en verdad, Satán está en rebeldía contra el Más Misericordioso. ¡Oh padre mío! ¡Temo, en verdad, que caiga sobre ti un castigo del Más Misericordioso, y entonces te harás [consciente de haber sido] prójimo de Satán!”. (Sura María 19: 43-45)
Algunas personas, cuando ven que sus padres se hacen viejos y pierden su fuerza, les dan la espalda justo cuando necesitan su ayuda y atención. No resulta difícil darse cuenta de que dicha actitud está muy extendida hoy en día. Con frecuencia, sabemos de ancianos que, aún encontrándose en una difícil situación material y espiritual, viven solos en sus casas. Si pensamos en ello, comprobaremos que la causa de este problema subyace en no vivir según los valores del Corán.
Alguien que acepta el Corán como guía actúa con sus padres, los miembros de su familia y los que están a su alrededor mostrándoles misericordia y compasión. Invitará a sus parientes, amigos y conocidos a vivir de acuerdo con lo que el Corán nos enseña, porque Dios ordena a aquellos que tienen fe hablar del Islam a los que tiene cerca.
Y advierte a [cuantos puedas llegar, empezando por] tu familia. (Sura Los poetas 26: 214)
Siempre existe la felicidad y la alegría en una familia que vive de acuerdo con las enseñanzas del Corán, como se pone de manifiesto en la Sunna del Mensajero, la paz y las bendiciones de Dios sean con él. Los gritos, peleas y falta de respeto que vemos en algunas familias que se desintegran hoy en día no podrían ocurrir nunca en una comunidad de creyentes. En dicha comunidad, a todo el mundo le agrada estar con su familia. Los hijos tratan a sus padres con respeto y les quieren con todo su corazón. Las familias ven a sus hijos como fideicomisos provenientes de Dios y cuidan de ellos. Cuando mencionamos la palabra “familia” nos vienen a la mente las ideas de calor, amor, seguridad y apoyo mutuo. Pero resulta útil volver a señalar que tal estado de excelencia sólo se puede lograr si se vive con fe y completamente imbuidos en el Islam y teniendo temor y amor por Dios.
Pues, si intentarais contar las bendiciones de Dios, no podríais enumerarlas. Ciertamente, Dios es en verdad indulgente, dispensador de gracia. (Sura La abeja 16: 18)
Los creyentes que dejan a un lado sus puntos de vista habituales y observan su entorno comprenden que todo lo que perciben es una bendición de Dios. Entienden que todo (sus ojos, oídos, cuerpo, la comida que ingieren, el aire puro que respiran, sus casas, bienes y propiedades, las cosas que poseen e incluso los microorganismos y las estrellas) están a su servicio. Y estas bendiciones son demasiado numerosas para contabilizarlas. Como dice nuestro Señor en el siguiente versículo, ni siquiera es posible clasificarlas ni contarlas:
Pues, si intentarais contar las bendiciones de Dios, no podríais enumerarlas. Ciertamente, Dios es en verdad indulgente, dispensador de gracia. (Sura La abeja 16: 18)
Un creyente puede utilizar legítimamente todas las bendiciones que se le otorgan en este mundo pero nunca debe dejarse engañar por ellas y olvidar vivir sin pensar en Dios, la vida del más allá o las enseñanzas del Corán. No importa cuántas posesiones, prosperidad, dinero o poder tenga.: no se volverá decadente o arrogante. En resumen, todo esto que hemos mencionado no hará que abandone nunca las enseñanzas del Corán. Es consciente de que todas estas cosas son bendiciones que provienen de Dios y de que, si Él quiere, se las puede quitar. Siempre tiene presente que las bendiciones de este mundo son transitorias y limitadas, que son una prueba y son sólo reflejos de las verdaderas bendiciones del Paraíso.
Para alguien que vive según las enseñanzas del Corán, las bendiciones de este mundo tales como las propiedades, las posesiones y la posición son sólo medios para acercarse a Dios y darle gracias. Por este motivo, su objetivo nunca es poseer las bendiciones de este mundo, que sabe que sólo disfrutará por un periodo de tiempo limitado. Por ejemplo, uno de los bienes más duraderos de los cuáles puede disponer una persona en esta vida es una casa, pero como mucho le aprovecha durante un par de décadas. Cuando termina su vida en este mundo, se irá y dejará la casa que amaba, valoraba y por la que tanto trabajó durante toda su vida para conseguirla. No hay duda de que la muerte marca la separación definitiva entre el individuo y sus bienes terrenales.
Un creyente sabe que Dios es el verdadero Propietario de las bendiciones que posee y que únicamente provienen de Él. Hace todo lo posible para dar gracias a nuestro Señor que las creó y mostrar su aprecio y gratitud. A cambio de Sus innumerables bendiciones, se esforzará todo lo posible para dar gracias cuando habla y cuando actúa, para recordarlas y hablar a los demás de ellas. Aquí tenemos unas aleyas relevantes:
Y, en verdad, tu Sustentador habrá de darte [cuanto tu corazón desea], y quedarás satisfecho. ¿No te encontró huérfano, y te amparó? ¿Y no te encontró perdido, y te guió? ¿Y no te encontró necesitado, y te dio lo suficiente? No sea, pues, injusto con el huérfano, y al que busca [tu] ayuda no le rechaces, y proclama siempre las bendiciones de tu Sustentador. (Sura Las horas de resplandor matinal 93: 5-11)
¿Os resulta extraño que os llegue una amonestación de vuestro Sustentador por medio de un hombre de entre vosotros, para advertiros? Recordad cómo os hizo herederos del pueblo de Noé y os dotó de gran poder: recordad, pues, las bendiciones de Dios, para que consigáis la felicidad. (Sura La facultad del discernimiento 7: 69)Antes de dar gracias, algunas personas esperan alguna bendición especial o que se les resuelva algún problema. Pero si pensasen un poco, comprobarían que cada momento de su vida está lleno de bendiciones. Continuamente, a cada momento, se nos otorgan innumerables dones tales como la vida, la salud, la inteligencia, la conciencia, los cinco sentidos y el aire que respiramos. Y deberíamos dar gracias por cada una de ellos por separado. La gente que se descuida a la hora de recordar a Dios y las pruebas de Su creación no se da cuenta, mientras las poseen, del valor que tienen las bendiciones con las que nos colma; no dan gracias y únicamente comprenden su valor cuando carecen de ellas.
Sin embargo, los creyentes piensan en lo indefensos que se encuentran y en cuánto las necesitan y por eso siempre dan gracias a Dios por las mismas. No dan gracias a Dios únicamente por su riqueza, propiedades y posesiones sino que, sabiendo que Dios es el Propietario y el Soberano de todo, le dan gracias por su salud, aspecto, sabiduría, inteligencia, amor por su fe y desprecio por el pecado, por encontrarse en el buen camino, por su amistad con los verdaderos creyentes, por su comprensión, perspicacia y percepción, y por su fuerza espiritual y física. Enseguida que contemplan una vista maravillosa o cuando hacen bien su trabajo, cuando les dan algo que querían, escuchan una buena palabra y son testigo de acciones que muestran amor y respeto, y otras bendiciones que serían demasiadas para mencionarlas, dan gracias a Dios. Le recuerdan como el Compasivo y Misericordioso.
Si un creyente muestra a través de sus actos de gratitud que los dones que ha recibido no le vuelven orgulloso, arrogante o altanero, Dios le dará más. La siguiente cita del Corán así lo afirma:
Y [recordad] cuando vuestro Sustentador os anunció [esta promesa]: “Si sois agradecidos [a Mí], ciertamente, os daré aún más; pero si sois desagradecidos, en verdad, Mi castigo será realmente severo." (Sura Abraham 14: 7)
Al mismo tiempo, todas las bendiciones forman parte de una prueba que se pone a los humanos en el mundo. Por este motivo, las personas que tienen fe, además de dar gracias, las utilizan tanto como les es posible para hacer buenas acciones; no quieren ser tacaños ni acumular riquezas, porque esto es característico de la gente del fuego. Nuestro Señor lo pone de manifiesto en el Corán:
¡Pero no! ¡Realmente, todo [lo que le aguarda] es un fuego crepitante, que le arrancará la piel! Reclamará para sí a quienes dan la espalda [a la verdad,] y se apartan [de ella], los que amasan [riquezas] y luego las retienen [con avaricia]. En verdad, el hombre ha sido creado inquieto. [Por norma,] cuando le toca un mal, se llena de preocupación; y cuando le toca un bien, se vuelve mezquino [con los demás]. (Sura Las vías de ascenso 70: 15-21)
En respuesta a la pregunta de qué debería desprenderse la gente, Dios recomienda que se dé de "Lo que os podáis permitir." (Sura La vaca 2: 219) Es un requisito de las enseñanzas del Corán que los creyentes usen parte de sus ingresos, además de para cubrir sus necesidades, para hacer buenas obras, tal y como Dios les indica. El mínimo legal es el azaque (impuesto de purificación) obligatorio, que lo recoge el gobernante o líder de la comunidad para distribuirlo entre los pobres y necesitados y otros que Dios menciona en las aleyas sobre el azaque. No es obligatorio dar más, pero sí altamente recomendable.
Ciertamente, la manera que tienen los creyentes de dar las gracias por las bendiciones que Dios les ha concedido es utilizarlas para conseguir Su aprobación. Un creyente es responsable de usar lo que se le ha dado para realizar las buenas acciones que Dios le ha ordenado hacer. Así como los medios materiales que Dios le ha proporcionado, un creyente utiliza su cuerpo para ganar la aprobación de Dios y trabajar en Su camino y, de ese modo, espera lograr Su favor y misericordia y obtener los interminables dones del Paraíso.
Ciertamente, Dios ha comprado a los creyentes sus vidas y sus bienes, prometiéndoles a cambio el paraíso… (Sura El arrepentimiento 9: 111)
Una comunidad de individuos que vive según los dictámenes del Corán y la Sunna del Mejor de la Creación, la paz y las bendiciones de Dios sean con él, conseguirá erradicar la violencia, los conflictos, robos y otras actividades delictivas causadas por la pobreza, el hambre, la miseria y otros problemas pagando el azaque y dando limosna voluntariamente.
Puesto que la riqueza, el esplendor y la belleza son características del Paraíso, sus imitaciones en este mundo nos lo recuerdan. Esto incrementa el deseo de un creyente por conseguirlas, pero el que no cree decide quedarse con las de esta vida y no muestra interés en las de la otra.
Todo (los ríos que fluyen incesantemente, los lugares de gran belleza paisajística, los jardines de deslumbrantes colores, la belleza humana, las composiciones estéticas y las increíbles obras de arte) son dones y una gracia de Dios para con la humanidad. En cada una de estas bendiciones de la vida terrenal hay un indicio de la creación de Dios. Un creyente contemplará la belleza de este mundo como si fuese el reflejo de un original, y como modelo y anuncio de buenas noticias:
Pero a aquellos que han llegado a creer y hacen buenas obras dales buenas nuevas de que tendrán jardines por los que corren arroyos. Siempre que se les den, como sustento, frutos de ellos, dirán: “¡Esto es lo que antes recibíamos como sustento!” – porque se les dará algo que les evocará aquel [pasado]. Tendrán esposas puras y allí permanecerán. (Sura La vaca 2: 25)
Sin embargo, aunque muchas de las bendiciones del más allá se parecen a las que existen en el mundo, son superiores a ellas en cuanto a su realidad y en el hecho de que son eternas. Dios ha creado un jardín perfecto y lo ha dotado de numerosas bendiciones. Una persona con los valores que enseña el Corán meditará sobre la creación y la excelencia del Paraíso en todo lo que ve. Cuando observe el cielo, pensará en "un jardín tan vasto como los cielos y la tierra" (Sura La casa de Imrán 3: 133); cuando mire casas bonitas, pensará en "mansiones en ese paraíso por el que corren arroyos", (Sura La araña 29: 58); cuando repare en joyas deslumbrantes, pensará en los adornos del Paraíso "brazaletes de oro y perlas" (Sura El originador 35: 33); cuando contemple ropa elegante y atractiva, pensará en la ropa del Paraíso que está hecha de "vestidos verdes de seda y brocado" (Sura La cueva 18: 31); cuando pruebe comida y bebida deliciosas, pensará en los "arroyos de agua que el tiempo no corrompe, arroyos de leche cuyo sabor nunca se altera, arroyos de vino que es delicia de quienes lo beben [que no indispone ni les embriaga], arroyos de miel limpia de toda impureza" (Sura Muhammad 47: 15) del Paraíso; cuando vislumbre bonitos jardines, pensará en el Paraíso "de un profundo verdor" (Sura El Más Misericordioso 55: 64); cuando advierta muebles bonitos, pensará en los "lechos de felicidad incrustados de oro" (Sura Lo que ha de ocurrir 56:15) del Paraíso.
Las razones que subyacen bajo este modo de pensar es que todas las cosas bellas de este mundo son, para una persona que tiene fe, fuente de gran placer y motivo de agradecimiento, ya posea alguna de ellas o no. Al mismo tiempo, harán aumentar su deseo por alcanzar el Paraíso y redoblará sus esfuerzos para conseguir llegar a él.
Un creyente que vive según indica el Corán no sentirá envidia ni se enfadará cuando vea a alguien que es más rico o más atractivo que él. Por ejemplo, a diferencia de mucha gente, no lamentará no tener una bonita casa porque uno de los objetivos principales en la vida de un creyente es aspirar a la belleza eterna, no a la transitoria; su verdadera casa es el Paraíso. Dios llama nuestra atención sobre esto en el Corán:
Su Sustentador les da la Buena nueva de Su gracia y de [Su] complacencia, y de jardines que les aguardan, llenos de un deleite perdurable. (Sura El arrepentimiento 9: 21)
Los que evitan las enseñanzas del Corán ignoran el hecho de que su verdadera casa es el Paraíso y por ello se encuentran íntimamente ligados a los placeres efímeros de este mundo. Sus principales objetivos son: que se hable bien de ellos, ser respetados e importantes por derecho propio, incrementar sus bienes materiales y llevar una buena vida. A lo largo de su existencia corren en pos de valores mundanos que son transitorios, sin importancia y engañosos. El contemplar cosas buenas que no poseen lo único que hace es acrecentar su envidia, codicia y tristeza. Por ejemplo, no les agrada estar en una bonita casa que no les pertenece. Sus mentes están ocupadas en cuestiones como éstas: "¿Por qué no soy tan rico?" y "¿Por qué no tengo una casa tan bonita como esta?". Para dicha clase de gente, las cosas bellas que hay en el mundo son normalmente causa de irritación porque, para lograr satisfacción, deben poseerlas.
Sin embargo, los que viven según las enseñanzas del Corán saben cómo apreciar las cosas bellas, les pertenezcan o no. Por ejemplo, una persona que tiene conciencia de su fe, como parte de la prueba que Dios le pone en este mundo, puede que no viva en un barrio rico, quizá ni siquiera ha visto uno, pero se da cuenta de que hay una razón inequívoca para su situación. Un creyente sabe que no tiene que ir a tales sitios para contemplar la belleza de la creación. Con su especial percepción y comprensión, un creyente observará las incomparables bellezas que Dios ha creado en cualquier lugar y en todo momento. El esplendor de las estrellas por la noche y la incomparable belleza, color y diseño de una rosa son dos ejemplos que cualquiera puede ver y apreciar todos los días.
Como dijimos con anterioridad, el deseo que los creyentes sienten por el Paraíso les hace cambiar su entorno por lugares que se lo recuerden. Ciertamente, el Paraíso es un lugar que es una obra de arte mayor de lo que cualquiera pueda imaginar, con vistas perfectas y belleza que nadie en la Tierra puede concebir, pero un musulmán que vive según las enseñanzas del Corán utilizará todos los medios a su disposición para embellecer sus alrededores. Sabemos por el Corán que el patio de Salomón estaba pavimentado de cristal (Sura Las hormigas 27:44) y que su casa estaba decorada con santuarios, estatuas, pilas grandes como estanques y calderas fijadas al suelo (Sura Saba' 34:13) En el Corán, Dios también dice que a la familia de Abraham (que Dios esté complacido con él) se le concedió un dominio inmenso (Sura Las mujeres 4:54).
A pesar de su elevada posición social, y a veces grandes posesiones y poder que les habían sido otorgados, los mensajeros de Dios utilizaban todas sus bendiciones como Dios les dijo y de acuerdo con Su deseo. Por este motivo, se les elogia en el Corán. Los creyentes toman a todos los profetas como ejemplo y se esfuerzan – como los “Awliya” (los cercanos a Dios) también hicieron - por usar los dones que tienen para agradar a Dios.
Son varias las dificultades con las que una persona puede encontrarse a lo largo del día, pero no importa el número, un creyente se pone en manos de Dios y piensa: “Dios nos pone a prueba a través de todo lo que hacemos y pensamos en esta vida terrenal.
Éste es un hecho muy importante que nunca debemos perder de vista. Por tanto, cuando nos encontramos con alguna dificultad en lo que hacemos, o pensamos que las cosas no nos están saliendo bien, no debemos olvidar que nuestro Señor la ha puesto en nuestro camino para comprobar nuestra reacción.”
En el Corán, Dios dice que es Él quien decreta cualquier dificultad a la que nos enfrentemos:
Todo cuanto experimentamos a lo largo de nuestra vida lo ha decretado Dios y es beneficioso para los creyentes no sólo en este mundo y sino también en el que está por venir; esto está claro para cualquiera que observe con fe (Para más información, véase Viendo el Bien en Todas las Cosas, de Harun Yahya, Islamic Book Service, 2003). Por ejemplo, el que un creyente pierda alguna posesión que quería es algo muy favorable. Exteriormente, parece ser una desgracia pero puede ser el modo en que dicho creyente se dé cuenta de sus errores, tenga mayor conciencia y comprenda que debe ser más precavido en algunos aspectos. Otro aspecto positivo de este tipo de desgracia es que nos recuerda que nada nos pertenece, que Dios es el que todo lo posee.
Lo dicho es válido para cualquier contingencia, grande o pequeña, que ocurre en nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, como resultado de un malentendido o del descuido de alguien, puede que se efectúe mal un pago; un trabajo que alguien ha estado haciendo en el ordenador durante horas puede que se pierda en un momento por culpa de un fallo eléctrico; un estudiante puede caer enfermo y perderse los exámenes de selectividad para los que se ha estado preparando durante tanto tiempo; debido a algunas transacciones burocráticas, una persona puede estar esperando durante días; puede que unos documentos nunca se firmen, causando así los consabidos atrasos; una persona que tiene una cita importante puede perder su autobús o avión… todos estos son la clase de sucesos que pueden ocurrir en la vida de cualquiera y que parecen ser auténticos reveses.
Sin embargo, desde el punto de vista de alguien que tiene fe, existe una gran perfección en estos hechos. Sobre todo, un creyente tiene en mente que Dios pone a prueba su conducta y su firmeza, que morirá y que darle vueltas a las dificultades es una pérdida de tiempo puesto que va a dar cuenta de ello en la otra vida. Sabe que existe un resquicio de esperanza en todas las cosas que ocurren. Nunca se descorazona, sino que reza para que Dios haga fácil su trabajo y que todo le salga bien. Y cuando el alivio llega después de la dificultad, Le da gracias por haber aceptado y respondido a sus oraciones.
Una persona que comienza el día con esto en mente raramente perderá la esperanza, no importa lo que le ocurra, ni se angustiará, ni tendrá miedo, ni se desesperará, y si, momentáneamente, olvida, recordará de nuevo y volverá a Dios. Sabe que Él creó todas estas cosas con un propósito bueno y beneficioso. Y no pensará así sólo cuando le vaya a suceder algo grave sino, como hemos dicho antes, ante cualquier contingencia grande o pequeña que le ocurra en su vida cotidiana.
Por ejemplo, imagina a una persona que no consigue realizar una tarea tan rápido como deseaba; en el último minuto, justo cuando está a punto de acabarla, tropieza con un serio problema. Esta persona estalla de rabia, se angustia, abate y tiene otra serie de reacciones negativas. Sin embargo, alguien que cree que todo tiene su lado bueno, intentará hallar lo que Dios le quiere decir a través de lo que le ha sucedido. Puede pensar que intenta llamar su atención para que tome más precauciones en este asunto. Las tomará y Le dará gracias, porque probablemente ha evitado un mal mayor.
Si pierde el autobús, pensará que llegar tarde o no haber cogido ese autobús le evitará tener un accidente u otro desastre. Éstos son sólo algunos ejemplos. Puede que reflexione sobre la existencia de otras razones ocultas. Dichos ejemplos se pueden multiplicar muchas veces a lo largo de la vida de una persona, pero lo importante es esto: los planes no siempre salen como uno desea. Puede que nos encontremos en un entorno completamente diferente del que habíamos pensado, pero que resulta beneficioso para quien se pone en manos de Dios y por tanto intenta encontrar un propósito divino para todo lo que le ocurre. En el Corán, Dios revela lo siguiente:
…puede ser que os desagrade algo y sea bueno para vosotros, y puede ser que améis algo y sea malo para vosotros: Dios sabe y vosotros no. (Sura La vaca 2: 216)
Como Dios dice, no sabemos lo que es beneficioso o dañino, pero Él sí lo sabe. Una persona debe trabar amistad con Dios y someterse a Él, el Más Misericordioso y el Benévolo.
En esta vida terrenal, una persona puede perder todo lo que tiene en un momento. Puede perder su casa en un fuego, sus inversiones en una crisis económica o sus posesiones más valiosas en un accidente. Dios dice en el Corán que la gente pasará por este tipo de pruebas:
Y ciertamente os pondremos a prueba por medio del peligro, del hambre, de la pérdida de bienes, de vidas y de frutos [del trabajo]. Pero da buenas nuevas a los que son pacientes en la adversidad. (Sura La vaca 2: 155)
Dios dice a la gente que pasarán por varios tipos de prueba y que recibirán una buena recompensa por su paciencia en circunstancias difíciles. Por ejemplo, una persona pierde algo que le pertenece y no lo encuentra; la paciencia que Dios describe en el Corán consiste en que se pone por completo en manos de Dios y se somete a Su voluntad desde el momento en que sabe que su posesión, ya sea grande o pequeña, se ha extraviado. No pierde de vista el hecho de que Dios lo ha creado todo y no deja que su actitud o comportamiento le trastornen.
Una persona puede incluso sufrir mayores pérdidas en el transcurso del día. Por ejemplo, si alguien pierde una fuente de ingresos en la que ha invertido la mayor parte del día, se convierte en una tragedia para alguien que cree que su futuro depende de ello. A mucha gente se la ha educado desde su infancia con la idea de conseguir un buen trabajo. Pasan cada momento de sus vidas deseando un trabajo mejor o un ascenso o promoción en su trabajo. Por tanto, si lo pierden, se vuelven depresivos y se angustian y sus vidas, como vulgarmente se dice, dan un vuelco.
Por otro lado, un creyente sabe que es Dios quien le proporciona su sustento diario y que sus fuentes de ingresos obedecen únicamente a este propósito. Es decir, para un creyente, las bendiciones que Dios le ha otorgado son sólo un medio. Por este motivo, si una persona que tiene fe pierde sus fuentes de ingresos, aceptará este hecho con paciencia y sumisión. En tales circunstancias, será constante, rezará y se pondrá en manos de Dios. No olvidará nunca que Dios le procura su sustento diario y que se lo puede quitar en el momento que desee.
Una persona que tiene el Corán como guía tomará inmediatamente las riendas de sus pensamientos y se hará dueño de sus acciones si pierde su fuente de ingresos, si sufre algún daño, si no puede estudiar en el sitio que ha elegido o si le sucede alguna otra circunstancia similar. Considerará si su comportamiento agrada a Dios o no y pensamientos como los que enunciamos a continuación pasarán por su mente:
- ¿He dado gracias suficientes por los bienes, posesiones y propiedades que he perdido?
- ¿He sido tacaño o desagradecido con las bendiciones que se me han otorgado?
- ¿Me he olvidado de Dios y de la vida del más allá, apegándome demasiado a mis propiedades y posesiones?
- ¿He sido arrogante o altivo a causa de mis posesiones y me he alejado del camino de Dios y de las enseñanzas del Corán?
- ¿He intentado obtener la admiración de los demás en vez de buscar la aprobación de Dios y he buscado satisfacer mis propios deseos?
Un creyente responderá honesta y francamente a estas preguntas. De acuerdo con sus respuestas, intentará corregir el comportamiento que no agrade a Dios y rezará para que Él le ayude. Se acercará a Dios con sinceridad. Se refugiará en Él de las cosas equivocadas que ha hecho por olvido o por mala conducta. En el Corán, Dios describe el modo de rezar que tienen los que creen:
… “¡Oh Sustentador nuestro! ¡No nos culpes si olvidamos o erramos, sin querer! ¡Oh Sustentador nuestro! ¡No nos impongas una carga como la que impusiste sobre los que nos precedieron! ¡Oh Sustentador nuestro! ¡No nos hagas llevar una carga que no podamos soportar! ¡Y borra nuestras faltas, perdónanos y concédenos Tu misericordia! ¡Tú eres nuestro Supremo Señor!… (Sura La vaca 2: 286)
Al ser puesta a prueba, una persona puede sufrir grandes pérdidas, una tras otra. Pero una persona que tiene una fe profunda sabe que existe una razón para su sufrimiento. Una de las razones más importantes es el entrenamiento espiritual que viene con la dificultad:
…por eso, Él os pagó en aflicción, la aflicción [que causasteis al Enviado], para que no os lamentarais [sólo] por lo que se os había escapado, ni por lo que os había ocurrido: pues Dios está bien informado de lo que hacéis. (Sura La casa de Imrán 3: 153)
No ocurre calamidad alguna en la tierra, o en vosotros mismos, que no esté [registrada] en Nuestro decreto antes de que la causemos: realmente, todo esto es fácil para Dios. ¡[Recordad esto,] para que no desesperéis por lo [bueno] que se os ha escapado ni os alegréis [en exceso] por lo [bueno] que os ha llegado: pues Dios no ama a los que, por vanidad, actúan de forma jactanciosa! (Sura El hierro 57: 22-23)
Para un creyente, las situaciones difíciles que le ocurren, una tras otra, durante el día son el medio a través del cual recuerda que se encuentra en un lugar de prueba para acercarse más a Dios, para madurar y para abrazar las enseñanzas del Corán. Es consciente de que Dios le está poniendo a prueba y le está preparando para las bendiciones sin fin de la vida que está por venir.
Una persona consciente de su fe será firme y se pondrá en manos de Dios cuando esté enferma porque se da cuenta de que su enfermedad es una prueba, así como el estar sano también lo es.
Se da cuenta de que tanto las desgracias e infortunios que le acaecen como el bienestar, la prosperidad y la facilidad son pruebas que provienen de Dios y, de hecho, estas últimas son probablemente las más serias y difíciles. Por esta razón, no importa lo incómodo que se encuentre, será constante y seguirá rezando con sinceridad. Sabe que es Dios quien creó la enfermedad y que es Él quien tiene la cura. En el Corán, Dios ensalza la paciencia del creyente durante su enfermedad y la enumera entre una de las cualidades de los "piadosos":
… piadoso, en verdad, es quien cree en Dios, en el Último Día, en los ángeles, en la revelación y en los profetas; y gasta de lo que tiene – a pesar de su apego a ello- en sus parientes, en los huérfanos, los necesitados, los viajeros, los mendigos y en rescatar a otros del sometimiento; es constante en la oración y paga el impuesto de purificación; y [piadosos en verdad son] los que, cuando prometen, cumplen sus promesas, y son pacientes en la desgracia, en la adversidad y en los momentos de peligro: esos son los que han sido fieles a su palabra, y esos son los que han sido conscientes de Dios. (Sura La vaca 2: 177)
Además de tener paciencia, el creyente se tomará el tratamiento apropiado para sentirse mejor. No se comportará de modo emocional ni infantil para llamar la atención de aquellos que están a su alrededor. Seguirá dicho tratamiento y tomará las medicinas adecuadas para su enfermedad. Este comportamiento es en realidad una forma de orar. Al mismo tiempo, y como resultado de vivir de acuerdo con las enseñanzas del Corán, reza constantemente a Dios para que le ayude y cure. En el Corán, Dios pone a Job (que Dios esté complacido con él) como ejemplo de la actitud que proviene de la fe:
Y [recuerda a] Job, cuando invocó a su Sustentador: “¡La desgracia ha hecho presa en mí: pero Tú eres el más misericordioso de los misericordiosos!”. (Sura Los profetas 21: 83)
Debemos decir que todas las medicinas son un medio para lograr una cura. Si Dios quiere, hará que el tratamiento sea una manera de curarse. Es Él quien crea las materias primas (micro-organismos, materias animales y vegetales) que se usan en la composición de los medicamentos. En resumen, es Dios quien crea la cura. En el Corán, se llama nuestra atención sobre lo dicho a través de las palabras de Abraham (que Dios esté complacido con él): "y cuando caigo enfermo, es Él quien me devuelve la salud." (Sura Los poetas 26: 80)
Sin embargo, los miembros de una sociedad atea se rebelan en cuanto caen enfermos. Se comportan de forma contraria a lo decretado por Dios cuando dicen: “¿Por qué me ha ocurrido esto?” Una persona que piensa de esta manera nunca se pondrá en manos de Dios durante su enfermedad ni la contemplará como un beneficio.
Sin embargo, los creyentes piensan en el motivo de su enfermedad y la ven como una oportunidad para acercarse a Dios. Una vez más, comprenden el gran don que es la salud y lo indefensos que estamos los seres humanos. Incluso una simple enfermedad como la gripe puede hacer que una persona tenga que guardar cama. En esta situación, no importa lo poderoso, respetado o rico que uno sea, estamos indefensos y debemos descansar y tomarnos medicinas. Bajo estas circunstancias, nos acordamos de lo mucho que necesitamos a Dios y nuestra enfermedad es un modo de recordarle y acercarnos a Él. Y, para el creyente, toda enfermedad es una advertencia de que el mundo es transitorio y de que la muerte y el más allá están cerca.
De vez en cuando, una persona se encuentra ante situaciones incómodas tales como tener que esperar en la esquina de una calle llena de basura, en una cocina pestilente o en lugares estrechos, oscuros, húmedos y fríos. Para un creyente, incluso los sitios sucios y angustiantes cumplen un propósito dentro de la creación. Esta clase de lugares le recuerdan al creyente el Infierno y su miseria, cuya suciedad sobrepasa cualquiera que se pueda encontrar en este mundo. En el Corán, Dios revela que el Infierno es un lugar de oscuridad, suciedad e inmundicias:
"Ciertamente, ¡qué horrible como morada y como posición!" (Sura El criterio de la verdad 25: 66)
Pero los que han perseverado en el mal - ¿qué será de los que han perseverado en el mal? [Se hallarán] entre vientos abrasadores, y ardiente desesperación, bajo una sombra de humo negro, ni fresca ni agradable. (Sura Lo que ha de ocurrir 56: 41-44)
Y cuando sean arrojados en su interior, en un espacio angosto, atados [todos] entre sí, suplicarán su inmediato exterminio. [Pero se les dirá:] “¡No supliquéis hoy un sólo exterminio, sino suplicad muchos exterminios!”(Sura El criterio de la verdad 25: 13-14)
Una persona que recuerda estos versículos reza inmediatamente para que el Señor lo libre de los sufrimientos del Infierno y le pedirá perdón por las cosas que ha hecho mal.
Según la descripción que Dios hace en el Corán, el Infierno es un lugar pestilente, opresivo, ruidoso, oscuro, húmedo, frío y lleno de humo y hollín. Incluso existen unas zonas más peligrosas que otras dentro de él y un calor abrasador que penetra las células. Allí se encuentran las comidas y bebidas más repugnantes. Las ropas están hechas de fuego y los sufrimientos no tienen fin. Es un lugar donde se quema la piel, donde las gentes imploran para que se les libere e incluso prefieren morir para evitar el sufrimiento, aunque ya han muerto y no pueden volver a hacerlo. En cierto sentido, el Infierno se puede comparar a cómo queda el mundo tras una guerra nuclear en las películas. Sin embargo, la oscuridad que se describe en éstas no tiene parangón con la extrema suciedad y ambiente depresivo de aquel. Se trata tan sólo un símil, porque el Infierno es mucho peor y más terrible que el más execrable de los sitios que uno pudiera imaginar en este mundo.
Los lugares opresivos, sucios, oscuros y calurosos son muy duros de soportar para el ser humano. En el Infierno, esta atmósfera claustrofóbica se intensifica al máximo. Los que, en este mundo, han desarrollado métodos de protección contra el calor estarán indefensos allí. Es más caliente que el más caliente de los desiertos, más deprimente y sucio que la celda más oscura, húmeda y fría. Como nuestro Señor dice en el Corán, el calor penetra en las células más pequeñas del ser humano. Para un malhechor, no existe protección ni alivio frente al calor ardiente. Al mismo tiempo, en el Infierno, los sentidos se agudizan mucho más de lo que lo están en este mundo. Aquí, la mayor parte de los sufrimientos se alivian después de un periodo de tiempo, las heridas cicatrizan e incluso las huellas de una quemadura grave desaparecen con el tiempo. Una persona siente las punzadas del Infierno continua e intensamente y este sufrimiento nunca tiene fin, a menos que Dios quiera.
A través de los siguientes ejemplos mostraremos otra reflexión que se puede hacer sobre los lugares abandonados y sucios: un lugar puede estar sucio a causa de la dejadez u olvido de alguien. Sin embargo, tan pronto como el creyente lo ve, se da cuenta de lo misericordioso que Dios se muestra con él y lo mal que se ha portado él con Dios; reconoce que Dios le ha dado un lugar ideal en el que vivir y que él es sólo un invitado. Por este motivo, se da cuenta de que debe proteger meticulosamente todas las bendiciones que se le han otorgado y dar gracias con su trabajo. De otro modo, estará actuando de modo que no plazca a Dios. Un creyente que se percata de este hecho comprenderá de inmediato que se ha equivocado y volverá a Dios; limpiará lo que tiene que limpiar, aprenderá de sus errores y no los volverá a cometer.